Interview
Entrevista con Iván Cherjovsky

Entrevista con Iván Cherjovsky

Gisela Heffes

Revista Literal

GH: ¿Qué te inspiró a producir el documental La Jerusalén de Argentina?

IC: La motivación para filmar un documental sobre la comunidad judía de Moisés Ville provino de mi experiencia etnográfica en el pueblo, ya que uno de los capítulos de mi tesis doctoral se refiere a las acciones puestas en práctica por un grupo de emprendedores de memoria locales. Por ello, pasé unos cuatro años, entre 2009 y 2013, realizando cuatro o cinco visitas al año, siempre de una semana de duración, que me permitieron conocer el Moisés Ville “de puertas adentro”.

GH: ¿Fue difícil ingresar en una comunidad tan pequeña como ésta? ¿Cómo te recibieron sus habitantes, y cómo fue entrar como espectador y registrar las conversaciones y sus tareas cotidianas?

IC: No fue difícil en absoluto. Al contrario, mientras realizaba mi trabajo de campo, todos querían ser entrevistados. La gente me paraba por la calle y me decía: “esta vuelta no me viniste a ver… ¡Y eso que te había preparado un leicaj!”. Y, más tarde, cuando comenzamos a filmar, ya todos me conocían bien, desde hacía varios años, y confiaban cien por ciento en mí.

GH: Siguiendo con la pregunta anterior, ¿cuál fue tu posición en tanto documentalista y antropólogo frente al objeto de estudio y proyecto estético?

Yo creo que en ambos casos se dio una continuidad casi natural. Además, en el fondo, el mensaje de la película es muy similar al del capítulo homólogo de mi tesis, que se puede leer online en https://www.editorialteseo.com/archivos/14786/recuerdos-de-moises-ville/. En ambos relatos, se narran las peripecias de un grupo de vecinos que tratan de sostener la identidad y la memoria judía en el pueblo, cuando, en los últimos sesenta años, la comunidad pasó de tener unos cinco mil habitantes a apenas un poco más de cien. La pregunta que flota en el aire es: ¿este seguirá siendo un pueblo judío cuando ya no queden más judíos? Yo creo que es una pregunta que involucra cuestiones como el patrimonio, el multiculturalismo y la memoria de las minorías étnicas, que son los temas que a mí me interesan como antropólogo.

GH: Una característica del film es la temporalidad: se avanza hacia el festejo de los 125 años de la creación de Moisés Ville pero, a la vez, pareciera que no pasa nada, como si el tiempo no se moviera. ¿Podrías hablar sobre esto?

IC: Esa fue una decisión consciente de Melina (la codirectora) y mía. Necesitábamos darle un destino a las acciones de la película, un propósito, un lugar a dónde ir. Y teníamos el 125 aniversario, que es ideal, porque implica un trastocamiento absoluto de la vida cotidiana. Sobre todo para los viejitos de la colectividad judía, que reciben a sus parientes y reviven la belle époque judaica por un fin de semana, con actividades en el teatro y reuniones en las casas. Es como si el pueblo pasara del blanco y negro al cine en colores. Y después… de repente, el domingo a la noche la carroza se convierte de nuevo en calabaza, al menos hasta el festejo del próximo año. Por otra parte, esa fiesta nos daba un clímax, al cual se llegaría desde esa quietud a la que te referís, que también tiene un propósito narrativo: viene a decirnos que estamos en un pueblito minúsculo, en el que no pasan muchas cosas excitantes; y la vida de estas personas envejecidas es así, un tanto monótona. Aunque, como se ve en el documental, son gente muy interesante y sofisticada; y con mucho sentido del humor, afortunadamente.

GH: ¿Qué papel juegan los perros que, como hilo conductor, van uniendo las escenas entre sí?

IC: Los perros nos sirvieron a modo de sinécdoque. Son la parte por el todo que simboliza o representa a un pueblo rural. Con Melina pensábamos: ¿cómo le contamos al espectador que este pueblito donde transcurre le película es una isla en el medio del mar verde de la pampa? Al principio, probamos filmando el campo, las tareas rurales, los tractores, pero no nos funcionó. Así que nos decidimos por los perros. Es típico de los pueblos argentinos que haya una suerte de horda de perros callejeros. Y los perros realmente se portaron muy bien ¡Hicieron un gran trabajo!

GH: En cuanto a la construcción de una memoria colectiva, ¿qué es lo que te resultó más difícil?

IC: Me resultó difícil contar todo lo que hizo esa gente en pos de conseguir fondos para restaurar los edificios, obtener declaratorias patrimoniales, labrar edictos municipales de protección del patrimonio… Incluso, gracias al empuje de Eva Guelbert y su admirable grupo de colegas, hoy Moisés Ville está en la fila de la ventanilla para lograr la declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad, en la UNESCO. Es decir, está en la lista de los 100 sitios en peligro… Sin embargo, contar todo eso con imágenes es complejo. Y tampoco queríamos que Eva lo relatara en una entrevista, recurso con el que no simpatizamos. Por eso, le pedimos que leyera la declaratoria que designa a Moisés Ville como Pueblo Histórico, y a una de las sinagogas como monumento histórico nacional, en una especie de acting, de pie en la sinagoga, con el aron hakodesh (el cofre que guarda la Torá) detrás. Es una declaratoria filmada por el presidente de la Nación.

GH: ¿Cuál fue tu impresión final una vez concluido el film? ¿Sentiste que habías logrado contar lo que te habías propuesto al comienzo?

IC: Yo me involucré muchísimo con la película. Fue un trabajo descomunal. La considero casi mi tercer hijo. Pero, al principio, más allá de todo el esfuerzo, no estaba del todo conforme con los resultados. En primer lugar, porque Ingue, el protagonista, y mi gran amigo de muchos años (él me alojó en su casa durante los cuatro años de investigación doctoral), murió antes de concluir el rodaje. Y me quedé con escenas pendientes, que no pude grabar. Y, además, porque no estaba conforme con la forma en que contábamos la fiesta. Sin embargo, desde que la estamos proyectando, al volver a verla junto con los espectadores, tanto en Argentina, México y Estados Unidos, que son los lugares por los que anduve mostrándola hasta ahora, debo decir que –y perdón si suena pedante– la peli cada vez me gusta más. Incluso ahora valoro mucho el larguísimo trabajo de edición que hicimos con Emiliano Serra, que fue realmente complejo, aunque a la vez fascinante.

GH: En el documental trabajás con un archivo fotográfico impresionaste: ¿podés contarnos cómo pudiste acceder a él, y qué más encontraste que no pudiste incluir en el film?

IC: Antes de comenzar a filmar, la AMIA (la principal institución judía de la Argentina) me contrató para que hiciera un sitio web sobre las colonias judías. Trabajé en ese proyecto durante un semestre. Es un sitio que, al acceder, muestra todas las colonias judías que hubo en la Argentina usando un Google maps, y luego permite entrar a distintas solapas en las que se puede leer la historia de cada colonia y ver fotos, videos, bibliografía académica, literatura, etc. Por eso, yo tenía en mi casa un disco rígido con miles de fotos del Centro Mark Turcow, el instituto de investigaciones de la AMIA que dirige Ana Weinstein. Así que seleccionar las fotos fue muy fácil, porque ya las había relevado para armar el sitio web apenas unos meses antes. Es un archivo de lujo. Una maravilla. Y me hubiese gustado incorporar más fotos al film. Pero creo que, los que estén interesados, pueden ver fotos, leer e informarse sobre ese trasfondo histórico en el sito y en numerosos libros y textos. Tampoco queríamos saturar el documental, que es sobre el presente, con elementos del pasado. De hecho, también teníamos materiales fílmicos impresionantes que no usamos, ¡uno incluso data de 1925!

GH: Hay cierta nostalgia a lo largo del documental, quizá porque se transmite la idea de que se intenta preservar algo que está desapareciendo: la creación de un museo, por ejemplo, demuestra que se quiere salvar un retazo del pasado que se está extinguiendo. ¿Cómo percibiste este aspecto de lo que contás, y cómo manejaste esta nostalgia cuando estabas registrando a su vez un fenómeno que implica trabajar con personas que aún viven en Moises Ville?

IC: Yo creo que esa nostalgia funciona muy bien a nivel emotivo. En algunas de las proyecciones se me han acercado dos o tres espectadores con lágrimas en los ojos. Y me parece bárbaro que pase eso. De algún modo, si se lee el juego profundo del asunto (tomo prestada esa expresión de Clifford Geertz para ratificar mi condición de antropólogo), estamos hablando de un tema universal, que es la vejez, el paso del tiempo, la muerte. Pero, aún así, la historia de las colonias como Moisés Ville es positiva. Es decir, si uno compara esta trama con los típicos tropos de la memoria judía, como el Holocausto, la Inquisición, los pogromos en la Rusia zarista, las purgas en la URSS… No cabe duda de que esta gente ha sido exitosa en su vida. Los hijos no están, pero no porque alguien los masacró, sino porque se fueron a estudiar y a progresar a las ciudades. El pueblo se va desjudaizando, pero ahora el Estado y quizá la UNESCO cuidarán el patrimonio judío. Por otra parte, los protagonistas de la película tienen muy asumido que están viviendo el epílogo de una historia resplandeciente, que son los “últimos mohicanos” de la colonia fundacional del judaísmo argentino, y creo que sus tareas como emprendedores de la memoria colectiva son el mejor consuelo para pasar sus últimos años entretenidos y con proyectos interesantes.

 

giselaGisela Heffes ha escrito  Políticas de la destrucción / Poéticas de la preservación (Beatriz Viterbo, 2013), Utopías urbanas: geopolíticas del deseo en América Latina (Vervuert Verlag, 2013), Poéticas de los (dis)locamientos (Literal Publishing, 2012), Las ciudades imaginarias en la literatura latinoamericana (Beatriz Viterbo, 2008), entre otros.

 

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Posted: May 19, 2018 at 10:40 am

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