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En el campo de juego

En el campo de juego

Anadeli Bencomo

• Martín Kohan: Fuera de lugar (Barcelona: Anagrama, 2016).

Martín Kohan nos ofrece una vez más una potente novela, anotándose un gol si queremos continuar con la terminología futbolística referida en el título. Otras novelas de Kohan, Bahía blanca, Ciencias morales, Cuentas pendientes, Dos veces junio, Segundos afuera, nos han preparado para esta reciente entrega que no decepciona nuestras expectativas lectoras. En Fuera de lugar el inicio se reviste de obviedad: la novela trata de la pedofilia. Tema escabroso como otros de los abordados por Kohan en su obra narrativa, pero en este caso nos sorprende la inmediatez de la trama pues generalmente en sus novelas se llega al meollo luego de un rodeo (quizás con la excepción de Dos veces junio). Y nos sumergimos sin más por los vericuetos de la historia hasta que en la segunda mitad entendemos que quizás el asunto de las fotos pornográficas de niños –imágenes exportables y comerciables desde Argentina a Europa– reviste otra historia menos obvia.

Con el suicidio de uno de los personajes asistimos a la puesta en escena de los postulados de Ricardo Piglia acerca de la historia secreta de todo cuento, esa que marcha solapada hasta hacerse visible hacia el final del relato. El ejemplo usado por Piglia en sus “Tesis sobre el cuento” para ilustrar sus ideas es idéntico al asunto tejido por Kohan en esta novela: “Alfredo va al casino, juega, gana, sale y a los pocos días se mata” (143). Piglia explica que en estos giros paradójicos, como el del ejemplo del jugador, se cifra el mecanismo de la doble historia que funciona en muchos cuentos. Kohan, profesor de Teoría y Literatura, obviamente conoce las tesis de Piglia y este guiño puede leerse como una suerte de homenaje a ese personaje de las letras argentinas quien, como él, cumple el doble rol de escritor y docente universitario.

Las novelas de Kohan se caracterizan por un narrador que va desgajando el relato poco a poco, sembrando pistas que se recogen a lo largo de las páginas para resolverse más adelante, exigiendo un lector paciente y perspicaz. En este sentido, las novelas de Kohan no son de aquellas que se llevan a la playa de vacaciones y que leemos despreocupadamente en medio de la algarabía de familias de bañistas, gaviotas gritonas y música de fondo. Fuera de lugar, como las otras novelas de Kohan, reclama concentración lectora y no es apta para mojigatos. En las ficciones de Kohan frecuentemente nos encontramos ante el tópico de una libido un tanto “fuera de lugar”. En esta oportunidad se trata de niños que son fotografiados desnudos para disfrute de pederastas; en Ciencias morales tenemos a la celadora del colegio que goza de esconderse en el baño de los chicos con gozo masturbatorio que luego se transmuta en algo más; en Cuentas pendientes el octogenario protagonista se acuesta rutinariamente con una prostituta vieja y obesa o se muestra impotente ante un cuerpo más joven. Sin embargo, estas historias torcidas son parte de la trama, no el asunto narrativo que generalmente se bifurca en las novelas de Kohan. Sabemos, luego de leer algunos de sus libros, que lidiaremos, al menos, con dos historias que se van alternando o entretejiendo en el texto.

¿Cuáles son las dos historias que nos cuenta Fuera de lugar? ¿La que sucede en la provincia, en el pueblo donde se toman las fotos a los chicos o en el hotel de los Correa y la historia más urbana que incluye a Alfredo el personaje que se suicida? Esta es una posible respuesta, pero me parece más rendidor, en este caso, pensar en los dos planos del texto en lugar de detenerme a deslindar los dos relatos pues resulta claro cuán importante es el andamiaje narrativo para un autor como Kohan. En una entrevista con el diario londinense The Guardian, Kohan declaraba cuán importante resultaba la forma en sus textos y me parece que esta premisa es evidente en Fuera de lugar.

Lo que priva en esta novela no es la aberración como tema, y dejemos claro que Fuera de lugar no es una novela sobre la pedofilia, aunque éste sea un asunto importante dentro de la trama. La idea de adultos que se excitan ante imágenes de chicos desnudos es importante en la medida en la que indica una relación entre mirada y deseo, entre lo prohibido y el silencio. Precisamente, las miradas y los silencios son las marcas más elocuentes en este libro. Son estos silencios, lo sobreentendido, lo sugerido apenas por un gesto o una mirada, aquello que alimenta la sensación de estar frente a un texto perturbador que nos coloca como voyeurs (y en esta posición se encuentra inclusive el propio narrador). Por otra parte, a los silencios narrativos no se corresponden con una prosa parca, verbalmente moderada, como podríamos esperar. En el primer apartado del libro (“Precordillera”), por ejemplo, abundan las descripciones y las escenas muy detalladas. El lenguaje es distendido, pero funciona al mismo tiempo como una especie de pantalla que oculta otro lado de la imagen que permanece como presencia espectral, tal y como esos destellos inesperados que Murano, el fotógrafo de las sesiones, descubre al revelar las fotografías en el cuarto oscuro. Allí bajo la luz roja brotaba “un mensaje cifrado que alguien dejaba en una hoja blanca escrito con tinta invisible.” (55)

Esta idea de una tinta invisible que invita a leer entrelíneas pudiera resumir el reto que esta novela lanza a su lector. Está sin duda el asunto inquietante que abre la narración y que engancha desde la lógica morbosa, pero luego suceden dos secciones que aparentemente se desvían del tema pornográfico y donde advertimos una mudanza del estilo narrativo. La voz narrativa entonces funge como una suerte de apuntador, se adelgaza la frase, se agiliza la prosa gracias a las oraciones breves, al comentario sugerente en lugar de la descripción minuciosa. Pasamos así de manera más clara a un espacio que quiero llamar el de la conjetura narrativa en tanto el relato no nos aporta una versión certera de los hechos y entonces de nueva cuenta el lector debe internarse en sus propias hipótesis a partir de los gestos y acciones de los personajes (el que reanuda la rutina de ir a pescar al río, el que asume la labor de detective tras los pasos del tío o tras las rutas navegadas en internet, el que intenta entender la frase redundante del niño autista). La lectura prolonga y deja viva una interrogante que tiene que ver con el tema del deseo y que gira alrededor de las motivaciones que intuimos detrás de estos personajes, sus acciones, sus diálogos. Una interrogante no agotada y que demuestra como Martín Kohan es ese tipo de autor que entrega su libro al lector para que sea éste quien lo acabe, quien rellene sus silencios y dirima, a su manera, el sentido suspendido.

Anadeli Bencomo es autora de los libros Entre héroes, fantasmas y apocalípticos. Testigos y paisajes en la crónica mexicana (Colección Voces del Fuego) y Voces y voceros de la megalópolis: la crónica periodístico-literaria en México (Editorial Iberoamericana/Vervuert, 2002), entre otros. Es colaboradora de Literal.

 

 

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Posted: July 17, 2017 at 8:45 pm

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