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¿Cómo narrar lo inenarrable?
COLUMN/COLUMNA

¿Cómo narrar lo inenarrable?

Sandra Lorenzano

Sobre Operación masacre, de Rodolfo Walsh

…el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra.
Rodolfo Walsh, 1968

 

El 25 de marzo de 1977 Rodolfo Walsh —periodista, intelectual, militante político— fue asesinado. El autor de obras fundamentales de nuestra literatura como ¿Quién mató a Rosendo?, Los oficios terrestres o Un oscuro día de justicia, llevaba un par de meses escribiendo de manera apasionada y dolorosa la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. En ella denunciaba los crímenes de la dictadura, las torturas, las desapariciones, los asesinatos, la pauperización de la sociedad argentina, la violencia cotidiana. “Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”, escribió en esas páginas. Alcanzó a distribuir algunas copias que circularon de manera clandestina tanto dentro como fuera de la Argentina, y un día después del primer aniversario del golpe militar, cayó en una emboscada y fue secuestrado y asesinado. Nunca se recuperó su cuerpo.

Es imposible leer hoy Operación masacre y no pensar en la dictadura militar argentina y en este brutal crimen. Es imposible no leer este excepcional libro, que acaba de editar en México la Dirección de Literatura de la UNAM, como el inicio de un recorrido estético, pero sobre todo ético, que teje sin saberlo su propio final. Leída hoy esta denuncia de los fusilamientos cometidos en la localidad de José León Suárez, por el violento gobierno de la llamada Revolución Libertadora, que había derrocado a Perón en 1955, marca en cierto sentido el inicio de la tragedia de un autor y de un país. Haga lo que haga Walsh a partir de ese momento, sabemos que ha escrito el libro que inaugura su condena.

En estas páginas publicadas en 1957 está ya una de las preguntas que articulará su literatura junto con la reflexión sobre la responsabilidad del intelectual que aparece en el epígrafe, y es la pregunta sobre la literatura ante el horror: la represión, los campos de concentración, la muerte. ¿Cómo narrar lo inenarrable? La casi imposible transmisión del horror habla de una nueva relación de la literatura con los límites. Más allá de ellos, sólo queda el silencio.

Ricardo Piglia imagina esta pregunta como la sexta propuesta de Ítalo Calvino en su libro Seis propuestas para el próximo milenio, que en realidad, como sabemos, fueron cinco.

Una de las respuestas que el propio Walsh articula tiene que ver con el desplazamiento de la voz narrativa. Y quizás esta estrategia sea más clara que en ningún otro sitio en la desgarradora carta que le escribe a su hija Vicki después de que fuera asesinada por la dictadura —la de 1976—1983, la de los 30 mil desaparecidos, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el terror impuesto como práctica cotidiana—. La carta, que circuló de manera clandestina, comienza con este párrafo:

La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en una reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé con ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después le dije a Mariana y Pablo: “Era mi hija”.

El nombre dicho por otro, por un desconocido, abre la carta; su propio dolor reconocido en las palabras de alguien más, la cierra:

Hoy en el tren un hombre decía: ‘Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año’. Hablaba por él pero también por mí.

Se ha hablado mucho con respecto a Operación masacre, sin duda uno de los grandes textos de la “literatura documental” de América Latina, de la frase clave que da origen al trabajo de investigación y a la propia escritura que denuncia los fusilamientos. Esa frase, relatada en el prólogo, es: “Hay un fusilado que vive”. Inquietante, sin duda, y por lo mismo un reto para el periodista de investigación que era Walsh. Más adelante dice:

Esa es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse. Es que uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito, piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones, piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas. (…) Es cosa de reírse, a doce años de distancia porque se pueden revisar las colecciones de los diarios, y esta historia no existió ni existe. (p.13)

Resuenan en mí aquellos versos del “Memorial de Tlatelolco” de Rosario Castellanos cuando dice, sobre la matanza del 2 de octubre: “¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie. / La plaza amaneció barrida; los periódicos / dieron como noticia principal / el estado del tiempo.” La literatura –la poesía, la crónica— recupera lo que el poder intenta borrar.

“Hay un fusilado que vive” es el enunciado que guarda dentro de sí toda la historia. Sin embargo, sólo el silencio rodeó el episodio. Uno más de los silencios sobre los que se ha construido la Argentina. Silencio, borramiento, desaparición. ¿O acaso no llamamos –por poner sólo un ejemplo— “campaña al desierto” al exterminio de indígenas sobre el cual se constituyó el estado liberal durante el siglo XIX? ¿Al “desierto”? Con una sola palabra hicimos desaparecer siglos de historia y de cultura. Ejemplos similares se repiten a lo largo de las épocas.

Rodolfo Walsh convierte a sus personajes en seres entrañables cuyo destino –como en una tragedia clásica— ya conocemos, como conocemos, decíamos, el destino del propio escritor. ¿Será la “novela sin ficción”, el “new journalism”, el “periodismo narrativo” o como queramos llamar a este género que el argentino inaugura nueve años antes de que Truman Capote publicara A sangre fría, una nueva forma de la tragedia? Los nuevos héroes serían, entonces, estos “hombres sin atributos” de la modernidad (como hubiera dicho Musil), a los que sabemos condenados por el destino desde el comienzo.

A partir de la publicación de esta obra, el autor del excepcional relato “Esa mujer” propone una literatura sin ficción como forma de cumplir con su compromiso social y político.

Es imposible leer hoy Operación masacre, señalábamos, y no pensar en el recorrido estético, pero sobre todo ético, de Walsh y en su doloroso y aún impune final.

Pero también es imposible –como lo señaló Jorge Volpi en la presentación del libro—, leerlo y no pensar en los 43 estudiantes de Ayotzinapa, o en los más de 37 mil desaparecidos de México. Las heridas atraviesan nuestro continente.

Me quedo, para cerrar, con la frase final de la “Carta a Vicki”:

Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía.

El verdadero cementerio es la memoria. En nuestra memoria y en estas páginas está Rodolfo Walsh, y están nuestros muertos, con nosotros para siempre.

 

Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.

 

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Posted: December 12, 2018 at 10:20 pm

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