Essay
Cine globalizado

Cine globalizado

Jean Meyer

La utopía capitalista occidental ha afirmado que el triunfo es suyo y que gobernará el mundo para rato, si no es que para siempre y que la cultura occidental es el punto final de la evolución de todas las civilizaciones. Contra un proyecto colectivo que podría resumirse en la construcción de un gran Mercado Común o de un McMundo, protestan muchas voces frustradas y desilusionadas que se encierran en un antiamericanismo estéril, tan equivocado como la mencionada utopía del Fin de la Historia.

Ciertamente existe una cultura de las refresqueras, aunque no sea cierto que a eso se limite la tan cacareada “cultura de masas”. ¡Pobres masas! El progreso del bienestar gracias a la tecnología ha permitido el desarrollo del tiempo libre y por lo mismo de la cultura del entretenimiento, no solamente en su muy antigua fórmula (imperial romana) de “pan y circo”. La elite cultural ha tenido siempre miedo a las “masas” y al “entretenimiento” y denuncia la pureza de un público que prefiere lo más fácil: Batman, Superman, Spiderman, por encima de Rilke, Godard o Wenders. Nada nuevo bajo el sol.

Esa elite de la cual formo parte y tú también, estimado lector, olvida que los medios masivos audiovisuales permiten también la individualización: uno escoge sus salas de cine, se pasea en Internet y por entre los canales de televisión. Ya pasó la hora de la masa y el individuo se salva, si quiere. ¿Floja la masa?, sí, pero flojos también nosotros que criticamos sus gustos.

Se denuncia que en la globalización el poderío económico de los Estados Unidos —su imperialismo político, militar y cultural— confunde mundialización con americanización, sin embargo no se quiere aceptar que Estados Unidos también se mundializa, se abre al mundo exterior: hace unos años no se podía tomar una buena taza de café en Nueva York, la comida era generalmente execrable para los paladares franceses, mexicanos o chinos; hoy en día la cultura del café y del buen restaurante está triunfando. No olvidemos que la pesadilla de los antinorteamericanos es muy antigua: en 1901 el inglés William Otead publicaba The Americanization of the World, lamentando la desaparición de los idiomas, de las tradiciones, de las identidades nacionales bajo la aplanadora cultura de masas de los Estados Unidos. No decimos otra cosa, sin embargo…

Muchos cineastas comulgan con este triste credo, olvidando que en ningún sector se manifiesta de manera más clara la influencia extranjera que en Hollywood. Si Hollywood se convirtió en una capital cultural, ya que nunca fue una capital exclusivamente estadounidense, no se olvide que su primera estrella fue el inglés Charles Chaplin. Es cierto que el impacto comercial de cine Made in USA es terrible, pero ése es otro problema. No puede desmentirse que el cine nacional de Estados Unidos representa 95% de las entradas en dicho país, en tanto que tras sus fronteras es omnipresente, salvo en la India. En los principales países del mundo las películas estadounidenses cobran entre 60 y 70 de las entradas, la producción nacional entre 20 y 35 y la del resto del mundo se queda con las migajas, apenas del tres al diez por ciento. Hay un cine popular Made in USA a escala mundial, algo de cine por vocación casi exclusivamente nacional y, ¡novedad!, películas de autores por vocación internacional, eficazmente promovidas por una red de festivales internacionales que escapa a Hollywood. Finalmente se debe subrayar la existencia de un interesante cine independiente en los Estados Unidos.

A pesar de este paso comercial, la relación cultural entre Estados Unidos y el resto del mundo no es tan desigual. El coloso de Norteamérica se ha alimentado y sigue alimentándose científica, intelectual y artísticamente de su diálogo con los inmigrantes y el mundo. La idea de una cultura USA capaz de “americanizar” a la tierra entera por medio de Hollywood, Microsoft y AOL Time Warner, no es más que un mito. Estados Unidos sigue siendo un país de inmigrantes, importador y exportador de cultura internacional. Quien dice internacional dice todo lo contrario de globalizado. Dice diversidad, invitación y posibilidad nueva de descubrir al Otro, a sus valores, caras, paisajes, comidas, todo lo diverso, diferente y distinto. Es la confrontación de las culturas en el seno de un descubrimiento permanente, es la puesta en común de los recursos imaginarios de toda la Tierra: la gran voz creadora habla siempre varios idiomas. ¿Cuándo, como ahora, habríamos imaginado ver en mi juventud —nací en 1942— películas de Irán, Turquía, Chipre, Israel, Palestina, China (Taiwán, Tierra firme, Hong Kong), Georgia, Albania, Serbia…? La lista sería interminable.

Es cierto que existe un imaginario mundial de la juventud, pero no es el fruto de un imperialismo cultural que atonte a los consumidores. Existe una circulación acelerada, empezando por los viajeros, como hecho inicial, pero el resultado es tanto una “americanización” del mundo como una “mundialización de los Estados Unidos”; tanto un descubrimiento del Otro como un redescubrimiento de Sí mismo; hasta en sus defectos y ridiculez. ¡Cuánto le debe el reciente cine francés a Hollywood! Sin Hollwood jamás habría superado su pedantería pretenciosa.

Glauber Rocha afirmaba que “el cine es una forma de expresión internacional y (que) un director debe poder hacer películas en todas partes”. Desde sus orígenes, el cine ha inaugurado la internacionalización cultural del siglo XX. En nuestro incipiente siglo XXI no tenemos por qué renunciar a esa dimensión y estoy convencido de que sobra lugar para todas las singulares originalidades en la gran Internacional del Cine. Antes de la Primera Guerra Mundial, un socialista francés, el notable Jean Jaurés, opinaba que un poco de internacionalismo aleja de la patria, pero que mucho internacionalismo nos devuelve a la patria. Eso vale para el cine que es un lenguaje universal y que afirma, precisamente en su lenguaje, lo que dijo hace dos mil años un autor romano: “Nada humano me es extranjero”.


Posted: April 8, 2012 at 9:30 pm

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