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Nostalgia para la Generación X

Nostalgia para la Generación X

Miguel Durán

Es sólo nostalgia. Eres un turista en tu propia juventud.
(Léase evocando los primeros acordes
de Lust for life, de Iggy Pop.)

Entrar a una sala de cine a ver T2 Trainspotting es, como dice Sick Boy en la película, “revisitar tu juventud”. La original es, después de todo, una de las cintas más importantes y representativas de lo que fue la década de los noventa, y todos los que asistimos a su estreno en 1997 recordamos perfectamente dónde, cuándo y con quien la vimos por primera vez. 

Han transcurrido veinte años desde que Renton se escapó (a Ámsterdam, ahora lo sabemos), dejando a sus amigos sin las ganancias de una venta de drogas. En Edimburgo, Spud sigue siendo un junkie, Begbie está en prisión y Sick Boy, quien se dedica a chantajear a los clientes de su “novia”, una prostituta búlgara, ha cambiado la heroína por la cocaína. Sobrio y aún recuperándose de un infarto, Renton regresa a su ciudad natal para buscar a sus amigos y, de alguna manera, intentar una especie de reconciliación con ellos, con todos los riesgos que esto conllevará (sobre todo luego de que el explosivo Begbie se fugue de la cárcel).

No vale la pena entrar en más detalles sobre la trama; intuyo que la mayoría de los que acudan a ver la película lo harían así se tratase de la historia más trivial o inverosímil. Además es de sobra conocido que el guión de John Hodge se basa tanto en la novela homónima de Irvine Welsh como en su secuela, Porno. Lo que muchos queríamos ver era qué hacían ahora (y qué tanto habían envejecido) los cuatro escoceses fantásticos que nos cautivaron en nuestra juventud, convirtiéndose en íconos y, por qué no, hasta en ejemplos perversos para muchos. Y es que el impacto de Trainspotting en su momento fue algo contundente, al grado de convertirse en un hito en el cine contemporáneo.

Yo no era adicto a la heroína, ni tampoco asistente asiduo a los raves y clubes como los protagonistas. No obstante, el desenfadado nihilismo de la película era tan audaz como cautivante, y sus consignas resonaban con claridad y profundidad en lo más hondo de mi alma. “Escoge la vida, escoge un televisor, escoge un empleo de mierda…” Así muchos caímos rendidos ante esta suerte de hazaña cinematográfica contracultural y contradictoria.

Como Fight Club, otro ícono de los noventas, Trainspotting fue una de esas raras películas que adquirieron una vida propia más allá del libro que las inspiró. Mucho del crédito de este logro se debe sin duda a la visión del entonces joven y virtual director debutante Danny Boyle, quien comenzó así una carrera sólida y deslumbrante. Cuando hace un par de años anunció que planeaba filmar la secuela comenzaron a dibujarse múltiples expectativas en cada uno de sus adeptos. Y como todos sabemos, no hay una manera más segura de concretar una decepción que propiciando altas expectativas.

Debe considerarse entonces como un logro que, sin llegar a ser una película memorable, T2 Trainspotting tampoco defraude las estratosféricas expectativas que quizá abriguen la mayoría de los espectadores. La película nos presenta la realidad actual de sus cuatro protagonistas de una manera amena y coherente. De nueva cuenta Boyle evidencia su particular talento tras la cámara y, sin proponer la pirotecnia de la película original, sigue destacando como un director visionario, apoyándose sobre todo en la edición de Jon Harris y la fotografía de Anthony Dod. Aquí y allá se intercalan fugaces reminiscencias de la cinta predecesora (junto con fragmentos de las inolvidables “Born slippy” o “Lust for life”), para el deleite de los fans. Hay que decir que no todo funciona: bien podríamos prescindir de un par de momentos que apelan a las modas actuales de manera casi deplorable, y el reprise de aquel memorable monólogo/rant de “Choose Life” resulta fallido en esta ocasión, un pobre intento por traer las filias y fobias de los noventas al contexto actual.

El desenfadado nihilismo de Trainspotting no se ha perdido del todo en su secuela, pero ahora aparece matizado y casi soslayado por la taciturna resignación ante el status quo prevaleciente (como en escena de la llegada de Renton a Escocia, un irónico comentario sobre el multiculturalismo europeo). Para mí no hay duda alguna: Trainspotting 2 es una película no sólo para adultos, sino para cuarentones nostálgicos o amargados, sin muchas esperanzas ni nuevos sueños por perseguir. “Es una mierda ser escocés”, se lamenta Renton en la película original. Es cierto, diría yo, pero no lo dejemos ahí: es una mierda vivir en nuestra época, en nuestra sociedad. La realidad contemporánea, en la que se encuentra más placer mirando hacia atrás que adelante, tiene su reflejo fiel en el cine de hoy en día, plagado de remakes, reboots, secuelas, precuelas y otros refritos y derivados.

Al acabar los créditos la impresión es algo equiparable a lo que sentimos luego de una reunión con ex compañeros del colegio o la universidad: “Qué buenas épocas pasamos juntos, fue agradable volver a vernos, pero por favor, no hagamos esto pronto”. Que veinte años no son nada. No, qué va.

T2 Trainspotting
Dir. Danny Boyle
Con Ewan McGregor, Ewen Bremner, Jonny Lee Miller y Robert Carlyle
Reino Unido, 2017
Color, 117 minutos

 

MIguel Duran


Miguel Durán
 es escritor, crítico de cine y colaborador de Literal

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: November 5, 2017 at 9:46 pm

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