Essay
Brava mujer del Norte

Brava mujer del Norte

Gerardo Cárdenas

Había hecho un compromiso para esta columna de hablar solamente de la literatura en inglés contemporánea, de lo nuevo que los lectores en Estados Unidos encuentran al entrar en una librería, de lo que se discute en espacios de crítica y comentario.

Y hete aquí que tengo que romper mi propia promesa porque, de forma inesperada, me he encontrado con alguien que no es nueva, que difícilmente se le encuentra en las librerías, de la que ya prácticamente no se comenta ni discute nada. Leyéndola, caigo en cuenta de que hay que volver a ella.

La encontré en las rocosas costas de Maine, en una vacación largamente esperada donde lo menos que imaginaba es que iba a conocer a una autora muerta hace más de medio siglo; mucho menos, que su persona y sus letras me iban a fascinar de la manera que lo hicieron.

Edna St. Vincent Millay era de Camden, Maine, en la espectacular Costa Central de ese estado pegado a Canadá. Y fue en Camden donde la encontré, primero su estatua, su estatua de perfil orgullosa y desafiante; y luego su poesía, su poesía de brava mujer del Norte que amó con intensidad y escribió con absoluto abandono.

St. Vincent Millay vivió y amó con ímpetu a hombres y mujeres por igual, escribiendo poesía y teatro, primero en Maine y luego en Greenwich Village, Nueva York; asimismo, fue la primera mujer en ganar un Premio Pulitzer de poesía, allá por 1922 o 1923.

La suya es una poesía de profundidades metafísicas pero fuertemente influida por el drama del paisaje de Maine, por los acantilados y las montañas, por el olor y la cercanía del mar. Mi primer encuentro con ella fue en la cima del monte Battie, desde donde se contempla ampliamente la bahía de Penobscot. Desde esa cima, Edna escribió “Renacimiento”, posiblemente su poema más conocido y celebrado, que comienza con la vista desde lo alto de la montaña y luego lleva al lector por un enloquecido viaje interior marcado por la angustia y el terror ante la muerte.

Hay una íntima relación de Edna con el espacio físico que la rodea y, en ese sentido, me hizo pensar en Emily Dickinson, recluida en su casa en Amherst, Massachusetts, pero profundamente tocada por lo que veía y habitaba; y de alguna manera también en Sylvia Plath, por la furia interior que animaba sus escritos. Quizás algún crítico mucho más inteligente que este columnista pueda establecer una línea que parta de Dickinson y viaje hacia Plath, pero haciendo una escala importante en St. Vincent Millay.

Si St. Vincent Millay usa la distancia metafísica para hablar de la muerte y la trascendencia, es mucho más directa, más feroz al hablar del amor. El amor es una propuesta diseñada, dirigida y controlada por ella directamente. No es una esperanza, una ansiedad, un vago recuerdo: es un acto físico donde ella manda, ella determina las condiciones y no hay discusión posible.

THURSDAY

And if I loved you Wednesday,
………Well, what is that to you?
I do not love you Thursday—
………So much is true.
And why you come complaining
………Is more than I can see.
I loved you Wednesday, -yes-but what
………Is that to me?

JUEVES

Y si te amé un miércoles,
………¿a ti que más te da?
No te amé el jueves—
………Y eso es verdad.
Y ¿por qué te quejas?
………No lo sé explicar,
te amé en miércoles, sí, más
………¿a mí qué más me da?

Paseando por las playas rocosas de la Costa Central, o por las majestuosas del Parque Nacional Acadia, uno siente la enormidad del mar y el misterio de las mareas. Y es de nuevo St. Vincent Millay quien se inspira en el tema para abordar otros asuntos de mayor complejidad.

LOW TIDE

These wet rocks where the tide has been,
………Barnacled White and weeded Brown
And slimed beneath to a beautiful Green,
………These wet rocks where the tide went down
Will show again when the tide is high
………Faint and perilous, far from shore,
No place to dream, but a place to die—
………The bottom of the sea once more.
There was a child that wandered through
………A giant’s empty house all day—
House full of wonderful things and new,
………But no fit place for a child to play.

MAREA BAJA

Estas húmedas rocas donde la marea ha pasado
………De blanco enlapado y pardas algas
Y enlamadas hasta una bella pátina verde,
………Estas húmedas rocas donde la marea ha bajado
Mostrará de nuevo cuando la marea revierte,
………Débil y peligroso, de la orilla lejano
Lugar no para soñar pero sí para la muerte—
………Una vez más el fondo del océano.
Hubo una criatura que se paseó todo el día
………Por la vacía morada de un gigante—
Casa llena de cosas nuevas y de maravillas,
………Pero nunca lugar para un infante.

Los poemas de St. Vincent Millay son largos y difíciles de transcribir en el formato de una columna. Pero quiero cerrar con un tercero, un soneto sin título, de los últimos que escribió, donde ella vuelve a sus reflexiones sobre el amor pero esta vez con un tono nostálgico, un distanciamiento, tal vez una premonición de la vejez que se acercaba o, incluso, de la muerte. Al contrario que en los dos poemas previos, no he buscado replicar la rima pero he intentado reproducir con la mayor fidelidad posible su ritmo.

What my lips have kissed, and where, and why,
I have forgotten, and what armas have lain
Under my head till morning; but the rain
Is full of ghosts tonight, that tap and sigh
Upon the glass and listen for reply,
And in my heart there stirs a quiet pain
For unremembered lads that not again
Will turn to me at midnight with a cry.
Thus in the Winter stands the lonely tree,
Nor knows what birds have vanished one by one,
Yet know its boughs more silent tan before:
I cannot say what loves have come and gone,
I only know that summer sang in me
A Little while, that in me signs no more.

Qué labios mis labios besaron, por qué y dónde,
he olvidado, y qué brazos han reposado
bajo mi cabeza hasta la mañana; la lluvia
viene llena de fantasmas, que golpean y suspiran
el cristal en espera de respuesta,
y en mi corazón se agita un mudo dolor
por los jóvenes olvidados que no volverán más su rostro
hacia mí a medianoche con un grito.
Así como el árbol solitario en invierno
no sabe cuántas aves una a una han partido,
pero sabe que sus ramas están más calladas que antes:
así yo no puedo decir qué amores han ido y vuelto,
sólo sé que el verano cantó en mí
por un momento, y ha cesado ya su canto.

Tras rechazar muchas propuestas matrimoniales, Edna St. Vincent Millay se casó con Eugen Jan Boissevain en 1923, en un matrimonio abierto en el que ambos tuvieron gran cantidad de amantes pero que, no obstante, resultó ser una unión sólida. Boissevain murió en 1949 de cáncer. Como Dickinson, como Plath, Edna St. Vincent Millay se fue muy pronto. A los 58 años, apenas un año tras la muerte de su marido, sufrió una mala caída en su casa de Steepletop, en el norte del estado de Nueva York, y fue hallada muerta horas después, posiblemente debido a una hemorragia interna.

gerardo-cardenas-150x150Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, reside en Chicago. Es autor del volumen de relatos A veces llovía en Chicago (2011), del poemario En el país del silencio (2015) y de la obra de teatro Blind Spot (201), publicada por Literal Publishing. En 2015 obtuvo el premio Nuevas Voces de Repertorio Español. Es editor de la antología de relato breve en español de Estados Unidos Diáspora, de próxima publicaciónTwitter: @el gerrychicago

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Posted: September 5, 2016 at 9:34 pm

There is 1 comment for this article
  1. Maria Duran at 2:10 pm

    Muy interesante historia de esta poetisa. Muy bien escrito. Me gustaron mucho los poemas. Interesante conocer sobre mujeres literatas con vidas tan libres como el viento.

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