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Crónica cubana
COLUMN/COLUMNA

Crónica cubana

Rose Mary Salum

Pienso en Matanzas, en su gente, en sus carencias, en el encierro rodeado de mar, en el deseo de ser algo más sin saber qué. Pienso en el discurso de Castro cuando visitó Princeton el abril del año 59 y dijo ante una concurrida audiencia de estudiantes que era posible revolucionar al pueblo cuando éste no estaba hambriento. Pienso que la revolución “moral”, como gustaba llamarla, trajo consigo la ausencia de pertenencias materiales y con ello una dosis importante de generosidad. Pero también me inclino a creer que el costo ha sido muy alto, que nunca llegó —o mejor, no se sostuvo— tal bonanza moral y económica y la promesa se perdió en el camino. Eso me digo mientras enciendo la televisión de un hostal matancero durante una semana tan calurosa que ha roto los récords históricos del puerto cubano. En uno de los canales reconozco a Rocky Balboa, el famoso personaje de la serie de películas concebida por Silvester Stallone. En otro, los videos musicales de MTV. En ese instante llega la epifanía: me encuentro en Cuba y en lugar de escucharle a Fidel los acostumbrados discursos para adoctrinar a su audiencia, veo programas norteamericanos. Todo esto sucede cuando ya se ha producido la histórica reunión entre Obama y Raúl Castro, cuando a las pocas semanas se promete el restablecimiento de las embajadas respectivas en ambos países, cuando me encuentro con Alfredo Corchado, el periodista del Dallas Morning News, escribiendo reportajes sobre industriales tejanos explorando posibilidades de inversión. Mientras veo incrédula desarrollarse el melodrama entre el personaje de Rocky y su contrincante, muy cerca del aire acondicionado para calmar los efectos de la canícula, vuelve la duda: ¿valieron la pena tantos años de carencias y constantes intentos para mejorar las condiciones internas del país?, ¿sirvieron de algo los desencuentros en el ring de la política internacional para acabar perpetuando el American Dream? En ese instante alguien levanta el brazo de Rocky Balboa declarándolo el ganador.

Esta no era la primera ocasión que visitaba la isla. En el primer viaje mi familia y yo llegamos a La Habana exclusivamente como turistas. Íbamos, por recomendación de mis padres, a ser testigos de lo que en esos momentos era uno de los últimos países socialistas en del mundo…, o comunistas como muchos lo acostumbraban llamar. La isla y su gente nos conquistó, una suerte de idealización del entorno nos hizo pensar que ese país era un lugar utópico: allí se vivía sin las falsas necesidades de la sociedad de consumo, casi en un estado paradisíaco porque habían sobrevivido, o mejor, domado, todo deseo material. Ellos podían sostenerse con lo indispensable y desarrollarse en los aspectos que en realidad valían la pena: la educación y la medicina, la familia y los amigos. Era, en pocas palabras, el ideal que algunos maestros de la universidad nos había inculcado cuando nos decían que el mundo se dirigía al socialismo (que no comunismo, etapa social que sólo se alcanzaría, según ellos, hasta el momento en que el gobierno del proletariado desapareciera y se le otorgara a cada cual según sus necesidades). Mi estancia, en esos momentos, obliteró  cuanta noticia había leído sobre la precaria situación cubana.

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Esta vez, sin embargo, había ido a Cuba en circunstancias distintas. La editorial Vigía me había invitado a celebrar sus primeros 30 años de vida y a presentar la versión corta de mi libro más reciente: Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos. En esta ocasión no era una turista convencional: era parte de una editorial, de una ciudad desconectada con sus propios usos y costumbres, de una economía escindida por dos monedas, era una más de las personas que se formaban horas bajo el sol para conseguir algo menos que lo básico. Cuando cabildeaba a los compañeros para conocer su posición con respecto a la histórica entrevista, las respuestas variaban: había a quien se le veía muy optimista y a quien receloso. Un encuentro entre dirigentes no iba a cambiar la situación diaria de cada persona, pero la esperanza de que éste sería el principio del fin, se mantenía presente. Ahora sabemos que las embajadas han despertado de un largo letargo, que hay inversionistas interesados en instalarse en la isla, que el Papa irá en otoño, que es la primera vez en 70 años que un senador estadounidense vuelve al país a, entre otras cosas, izar la bandera norteamericana por primera vez en muchos años, que Cuba ha puesto pausa a la retórica socialista para entregarse de lleno a la capitalista. Las emociones son diversas, al fin acaba la división maniquea del imperialismo yanqui y su bloqueo descarnado, de la Cuba orgullosa buscando otros caminos económicos para subsistir, de los que salieron y los que permanecieron. Al fin se vislumbra un final a esta dura fragmentación, la idea paralizante de que la vida podría estar transcurriendo en otra parte, como me lo confesó mi anfitriona, la poeta Laura Ruiz.

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Mi visita, ya lo decía, fue conmovedora para mí: durante unos días fui una habitante más; pude convivir con las ideas de intelectuales como Margaret Randall, que en los años setenta habitaron la isla buscando un país más consciente de las necesidades del otro, un país desafiante que podría dar a sus camaradas todo lo que el imperialismo les había quitado. Gocé la arquitectura colonial, la cálida hospitalidad de sus habitantes y la ropa vieja. Platiqué largamente con los jóvenes, sus sueños personales, su curiosidad y asombro frente a Facebook y su percepción con respecto al futuro cubano: la lucha de los años sesentas pudo haber funcionado entonces, pero ahora era prácticamente obsoleta. Con todo y eso, esta vez percibía una molestia constante, como una piedra en el zapato, entonces el sentimiento surgió aún más poderoso y se volvió una constante: ¿valió la pena toda vivencia, todo sacrificio, toda pérdida para llegar al mismo punto, sólo que esta vez más empobrecidos, más cansados y con la mitad de la población viviendo en el exilio y sumamente polarizada?

Cada vez que pienso en Cuba pienso en un engaño, en una desventaja, en una persona mutilada, sin piernas, sin brazos y sin los elementos para reincorporarse a un mundo dirigido por teléfonos celulares, computadoras y la competencia más descarnada.

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Algo cambió desde mi regreso de Matanzas y no puedo dejar de recordarlo. Veo al país y su sistema de otra forma. Pienso en su gente, en cómo se ingenian para conseguir lo básico sin tener la certeza de conseguirlo, en su economía dual separada por un abismo, en sus logros en el área de la ciencia y el arte. Pienso en el encierro rodeado de mar, en el deseo de ser algo más a sabiendas de no existir los recursos. Pienso en una suerte de incoherencia histórica y entonces recuerdo a Camus: “Lo absurdo no libera, ata”.

RoseMarySalumRose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de El agua que mece el silencio (Vaso Roto 2015) y Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing 2013) entre otros. Su twitter @rosemarysalum


©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: August 17, 2015 at 10:39 pm

There are 2 comments for this article
  1. Mario Lopez at 12:52 pm

    Excelente articulo, lleno de verdad. Por algo llaman al vuelo hacia Cuba “El túnel del tiempo”, es regresar al pasado, es ver como todo quedó en pausa desde que supuestamente se liberaron del “capitalismo opresor”; es ver como los sueños se transforman en el simple deseo de subsistencia; es ver apagadas las metas a futuro por solventar las necesidades básicas del presente. Escuchar historias de cirujanos que llegan tarde porque “la bicicleta se ponchó” o de otro cirujano que no tiene ni aspirinas que recetar, o enfermeras fumando en el área de cuidados intensivos del departamento de cardialgía, etc… Es desgarrador ver cómo se ha aislado la isla del desarrollo mundial, del avance de las comunicaciones, la ciencia y la tecnología escudándoce en la falsa afirmación de su “superior educación gratuita y servicios de salud”. Nada más falso e inútil que cuando ni siquiera hay medios básicos para su difusión y aplicación. Triste realidad ha resultado del encierro Cubano. Tanta gente bonita, decente, jóvenes con ilusiones que viven, sienten y respiran día con día la esperanza del verdadero cambio.

  2. Dael at 5:44 am

    Me encanto el escrito y como todo lo que se refiere a Cuba me lleno de sentimientos encontrados: por un lado una tristeza profunda, desesperanza y dolor y por otro ansiedad e insertidumbre. Mis padres formaron parte de esa generacion que sacrifico todo a la espera de que sus hijos (yo) viviera los frutos de tanto sacrificio. Y hoy tristemente estoy fuera de mi tierra, buscando reencontrarme e inventandome una nueva historia para mi vida, con el mismo anhelo de mis padres: que mi hija pueda vivir los frutos de mi sacrificio. Valdra la pena?.

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