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Final Space: La definitiva (e improbable) ópera espacial
COLUMN/COLUMNA

Final Space: La definitiva (e improbable) ópera espacial

Andrés Ortiz Moyano

La obra de Olan Rogers se presenta como una de las obras de ciencia ficción más sólidas, fascinantes y sorprendentes de los últimos tiempos.

Reconozco que me había dejado engañar por mis prejuicios. Los propios que repelen al que suscribe de todo lo que pueda parecerse mínimamente a la insoportable Padre de familia (Family Guy en gringo) retrasaron demasiado mi abordaje de Final Space. Fue realmente un accidente improbable, una serendipia en el sentido más canónico de la palabra, provocada por la combustión del tedio estival y la dudosa calidad de la oferta catódica de Netflix. Pero la cuestión es que le di al play casi sin querer y, desde luego, sin ningún tipo de referencia o recomendación previa de alguno de mis más ínclitos oráculos de ciencia ficción (para consultar, véase mi perfil de Twitter). Huelga decir (de lo contrario no estaría dedicando mi columna mensual a una serie de ‘dibujitos’) que me bebí los diez capítulos de la primera temporada de un sorbo y, desde entonces, me encuentro extraordinariamente entusiasmado.

Y es que Final Space, creada por el comediante Olan Rogers, por los argumentos que desarrollaré ut infra, me ha resultado una pieza exquisita de la mejor ciencia ficción que, como las obras insignes del género, trasciende lo superficial, lo vacuo, lo friki, para auparse a unas categorías de calidad y relevancia al alcance de muy pocas creaciones. Y, además, insisto, tratándose de una mera serie de animación, con el desprecio latente que ello supone para el gran público (llamado por los cursis, o sea, lo mainstream).

El primer capítulo, en realidad, es el peor de todos. Bastante convencional y fácilmente olvidable. Un protagonista cargante, una propuesta no muy novedosa, un argumento previsible… pero tenía algo. Un algo que se va conformando poco a poco, de forma incorpórea e inteligente, a lo largo de los siguientes capítulos. El devenir de estos episodios nos descubre una apasionante y robusta historia de la mejor ciencia ficción, del todo sorprendente, y funambulista entre la comedia más delirante y la gravedad, en ocasiones de extrema hondura, de la tragedia y el drama clásicos. Pero lo más sorprendente es que tanto el argumento principal como los giros de guion son del todo convencionales; ya los hemos visto una y otra vez. Y, sin embargo, que diría Galileo, se mueve; es decir, funciona. Y funciona muy bien.

En gran medida, por supuesto, gracias a un acertadísimo desarrollo de personajes, a cada cual más singular, así como a un ritmo trepidante que evoluciona sutilmente de lo pausado hasta lo frenético en los capítulos finales.

Sin embargo, el gran secreto de Final Space es la asombrosa riqueza de su planteamiento. No por novedosa, insisto, sino por el insondable poso que cementa sus propuestas narrativas, todas ellas, a su vez, edificadas sobre la más excelsa ciencia ficción, tanto en literatura como en cine, cómics y videojuegos. ¿Exagerado? Quizás. Pero lo cierto es que no se me ocurre otra manera de definir a un relato compacto que basa su acierto en multitud de hitos del género.   

Empecemos por el propio Gary Goodspeed, el protagonista. Tontorrón, torpe y, en muchas ocasiones, insoportable. Pero a la vez valiente, taimado, honesto y con una férrea percepción de la amistad. Gary es tanto Lucky Starr como Philip J. Fry; tanto Miles Vorkosigan como James Holden. Su presentación y puesta en escena es, en realidad, sumamente terrible. Un prisionero intergaláctico que convive apenas con un puñado de robots y una inteligencia artificial, HUE, que nos recuerda las emociones vividas en la inolvidable Moon (Duncan Jones, 2009) o incluso, en ocasiones, al inquietante HAL de 2001 (Stanley Kubrick, 1968). Con quizás una pizca de locura, lo cierto es que Gary ejerce de excelente hilo conductor de todos los demás personajes, concibiéndose a sí mismo como uno de los héroes (o antihéroes) más entrañables del género. Los prefacios de cada capítulo, de apenas unos segundos cada uno, son una obra maestra en sí, a modo de muñeca matrioska dentro de la propia trama.

Alrededor de Gary, el resto de personajes conforma un coro equilibrado y surtido. Encontramos al clásico compañero de armas, un gato humanoide llamado Avocato, con oscuro pasado y en busca de redención a través de la incesante búsqueda de su hijo.

El interés romántico lo representa Quinn, personaje femenino más parecido a Turanga Leela que a una princesa Disney que, además, plantea un complejo arco argumental que bebe, a partes iguales, de la novela negra scifi de Isaac Asimov, tan popular en la edad dorada (años 50), y la complejidad de los viajes en el tiempo al más puro estilo Interestellar (Christopher Nolan, 2014).

El villano, el Lord Comandante, combina con éxito la inevitable carcajada por su ridículo aspecto y ciertas torpezas con la infusión de auténtico terror y determinación, merced a unos poderes que bien podría haber ideado Alfred Bester, padre de los éspers. Con un doblaje sublime del actor David Tennant (entre otros papeles, el Doctor WHO de hace unos años), el Lord Comandante da, ciertamente, pavor.

La propia amenaza de los titanes (no es ningún spoiler), más allá de una cuestión mitológica, se asienta en patrones claros del género como el terror final, insondable, imparable y absoluto. Solo la insensatez del hombre (o de una raza pensante) es capaz de justificar su castigo. Tanto los segadores del celebrado videojuego Mass Effect como el implacable Alcaudón de los Cantos de Hyperión de Dan Simmons, nos recuerdan a estas figuras propias del terror cósmico que ideó H. P. Lovecraft en sus perturbadores Mitos de Cthulhu. Sí, en la amable, divertida, coloreada y gamberra Final Space también tienen cabida los horrores de los ‘Antiguos’ del genial autor de Rhode Island.

Las referencias al género resultan incontables. Sirva como ejemplo añadido el esférico robot KVN (léase Kevin). Una pelota mecánica cargante hasta la saciedad, único personaje capaz de despertar la ira más intensa del buenazo de Gary, pero por el que, con el devenir de la trama, llegamos a sentir auténtica empatía. KVN es una clara referencia a Marvin, el androide paranoico de la desternillante Guía del autoestopista galáctico (Douglas Adams); pero en una acertada apuesta, KVN es, a diferencia del anterior, excesivo, cargante e insufrible. Pero, aun así, le queremos. Mucho.

Los amantes de la ciencia ficción lo tenemos difícil. Hemos vivido siempre entre las sombras, temerosos de qué dirán los demás lectores quienes, en ocasiones con mucha razón, nos ven como bichos raros que nos encantan las chorradas facilonas de monstruitos en planetas lejanos. Sin embargo, si hay un género capaz de aunar las maravillas de lo desconocido y de plantearnos dudas y preguntas de extrema gravedad, aplicando a la realidad y al futuro cercano cuestiones que nos afectan, esa es la ciencia ficción.

Decir que Final Space es de lo mejor de los últimos tiempos en este género no es un aspecto baladí. Estos ‘dibujitos’ desafían lo establecido en un mundo cada vez más monocromático en la creación y en lo artístico. Sus pinceladas, rescatadoras de lo más vibrante del género, nos sublima y esperanza a los que defendemos a capa y espada al género más maravilloso que existe.

No deja de ser curioso que hayan sido tres series de animación de corte scifi (la propia Final Space, la extraordinaria Rick y Morty y la ya legendaria Futurama), los tres de los productos creativos que más y mejor le han hecho al género en los últimos años, difundiendo una pasión y unas propuestas que han alcanzado el prestigio en otros formatos y artes. Curioso quizás no sea la palabra más precisa; extraordinario y amazing, como dirían los padres del género, sí se ajustan más. Posiblemente sigan pensando que me excedo en los calificativos, pero es que, de lo contrario, no sería digno de ser ciencia ficción.

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista, #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

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Posted: September 1, 2019 at 4:00 pm

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