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CILIA, LA ÚLTIMA DAMA

CILIA, LA ÚLTIMA DAMA

Gisela Kozak

¿Cómo se sintió Cilia Flores el pasado 4 de agosto?

Hablo de la esposa del tirano venezolano Nicolás Maduro, consternada ante la resonante explosión que interrumpió la perorata embustera de su cónyuge en la avenida Bolívar, importante vía de Caracas que alguna vez significó modernidad y progreso. Su cara de susto, el respingo, la mirada temerosa escrutando el cielo, su presencia si se quiere pequeña al lado de su gigantesco marido –suerte de gandola bípeda–, conforman el detalle más sobresaliente de la jornada (estampida de la soldadesca roja aparte, claro). ¿Se trataba de un verdadero magnicidio, un magnicidio al fin, uno “de verdad verdad”, no la cansona acusación nunca probada que ha resonado cientos de veces en nuestros oídos?

Dicen que la señora Flores vestía un traje de la famosa casa Chanel, pero soy incapaz de dar fe de esta afirmación por pura y personalísima ignorancia. Vestir de Chanel en medio de la fealdad cruda tan propia del socialismo criollo exhibe voluntad y determinación. El paisaje urbano alrededor de la avenida Bolívar en el sitio exacto donde se colocó la tarima presidencial es desolador. Se ven edificios de viviendas y de oficinas, casas, iglesias y calles en estado de suciedad y deterioro, además de que sobresalen, en el cercano horizonte, cerros con moradas muy humildes que siempre han simbolizado la pobreza capitalina. Ni hablemos del triste terminal de pasajeros cercano, subutilizado por falta de transporte público.

Mis paisanas de cualquier sector social, siempre tan quisquillosas en materia de moda (aunque las pobres no tengan nada bueno que ponerse en medio de la pobreza general), afirman rotundas que el traje de marras le quedaba muy mal.

Qué penoso, porque Cilia Flores es la primera combatiente, título oficial impuesto por su marido, quien de casualidad no la coronó cual Napoleón Bonaparte a Josefina. Hubiese quedado mejor vestirse así en la inauguración de alguna exposición en los museos que flanquean la avenida Bolívar en su segmento este. Lástima que esos museos, sin público ni novedades, hacen las veces de meteoritos en tierra arrasada cuando se suponía que iban a conformar un impresionante conjunto urbano.

No hay que extrañarnos de este aire a la serie fílmica Mad Max de la avenida otrora ícono de una Caracas que creía en el futuro. El socialismo criollo tiene una sola estética: el feísmo revolucionario, mezcla de ampulosidad militarista, color rojo, ausencia de ideas y formación, amén de un sabor a naftalina comunista de los años sesenta. El traje y los lentes de marca de Cilia Flores abonaron esta atmósfera enrarecida de discursos plagados de mentiras y ruina urbana.

De mayor audacia fue volar la estatua del asesino más querido en el mundo, el Che Guevara, que haberla esculpido para colocarla en la amplia acera de un ícono moderno como la Avenida Bolívar. El vacío dejado por la reciente voladura, hecha por anónima mano opositora, es mucho más significativo y potente como performance artístico antirrevolucionario. ¿Por qué Cilia no hizo nada? Si hubiese sustituido temporalmente la estatua el 4 de agosto, su foto se parecería más a la de una primera combatiente que a la de una primera dama. Imaginemos una foto con la siguiente identificación: el Che nunca muere ni tiene género.

Volvamos al gesto de miedo de Cilia, a ese movimiento levemente beodo que poco tiene que ver con el alcohol y mucho con el miedo. Se trata del miedo de quien se sabe expuesto, el miedo de aquellos que tienen largo tiempo siendo entrenados para eventualidades como una explosión que ponga fin a sus existencias de ungidos por la historia. ¿Sabía Cilia que su marido no extendería su brazo para compartir destino juntos? ¿Que el anillo de seguridad del tirano no incluye a su esposa? ¿No es triste para una dama no ser tratada como la primera por el hombre de su vida?

Cuesta pensar que Cilia fue nada más y nada menos que presidenta del parlamento venezolano y ficha importante dentro del Partido Socialista Unido de Venezuela. Una posible candidata para sustituir al finado autócrata Hugo Chávez Frías. Razón tenía ese patán calumniador de la televisión oficial llamado Mario Silva cuando dijo, en una conversación grabada a sus espaldas, que el caudillismo revolucionario era asunto de machos y las mujeres, atrás, en segunda fila, de preferencia invisibles. Lo del feminismo revolucionario siempre ha sido una patraña para incautas.

Cilia ya ni habla. Apenas da un respingo ante el riesgo de la muerte. Cuando su esposo fue rodeado por un anillo de seguridad que desplegó escudos de un material de color negro que semejaba cartón envuelto en tela (no lo era, desde luego), Cilia quedó atrás, una sonrisa extraña se congeló en su rostro. ¿Se rió para sus adentros del rompan filas y sálvese quien pueda que protagonizó esa tropa lumpenizada formada a lo largo de la avenida? Verlos correr me hizo reír a carcajadas, así que por qué Cilia no tendría derecho a reírse. O sonreír. Cilia, la sonrisa.

Cilia, la Gioconda trajeada de Chanel. Una Gioconda de la revolución bolivariana, no del renacimiento italiano, valga la aclaratoria. Gorda, que es la peor acusación a una mujer, más es un país como Venezuela, en la miseria pero con ganadoras del Miss Universo en su pasado. En una miseria tal que la gordura de la nomenclatura chavista es un insulto a la delgadez hambrienta de la población.

Dos drones cargados de explosivos C4, dos drones que sin pena ni gloria cayeron, uno de ellos en un edificio cercano a la avenida Bolívar. Hubo un pequeño incendio rápidamente controlado. ¿De verdad tenían explosivos? No sé, tal vez Cilia se lo creyó.

He llamado a Cilia de muchas maneras, de acuerdo a mi humor reflexivo: Cilia Florievna Revoluchenskaia; Cilia Florescu Maduresco; Cilia Zedong; la narco-tía, silenciosa ante el juicio de sus sobrinos por narcotraficantes en New York; Colacha, la esposa de Colacho, diminutivo inventado por la distinguida profesora Eritza Liendo, colega y amiga.

Ahora la llamaré Cilia, la última dama.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006);  Venezuela, el país que siempre nace(Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales(Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: August 7, 2018 at 10:02 pm

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