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En tierra de machos, el joto es rey

En tierra de machos, el joto es rey

Miguel Cane

Su muerte, repentina, dará tanto de qué hablar como su vida per se –y es con justa razón. ¿Qué se puede decir de Juan Ga (o bien, Alberto Aguilera Valadez) en estas líneas, que no se haya dicho ya en otras partes, quizá con grandilocuencia, quizá con azoro? Lo cierto es que muy probablemente él mismo no pensó al morir, de un infarto a los 66 años de edad, después de dar un concierto en el Forum de Los Ángeles, que dejaría una huella tan profunda en millones de personas.

Ciertamente no lo pensaba al inicio de su carrera, siendo un adolescente, cuando cantaba en bares de la ciudad de México o de Ciudad Juárez –entre ellos el Noa Noa, un antro gay (o bien, de “ambiente”) que inmortalizó en una de sus canciones más célebres– tratando de hacerse de un lugar en la fama, bajo el nombre de Adán Luna (mismo que tomó de un cómic). Sería hasta 1971, cuando adoptó el nombre de Juan Gabriel –éste en homenaje a su mentor Juan Contreras y a su padre, Gabriel Aguilera– que empezó realmente a despuntar: un talentoso compositor con una tesitura peculiar, casi femenina, y un amaneramiento que sostenía tanto en escena como fuera de ella; no obstante, este es el punto que quisiera aclarar al respecto, al ver que numerosos activistas por los derechos homosexuales y en pro de la diversidad sexual han hecho elegías en torno a Juan Gabriel, encomiando su libertad de ser y casi comparándole con Harvey Milk.

Y aquí es donde quisiera aclarar una cosa y dejar manifiesta mi opinión al respecto: no por el hecho de haber sido como era, y tal cual era, Juan Gabriel hizo algo –al menos activamente— en pro de los derechos homosexuales. Es verdad que convertirse en el artista musical de mayor venta y trascendencia en este país en los últimos cincuenta años es un gran mérito, no obstante, en vida suya, cientos de personas que hoy cantan loas a Juan Gabriel, nunca, nunca hubieran admitido su admiración: lo verían como un placer culposo, un gusto a escondidas o de fondo de botella y de hecho, ni siquiera comprarían un disco suyo abiertamente, básicamente por la razón de que era “maricón”, aunque jamás lo admitiese en público.

Ahora, convenientemente, se les olvida a todos ellos (defensores de la familia, las buenas costumbres, el matrimonio “natural” y anexas, como algunos diputados de pan) y han manifestado su pena por este deceso, mediante la arena de las redes sociales. Centenas de tuits y posts de Facebook se han escrito haciendo alusión a sus más de 500 canciones, que han trascendido todas las barreras, incluso las idiomáticas.

Aunque, si bien Juan Gabriel es un ídolo masivo, no hay tampoco que adornarle tanto el rizo, por el simple hecho de que esté muerto. Efectivamente, era un divo y su influencia era notable como la de pocos –de ahí que no sea tan descabellado ponerlo en un nicho similar al de Bowie, Prince o Michael Jackson, en lo referente a showmanship–, pero hay que dejar claro y puntualizar que tampoco fue ningún activista de la causa gay, jamás se comprometió con ella y su clóset, aunque de cristal y al aire libre, no dejó de ser un clóset.

Ahora se le describe en medios y redes como si hubiera sido heroico para una causa como la igualdad de derechos para personas que buscan, por dar ejemplo, adoptar hijos. Irónicamente, Juan Gabriel fue padre de seis hijos con Laura Salas, su más íntima amiga, quien se apartó completamente del ídolo y la vida pública –él señaló varias veces que nunca estuvieron casados, curiosamente– para criarlos. Aquí hay que señalar que la infancia era la causa que más eco tuvo en la vida de Juan Gabriel, que fundó una casa hogar en Juárez, misma que entregó al gobierno local en 2014, cuando entró en algunas dificultades económicas.

Quizá sería algo generacional lo que lo separaba de la causa gay, pero nunca se aceptó abiertamente y ante los públicos como homosexual –esa respuesta dada en televisión hace casi 15 años “ay, mijo, lo que se ve no se pregunta” es una ingeniosa ambigüedad, pero nada más– y aunque su última frase pública fuera “Felicidades a todos aquellos que están orgullosos de ser lo que son”, tampoco hay que decir que hizo cosas por nosotros, porque no fue así: ni se pronunció por los derechos de la comunidad LGBTTI, ni dijo “esta boca es mía” y no salió en defensa de absolutamente nadie más que… Juan Gabriel.

Tampoco nadie puede reprochárselo. Vivió para entretener y esa era su vocación. El resultado ahora se aprecia con creces: no hay quien no conozca, al menos de oírla una vez, una de sus canciones. Y deja el ejemplo de lo que fue vivir su vida como le dio la gana, en un mundo soterrado por el machismo arraigado en la cultura mexicana, sin demostrar vulnerabilidad o temor alguno. Esto es prueba fehaciente de la mejor mano de cartas que pudo haber jugado, al probar que en tierra de machitos, el joto (o marica, o lilo, o cualquiera de los epítetos que en su tiempo hubo de enfrentar) es, y se mantiene tan campante, aún en la muerte, como el rey.

MiguelCane2013-150x150Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: August 30, 2016 at 10:15 pm

There are 5 comments for this article
  1. Delia Diaz at 9:21 pm

    Es verdad, no le gustaba hablar de su vida privada, lo cual me agrada pues cada quien ventila lo que quiere, sin embargo en varias de sus canciones si que defendía el derecho a ser libre y ser como cada quien quiera ser.
    El era compositor y cantautor, ademas de una excelente persona, eso es lo que lo hace grande, lo demás no interesa.

  2. César A. Chávez at 7:03 am

    Dice el dicho que “no hay muerto malo” y es muy difícil hablar de algo tan actual sin el sesgo fácil de lo cursi, la pretensión grandilocuente o el odio clasista. Muy buen análisis de un fenómeno de masas llamado JG.

  3. Ramón at 10:02 am

    Excelente texto y reflexión. Algunas personas tenemos la misma opinión. Muy lamentable que lo tabú, “privado”, personal se quede así, sin que haya una reflexión de la realidad de las personas LGBTTI en México. La gente prefiere enfocarse en el gran cantantautor en lugar de decirle lo que fue “una loca” cantautora, jeje. Que viva el Rey! Un abrazo

  4. Alfonso Colin at 10:42 pm

    Me resulta interesante la gran influencia generacional para la interpretación que se le da a un suceso – el deceso de Juan Gabriel.
    A “los grandes”, se les recuerda por lo que hicieron GRANDE, no por lo que fueron o como fueron. Y en contraste con lo que mencionas yo diría: “A Juan Gabriel no sólo hay que adornarle el rizo, sino el copete entero, y no por haber muerto sino por lo que hizo al estar vivo”. Influenciado por una corriente generacional con mayor aceptación hacia las preferencias sexuales, enfocas tu talento editorial en las sombras de la luminaria, más que en su genialidad artística que fue y seguira siendo la fuente de su luz.

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