Essay
Derek Walcott en Xalapa

Derek Walcott en Xalapa

Adolfo Castañón

Huyendo de la persecución política, el poeta venezolano Rafael Cadenas se refugió en la Isla de Trinidad entre 1952 y 1956. Ahí cayó en sus manos un pequeño libro que lo deslumbró: 25 poemas de Derek Walcott, publicado en Trinidad por el poeta en edición privada en 1948, con el sello de la “Guardian Commercial Printery. 22 Street. St. Vincent, Street, Port-of-Spain. Trinidad BWI”. Tengo la fortuna de haber recibido de manos de Cadenas este ejemplar legendario.

Walcott nació en enero en 1930 en la pequeña ciudad de Castries, en la Isla de Santa Lucía, y Cadenas, nacido en Barquisimeto ese mismo año, en abril. Aunque no llegó a conocer al autor, el libro del joven poeta desconocido de expresión inglesa acompañó a Cadenas durante esos años, y el nombre de Derek Walcott no pudo pasarle inadvertido pues Roderick, su hermano gemelo, era bien conocido en Trinidad en esos años por su intensa actividad teatral y por ser uno de los precursores del renacimiento del Carnaval en esa Isla.

La pegajosa musicalidad, la prosodia exuberante del isleño, algún ascendiente debe haber tenido en la escritura de Cuadernos del destierro, ese libro que se destaca en la obra de Cadenas como una isla de exuberancia, reflejo del “Trópico absoluto” –que diría Eugenio Montejo– en un paisaje de austeridad monacal.

Traigo esta prueba a la afortunada mesa en que saludamos la traducción que ha hecho José Luis Rivas de la Poesía selecta de Derek Walcott, publicada por Vaso Roto (Madrid-Barcelona, 2012, 490 pp.), con el título de Pleno verano. Prueba de varias cosas: del magnetismo de la poesía en sí y de los 25 poemas juveniles de Walcott que llevaron a su desconocido contemporáneo, Cadenas, a guardarlos como textos “Esenciales”, título de la colección en que Vaso Roto incluyó la antología hecha por Rivas de catorce libros de Walcott y, como dijimos, a inspirar en ellos sus Cuadernos del destierro.

Derek Walcott es, con Aimé Césaire y Saint-John Perse, uno de los cinco grandes poetas del Caribe: el cuarto sería José Lezama Lima o alguno de los poetas de Orígenes, el quinto podría ser un mexicano y llamarse Carlos Pellicer, José Carlos Becerra o José Luis Rivas.

Independientemente de que lo aceptemos, no se puede negar que Rivas ha puesto el cuerpo, es decir, la mano, el ojo, el oído y la lengua en la mudanza al español de las obras poéticas mayores de ese trío titánico en quienes vienen a desembocar, a perder las entrañas y a desentrañarse las letras de Europa.

Al saludar la aparición de Pleno verano, Poesía selecta de Derek Walcott, hago correr la voz de que esa vasta empresa de reconstrucción del hecho y lecho poético antillano acometido por José Luis Rivas llega ahora a una culminación, que es motivo de alabanza y gratitud. Este hecho –uno mayor en la historia de la cultura hispanoamericana y por ende de la universal– amerita una reflexión que no sabría agotarse en la fugaz pantomima de una presentación editorial. Me limito a subrayar, por el momento el carácter visionario y hasta diría profético de esta pluma, goma y lápiz traductores de José Luis Rivas que han sido capaces de depositar en un solo nido literario y poético la fértil hueva de estos tres grandes monstruos poéticos que son Saint-John Perse, Aimé Césaire y Derek Walcott en quienes se reflejan y espejean los tesoros náufragos de Europa en América. Esta condición visionaria lo ha movido, sí, a Rivas, a acuñar una moneda única, un idioma aceptado y aceptable, para poner en circulación la economía libidinal que está en juego en la obra de estos tres poetas en quienes se cifra la mansa pero avasalladora cultura literaria del Caribe. Prenda de esa aceptación es el éxito de la versión que hizo José Luis Rivas del Omeros de Walcott en 1994 para la editorial Anagrama; prenda del infatigable celo formal de José Luis Rivas es que las páginas que aquí se recogen de ese libro de Walcott no son exactamente las mismas, pues Rivas, en quien se oculta un dibujante obsesivo, ha sabido y querido retocar esas ánforas que para otros estaban ya impecablemente pintadas.

Hay en la poesía de Derek Walcott y, desde luego, en la traducción de José Luis Rivas, un contrapunto de flujos, oleaje y ras de marea que mantienen tensa y fija la atención del lector. Desde la primera orilla de este mundo poético, el lector tiene la sensación y experiencia muy reales de estar viviendo y reviviendo un mundo o unos mundos naufragados, rotos, arruinados y escondidos bajo las aguas del olvido; se trata de los reinos de este mundo dispersos y combatientes en las islas Caribe –desde las grandes y pequeñas Antillas hasta las de Barlovento–: mundos sacudidos por guerras y ataques feroces de ingleses contra franceses, de éstos contra españoles, portugueses contra holandeses, alemanes contra americanos, nativos de las islas contra las oleadas de migrantes venidos de África, Asia o de otras islas. A lo largo de la historia el Caribe, con sus fulgores divinos, ha sido sinónimo de piratería y de exacción, crueldad, toxinas y dardos épicos o simplemente criminales. De esa primera orilla conflictiva quedan en la superficie de la historia, flotando como cascos a la deriva, sólo algunos vestigios pues la guerra, las guerras que entretejieron la complejísima historia del Caribe, ya pasaron casi por completo –aunque todavía hoy se abre la úlcera en Guantánamo. La biografía del Caribe, parafraseando a Germán Arciniegas, es variopinta y multicultural, abigarrada y jaspeada. Walcott, escritor caribeño de expresión inglesa y cultura europea y antillana, es una fusión de poeta isabelino y romántico que ha decidido ir al encuentro de sí mismo (recuérdese que Walcott tuvo un gemelo, Roderick, que murió hace 13 años mientras él estaba en México, en Guadalajara), a través y con ayuda de su propio aliento devorador y cosmopolita, para practicar en sí mismo y en su lengua la arqueología submarina de esos mundos náufragos y perdidos que no sólo son los del Caribe sino los de la cultura europea –incluida la griega– que se desangra y declina en las llamadas Indias Occidentales. Frente a esa orilla cultural y literaria –litoral de Robinson Crusoe– en la cual se inscribe tan naturalmente la reescritura, se despliega la costa desnuda del hombre elemental, la rompiente nativa y descalza del viernes interior que juega como el mar niño adentro y alza en las playas de la página sus alambicados y barrocos castillos y catedrales de arena con la seriedad del artesano que labra obeliscos, pirámides y esfinges indestructibles; desde esta orilla de lo desnudo y de la intemperie, de la búsqueda insaciable de inocencia, las responsabilidades del poeta-artesano son muy otras.

Si el hombre de la primera orilla que busca dominar el abc de la cultura, como recordaba Ezra Pound, debe ser un atleta dueño de varias destrezas –un polistropon como Ulises de Homero–, el varón de la otra orilla es un ser hambriento no de aprendizaje sino del desaprendizaje de sus talentos y dones; desaprendizajes tanto más rudos cuanto más consciente es el artista de lo que se trae entre manos y en mente.

Por eso el motivo de la modestia y humildad que debe tener el príncipe heredero aparece desde su primer libro; cruza por toda su obra poética y matiza su impulso y aliento afinándolo con el gusto de la precisión, la austeridad y exactitud que tanto celebró en Walcott ese lector de W. H. Auden que es Joseph Brodsky –poeta, por cierto, cuya obra ha traducido también José Luis Rivas.

Así, el péndulo de la creación canta en la obra de Derek Walcott construyendo y de-construyendo, salvando y olvidando, tratando de meditar cada vez con mayor precisión la exactitud de la experiencia. Derek Walcott expone muy bien este procedimiento en un hermoso pasaje de su “Las Antillas: pregunta de una memoria épica”, discurso que pronunció en noviembre de 1992 en Estocolmo al recibir el premio Nobel:

Cuando un jarrón se rompe, el amor que vuelve a juntar los fragmentos es más fuerte que aquel otro que no valoraba conscientemente su simetría intacta. El pegamento que restara las piezas es la autentificación de su forma original. Un amor semejante es el que vuelve a reunir nuestras fragmentos asiáticos y africanos, la rota reliquia que una vez restaurada, revela blancas cicatrices. Esta reunión de trozos es la pena y la nostalgia de las Antillas, y si las piezas son disparejas, si no se ajustan bien, ellas contienen más pesadumbre que su figura original; esos íconos y vasijas sagrados se revisten de una realidad que renueva sus ancestrales lugares.

El arte antillano es esta restauración de nuestra historia hecha añicos, de nuestros cascos de vocabulario, lo cual convierte a nuestro archipiélago en un sinónimo de los pedazos separados del continente originario.

Y este es el procedimiento exacto para hacer poesía, o esa que debería llamarse no “hacer” sino “rehacer” la memoria fragmentada, la armadura que encierra al Dios, incluso el rito que lo entrega a la pira final, el dios armado caña a caña, junco flexible tras junco flexible, cuerda trenzada tras cuerda, tal como los artesanos de Felicity erguían su resonancia divina.

La poesía es como el sudor de la perfección, pero debe parecer tan fresca como las gotas de la lluvia sobre la frente de una estatua […] Existe el lenguaje amortajado y el vocabulario individual, y el oficio de la poesía es excavación y descubrimiento de un mismo […] La poesía es una isla que separa del continente. Los dialectos de mi archipiélago me parecen tan frescos como las gotas de lluvia sobre la frente de la estatua; no con sudor brotado del clásico mármol adusto, sino condensación de un elemento refrescante, lluvia y sal.1

La frescura, la lozanía, lo refrescante es, según Ezra Pound en El abc de la lectura,2 el valor verdadero de un clásico. El valor de lo inmediato y directo: en eso estriba la fuerza, el brío y la velocidad de un clásico. Walcott tiene como idea fija este valor de la frescura. Por eso mismo, muchas de sus creaciones se plantean como recreaciones: actualizaciones. El ejemplo más dramático sería Omeros,3 poema épico o novela en verso a través del cual Walcott dialoga con la Ilíada y, en particular, con la Odisea, y entreteje la experiencia de lo sagrado con la de lo inmediato y empírico. El griego Nikos Kazantzakis también escribió su Ulises, un poema-testamento que rehizo al menos tres veces y que no ha tenido la suerte de ser trasladado al español como –gracias a José Luis Rivas– este Omeros del poeta nativo de Santa Lucía.

Pleno verano. Poesía Selecta4 de Derek Walcott plantea al lector de su recreación por José Luis Rivas la pregunta de cómo traducir o trasladar un texto de este orden magnífico. Esa pregunta y sus cuestiones hermanas seguramente se la hizo José Luis Rivas al traducir en particular Omeros y, en general, los poemas reunidos en este libro. Lo primero que hay que preguntarse es desde qué inglés están escritos para averiguar a qué español han sido transcritos.

Pleno verano. Poesía Selecta de Derek Walcott en traducción de José Luis Rivas se presenta como un hecho sin atenuantes, glosas o explicaciones. El lector puede inferir que las traducciones de Omeros son anteriores pues la editorial Anagrama las dio a conocer hace casi 20 años, en 1994. En cualquier caso cabe decir que el encuentro de Rivas con Walcott ha sido tan necesario como afortunado, tanto para el autor traducido como para el traductor y sus lectores. ¿Hasta qué punto la obra de Walcott le ha servido de impulso y armazón a José Luis Rivas para la creación de su propio universo poético? La respuesta es, y debe de ser, matizada y parcial. No nos sorprendería que un buen día Rivas nos despertara con la noticia de que ha escrito un Ulises, un Héctor o una Nausica.

II

El Caribe –el mundo de donde viene Derek Walcott– es un espacio cruzado por diversos tiempos, geografías y culturas: un archivo mar-mediterráneo en el cual, además de Europa y el Norte de África, se asoma Asia y África, América en sus diversos tiempos y geografías.5

Hay en los primeros poemas –publicados en 1964, cuando Derek Walcott tenía 34 años– un impulso voraz que lleva al poeta hacia el origen, los orígenes, y a una salvación; de un lado, resguardo de su propia realidad y pasado inmediato y, del otro, de la memoria afectiva que era circunstancia despierta en él. En medio, se abre como una herida o como una llaga el motivo del desarraigo, el tema del exilio y la desadaptación con el mundo circundante, agonizante y en proceso de descomposición (cf. “Codicilio”, p. 107). “Ruinas de una casa señorial” (p. 33) evoca con crudeza y nostalgia esa idea, de la conciencia de la descomposición como un motivo tradicional. El poema está enunciado en un inglés que parece de otro tiempo, dicho en un idioma de leyenda. Es aquí donde aparece la figura de su huésped y traductor José Luis Rivas, quien se acerca a esa prosodia y entonación arcaizante. Y aquí me vienen preguntas sobre las fuerzas que han llevado a José Luis Rivas a trasladar a Derek Walcott desde Omeros hasta esta Poesía selecta. ¿Qué secreta o no tan secreta corriente de simpatía los une? Digo que los une porque creo que el ahora octogenario Walcott ha consentido en la doble acepción del término la compañía de este otro motivo del Caribe, José Luis Rivas, como él también imantado por la idea fija de la búsqueda del edén perdido, el paraíso, el cielo, la misteriosa infancia que los construye. Esa búsqueda de los orígenes se da por ejemplo en la serie de poemas “Cuentos de las islas” y, en particular, en “Moeurs Anciennes” (p. 41), donde se arista al sacrificio de un cordero cuya sangre beben por turno los que lo degollaron ante la presencia de los sacerdotes que se hacen de la vista gorda para que uno de ellos, estudioso de culturas negras, pueda documentar el rito.

El destino es visión y experiencia, sentir íntimo y prueba histórica, anécdota exterior y sufrimiento. Es también metamorfosis chamánica del hombre que se transforma en hombre lobo y queda desterrado de la condición humana (p. 45). El exilio, el destierro es como “la lluvia [que] enloda la calle sin pavimentar tierra adentro, “así el dolor personal se disipa en el deseo de todos” (p. 49). “Viejas penas en la zanja de la mente” (p. 49); prueba de la unidad fluida de esa Babel horizontal que es el archipiélago del mar Caribe; prueba, en fin, de que en el Caribe la historia no es un muro sino un puente y que, para decirlo con Walcott, en paradójica voz, “El mar es historia”. La antología se abre con el poema “Prelude” / “Preludio” que en la edición príncipe de 25 poemas se titula “I With Legs Crossed Along The Daylight Watch”6 “Yo cruzado de piernas sobre la luz del día contemplo”. Rivas traduce “Yo cruzado de piernas con el alba, contemplo…”

Notas

1 Derek Walcott, en Discursos Premios Nobel, T-I, traducción de la Fundación Común Presencia. Bogotá, Colombia, 2003. P. 101-103.

2 Ezra Pound, El abc de la lectura, traducción de Patricio Canto, 2ª edición, 1977, Buenos Aires, Ediciones La Flor, p. 11.

3 Derek Walcott, Omeros, 1ª edición en inglés, 1990; edición bilingüe, versión de José Luis Rivas, Editorial Anagrama, Barcelona, 1994, 449 pp.

4 Derek Walcott, Pleno Verano. Poesía selecta (1948-2004), traducción de José Luis Rivas, Vaso Roto Ediciones, Madrid-Barcelona, España, 2012, 490 pp.

5 El Caribe, al no ser una nación sino una región no tiene una historia nacional y su literatura no responde a la idea de literatura nacional propiamente dicha.

6 Op. Cit., p. 23.


Posted: July 10, 2013 at 3:03 am

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