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En contra del tiempo
COLUMN/COLUMNA

En contra del tiempo

Tanya Huntington

Texto sobre la exhibición En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero, de EMILIO CHAPELA, en el Laboratorio Arte Alameda de la Ciudad de México de abril a julio de 2019.

No uso reloj. Decidí que no quería un tercer ojo, no en la frente sino en la muñeca, mirándome con desparpajo, recordándome que este ciclo tiene tanto un comienzo como un fin. Por lo mismo, me resultó irónico que Emilio Chapela me invitara a hablar sobre el tiempo dentro del marco de su exhibición, porque según él los poetas poseemos un lenguaje más especializado para referirnos a este fenómeno que nos rodea y nos permea, que enmarca nuestras vidas. Luego me acordé que en el momento de decidir que ya no usaría reloj escribí un poema al respecto. “I want no lidless eye reminding me this never-ending circle has both beginning and an end“, etcétera. Así que a lo mejor Chapela tiene razón.

Pero mi poema no llegaba a expresar más que una especie de berrinche existencial.

Así que comencé a buscar otras opciones dentro de la tradición poética que reflexionan sobre el tiempo de la misma manera que lo hace Chapela con sus piezas: no con la angustia metafísica del reloj de arena que se nos agota, sino con la misma curiosidad, humildad y afán de explorar que lo caracterizan como artista.

Evidentemente, mi primera parada tenía que ser el haikú, la forma breve predilecta de la tradición japonesa, importada a nuestro idioma por José Juan Tablada. Lo digo porque más que una simple forma breve de tres líneas con cierta métrica, como los que sin duda los obligaron a componer en la primaria por considerarlos “sencillos”, el haikú no es nada sencillo: es a mi modo de ver una herramienta poética óptima, una que busca específicamente desentrañar la manera en que el tiempo se experimenta fuera de la civilización humana, dentro de la naturaleza. Me explico. Tomemos el célebre haikú de Basho, poeta del siglo XVII, en que observa con toda tranquilidad un paisaje hasta que algo suceda. Estas dos versiones en español son de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya; la primera es más literal, mientras que la segunda busca captar la emoción lírica del original.

 

Un viejo estanque:

salta una rana,

ruido de agua.

Un viejo estanque:

salta una rana ¡zas!

Chapaleteo.

Bashó, El haikú de la rana, 1686

 

Según Manuel Ulacia expresaba en el seminario que daba hace años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Octavio Paz creía que un haikú clásico como éste antecedía a la dialéctica hegeliana, ni más ni menos, dado que el primer verso entabla una tesis: el paisaje tal y como se observa; el segundo describe un cambio efímero a ese paisaje, una antítesis, si queremos; y el tercero ofrece una síntesis, una combinación realzada de ambas partes que logra resolver su conflicto esencial, su diferencia. Este acto de magia poética se logra a través de Shodo, el camino de la escritura, porque además de transmitir belleza, como la etimología de la palabra caligrafía indica, la caligrafía ideogramática busca crear una “pintura con sonido”. En el caso de Basho, las líneas verticales de los versos parecen sueltos al principio, luego se concentran cada vez más, replicando la manera en que percibimos desde la orilla del estanque las ondas en la superficie del agua que la rana ha dejado como secuela. Además, Basho nos lega un pequeño retrato de la rana en cuestión a la derecha inferior del cuadro. Lo señalo, porque también quería hacer hincapié en el hecho de que el haikú se consideraba como un arte interdisciplinario. De paso agradezco de Chapela el hecho de que encuentro en su praxis esa misma heterodoxia, porque la idea de un arte “puro”, o divorciado de las demás artes u otras humanidades, me es anatema.

Emilio Chapela, En la memoria del volcán nunca mueren las estrellas, Videoproyección de dos canales con blending, mapping y sonido multicanal.

 

Ahora se me ocurre que este haikú no solo resuelve con dialéctica las situaciones que describe, sino también nuestro dilema con el tiempo: el paisaje del estanque representa la eternidad –o cuando menos ese tiempo geológico con el que Chapela (o el corazón de Chapela) quiere dialogar en piezas como la videoproyección titulada En la memoria del volcán nunca mueren las estrellas. La rana representa el instante, lo efímero –¡zas! Y el chapalateo, esas ondas en la superficie, no solo el impacto que lo efímero puede tener sobre lo que desde nuestra perspectiva es permanente, sino la manera en que se conserva en nuestras memorias, la manera en que grabamos el momento, ya distorsionado, en la “tabla de cera” de nuestras memorias, diría Sócrates en el diálogo con Teeteto. Nuestras memorias como la síntesis dialéctica entre el tiempo que nos rebasa y el tiempo que ejercemos. Y la poesía como herramienta para expresarlo.

Lo cual me remite al primer fragmento de los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot en la incomparable traducción de mi mentor y amigo, José Emilio Pacheco.

 

El tiempo presente y el tiempo pasado 

Acaso estén presentes en el tiempo futuro 

Y tal vez al futuro lo contenga el pasado. 

Si todo tiempo es un presente eterno 

Todo tiempo es irredimible. 

Lo que pudo haber sido es una abstracción 

Que sigue siendo perpetua posibilidad 

Sólo en un mundo de especulaciones. 

Lo que pudo haber sido y lo que ha sido 

Tienden a un solo fin, presente siempre. 

Eco de pisadas en la memoria, 

Van por el corredor que no seguimos 

Hacia la puerta que no llegamos nunca a abrir 

Y da al jardín de rosas. Así en tu mente 

Resuenan mis palabras. 

Pero no sé 

Con cuál objeto perturbamos el polvo 

Que vela el cuenco en donde están los pétalos 

De rosa. 

Y otros ecos 

Habitan el jardín. ¿Vamos tras ellos? 

No sé cuánto tiempo haya tardado Eliot en escribir estos versos, pero sé que José Emilio tardó veinte años en traducirlos a su satisfacción (que nunca fue entera, me consta.) Es quizás lo que más me remite al Jardín de rosas que instaló Chapela, y su cita a Góngora partiendo del filósofo Michel Serres, que en paz descanse, quien a su vez estaba reflexionando sobre el poeta Fontenelle –aunque al parecer, se trata de una frase suya, no un poema: De mémoire de roses, on n’a point vu mourir le jardinier.

 

A UNA ROSA

Ayer naciste, y morirás mañana.

Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?

¿Para vivir tan poco estás lucida?

Y, ¿para no ser nada estás lozana?

Si te engañó tu hermosura vana,

bien presto la verás desvanecida,

porque en tu hermosura está escondida

la ocasión de morir muerte temprana.

Luis de Góngora (1561-1627)

 

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: August 26, 2019 at 9:48 pm

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