Essay
Cuba fuera de los mapas

Cuba fuera de los mapas

Mabel Cuesta

 “Cuba, Cuba en este mapa está en todas partes sin jerarquías y por esta razón, no está en ninguna”(29). Así lo asegura Iván de la Nuez en La balsa perpetua,  libro de ensayos que ayudaría a repensar los imaginarios cubanos a partir de la década de los noventa, cuando las cartografías mundiales mudaron colores y nombres de capitales. Sin embargo, Cuba siempre anduvo desplazada. Baste asomarse a la historia de los siglos XVIII y XIX cuando bullían primero y se armaban después los alientos de una nacionalidad  que aún no pudo hilarse, que acaso no será ya hilada…

 No fue posible a pesar de los forzosos intentos republicanos en el período de 1902 a 1959 en donde por concebir identidades fijas terminamos pariendo hasta un apóstol. A Martí –el más trasnacional de los sujetos en la imposible sociedad civil decimonónica— le fue adjudicado el rol concentrador de “cubanías” con un sentido modélico de pensamiento y praxis específicos. Asumiendo dicho rol como posible y a Martí como su continente, cubanía serían entonces: austeridad, vocación de servicio, lucha indefinida contra el poder –cualquier poder-, verbo galopante -y en cierto sentido delirante-, viajes, laboriosidad, genialidad, gestión…Pero tampoco.

El propio Martí sería reusado (como bolsa plástica de compra que deviene envoltorio para chismes domésticos inservibles y más tarde eventual y final tacho de basura) por el discurso y otra vez las prácticas de quienes se establecieran en el poder para 1959; aquellos que todavía permanecen allí. Entonces el apóstol republicano pasó a ser: miliciano, cortador de caña, luchador clandestino, rosa blanca en las manos de los pioneros en cada uno de sus natalicios, sacrificio, botas, verde olivo y patria.

De modo que las imposibles definiciones para un Martí apostólico, quizá, sólo quizá podrían ser por decantación las más cercanas a esa Cuba que le han forzado a simbolizar… a esa nacionalidad que todavía hoy pugna (con todos los inconvenientes de la sociedad global) por alcanzar su lezamiana “definición mejor”. Sería aquel un Martí-cubanía que es sobre todo: cambiante camaleón del trópico, desajustado, conveniente, olfateador de aventuras, arriesgado, resistente, febril, marinero, adúltero, alcohólico y ocasional paridor de ripios literarios… ensayo/error/ensayo/error.

Pero en todo caso, si no vale Martí, valen al menos las preguntas: ¿Qué es Cuba? ¿Dónde queda? ¿Cómo apresarla? ¿Imaginarla? ¿Soñarla? ¿Qué fue de ella en los últimos ciento diez años? ¿Si ya no es española, ni americana, ni soviética, ni venezolana, qué sería? Cierta obra de teatro estrenada hace poco en La Habana apunta a esa indefinición desde el futuro. Su título “¿Y por fin Cuba en qué paró…?” deja clara la incertidumbre de esos pasados imposibles, presentes agónicos y futuros perpetuados aún para las fechas de 2059… ah, la incertidumbre y su productividad. Su conveniencia. He ahí otra clave de cómo representar mejor la ansiedad-saltarina mariposa que sería Cuba en el pecho de sus hijos.

Pero no todo está perdido. Las diásporas que por naturaleza suponen lucha, sobrevivencia, reinvención, refundación vienen a equilibrar un tanto la incierta permanencia de aquellos íconos de ‘hombre nuevo’, ‘nueva escuela’, ‘nueva casa’ que los hacedores de 1959 intentaron forzar como únicos y que para 2059 alguien se estaría preguntando “qué fue de ellos”.

Con tal de violar esos determinismos del poder aparecerá en el múltiple escenario identitario de hoy una chica habanera en Noruega. Ella cuelga videos en un canal de youtube. Da igual su nombre, importa que se autodenomina Azucala Latinviking y combina la venta de maní y pasos de salsa en sui generis intervenciones callejeras que protagoniza en un centro comercial del poblado de Farsund. Es allí la única cubana. Es de raza negra y en cada uno de sus videos insiste en “despertar” al barrio. Habla imaginariamente con vecinos a los que ordena irse si no les gusta el ruido de su casa. Intenta patentar el desenfreno como marca ineludible de lo cubano y convocarnos a la complicidad, a la risa. Suele gritar, bailar de modo obsceno, decir malas palabras, entender el reggaetón y la salsa como las únicas síntesis melódicas posibles para expresar su “ser cubana” como condición que apareja excepcionalidad y ruido. Sin embargo toma las calles de su noruego pueblo de adopción, con un clásico de la era republicana: “El manisero” de Moisés Simons al que añade coreografía de acentuados giros de cadera y cintura que no parecerían acompasarse con la melodía original.

Azucala Latinviking no carece entonces de interés. Con más de diez mil seguidores en Facebook y otras miles de visitas a sus videos en Youtube, su gesto y proyección impactan de modo real a ese nuevo imaginario nacional reduplicado, desplazado, recreado e inestable que revisando el pasado va pariendo un futuro desigual y un presente  que desorienta a varios.

Una pregunta sobre la mesa sería la de qué entienden las últimas cuatro generaciones nacidas y criadas en la isla por “cubanidad” y asimismo qué entienden los exiliados, emigrantes y descendientes de ambos grupos bajo esta misma etiqueta imaginaria. Quizá la respuesta se divida entre las catorce millones de posibles experiencias que cada ciudadano cubano que habita el planeta detentaría como exclusiva. Otra vez ese Martí inapresable que habita en cada uno de nosotros podría resumir y cerrar aquel círculo imposible.

Pero hay un personaje humorístico en la televisión de Miami que de modo lateral pareciera encerrar algunos rasgos dominantes y conciliatorios. Tentar alguna respuesta desde el choteo, el vernáculo,  la hipérbole, el color, otra vez la risa y largos intervalos de tristeza. Mujer, como la isla, viste ropajes que en nada sientan a su amorfa y velluda figura que rezuma abandono, destierro, homelessness e ingenua picaresca. Su ficticio nombre importa tanto como el de Azucala Latinviking… esta vez Cuba podría llamarse Magdalena la pelúa y Cuba podría reducirse al nombre de su pueblo perdido en la isla “Bollo manso”.

Bollo manso: quietud que adjetiva al modo popular con que los cubanos llamamos al sexo femenino. He aquí un apunte de interés para otra “definición mejor”. Cuba-mujer como elemento contrario a Cuba-soldado-barbas-botas-fusil-guerra-enemigo invisible. Cuba mansa frente a las consignas que hablan de un pueblo enérgico y viril. Cuba sexo femenino frente a un machismo de estado que fálicamente se duplica y anuncia herencias más fálicas y dinásticas aún per secula seculorum.

Frente a los estancos discursivos emitidos desde la isla: Magdalena, la pelúa.  Cándida en su manera de contar cómo hubo de abandonar su pueblo en una balsa y que como crecieron tanto sus pelos se enredaron en los arrecifes y casi se ahoga en la travesía. Magdalena-campesina deslumbrada en los supermercados de Hialeah, Miami Beach, Kendall…Magdalena que aún llora por sus ochenta parientes en la isla a quienes saluda desde la pantalla y les dice “te quiero, primo Agapito, Anastasio, Venancio, Yurismal” cargando en esos nombres y ese saludo de niña sin tierra el dolor de los millones que habitan el sur de la Florida, California, Texas, New York, Kentucky… esos que con remesas, envíos de electrodomésticos y comestibles saludan también a sus muchos parientes en la isla.

Magdalena heredera directa de la “guajira”  Eloísa Álvarez-Guedes quien hizo reír a más de cinco generaciones en Cuba y también de su exiliado hermano Guillermo Álvarez-Guedes quien nos hizo a reír a todos en todas partes. Magdalena en los circuitos imaginarios de la capital, la ciudad de provincia, el pueblo, el batey y el monte cubanos y también en la risa nocturna de la trabajadora de factoría en la sawesera Calle 8 de la pequeña Habana, del estibador del puerto de Miami, de quien limpia mesas, carga maletas y sirve pastelitos en el aeropuerto de la misma ciudad. Magdalena mofándose salvaje y sin prejuicios de las cirugías plásticas que exhiben las estrellas del mundo latino con quienes interactúa y llorando un segundo después en transiciones semiviolentas porque no tiene carro para salir del estudio de televisión o nunca pudo celebrar su quinceañera o echa de menos a un novio que cayó del último piso de un hotel en La Habana porque era ciego y mientras caía iba alargando las vocales de su nombre.

Martí-Azúcala Latinviking-Magdalena la pelúa tres aristas para un triángulo que no cierra ningún ángulo. Triángulo posible mas intrazable. Triángulo que inconsciente intenta contestar en geométrica disidencia a los círculos cerrados que emite el poder y sus lentas formas de estrangularnos con lazos de seda –tal y como Oriana Fallaci nos recordara que sucede en su Entrevista con la historia.

Ese mismo poder que identifica suelo patrio con nación-revolución-bandera-himno-escudo-milicia-estoicas jornadas al sol-sempiterno discurso de sacrificio y rigor. El círculo que cambió de una noche para otra las tradicionales y nocturnas parrandas, las entregas hedonistas a la rumba y el carnaval por las marchas de un pueblo combatiendo aún no sabe contra quién.

Cuba en todas partes sería entonces ese mismo triángulo imposible y fuera de los mapas. No puede encontrarse en las leyendas al pie. No es aquel que sugiere riqueza mineral, tampoco es siquiera esa línea delgada que desprendida del intento triangular -desapareada ya- pudiera devenir huso horario claramente delineado y estático. No. Cuba en formas cartográficas y geométricas sería acaso y no más que esas pequeñas rayitas discontinuas que aparecen anunciando trópicos y también círculos polares. Es la discontinuidad y también cuánto va al centro de los límites. Es la botella de algún alcohol impreciso que acompañara las travesías invernales de Martí en Nueva York. Es la esquina de Farsund que se estremece ante un cucurucho de maní que nadie compra mientras Azucala latina y vikinga insiste en despertarlos a su grandeza caribeña. Es la errancia malvestida que se compensa con el vello protector de Magdalena; un vello que evoca el pueblo manso y sexual que un día la expulsara, que casi la hace perecer en el trayecto hacia la otra Cuba más norteña, más inapresable aún.

Cuba, raya discontinua, dolor y gozo, concilio imposible… Cuba en nosotros, perdidos y disueltos entre referentes opuestos. Cuba fuera de los mapas que no habrán de dibujarse. Aquellos que no muestran a la isla como balsa… A la deriva en fin, a la deriva siempre.

            Houston, noviembre de 2013

 

Referencias

Nuez, Iván de la. La balsa perpetúa. Barcelona: Casiopea, 1998.

 


Posted: March 9, 2014 at 1:33 am

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