Film
Icarus, de Bryan Fogel

Icarus, de Bryan Fogel

Naief Yehya

El escritor, director de Jewtopia (2012) y apasionado ciclista amateur, Bryan Fogel, decidió debutar como documentalista gonzo con una película acerca del efecto de los esteroides en el rendimiento atlético humano, usándose a sí mismo como conejillo de indias, en una evocación del experimento fílmico-gastronómico de Morgan Spurlock, Super Size Me (2004). De esa manera nació Icarus, un trabajo que evoluciona de manera inesperada, espontánea, indulgente y fascinante, a pesar de ser relativamente caótico, desarticulado y oportunista. La cinta comienza con Fogel participando en la brutal competencia ciclista amateur Haute route, en Suiza (siete días recorriendo los Alpes). En su primer intento el cineasta queda en un honroso pero no triunfal décimo cuarto lugar. Más adelante, decide volver a competir, violando las reglas más elementales del dopaje, bajo el efecto de altas dosis de testosterona y hormonas de crecimiento humano: drogas populares y de amplio uso por los profesionales y algunos amateurs. Fogel parte de los escándalos de Lance Armstrong, Marion Jones, Alex Rodríguez y otros atletas de alto nivel para inferir que el uso de esteroides y otras drogas es mucho más abundante de lo que se sabe. El director cree que la diferencia entre los líderes de la competencia en Suiza y el resto de los participantes tiene que radicar en el uso de sustancias químicas prohibidas. Para demostrar su hipótesis recurre a Grigory Rodchenkov, el ex jefe del departamento anti doping ruso, quien vía Skype lo instruye al respecto del uso de las hormonas de crecimiento humano y la testosterona. Pronto tenemos a Fogel siguiendo una rutina de inyecciones que debería transformarlo en un ciborg sobre acelerado e inagotable. Asimismo, lo entrena en las técnicas para no ser descubierto. La intención del filme aquí parece cambiar; ya no se trata tanto de probar la eficiencia de las sustancias químicas para mejorar el rendimiento sino de poner en evidencia, ridiculizar y denunciar a los sistemas antidopaje.

De cualquier manera Fogel, por diversos factores, no logra superar su desempeño el año anterior y de hecho queda en un peor lugar. Cuando Fogel está tratando de analizar lo ocurrido y considerando volver a intentarlo, estalla el escándalo del dopaje en Rusia y Rodchenkov resulta ser uno de los protagonistas principales (Putin lo denuncia a él personalmente como el responsable del fiasco). De esa forma el documental da un nuevo giro, aún más radical, al convertirse en una impactante denuncia del fraude y fracaso de la lucha antidoping de la World Anti-Doping Agency en los deportes. Ante la amenaza que corre su asesor, informante y amigo, Fogel logra hacer que Rodchenkov viaje a California, donde sostendrán varias entrevistas. Así, lo que comienza como un documental personal, un alocado experimento químico fisiológico, se vuelve un thriller internacional y un serio testimonio de los escandalosos niveles de corrupción, el uso de drogas y las tácticas para burlar los mecanismos de control en los juegos olímpicos y las competencias de alto nivel.

Rodchenkov es un ser paradójico que por un lado supuestamente se dedica a combatir el uso de drogas en los deportes y por el otro es el arquitecto del programa de dopaje de los equipos olímpicos de la Federación rusa. Según él, fue responsable del triunfo ruso en las olimpiadas de Sochi, donde obtuvieron 13 medallas de oro. Se trata de un hombre elocuente y brillante, un cínico, pragmático y lector apasionado de 1984, de George Orwell, que se enorgullece de su trabajo. Este personaje efusivo, que fuera maratonista de buen nivel, descubrió las drogas para mejorar el rendimiento cuando su propia madre lo inyectaba. Si bien se sabía del dopaje entre los atletas rusos, no se había demostrado el carácter sistemático, masivo y oficial del programa. Resulta extremadamente sorprendente y confuso que Rodchenkov acepte aparecer en cámara y hacer una serie de confesiones tan estridentes como peligrosas en un país gobernado por Putin quien, como es bien sabido, tiene una política implacable de eliminar a sus enemigos y críticos dentro y fuera del territorio nacional. A pesar de su desfachatez, Rodchenkov, quien se ve obligado a dejar a su  familia, no puede ocultar la creciente ansiedad y paranoia que lo consume. No es para menos, cuando se sabe que el régimen ruso no tiene muchos escrúpulos cuando se trata de perseguir y ejecutar a sus enemigos.

En particular es impresionante la manera en que Rodchenkov y su equipo logran violar el sofisticado mecanismo de seguridad de las tapas los frascos de las muestras de orina, así como los recursos que crean para sustituir las muestras (por orina limpia y congelada, obtenida previamente al uso de drogas), una vez que ya han sido depositadas en refrigeradores, al intercambiarlas valiéndose de puertas traseras, agujeros en la pared y desviaciones del protocolo. Esto divide el filme en dos partes aparentemente incompatibles, que sin embargo dan lugar a una película relativamente consistente, entretenida y reveladora. Destacan el trabajo gráfico y la animación de Sam Johnson, así como la pista sonora de Adam Peters, los cuales añaden una dimensión estética a un filme por demás plano y visualmente desvalido. Ahora bien, debido a las peculiares circunstancias que moldearon la cinta, la presencia de Vogel termina resultando incómoda, ya que pasa de ser el protagonista central de la historia a convertirse en un personaje secundario. El cineasta y ciclista persiste en su obsesión de mantenerse en cuadro, casi en todo momento, como un testigo azorado, sin aportar gran cosa a los acontecimientos. También la narración queda a deber en cuanto a ofrecer una explicación del por qué Rusia invierte tanto y corre con tantos riesgos en su búsqueda de éxitos deportivos. Se intuye la importancia propagandística de esos triunfos pero esa respuesta es un lugar común que no justifica del todo el exorbitante riesgo ético y moral que corre el país.

En sus entrevistas y conversaciones Fogel no logra encontrar las preguntas adecuadas para penetrar la compleja duplicidad de Rodchenkov, por lo que no podemos saber cuál es la razón por la que desea ofrecer su testimonio (que después de este filme dio al New York Times y más tarde a una corte estadounidense), si se trata de un hombre arrepentido decidido a enmendar su inmoralidad o de una venganza en contra de Putin y el ministro Vitaly Mutko, o si es simplemente un acto semi suicida. De cualquier manera el doctor ruso termina en un programa de protección de testigos y desapareciendo del ojo público. En gran medida las purgas de personal en las instituciones antidopaje y deportivas rusas evocan, toda proporción guardada (aunque no deja de ser sospechosa la muerte por un infarto, de un oficial y amigo de Rodchenkov, que se encontraba en perfecta salud) al stalinismo. Lo que es claro es que es necesario un personaje tan complejo como éste, que fue el arquitecto de este programa y a la vez su crítico más severo, para poner en evidencia un crimen tan elaborado y siniestro.

Fogel es un hombre extremadamente afortunado ya que en gran medida cayó accidentalmente en el momento correcto en un tema explosivo que lo llevaría con una cinta mediana al éxito y al Oscar al mejor documental de 2017. Icarus es un ladrillo más en el enorme muro de denuncias de que es objeto Rusia y el gobierno de Putin en fechas recientes, desde la anexión de Crimea, la intervención en Ucrania y la complicidad con el régimen de Assad en numerosos crímenes contra la humanidad en Siria, hasta la supuesta injerencia en la elección de Trump en 2016, las elecciones alemanas y francesas, pasando por el reciente envenenamiento del exespía Sergei Skripal y su hija, en Salisbury. La cinta se estrenó a tiempo para coincidir con las olimpiadas de invierno de Pyeongchang, en 2018, en las que Rusia no pudo competir como país, debido a que su comité olímpico fue sancionado por la controversia del dopaje, aunque numerosos atletas de esa nación participaron bajo la bandera neutral de “Atletas olímpicos de Rusia” (aún así dos atletas de este equipo dieron positivo en la prueba de dopaje). Es claro que otros países cometen el mismo tipo de violaciones, es probable que ningún otro lo haga bajo la dirección de las autoridades del más alto nivel como Rusia. Habrá que esperar a que otro valiente o descarado informante demuestre lo contrario. Y la gran duda es quién es Ícaro en este relato: ¿Rodchenkov, Fogel o los atletas dopados? ¿Quién se precipita a su muerte por desafiar al sol?

Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Entre sus libros recientes están: Las cenizas y las cosas (Random, 2017), Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Razón. Twitter: @nyehya

 

© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

 


Posted: April 2, 2018 at 10:44 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *