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El crimen es el deseo

El crimen es el deseo

Claudia Piñeiro

Aborto legal o aborto clandestino, eso es lo que se discute hoy en la Argentina.  Me cuesta explicárselo a amigos y colegas de otras partes del mundo. Su imagen de Argentina no coincide con la de un país que se niega a otorgar ese derecho. Pionera en materia de derechos humanos, la Argentina cuenta con una de las universidades públicas mejor ranqueada del mundo,  tiene una activa y diversa vida cultural, hace más de ocho años que rige en todo el territorio la ley de matrimonio igualitario y, como si todo eso fuera poco, en mi país crece día a día un movimiento feminista que toma las calles y se hace oír con contundencia. “¿Cómo es que en Argentina no hay aborto?”, se sorprenden.  Entonces los corrijo: no es que no lo haya, sí lo hay y en todo el país, pero es ilegal, clandestino, fuera del sistema de salud, a veces cruento, a veces mortal.

Se calcula que hay 500.000 abortos anuales en Argentina. La cifra es aproximada ya que por ser una práctica ilegal no hay datos oficiales. Esta realidad oculta durante décadas irrumpió de lleno en nuestra vida cotidiana. No hay reunión, cumpleaños, viaje en trasporte público, cola o espera en la que no se mencione el aborto.  Primero con timidez y vergüenza,  poco a poco con la frente más alta, las mujeres empezamos a decir lo que hasta entonces callábamos; los hombres tuvieron que escuchar. Así supimos que el grado de separación para llegar a una mujer que haya abortado es mínimo: alrededor nuestro encontramos amigas, compañeras de trabajo, hijas, hermanas, vecinas que han pasado por la circunstancia de un embarazo involuntario y han decidido abortar ilegalmente. Según a la clase socioeconómica a la que pertenecen, el aborto habrá sido de distinto tipo e implicado diversos riesgos. Puede haberse practicado en una clínica, en un consultorio precario, en la propia casa de la embarazada; en el mejor de los casos con misoprostol, o clavándose una percha, una aguja de tejer o una rama de perejil cuando no estuvo al alcance otra alternativa.

Ante esta realidad, ¿qué estamos esperando? ¿De verdad consideramos que si seguimos manteniendo la prohibición del aborto las mujeres argentinas dejarán de abortar? ¿Qué es lo que nos impide legalizar y encuadrar en la salud pública una práctica que existió, existe y existirá? ¿Cuál es el verdadero debate? El código penal argentino establece una pena de 1 a 4 años para aquella mujer que aborte voluntariamente excepto que corra riesgo su vida, que haya sido violada, o que el feto sea inviable fuera del útero. No hay otro permiso legal para abortar. Sin embargo, si uno pregunta, la gran mayoría de los ciudadanos argentinos -–tal vez casi todos– responderá que no cree que sea lógico penar con cárcel a una mujer que aborte, aún sin las causales previstas por el código. Entonces, si la sociedad ya despenalizó de hecho este acto, ¿por qué no se aprueba la ley y se deroga el castigo? Si la pena tampoco sirvió como elemento disuasorio ya que se practican cientos de miles de abortos por año, ¿por qué sostenemos su inclusión en el código penal? ¿Qué es lo que discutimos con tanta vehemencia? ¿Por qué algunos de los que se declaran “pro vida” insultan o agreden físicamente a chicas que llevan anudados pañuelos verdes, el símbolo representativo de quienes piden aborto legal? ¿Por qué amenazan a legisladores y a sus familias cuando manifiestan que votarán a favor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo? ¿Qué los lleva a gritar “asesinas” a quienes están a favor de la ley o a pintar paredes con la leyenda “abortistas se la vamos a cobrar”? Tanta intensidad y agresión en el debate revela que hay algo por debajo de la discusión que no logra manifestarse en la superficie.  Hay quienes dicen que el punto crucial a discutir es si la ley es constitucional o no. Otros que si el embrión es un niño desde la concepción o no. Aparecen también los que hacen hincapié en si el sistema de salud está en condiciones de absorber la práctica del aborto y en cuánto le costará al estado. Excusas. Como en Hamlet: Algo huele mal en Argentina. Si olfateamos, si buscamos debajo de la alfombra, si revisamos el tacho de basura para encontrar qué es lo que despide tan feo olor descubriremos que el verdadero valor en disputa es la sexualidad de la mujer y su derecho a no querer ser madre. En definitiva, su deseo. El deseo de la mujer produce terror. Si no fuera esa la razón, ¿cómo se entiende que un embrión producto de una violación pueda ser descartado y el que es producto de una relación consensuada no? ¿Cómo se entiende que se puedan descartar los embriones producto de fertilizaciones in vitro? ¿Cuál es la diferencia entre ellos? ¿Por qué a unos los protege la constitución y a otros no? ¿Por qué unos son considerados niños y otros no? Los embriones son idénticos, lo único que los diferencia es el hecho de si fueron o no el fruto del deseo sexual de una mujer. A la Iglesia y a ciertos sectores retrógrados pero muy poderosos de mi país los espanta el deseo de la mujer, por eso lo reprueban, castigan y criminalizan. Para ellos las mujeres, todas sin excepción, nacimos para ser madres; definieron que ése es nuestro destino aunque no sea nuestra voluntad. Para ellos el deseo hay que pagarlo, si gozaste en un encuentro sexual, el método anticonceptivo falló y se produce un embrazo involuntario, la mujer debe “hacerse cargo”, dicen,  “es adulta”, “hubiera cerrado las piernas”. Estas son algunas de las frases que hemos escuchado en pleno  siglo XXI de boca de legisladores, periodistas, comunicadores y otras personalidades. Obispos de la iglesia católica nos han llamado por estos días “las locas de pañuelos verdes”, “asesinas”, nos compararon con Cain, Herodes y Pilatos. El papa Francisco dijo que el aborto es lo mismo que hacían los nazis pero con guantes blancos.

A pesar de las fuertes presiones de distintos grupos de poder, la Argentina está a un paso de sancionar la ley que hará que el aborto deje de ser clandestino e ilegal. Resolverá así un problema de salud pública y tendrá en cuenta la planificación de vida de la mujer y su deseo. No hay que tener miedo sino todo lo contrario. Castigar el deseo es castigar el motor que mueve el mundo, su fuerza vital. Tal vez ése sea uno de los motivos por los que a mi país no le ha ido tan bien hasta ahora, a pesar de que –como nos gusta decir– están dadas las condiciones para que seamos un país exitoso. Es que un país que persiste en matar el deseo no tiene futuro.

 

Claudia Piñeiro (Burzaco, 1960) es autora de más de 20 títulos, guionista de televisión y dramaturga argentina. Es una de las caras más visibles de la lucha por la legalización del aborto en la Argentina.

 

 

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Posted: August 5, 2018 at 11:06 pm

There are 2 comments for this article
  1. Sara Connor at 7:52 pm

    El deseo de no ser madre es “el motor que mueve al mundo” y si se castiga ese deseo “no hay futuro”? Qué ridiculez más grande!

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