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Cómo enfrentan el terror los franceses

Cómo enfrentan el terror los franceses

Mark Lilla

Traducción de David Medina Portillo

Los intelectuales, no menos que los políticos, responden a las crisis sobre la base de lo que creen haber aprendido del pasado. Es difícil distinguir lo realmente nuevo en una emergencia, aún más difícil admitir la ignorancia ante ello. Asumimos instintivamente que lo imprevisto confirma nuestra imagen del mundo antes que la necesidad de cambiarlo. Particularmente, es difícil resistirse a la tentación de ajustar viejas cuentas. La respuesta de los intelectuales norteamericanos a los ataques terroristas del 11 de septiembre y las guerras que les sucedieron fueron un ejemplo de ello. Mirando hacia atrás uno siente que las disputas entre los neoconservadores, los halcones liberales y quienes se oponían a la guerra fueron más bien por las lecciones que podían extraerse de la intervención en Vietnam en lugar de intentar comprender los nuevos desafíos de al-Qaeda y sus potenciales repercusiones para la región.

La respuesta inmediata de los intelectuales franceses a los atentados terroristas de enero de 2015 en París fue similar.1 Durante décadas habían librado una encarnizada polémica por la creciente presencia musulmana en el país o sobre qué tipo de sociedad debían tener en Francia: una república clásica basada en la estricta separación entre la religión y la esfera pública o una sociedad más bien multicultural que reconoce, si no celebra, la “diferencia”. Los asesinatos por parte de musulmanes nacidos en Francia de judíos y periodistas fueron acotados automáticamente bajo dichos términos, es decir, como consecuencia de abandonar el principio de laicidad, o bien, como resultado de la exclusión social de los musulmanes. Es significativo que los libros que mejor describen el estado de ánimo en los meses posteriores a los ataques fueron escritos antes de la tragedia: la áspera polémica de Éric Zemmour; Le Suicide français y la exitosa novela de Michel Houellebecq, Soumission, publicada casi el mismo día de la matanza de Charlie Hebdo.

Los atentados altamente coordinados del pasado mes de noviembre al mando de un grupo de terroristas europeos inspirados por ISIS han trastornado el debate radicalmente. Ya no es posible ignorar el hecho de que el yihadismo internacional es un fenómeno en sí mismo y no el resultado inmediato de abandonar el laicismo o los prejuicios religiosos. Tampoco es posible actuar pasando por alto que la integración de Francia a una Unión Europea con un control débil de sus fronteras externas e internas ha incrementado la amenaza de ataques. En realidad tampoco se puede negar que la repentina y enorme migración proveniente de los países musulmanes como resultado de la guerra civil Siria y el avance militar de ISIS acentúa todavía más el riesgo. Entretanto, se dan intensas disputas políticas sobre las medidas de seguridad que el gobierno francés ha tomado tras los ataques, pero la naturaleza de la amenaza ya no está a discusión.

Cuatro libros aparecidos el año pasado muestran cuán difícil ha sido esta transición.

Charb era el seudónimo de Stéphane Charbonnier, periodista y artista gráfico nacido en las afueras de París en 1967. Empezó a trabajar para Charlie Hebdo en la década de los 90 hasta hacerse cargo de la dirección del semanario en 2009. Su política era ecléctica. Un anarquista libertario que apoyaba al Partido Comunista Francés y a grupos antirracistas, también era un radical en cuestiones de libertad de expresión y, en la antigua tradición voltairiana, detestaba a la religión organizada. Caricaturizó a obispos, rabinos judíos, imanes musulmanes y, cuando la necesidad se presentó, a Dios mismo.

En 2006, año de la controversia sobre las caricaturas de Mahoma aparecidas en un periódico danés, Charlie publicó dichas caricaturas y, a partir de ese momento, estuvo en la mira de los yihadistas islámicos. Las oficinas de la publicación fueron bombardeadas en 2011, Charb comenzó a recibir amenazas de muerte en 2012 y en 2013 Al Qaeda lo sumó a su lista de los más buscados. Nada de esto parecía perturbar a Charb: de hecho, se volvió más combativo y provocador en la edición de papel. En 2014 decidió escribir un breve libro para defender sus puntos de vista sobre la libertad y la religión y cuyo manuscrito concluyó apenas dos días antes de su asesinato.

La justificada ira que irradia su escrito resulta tonificante incluso cuando los argumentos de Charb son débiles. El título en francés, lamentablemente expurgado por el tímido editor norteamericano, reza: “Lettre aux escrocs de l’islamophobie qui font le jeu des racistes”. Charb comienza con una interpelación al lector:

Si usted piensa que criticar a la religión es una expresión de racismo,

Si piensa que “el islam” es el nombre de un pueblo…

Si piensa que alguien con padres musulmanes también debe ser un musulmán…

Si piensa que la popularización del concepto de islamofobia es la mejor manera de defender al Islam,

Si piensa que la defensa del islam es la mejor manera de defender a los musulmanes …

Si piensa que los sionistas que dirigen el mundo le han pagado a un títere para escribir este libro,

Pues bien, feliz lectura, porque esta carta es para usted.

Charb es la voz del republicanismo clásico francés, dispuesto a conceder todo a los individuos como individuos pero nada a los grupos como grupos. Rechaza el término “islamofobia” porque quienes lo utilizan practican el racismo blando de ver a los musulmanes individuales (y sólo a los musulmanes) como representantes de su grupo religioso y, asimismo, ven a quienes pretenden hablar en nombre del grupo como representantes de los individuos musulmanes. Cuando se insulta a una mujer con velo, insiste, debe ser defendida como ciudadano y no por otra razón. El concepto de islamofobia también minimiza la importancia del racismo al combinarlo con la afiliación religiosa. Si un converso al islam blanco solicita un trabajo, insiste Charb, junto con un musulmán árabe igualmente calificado, ¿quién creen que va a conseguirlo? La única manera eficaz y honesta para la izquierda de ayudar a los musulmanes franceses es concentrarse exclusivamente en la justicia racial y económica y en los derechos de los individuos.

Un mundo donde estas distinciones fuesen tan claras como Charb las asume sería más fácil de llevar que el nuestro. Una cosa –valiente y necesaria– es defender a los apologistas del yihadismo y a la policía de la blasfemia y otra censurar a la opinión y la expresión artística. Y otra muy distinta es negar la realidad de los sentimientos de solidaridad de los musulmanes ordinarios, no importa cuán profunda sea su vergüenza y sentido de responsabilidad ante el fundamentalismo. Charb y los republicanos franceses radicales mantienen en escena las batallas del siglo XVIII y XIX contra la Iglesia católica, una poderosa institución religiosa de gran alcance que ostentó su autoridad. No existe una institución semejante en el islam, sólo una comunidad de comunidades de creyentes unidos en una relación colectiva con Dios. Uno no puede ayudar a los ciudadanos musulmanes –ni a nadie en esta materia– si no los acepta como ellos se ven a sí mismos. A menos que, en cierto nivel, uno espere un milagro de la transubstanciación gracias al cual ellos se transformen en hombres como usted. Tal es el narcisismo político al que, heroica y trágicamente, Charb sucumbió.

Hay un tipo diferente de narcisismo en el libro de Emmanuel Todd, Who Is Charlie?: Xenophobia and the New Middle Class. Todd atrajo por primera vez la atención pública en la década de los 70, cuando utilizó datos demográficos para pronosticar el colapso de la Unión Soviética. Todd nunca se sobrepuso a ese acierto, que fue como ganarse la lotería. Y como muchos ganadores de la lotería, desde entonces ha invertido su capital tontamente produciendo libros que anuncian tesis contradictorias que su investigación no puede respaldar.

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Who Is Charlie? pretende escandalizar reelaborando algunos de los trabajos recientes de Todd sobre la geografía política francesa que condenan a los millones que en todo el país marcharon bajo el lema “Je Suis Charlie”. Su gran descubrimiento demográfico consiste en que, según él, las zonas de Francia que han sido históricamente más religiosas, inequitativas y políticamente reaccionarias, han dado a luz a un “catolicismo zombi” secularizado que bloquea todo cambio político significativo y se alimenta del odio a los musulmanes. Esta Clave para Entender Todo revela que las marchas no tenían nada que ver con el duelo de las víctimas o la defensa de la libertad de expresión. Fue una saturnala de catolicismo zombi escenificado para intimidar a los musulmanes. Esto es característico de Todd:

Por todos lados un Charlie gobierno, aunque no saben a dónde van… En enero de 2015 Francia sucumbió a un ataque de histeria colectiva… una reacción sin precedentes en la historia de nuestro país …. [La manifestación] aspiraba primero al poder social, a una forma de dominación… Millones de franceses salieron a las calles para definir, como una prioridad de su sociedad, el derecho a menospreciar a la religión de los débiles… Ser francés no significa que tengas derecho a blasfemar sino que ése precisamente este tu deber… No debemos ir demasiado lejos en absolver a la gente porque no eran conscientes de lo que estaba alentando…

Sin duda es verdad –y psicológicamente apenas sorprendente– que los musulmanes estuvieron poco representados en las manifestaciones dado que los asesinatos estaban relacionados con las caricaturas ofensivas. ¿Pero qué hacer con los miles de musulmanes que se encontraban allí, como yo mismo atestigüé? Se les veía caminar en grupos sosteniendo en alto las banderas de Francia y de sus tierras ancestrales, al igual que algunos judíos que enarbolaban la bandera de Israel junto con la de Francia. Estos grupos marcharon unos al lado de otros. Supongo que tendríamos que incluirlos también entre los zombies católicos. Como la única persona capaz de desentrañar la falsa conciencia de sus conciudadanos, Todd debe llevar una pesada carga. Tal vez eso explica el tono de su libro: la diatriba de un hombre desaliñado importunando a los peatones en una intersección muy concurrida.

Los libros de Charb y Todd no tratan realmente sobre los musulmanes franceses o el terrorismo. Expresan la extenuada y autorreferencial pregunta: ¿Qué significa ser de izquierda? Por ello contribuyen poco a aclarar el presente. France’s Situation, del filósofo Pierre Manent, es muy diferente. Manent no está en la izquierda ni puede ser clasificado fácilmente en la derecha; es un católico con deudas repartidas entre el gran liberal francés Raymond Aron y el filósofo político Leo Strauss. Su independencia de estas categorías convencionales lo libera al grado de externar una pregunta muy poco convencional a propósito de la situación francesa: en términos prácticos, ¿qué acuerdo podemos imaginar entre el islam y la república francesa asumiendo al islam y a Francia tal y como son?

El análisis de Manent se basa en la distinción, heredada de Montesquieu, entre el orden explícito y formal de una sociedad legal (les lois) y el orden implícito de las costumbres, los hábitos y las creencias que los enlazan a todos (les moeurs). De acuerdo con él, esta distinción nos ayuda a entender por qué la integración de los musulmanes en Europa ha resultado tan difícil. Los europeos seculares piensan hoy en términos del principio de los derechos individuales y no aceptan la autoridad de les moeurs sociales. Preferirían olvidar su deuda continua con los supuestos culturales cristianos, como la autodeterminación de los individuos y la prioridad moral de la experiencia interior.

Por el contrario y según Manent, los musulmanes asumen la moral comunal por encima de la libertad individual, una asunción que, a lo largo de la historia, la mayoría de las sociedades en la mayoría de los tiempos y lugares también ha hecho. En consecuencia, a Manent le resulta comprensible que los musulmanes vean las ideas modernas de libertad como otro conjunto de moeurs culturales y experimenten cierta condescendencia por los occidentales pronunciando conferencias sobre derechos humanos.

Tomando estas dos perspectivas incompatibles como algo dado, Manent considera que el desafío práctico que los países europeos enfrentan hoy en día consiste en hallar la manera de mantener la independencia de la ley al mismo tiempo que el reconocimientos de los moeurs que los musulmanes consideran legítimos. Propone así algo que para los franceses significa un enfoque del problema radicalmente nuevo:

Nuestro régimen debe ceder y aceptar abiertamente los moeurs musulmanes. Los musulmanes son nuestros conciudadanos. No establecimos ninguna condición cuando llegaron y ellos no han infringido ninguna. Habiendo sido aceptados en igualdad tienen todos los motivos para suponer que fueron aceptados “como son”. Nuestros conciudadanos musulmanes son suficientemente numerosos, están lo suficientemente seguros de su justicia y suficientemente unidos a sus creencias y moeurs que nuestro sistema de gobierno ha sido transformado significativamente, si no esencialmente, por su presencia. No tenemos más opción que aceptar este hecho.

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Estas sentencias tienen conmocionado a todo el espectro político. Pero las propuestas concretas de Manent para adaptarse a la presencia musulmana son modestas y, la mayoría, de sentido común como, por ejemplo, ofrecer alimentos en los comedores escolares que se ajusten a la práctica religiosa, establecer horas de natación separadas para niños y niñas en las piscinas municipales (práctica habitual alguna vez), permitir atuendos religiosos como el velo en las escuelas y los edificios públicos. (Manent rechaza el velo sobre todo el rostro femenino como una afrenta a la sociabilidad básica, señalando que en Occidente sólo los verdugos fueron obligados a cubrir su cabeza y rostro siempre).2

Esto en cuanto a les moeurs. Respecto de les lois Manent insiste en que los derechos a la libertad de expresión deben mantenerse intactos. Insta a los musulmanes a declarar su independencia de los países extranjeros que financian mezquitas y suministran imanes para, de esa forma, volverse políticamente más activos como ciudadanos. Esto, sugiere razonablemente, enviaría un mensaje a la nación francesa –y a todo el mundo musulmán– mostrando que la unión comunal del islam es compatible con la ciudadanía democrática.

Si Manent hubiera querido convencer realmente a los lectores sobre la prudencia de esta adaptación, France’s Situation habría sido un poderoso panfleto. Desafortunadamente, a veces se deja llevar por lo que parece un libelo más obsesionado con el pasado, una amarga reflexión sobre la decadencia de Francia, desde una república viril apoyada sobre les moeurs católicos hasta su transformación en una sociedad despolitizada, individualista y secular, que intenta desaparecer en el pantano sin forma de la Unión Europea. Puesto que, según Manent, el islam surgió en una Europa que psicológicamente “se despojó a sí misma de su religión y de sus antiguas naciones”, los europeos suponen que los musulmanes abandonarán sus moeurs también y, con gratitudes, adoptarán la ideología moderna de los derechos humanos.

Nada de ello ha ocurrido debido a que, en opinión de Manet, los musulmanes entienden algo que la Europa secular no: los moeurs fuertes enlazan a la comunidad, triunfando sobre los principios políticos abstractos de los individuos aislados. (Esta fue también la tesis fundamental de Soumission, de Houellebecq.) Si Francia hubiera conservado un sentido de sí misma como un Estado-nación soberano con un legado moral cristiano y un propósito político común, la asimilación podría haber sido más fácil ya que, paradójicamente, los musulmanes habrían tenido que negociar con otro sentido de pertenencia también profundo. Pero en el vacío era inevitable que el grupo que ofrece significado, apego colectivo e, incluso, ambición global, dominaría. Es por ello que, concluye, “una islamización por default es ahora la verdad oculta de nuestra condición”. Un olor de malsana alegría emana de estas páginas, como si Manent se esforzara para no decir abiertamente que la Europa contemporánea se lo merecía.

Manent ha escrito varios libros clarividentes sobre el ascenso del individualismo moderno y el destino de Europa. Pero France’s Situation es demasiado intempestivo y, al final, un libro incoherente. En una página el autor es el espectador comprometido tratando de ofrecer –como Aron en sus certeros escritos sobre la guerra de Argelia– una evaluación realista de la crisis actual y el camino a seguir; en la siguiente, el mismo autor cae en la retórica reaccionaria de la guerra cultural, la resistencia, el renacimiento y el despertar nacional. El lector llega a pensar que para Manent –como para Charb– los problemas de la integración de los musulmanes y el yihadismo son, sobre todo, ocasiones para saldar viejas cuentas.

Gilles Kepel –uno de los principales expertos sobre los musulmanes franceses y, en general, sobre el mundo musulmán– ha descrito a France’s Situation como el libro “más estructurado, doloroso y paradójico” escrito tras las matanzas de enero. A su vez, el título reciente de Kepel posee un enfoque muy diferente y mucho más fructífero. No se complace en reflexiones sobre el ideal libertario de la sociedad, la irrupción zombi, el derrotero de la historia moderna o el final del alma europea. Kepel desea saber una cosa: ¿Qué evolución de los últimos decenios preparó el camino para los ataques terroristas de 2015? Su modestia y perseverancia hacen de Terror in the Hexagon uno de los libro de lectura imprescindible sobre la Francia actual.

KEPEL

Kepel muestra dos virtudes al escribir sobre este tema. La primera es que, tras haber dedicado varios libros a ello, está muy al tanto de los múltiples factores que contribuyen a la crisis actual, al grado de que es inmune a un tratamiento que privilegie alguno de esos factores. Concede así la misma importancia a las condiciones sociales y económicas de Francia, los acontecimientos religiosos del mundo musulmán en general, las variables políticas nacionales e internacionales e, incluso, a la cultura popular y aun tecnológica. Kepel no trata a los musulmanes franceses como un grupo plenamente homogéneo y, en este sentido, se muestra especialmente atento a las diferencias generacionales, las que ocupan el centro de su historia.

Su segunda virtud es que tiene la sensibilidad de un historiador, no la de un científico social o un filósofo. Kepel sabe que las condiciones sociales y los moeurs por sí solos no pueden explicar los fenómenos políticos, que los sucesos difundidos en tiempo real agudizan su recepción y, de ese modo, motivan la acción. Su decisión de organizar Terror in the Hexagon como una crónica libre (a veces demasiado suelta), centrada principalmente en los acontecimientos ocurridos durante la década comprendida entre 2005 y los ataques de 2015, fue prudente. La lectura se sucede como esos mapas atmosféricos de las noticias nocturnas que muestran, cuadro a cuadro, los diferentes frentes fríos y cálidos, los sistemas de alta y baja presión entrando en contacto para, luego, producir una tormenta.

Kepel comienza en 1983. En octubre de ese año se llevó a cabo una marcha no violenta en Marsella en protesta por la intimidación policial y el asesinato de un activista árabe musulmán. Los manifestantes mantuvieron su marcha y, poco a poco, cruzaron el país hasta llegar finalmente a París, donde fueron recibidos por una manifestación de más de 100.000 simpatizantes. Según Kepel, esta marcha por la igualdad y contra el racismo significó toda una ruptura generacional y el nacimiento de una nueva auto-conciencia política entre los musulmanes franceses. A diferencia de sus padres, la mayor parte de esta segunda generación había nacido en Francia, se educó en las escuelas de este país y adoptó su idioma. Parecían encaminados en una asimilación al orden republicano francés y, de ese modo, se convirtieron en una fuerza política de izquierda, sobre todo a nivel local. Así lo hicieron en la medida en que parecía que nadie representaría a los musulmanes franceses en las próximas dos décadas.

Sin embargo, durante esas mismas décadas el vasto mundo musulmán estaba girando en sentido contrario. El yihadismo internacional, nacido de la guerra emprendida por la Unión Soviética para expulsarlos de Afganistán, plantó cabezas de playa en toda la región. Los movimientos teológico fundamentalistas –la Hermandad Musulmana egipcia, el sudasiático Tablighi Jamaat [Hermanos Predicadores], los Salafitas saudíes– estaban avanzando también en las poblaciones musulmanas de todo el mundo. Todo esto incluía a Francia, aunque sólo los especialistas como Kepel registraron su creciente influencia en las zonas musulmanas más pobres. A mediados de los 90 hubo sólo un puñado de ataques terroristas islámicos en París, pero eran efectos colaterales de la guerra civil en Argelia y no el resultado de operaciones domésticas. Ciertamente, en las dos décadas posteriores a la marcha no se percibía un cambio mayor en las actitudes ordinarias de los musulmanes franceses hacia Francia o en las perspectivas del terrorismo de cosecha propia.

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Esto cambió en 2005, año clave en la historia de Kepel. Fue entonces cuando los disturbios en los suburbios pobres y fuertemente musulmanes estallaron en todo el país, llevando el problema de las barriadas a la atención pública y provocando el primer estado de emergencia en la Francia continental desde la guerra de Argelia. (El segundo se dio tras la matanza del bar Bataclan el año pasado.) Los enfrentamientos fueron provocados por un incidente aparentemente menor en Clichy-sur-Bois, en las afueras de París. En ese octubre Nicolas Sarkozy, entonces ministro del interior proyectando una campaña electoral en la que esperaba atraer a los votantes del Frente Nacional, visitó un barrio cercano mayoritariamente musulmán donde prometió barrer “a manguerazos” a las “pandillas de escoria” que cometían delitos.

Al día siguiente, dos jóvenes musulmanes de Clichy, inocentes de cualquier crimen, se escondieron en un transformador eléctrico mientras huían de la policía electrocutándose, lo que desencadenó una revuelta. Días más tarde la policía utilizó gases lacrimógenos en las afueras de una mezquita local llena de fieles reunidos por las oraciones del Ramadán, inflamando aún más una situación que, ahora, podía ser interpretada como un ataque contra el islam mismo. Los disturbios nocturnos sacudieron los suburbios de todo el país en las siguientes tres semanas, dejando nueve mil vehículos incendiados y daños a la propiedad por más de 200 millones de euros.

En opinión de Kepel fueron estos acontecimientos los que cristalizaron una nueva conciencia entre la tercera generación política de los jóvenes musulmanes franceses, quienes se han vuelto sensibles a la atracción del fundamentalismo de una manera nunca vista en las generaciones anteriores. Aunque en términos de idioma, educación y cultura pop se hallan sumamente asimilados, no se encuentran vinculados a la política nacional, identificándose cada vez más con las condiciones, reales e imaginarias, de los musulmanes de todo el mundo. Una manifestación de rechazo al Frente Nacional no los llevará a las calles pero sí otra en oposición al bombardeo israelí de Gaza. Se ven menos como musulmanes de Francia que como parte de un proletariado religioso mundial víctima de la islamofobia y el colonialismo.

Se ha experimentado, en otras palabras, un cambio muy perceptible en la sensibilidad política. Pero para una parte de esta generación parecía necesario algo más y, de ese modo, comenzaron a ser “re-islamizados”, como sugiere Kepel –aunque “islamizados” sería un término más preciso ya que la mayoría no tienen una educación musulmana. Acatar el halal [conjunto de prácticas permitidas por la religión musulmana], como el velo o la barba crecida, se ha convertido en insignia de identidad. Se trata de una psicología compleja. Cuando las mujeres jóvenes que llevan velo son entrevistadas por la prensa, no es raro escucharlas decir que lo hacen por dos razones básicamente incompatibles: porque el Corán lo requiere y, asimismo, porque es parte de sus derechos individuales poder hacerlo.

Una gran parte de Terrorism in the Hexagon documenta detalladamente cómo los yihadistas internacionales, ayudados enormemente por internet (YouTube fue fundado también en 2005), comenzaron la pesca de reclutas dentro de este subgrupo y cómo las células nacionales y autónomas destinadas a atacar Francia comenzaron a formarse. Sin embargo, resulta aún más fascinante el análisis del desarrollo paralelo del islamismo francés y la derecha radical en este periodo de Kepel. Tras el declive de la solidaridad de la clase obrera, ésta fue sustituida –sugiere el autor– por dos imágenes del mundo muy diferentes. Los blancos marginados comenzaron a verse a sí mismos como parte de la lucha entre los franceses “nativos” y los “inmigrantes”, es decir, todos los musulmanes en Francia. Por su parte, los musulmanes marginados comenzaron a aceptar la imagen de una lucha eterna entre el islam y los infieles, enemigos de los fundamentalistas. Kepel da seguimiento a esta comparación en todo su libro señalando cómo en la última década internet ha asistido el desarrollo tanto de una “fachoesfera” que expresa la ira nacionalista, como a una “yihadesfera” que refleja a los musulmanes, ambos con sitios web que resultan sorprendentemente similares hasta en sus expresiones de odio virulento hacia los judíos.

El importantísimo libro de Gilles Kepel es la mejor explicación que tenemos de todos los factores y acontecimientos que ayudaron a crear la situación actual. También es el más recientemente publicado, saliendo justo después de los ataques al bar Bataclan de noviembre pasado. Aún así, deja necesariamente fuera dos nuevos factores: el creciente miedo del público a nuevos ataques y los esfuerzos del gobierno por apaciguar ese miedo. Como escribí hace poco, estos esfuerzos incluyen un estado de emergencia que, por ahora, otorga a la policía y a los tribunales poderes extraordinarios para operar sin orden judicial ni otras formalidades legales.3 Esto podría incluir también una reforma constitucional que permitiría al gobierno despojar de la ciudadanía a los acusados de terrorismo, una medida muy polémica con repercusiones potencialmente explosivas. Los comentaristas musulmanes se quejan de que semejante política podría proporcionar un golpe de propaganda a los islamistas radicales, quienes tratarán de persuadir a los jóvenes en el sentido de que Francia no es su hogar y, en consecuencia, debe ser tratada como territorio enemigo. El gran valor de libro de Kepel es que nos familiariza con el mapa del tiempo político en Francia y nos ayuda a entender por qué hay más tormentas en camino.

Traducción de David Medina Portillo

REFRENCIAS:

Open Letter: On Blasphemy, Islamophobia, and the True Enemies of Free Expression

Charb, with a foreword by Adam Gopnik (Little, Brown, 82 pp.)

Who Is Charlie?: Xenophobia and the New Middle Class

Emmanuel Todd, translated from the French by Andrew Brown, with maps and diagrams by Philippe Laforgue. (Polity, 211 pp.)

Situation de la France

Pierre Manent (Desclée de Brouwer, 173 pp.).

Terreur dans l’Hexagone: Genèse du djihad français

Gilles Kepel, with Antoine Jardin (Gallimard, 330 pp.).

NOTAS

1 Ver mis artículos “France on Fire”, The New York Review, 5 de marzo de 2015, y “France: A Strange Defeat”, The New York Review, 19 de marzo de 2015.

2 Manent admite que la subordinación de las mujeres musulmanas plantea el más serio desafío a su actitud de aceptar los moeurs de los inmigrantes en Francia. Sostiene que la poligamia está explícitamente descartada por la ley, de modo que debe ser rechazada, pero otras costumbres de los inmigrantes relativas al género, la sexualidad y el matrimonio se aceptaron tácitamente cuando fueron recibidos y, por lo tanto, deben ser ratificadas ahora. Aunque Manent no dice nada sobre si la aceptación implícita de las costumbres de una generación debería extenderse a las generaciones posteriores; por ejemplo, ¿los padres inmigrantes deben o no tener derecho a forzar el matrimonio arreglado de sus hijos o a practicarles la circuncisión?

3 Ver mi artículo “France: Is There a Way Out?”, The New York Review, 10 de marzo de 2016.

© Texto publicado previamente en The New York Review of Books, con cuyo permiso se edita en español

  ML chicoMark Lilla (Detroit, 1956), ensayista, historiador de las ideas y profesor de la Universidad de Columbia, es colaborador frecuente de The New Yorker, The New York Review of Books y de The New York Times.


Posted: April 10, 2016 at 11:05 pm

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