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El futuro en cuarentena 

El futuro en cuarentena 

Alejandro Badillo

Pasar casi todo el día en casa en aislamiento voluntario en una ciudad poblada. El aislamiento voluntario: se rechaza el exterior y sólo quedan las dos o tres habitaciones que se recorren en rutas obsesivas y con pocas variantes. Se viaja de la pequeña sala al comedor y de ahí a la cocina. El ruido de la calle, la plática que surge en una casa vecina, son distractores, tablas de salvación en medio de una inmovilidad apenas disfrazada. Las conferencias de prensa en las que se ofrecen informes sobre el avance del virus son espectáculos mediáticos.   

La saturación de hospitales, el aumento de infectados y el reciente llamado a quedarse en casa en un intento de desacelerar el contagio del Covid-19 ha puesto a gran parte del mundo frente al espejo. Siempre atentos a lo inmediato, preferimos olvidar el origen de nuestros problemas, en particular, nuestra historia con los virus y la estrecha relación que tiene con el consumo de animales de granja. En esta ocasión, al parecer, la génesis de esta nueva oleada es un animal salvaje. Sin embargo, las especies habituales que se sirven en nuestras mesas son amenazas veladas que, en cualquier momento, pueden volver a cercarnos como ha ocurrido en el pasado reciente. A pesar de todo esto, no hay ningún plan para cambiar estilo de vida que genera desigualdades sociales y desequilibrios en la naturaleza. El capitalismo, en su versión más depredadora, considera el desastre como una oportunidad para generar nuevas ganancias. Es como quemar la tierra para volver a sembrar ignorando que el suelo se degrada hasta convertirse en un desierto. En contraparte, la situación de crisis en muchas ciudades ha vinculado a las personas. En todas partes surgen pequeñas, pero valiosas demostraciones de solidaridad; ejemplos de apoyo mutuo, conjuntar esfuerzos para negar, aunque sea por un tiempo, la vulnerabilidad ante una enfermedad desconocida. La historia nos enseña que la sobrevivencia no es fruto del individualismo, surge a partir de lo comunitario.      

Desde el inicio del Covid-19 se le comenzó a vincular con la peste. La imagen recurrente es la de cuerpos arracimados en las esquinas o aldeanos entrando en pánico, justo como en las pinturas de Pieter Brueghel el Viejo, en específico El triunfo de la muerte. En el cuadro, conservado en el Museo del Prado, la Muerte guía a sus ejércitos contra los humanos. Hay desesperación, caos y una sensación de vértigo por la simultaneidad de escenas que suceden frente a nosotros. Otra obra que viene a la mente es el tríptico de El Bosco, El jardín de las delicias. En la parte correspondiente al infierno observamos un catálogo de atrocidades que se ceban en los pecadores. Ahí están todos: jugadores, blasfemos, estafadores. El hombre paga por sus pecados a través del tormento y, en ese ámbito oscuro, no sirven riquezas ni posesiones. La mano de Dios aparta la cizaña, purifica a través de un juicio incuestionable. Ahora, mucho tiempo después, Dios se revela a través de la fragilidad de nuestros cuerpos, del fallo acelerado de nuestro organismo hasta el derrumbe total. La uniformidad del miedo es lo que nos vincula al pasado. Mientras las calles vacías siguen repletas de anuncios espectaculares que promueven un mundo sin límites, los antiguos consumidores de esa fantasía están resguardados en sus casas, asomándose por las ventanas y escuchando con incredulidad las noticias. Los menos afortunados, víctimas de la enorme desigualdad social, siguen moviendo los engranajes para que el mecanismo de las ciudades no colapse: están limpiando los espacios públicos, en la producción de energía, transporte y alimentos. Los riesgos que corren, desde hace mucho, son superiores a los que sufre la población que ahora se resguarda en una larga cuarentena. Los trabajadores de las ciudades, los que se emplean en restaurantes, tiendas y centros comerciales, comprueban en carne propia vivir en una sociedad obsesionada por las ganancias, empresas que dicen valorarlos mientras les niegan sus salarios o los despiden sin contemplaciones.  

¿Qué dejará la pandemia? Es difícil saber. Hay quien augura el final del sistema económico que nos rige. Hay otros que piensan en una continuidad del modelo que, con el puñado de peligros que se avecinan –cambio climático, inestabilidad política–, se volverá aún más peligroso, volátil. Hay llamados por parte de ciertos sectores de la población para que el gobierno implemente mano dura, toques de queda, restricción a las garantías individuales. Se sabe que la gente, en momentos de crisis, desprecia la razón y escucha a líderes para los que la democracia es un bien que se puede sacrificar. Atrás de este escenario hay otros tipos de dictaduras, invisibles para muchos: la privatización de los institutos de salud que fueron previamente desmantelados; el deterioro de las pensiones; el Estado como un intermediario de los grandes capitales. Ya hay llamados para reforzar la sanidad pública, aunque habrá resistencias porque los dueños del mundo nunca irán contra sus propios intereses. Mientras tanto sólo nos queda observar cómo nuestras sociedades se sostienen con dificultad, como mapas desgastados, clavados con alfileres. Ante la amenaza creciente, en medio de un largo confinamiento, muchos prefieren, para ignorar lo que hay afuera, sumergirse en miles de datos, noticias falsas, teorías de la conspiración, videos e intercambios efímeros en las redes sociales. El futuro, sin duda alguna, se puede ver a través de una cuarentena.

 

Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc

 

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Posted: April 7, 2020 at 10:38 pm

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