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Contracorriente

Contracorriente

Malva Flores

Tedi López Mills
Contracorriente
México: Era/Conaculta, 2006.

 

No es ningún hallazgo señalar que una de las funciones de la poesía es —y ha sido siempre— responder a las preguntas esenciales; ni tampoco decir que, en su esclarecimiento, el poeta puede recorrer varios caminos cuyo resultado también puede, en general, agruparse en dos vías: aquella poesía que revela las respuestas pues el mundo se le presenta como el sitio privilegiado donde éstas ya están ahí, y sólo necesitan la mirada y la voz del poeta que las haga evidentes (aunque en su revelación recorran tortuosos caminos), o aquella otra que, buscando, sólo encuentra la reiteración de la pregunta, transformada, por gracia de la palabra y el pensamiento, en otras tantas preguntas, hijas de la Hidra que es la Idea.

A esta segunda estirpe pertenece Tedi López Mills, quien desde hace ya varios años ha venido escribiendo —escribiéndose— preguntas que son muchas y la misma y que atañen al cuestionamiento del ser. “¿Qué conoces?” es, de algún modo, ¿quién eres?, y más perturbador aún, “¿eres y no eres?” En el camino de este análisis aparecen respuestas que son, como ya había adelantado, sólo el inicio de otras, nuevas, interrogantes
derivadas pero que, en el fondo, atañen al problema de la verdad (“suena a verdad la mentira”, dice al inicio) y, necesariamente,
los de su contraparte:

[…] eres y soy, cuánto arte en el ocultamiento,/
debajo la alegoría se destripa, mata metáforas, agua di
que no se asemeja a nada en su flujo cotidiano, ¿me tritura qué?
cualquier certeza es prejuicio.

Y entonces el poeta busca “entre la naturaleza especultiva” —especulación constante sus palabras—, un sitio de “verdad”; es decir, “un argumento de orden, cosas antes que palabras, jardín/ en lugar de la página descrita”. Pero esta búsqueda la hace a contracorriente y con los únicos elementos de los que dispone —la memoria, la lengua—, en el río de palabras que el poeta es: como salmón en el abecedario del agua. Aunque el impedimento para saber parta —en una aventura recurrente— desde el mismo ojo de donde nace el líquido del pensamiento: “otra vez no sé lo que sé”.

¿A quién pregunta la voz del poeta? Sabemos que a sí mismo, aunque imponga condición destinataria. Los tantos tús son para alguien, pero en primera y última instancia son para el poeta mismo. El uso de esa segunda persona a quien habla el poema es algo ya tratado por Tedi en todos sus libros anteriores, si bien Segunda persona (1994) sería el que con mayor evidencia distancia al “otro” de la voz poética (ella misma observada con la distancia que otorga el lenguaje): “No hay nadie aquí que escuche:/ tú eres quien quise ser”. En Contracorriente —que como Un lugar ajeno (1993) es otro poema de larga extensión con marcadas notas autobiográficas, genealógicas sería mejor decir— parece existir un destinatario real, personaje nuclear del poemario —un hermano adjetivado de muchas maneras posibles mediante un lenguaje que, llevado a su extremo, se violenta a cada instante, como la violencia misma de lo que va diciendo—. Pero en realidad no importa conocer la circunstancia “real” del “personaje” (hermano, amigo, tal vez padre), ni de los otros personajes (“la señora”, “el diablo”, “la niña”, etc.) a quienes, por cierto, la poeta dedica el libro, sino asistir a un acto de lenguaje, aunque este acto sea, de algún modo, algún pecado: el de la interpretación.

Dice Tedi: “no peco de otro modo salvo interpretando”, y no otra cosa es el destino del poeta. Interpretación de la memoria a través de la palabra, Contracorriente también insiste en otro de sus temas favoritos: la condición del origen como una circunstancia anómala, dividida, que, en su caso, le permite advertir “la evidencia de las paradojas”: “[…] la señora me cuenta […] lo genuinamente mexicano,/ y oigo pensando, ese apelativo que se pega con un laberinto adicional / en la oreja, solariego entre mis bastidores, ese rito de cascos y coronas, / será la nación, mi señora de tiza, de borla de esquila, lo será esa resolana/ entre tabiques, esa racha de mala política, ese difuso grafiti de alguna idea/ de país camino a la tiesura de una pancarta, ¿genuinamente mexicano?, señora/ lírica, por mi parque de arboledas divulga una rata la misma historia…”

En un hermoso texto autobiográfico, publicado hace algunos años —“Bifurcaciones”— la autora planteaba el asunto de la convivencia difícil de las lenguas, dada su condición bilingüe y, al mismo tiempo, la escisión que esa doble naturaleza la ha acompañado siempre y ha permitido que en casi toda su obra advirtamos el alejamiento del yo lírico del sujeto poético, vistos como algún otro, en otra orilla. En Contracorriente esa situación llega a su límite en medio de la difícil “labor de los afectos”:

quererte aquí, por obediencia, refugiarme allá, en remilgo de bodegones,
cuando se pierde el ímpetu, la bondad incierta de ir agradeciendo,
derrochando río, agua lisa a veces tan última, si se regara a cántaros,
como nunca ocurre devolvería mi obsequio: esa persona, tildada
de mí en la orilla, que me ve siempre pasar.

En “Bifurcaciones” Tedi ya señalaba: “¿cómo se atrapa el idioma con idioma? Mejor dejarlo correr y examinar la forma de esa fuga. Quizá sólo haya eso. O quizá la definición de Brodsky sea la más adecuada: la conciencia no se inicia con la primera frase sino con la primera mentira”.

La forma de esa fuga es, de algún modo, esta Contracorriente, notable poemario donde no existen certidumbres, quizá sólo la idea de que “ayer siempre ocurre al día siguiente” y que “aquí sucede únicamente lo que sucede”. Entre esas dos instancias del tiempo y de los hechos, una forma de misericordia va quedando en el lugar de las palabras hasta que, terminado el decurso del agua —esos ríos de la conciencia y la memoria—,
la poeta se mira en su reflejo y quizá, recordando el camino que la ha llevado hasta allí, decide al fin, mirarse en él e irse.


Posted: April 8, 2012 at 9:20 pm

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