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Instalaciones involuntarias

Instalaciones involuntarias

Tanya Huntington

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¿Cuánto de lo que hacemos día con día corresponde a nuestra voluntad? Madrugamos porque tenemos que trabajar. O peor aún, porque antes de ir al trabajo tenemos que llevar a nuestros hijos a la escuela que, por alguna razón didáctica desconocida por todos los que vivimos extramuros, abre sus aulas antes de la salida sol. Bañarnos es una concesión que hacemos al olfato ajeno, desayunar de volada una barrita de granola es algo que nos exige nuestro aparato digestivo (que por cierto, funciona de manera involuntaria,) y meterse al tráfico es algo totalmente descabellado. Y así, sucesivamente, a lo largo de cada jornada.

Esta serie de Francisco Mata Rosas –un fotógrafo siempre atento a la res pública mexicana– retrata aquellas pequeñas manifestaciones de libre albedrío que, fuera de las salas de exhibición del arte conceptual, serían impensables en, digamos, París (¿un carrito de súper oxidado, lleno de lechugas? ¿En la calle? Jamais!)

Las instalaciones halladas por Mata Rosas son involuntarias, por un lado, porque no tienen como propósito incursionar al mundo de la plástica contemporánea –de otro modo, sus autores no serían anónimos, y habría cocteles de inauguración. También porque así las absuelve de ser etiquetadas de simples muestras del deterioro urbano o de kitsch rural, porque los actos inconscientes son libres de culpa.

Pero a la vez, estas instalaciones transmiten voluntades: la de intervenir cada quien su timbre, o la de coronar –en el sentido literal de las caguamas, pero también en el figurativo– a unas varillas, o la de brindarle una coherencia a un montón de ladrillos gracias a la disposición en serie de latas cromáticamente afines convertidas en apartadores de estacionamiento. Son aportaciones constantes al imaginario colectivo que nos rebasan y que, como toda muestra de arte popular, se antojan más genuinas y espontáneas que aquellas raquíticas versiones deliberadas que, en su mayoría, no logran colmar ni siquiera las salas de los museos, deja las sensibilidades estéticas.

Estas instalaciones únicas, independientemente de la medida en que sean accidentales o no, salpican nuestra realidad cotidiana como llamativas pistas que se han dejado en la vía pública para que cualquier transeúnte pueda descifrar no un crimen, sino una cosmovisión. Francisco Mata Rosas, mejor detective que el peatón común, parte de una mirada irónica para registrarlas, como se puede apreciar en los títulos que elige. Más allá de eso, el fotógrafo nos transmite (¿tal vez involuntariamente?) su profunda admiración y entusiasmo ante estas muestras de insólita creatividad.

TanyaHuntingtonTanya Huntington is a contributing writer at Literal. Follow her on Twitter at @TanyaHuntington.


Posted: September 20, 2012 at 9:19 pm

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