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El desorden de un nombre

El desorden de un nombre

Helena García Mariño

Anatomía de un fantasma, de María Paz Amaro. Lumen, Ciudad de México, 2016. 228 páginas.

Como la narradora de Anatomía de un fantasma, su primera novela, María Paz Amaro (Santiago de Chile, 1971) es una amante del arte: cursó su maestría en Arte Contemporáneo por la Universidad Nacional Autónoma de México, se doctoró en la misma universidad y actualmente trabaja como profesora de Historia del Arte. Y, por eso, como la protagonista de la novela, sabe que la memoria es lo contrario a una fotografía, a una acuarela. Los contornos de los hechos sucedidos se van desdibujando con el paso de los años, se borran los acontecimientos dolorosos y la mente crea otros nuevos para poder hacer frente al dolor. No hay nada más inestable que la memoria y, al mismo tiempo, nada que tenga más peso en la construcción del “yo”.

La novela comienza con una imagen que da pistas sobre todo lo que vendrá después, que marca los emplazamientos más importantes en el mapa que la autora va trazando. La protagonista, Julia Volterra, lee un relato del escritor japonés Ryünosuke Akutagawa, que describe una visión de Buda: un asesino decide no matar a la araña que teje una red de plata sobre un estanque, sin saber que quedará atrapado en la red cuando por fin consiga salir del infierno y emprender su camino al cielo. Por primera vez en su vida muestra misericordia por un ser vivo, pero esa misericordia no consigue salvarle. Éste es el primer acercamiento del lector a la vida de Julia y una metáfora sobre uno de los puntos más potentes de la novela: aunque narra en primera persona, Julia encuentra dificultades tremendas para explicar –y explicarse– su pasado, y tiene que recurrir a las palabras de otro para dar forma a sus propias ideas. Ha vivido atrapada desde pequeña en una familia acostumbrada a la opulencia y que poco a poco va perdiéndolo todo, ha vivido siempre encerrada en una jaula de oro que no deja de ser, a fin de cuentas, una jaula. 

Julia carece de la educación sentimental que le dé herramientas para comprender los motivos que mueven las acciones de quienes la rodean: su padre se marchó cuando aún era una niña, después de la muerte de su hermano; su madre se quedó en la casa, pero ausente. La única persona que ha sentido cerca es Gaudencia, la criada que permanece con la familia después de la marcha del padre y la única que parece preocuparse realmente por ella. Ésta es, por cierto, una de las figuras más interesantes de la novela, cercanísima a la Poncia de La Casa de Bernarda Alba, de García Lorca: la única que conoce en realidad a los habitantes de la casa, el testigo silencioso de la historia que comparten, el nexo que los enlaza y, por ello, el tabique maestro que mantiene los últimos restos de la familia Volterra en pie.

La noticia de la muerte de su padre, un hecho cruel y definitivo, es el que lleva a Julia a intentar reconstruir su sistema de recuerdos. Toda la novela es una exploración sobre la influencia en la historia personal del vacío que dejan los seres queridos cuando se marchan, algunas veces mucho mayor que la que ejercen los que sí permanecen. Anatomía de un fantasma es el intento de verbalizar la ausencia, de conseguir entender el hueco.

La protagonista es consciente de que los recuerdos se asientan precisamente sobre este hueco, los rincones blancos de la memoria. Por eso, durante toda la novela María Paz Amaro juega con las distintas líneas temporales que atraviesan la historia de esta familia. Julia nos habla desde el presente –está en los primeros años de la veintena y es ilustradora–, pero regresa una y otra vez a los distintos episodios del pasado que marcaron su vida y que aún hoy siguen siendo la cruz pesadísima que le impide avanzar. Vuelve a su hogar de la infancia antes y después del abandono del padre, unas semanas después de la muerte por tuberculosis de su hermano pequeño; vuelve al despido de los criados, a la mudanza a una casa más pequeña, a los fracasos laborales y emocionales de su madre; vuelve a los años crueles de la escuela preparatoria y al inicio de su vida adulta. Vuelve obsesivamente a pensar sobre su propia historia para dar rostro y personalidad a los fantasmas que la pueblan.

Y es que la novela está atravesada por la reflexión sobre las jerarquías y su relación con el duelo: Amaro habla sobre las clases sociales y hace también una categorización de estos fantasmas, del peso en la memoria de los que están sólo físicamente, y de los que se han marchado. En relación con la primera de las jerarquías, la autora pone de manifiesto las dificultades de una familia que siempre ha vivido rodeada de lujos para aceptar la ruina, para sobrevivir después del desastre. La madre de Julia no es capaz de admitir su fracaso en todo lo que una vez fue importante para ella, y sigue perdiendo un trabajo tras otro, y pensando que su marido va a regresar, e ignorando que sus hijos necesitan que esté presente más que nunca.

Esta negación a reconocer el estado real de las cosas está directamente relacionada con la segunda de las jerarquías. Y es que para Julia la peor de las crueldades es la de aquellos que han decidido convertirse en fantasmas aún estando vivos. No le pesa tanto la muerte de su hermano pequeño –que desencadenó la partida del padre y el principio de una decadencia anunciada– sino el abandono del patriarca y la sombra en la que decidió convertirse la madre. Los peores fantasmas son los que deciden serlo por voluntad propia.

Y es entonces cuando el nombre entra en juego: cuando lo único que hay detrás todo es oscuridad y uno debe reinventarse un origen, crear una ficción donde el mundo cobre sentido. Julia busca respuestas desesperadamente en todo aquello con lo que comparte apellido. Fantasea con los lazos de sangre que pueden unirla con Vito Volterra, un científico y matemático italiano; imagina una vida perfecta en Volterra, una ciudad de la Toscana italiana de dónde parece haber venido su apellido. Piensa en su madre, en la duplicidad que habita dentro de ella y en las dos formas que tiene de designarla: en sus momentos de luz, en los pocos en los que muestra cariño o cordura, es mamá; el resto del tiempo, despótica, indiferente o deprimida, es “doña Paula”. Julia es una Volterra pero nadie le explicó qué significa serlo. Julia indaga el origen de su nombre ahora que sabe que su padre, su última esperanza para encontrar ayuda externa en el entendimiento de la historia propia, está muerto.

El filósofo español Emilio Lledó escribió que “ser es, esencialmente, ser memoria; es encontrar una forma de coherencia, un vínculo entre lo que somos, lo que queríamos ser y lo que hemos sido”. Anatomía de un fantasma es el viaje dolorosísimo, y sin retorno, para hacer encajar las piezas de puzle que componen la memoria e intentar ver, desde lejos, desde arriba, con cierta distancia, la fotografía del rostro que forman entre todos.

HelenaHelena García Mariño. Nació en Madrid hace veinticinco años. Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora de Literatura y escritora.


Posted: November 3, 2016 at 11:29 pm

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