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Instrucciones para sobrevivir al fin del mundo

Instrucciones para sobrevivir al fin del mundo

Andrea Chapela

Uno: Adopta un gato

Tu amiga sube la fotografía a Instagram el 26 de marzo. Un gato pequeñito y negro, con unos ojos verdes, grandísimos. El texto dice: “¿Alguien quiere este gatito? 🙁 Lo encontramos mi prima y yo y no podemos quedárnoslo”. En seguida sientes que necesitas decirle que eres la persona indicada, que lo quieres. Has pensado más de una vez que adoptarás un gato cuando termines de instalarte y de entender cómo funcionan tus finanzas. Definitivamente, todavía no es ese momento, pero miras la fotografía del gato hasta que le escribes a tu amiga “me interesa, pero necesito pensarlo, te escribo mañana”. Esa noche tienes un sueño de esos provocados por la ansiedad: adoptas al gatito y tratas de comprarle cosas y todo está cerrado y el gato no te quiere y piensas que así van a pasar los siguientes quince años de su vida en común y te arrepientes muchísimo de la decisión. Sin embargo, cuando te despiertas, le escribes a tu amiga y le dices que lo adoptarás, que esa misma tarde irás a recogerlo.

 

Dos: Ponle un nombre irreverente

De camino a casa de tu amiga, vas al veterinario de tu colonia para pedirle consejos. Te dan una cita para que pases más tarde y puedan revisar al gatito o gatita, porque tu amiga no sabe qué es. Como quieres estar preparada tienes un arranque y compras el arenero, arena biodegradable, varios juguetes y una cama pequeña, suave y mullida, que te parece una ganga, pero que nunca usará. Cuando llegas con tu amiga, encuentras una bola de pelos con ojos, muy delgada y tan pequeña que puedes sostenerla en una de tus manos. La encontró en la calle, abandonada entre unos cactus. Maúlla mucho cuando la cargas y lo primero que hace es escalarte y sentarse en tu hombro. Por la noche, repetirá ese gesto y se quedará dormida allí mientras ves una película. La veterinaria te dice que habrá que desparasitarla y confirma lo que el pelaje tricolor ya te había dicho: es hembra. Te pregunta cómo la llamarás para escribirlo en el carné de vacunación y te dice que los gatos necesitan un buen nombre y que, si quieres, puedes tomarte un tiempo para pensarlo. Tú le confiesas que has pensado en llamarla Pandemia. Como a la veterinaria le hace tanta gracia como a ti, queda en sus papeles. Algunos de tus amigos con un humor menos negro que el tuyo preferirán decirle Pan o Pandi, mientras que a ti nunca se te irá la costumbre de decirle “gato”. En las siguientes semanas la palabra irá perdiendo significado hasta que se convierte sólo en un nombre.

 

Tres: Tengan conversaciones

Le gusta hacerse bolita en tus piernas y que le acaricies la panza. Al menor contacto comienza a ronronear. Una amiga tuya te dice que es una gatita faldera. Y es verdad que exige caricias varias veces a lo largo del día. Por la mañana, cuando oye que estás despierta, sale de su escondite favorito (el hueco entre los cojines y el respaldo del sofá-cama) y de un salto se sube al colchón para que juegues con ella. Maúlla, empuja tu espalda con sus patas, te muerde los dedos. Las primeras veces piensas que quiere comida, pero luego te das cuenta de que te está dando los buenos días. Su presencia consigue que no vuelvas a dormirte y que te levantes de la cama antes del mediodía. La veterinaria dijo que los gatos cuando son pequeños hablan mucho y que, si te esfuerzas y le hablas de regreso, vas a poder reconocer la diferencia de sus maullidos. También dijo que las semanas de confinamiento serán un gran momento para que Pandemia y tú se acostumbren la una a la otra. Le haces caso. Pandemia lanza un “miau” y tú contestas, a veces con un maullido o con su nombre, otras le hablas de regreso, contándole las cosas que te preocupan o que piensas en ese momento. Tus amigos te preguntan cómo te sientes en tu apartamento, al que acababas de mudarte sola. Muchas veces pensaste que dar este paso significaría alcanzar la máxima independencia, pero durante la cuarentena, descubres que esta independencia puede sentirse más como soledad. Tal vez por eso, sobre todo, en esas horas sin llamadas de Skype y que tu celular enmudece, encuentras que la conversación con Pandemia te reconforta.

 

Cuatro: Espamea a tus contactos con fotografías

Observarla correr por todo el apartamento se convierte en una de tus actividades favoritas del confinamiento. Hace mucho tiempo que no tenías una mascota y te sorprenden sus humores, su conversación, sus arranques de energía y locura. Le dices a tu madre que está en una etapa oral. Muerde todo. Las esquinas de los libros, tu pluma fuente de metal, los pasadores que dejas en el buró, tus codos y rodillas, los papeles sobre el escritorio. Te sorprende que se acalore muy rápido cuando se echa al sol, que tenga un peluche favorito que lleva de habitación en habitación y esconde en los lugares más extraños; que te busque cuando se despierta y no sabe dónde estás, aunque después te ignore. Le tomas fotografías a los momentos que te dan ternura. Esa vez que mete su cabeza entera en tu vaso de agua para beber de él, aunque acabas de llenarle su cuenco, cuando se acuesta junto a ti en el sillón y se queda dormida en posiciones raras, a los saltos kamikazes que da para alcanzar la ventana abierta. Se las mandas a tus padres, a tus amigos que les gustan los animales, las guardas para ti. Después de tres semanas, ya no puedes levantarla con una sola mano y la veterinaria dice que ya no parece una bola de pelos, que ha subido trescientos gramos, que ya parece gatito. Te pregunta sobre su rutina y le cuentas tus intentos, algo fallidos, de educarla. Más tarde, pensarás si bien tu rutina de cuarentena ha surgido del proceso de adaptación de dos seres confinados a un espacio, eso no es lo más importante. Pandemia te permite enfocar tu atención hacia afuera de ti misma. Te ayuda a encontrar perspectiva.

 

Cinco: Deja que pase el tiempo

Esa primera noche, cuando aún no sabías si adoptarla, le escribiste a tu hermana para contarle y le confesaste que te daba miedo. Es mi miedo al compromiso, dijiste entre broma y seriedad. Tu hermana te dijo que lo superaras, que al fin y al cabo un gato es el punto medio entre la nada y otra persona. Lo cierto es que últimamente te preguntas si enfrentarte al vértigo y responsabilizarte por otro ser será una prueba de tu madurez tan significativa como irte a vivir sola. Al fin y al cabo, esta adopción es la señal definitiva de que volviste para quedarte. Además, piensas, ella también te ha adoptado a ti. Reconoce ya su nombre o por lo menos el sonido de tu voz, tiene ya sus recovecos favoritos y el apartamento se ha llenado de sus cosas. Piensas si, de no ser por la cuarentena, no te habrías atrevido nunca a adoptarla. ¿Será cierto eso de que en situaciones límite salen a relucir nuestros verdaderos deseos? Al fin y al cabo, es natural que, al encarar este fin de la normalidad, la gente sea más impulsiva. Algunas personas, bromearás más adelante, decidieron mudarse con sus parejas, declarársele a algún amor platónico o reorganizar toda su casa. Tú adoptaste un gato.

 

Andrea Chapela (Ciudad México, 1990) es autora de la tetralogía de fantasía juvenil Vâudïz (Ed. Urano, 2008-2015), el libro de ensayos Grados de miopía (Tierra Adentro, 2019) y de los libros de cuentos Un año de servicio a la habitación (UdG, 2019) y Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía, septiembre 2020). Ha recibido el premio Nacional de Literatura Gilberto Owen de cuento 2018, el premio Nacional de Literatura Juan José Arreola 2019 y el premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2019. Ha sido becaria del FONCA en dos ocasiones (2016-2017 y 2019-2020) y del Ayuntamiento de Madrid en la histórica Residencia de Estudiantes (2017-2019). Sus cuentos y ensayos han aparecido en antologías y revistas como Tierra AdentroSamovarEste País y Literal Magazine.

 

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Posted: May 4, 2020 at 9:00 pm

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