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Una narración sin atributos

Una narración sin atributos

Alejandro Badillo

• Jorge Volpi, Una novela criminal, México, Alfaguara, 2018, 493 pp.

Los estudios literarios que aborden la narrativa publicada en las primeras dos décadas de este siglo tendrán que dedicar un capítulo especial al predominio de la no ficción sobre el trabajo imaginativo. La realidad, vista desde una perspectiva documental, ha encandilado a autores y lectores de varias partes del mundo. La moda, por supuesto, amerita una investigación que conjunte factores sociológicos, de comunicación y del mercado editorial. Quizás la velocidad de la época actual es poco propicia a la reflexión detenida, a la lectura no literal, al ojo paciente que interpreta, establece símiles, hace suyas alegorías o expande el límite natural de las preguntas.

Una novela criminal, obra ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2018, de Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) se monta en la ola de la no ficción aunque, para ser justos, el autor ya había tenido escarceos con el género con libros como Examen de mi padre, publicado en el 2016. Volpi, miembro de la llamada generación del Crack, grupo que terminó con obras tan variopintas que cuesta trabajo pensar en ellos como escritores que comparten una estética o una temática, usa como leitmotiv de su nuevo trabajo el caso de Florence Cassez e Israel Vallarta, dos personajes acusados de secuestro en el año 2005, en la última etapa del sexenio de Vicente Fox. El caso, como muchos aún recuerdan, inició con la aparente detención de una célula delictiva de la Ciudad de México. Después, al paso de los meses, ya en el sexenio de Felipe Calderón, la historia se transformó en un montaje legal y televisivo que, poco a poco, se reveló como uno de los ejemplos más emblemáticos de corrupción, manipulación y falsedad de las autoridades mexicanas.

Antes de contar más de los hechos que refiere Volpi, conviene contextualizar la propuesta de Una novela criminal. Desde las primeras páginas se nos advierte que todos los hechos que se narran pertenecen al expediente del caso y que el autor sólo esboza una que otra conjetura amparado, siempre, en su investigación. Este ejercicio de no ficción es similar en intenciones al de autores como Truman Capote quien, a la postre, reporteó una nota roja hasta convertirla en A sangre fría, libro que capturó la atención de la prensa y los lectores a finales de la década de los sesenta. Ejemplos más próximos a nuestra época son los de Emmanuel Carrère, autor francés que ha ganado fama con obras como Una novela rusa o El adversario, y la autora bielorrusa Svetlana Alexiévich –ganadora del premio Nobel en 2015– que, a través de una prolija investigación y la técnica del montaje, ha llevado al público historias que cuentan la visión de los vencidos: mujeres en el mundo de la guerra o los sobrevivientes a la catástrofe nuclear de Chernóbil. Ambos han usado hechos reales para escribir sus libros y, al mismo tiempo, han diluido las fronteras entre periodismo y literatura.

Una vez hecho este recuento, útil para saber en qué territorio se mueve Jorge Volpi, se puede desbrozar la trama del libro. Una novela criminal empieza con el secuestro de una joven, Valeria Cheja, el 31 de agosto del 2005, en la Ciudad de México, mientras se dirige a su escuela. Siguiendo el formato de la no ficción, el autor nos cuenta las principales incidencias de ese primer delito para, después, internarse en las vidas de Florence Cassez e Israel Vallarta, dos personas que, gracias a conocidos en común, entablaron una relación de amistad que terminó en un romance inestable. Israel y Florence, personajes que pasaban de trabajo en trabajo, sin muchas expectativas para el futuro, serían víctimas de una venganza cuyos efectos, imprevisibles incluso para los verdugos, llevarían a una tensión diplomática entre los gobiernos de México y Francia. La conjura contra ellos, planeada por personas de su círculo de conocidos y analizada paso a paso por el autor, tuvo uno de sus puntos culminantes en la puesta en escena que se transmitió por televisión abierta la mañana del 9 de diciembre del 2005. En el noticiario del periodista Carlos Loret de Mola, uno de los conductores estelares de la empresa Televisa, se pudo ver un aparente operativo en el que fuerzas de la Agencia Federal de Investigación (AFI) detenían infraganti a Cassez y Vallarta. El reportero asignado a la cobertura, Pablo Reinah, en vivo y en cadena nacional, se dedicó a cuestionar a los supuestos secuestradores. En la escena Vallarta admitía su culpabilidad entre quejas por los golpes que recibía de un agente; Cassez, en cambio, afirmaba una y otra vez que no era culpable y que no conocía a las personas secuestradas. La transmisión televisiva no fue el final de la historia. Después de la consignación de los detenidos, las autoridades se dedicaron afanosamente a elaborar una narrativa conformada por víctimas reales de secuestros, testimonios manipulados, pruebas sembradas para incriminar a los detenidos y simples invenciones que se integraron sin ningún pudor al expediente. Una vez armado este rompecabezas, era previsible que la historia –más allá de los efectos mediáticos derivados de la cobertura noticiosa de Televisa– terminara con los inculpados en la cárcel, sometidos a severas penas por cumplir. Sin embargo, la francesa siguió negando su implicación en los secuestros y pronto, a través de algunos periodistas de su país, trascendió su situación legal hasta llegar a las altas esferas de la política en Francia. Mientras crecía el interés por conocer a Cassez, algunos investigadores independientes se sumaron a las pesquisas y, como si se hubiera abierto una cloaca, emergieron decenas de inconsistencias, testimonios falsos y omisiones graves. El hilo de la trama quedó al descubierto, como cuando se echa un vistazo al mecanismo que funciona atrás de un truco de magia, y esto sólo sirvió como acicate para luchar por la inocencia de Cassez o, al menos, lograr su traslado a una cárcel en su país de origen. Cuando las diferencias entre la versión del gobierno mexicano y el francés subieron de tono, entraron a escena los presidentes Felipe Calderón y Nicolás Sarkozy. La historia terminará con Florence regresando a su patria en el 2013 y con el mexicano Israel Vallarta aún tras las rejas, sin un juicio, y lejos de los reflectores que ayudaron a su compañera. 

Hecho el recuento parcial del caso y que Volpi cuenta hasta en sus más mínimos detalles, conviene discutir si el caso de Florence Cassez e Israel Vallarta, retratado en la obra ganadora del Premio Alfaguara 2018, es una novela o un recuento legal con breves excursiones al relato periodístico y guiños muy tímidos al ensayo político. Por un lado, tenemos los hechos desnudos, el encadenamiento del proceso legal que, lejos de la imaginación, está amparado en la documentación existente. En este aspecto hay que destacar la información que reúne Volpi. No sólo nos aproxima al expediente con toda su amplitud, sino que cuenta, gracias a entrevistas y consulta de fuentes muy diversas, el papel que jugó la televisión, la diplomacia y la justicia mexicana que, de muchas maneras, fue un microcosmos de la visión de Estado y la corrupción de las instituciones en el sexenio de Felipe Calderón. En un segundo plano –para mí fundamental– está la manera de contar la historia. Aquí surge el problema. Volpi se asume, casi en todo momento, como un narrador omnisciente que se limita a transmitir información. Por aquí una reflexión sobre alguna experiencia que tuvo en Francia, por allá un breve análisis sobre los lúgubres mecanismos de las autoridades judiciales mexicanas. En algunos fragmentos aventura el pensamiento fugaz de un personaje. Sin embargo, el narrador pronto vuelve al timón y sigue con el recuento, casi solemne, de la investigación. Para acercar Una novela criminal a la hechura literaria, el narrador tendría que asumir la subjetividad de la literatura, una propuesta que sea capaz de expresar algo más que información y datos concretos. Retomando los ejemplos de autores identificados con la novela de no ficción, en particular la obra de Emmanuel Carrère, se advierte, es cierto, la necesidad de justificar los hechos con datos comprobables. Pero la no ficción del francés no se contenta con servir de intermediaria entre la realidad y el lector, sino que el papel del autor-narrador es un elemento subjetivo que vuelve a la narración, desde un inicio, algo más que un trabajo periodístico muy bien investigado. En el caso de El adversario, una de las obras más leídas de Carrère, la posición del narrador es, de inmediato, vulnerable, ya que echa a andar la historia cuando intercambia correspondencia con el hombre que mató a sus familiares más cercanos y que, después, intentó suicidarse. El hecho es objetivo pero la manera de enfrentarlo es ambigua, y lleva al libro a una expresión literaria en la que se mezcla la investigación y la biografía. A menudo nos encontramos con una suerte de diario en el que la perspectiva confesional del narrador convierte un caso de asesinato en un duelo entre el objeto de la historia y quien la cuenta. Contrario a este ejercicio, Volpi entrega una narración completamente aséptica, más preocupada por demostrar antes que reflexionar sobre los mecanismos, las preguntas y las intenciones de un autor que se interesa por un hecho de nota roja más allá de la simple denuncia. Por eso, de trecho en trecho, el autor, como si sintiera que está olvidando algo, se vale de recursos desesperados para que su libro parezca una novela y no un expediente o volumen periodístico. A veces son las repeticiones en la prosa, largas enumeraciones o un desafortunado homenaje a la novela Sostiene Pereira, del escritor italiano Antonio Tabucchi. Todos estos elementos, demasiado desvinculados como para formar un estilo, quedan diluidos en el recuento prolijo y la necesidad de apegarse al guion de los sucesos.

En Una novela criminal hay una evasión casi total por entrar en el juego literario. La realidad, es decir, los sucesos que llevaron a Cassez y a Vallarta a la cárcel son, en sí mismos, interesantes. Sin embargo, el autor no entiende que la realidad, la no ficción, es un territorio en el que pueden entrar el ensamblaje, la perspectiva y la experimentación. Despojado de elementos que lleven a la historia a dimensiones más profundas, el libro de Volpi languidece entre largas reconstrucciones de actas ministeriales, entrevistas y recuentos que sirven para la denuncia, pero no para una obra cuyo peso se sostenga en la literatura, como cualquier lector de novela esperaría. El narrador parece, por momentos, luchar para desprenderse del tono de escriba legal que domina el texto, pero lo único que logra es lucir como un narrador extraño, semejante a los que aparecían en las novelas del siglo XIX, que son guías tímidos, casi prescindibles, al inicio o al final de los capítulos.

“Rompiendo con todas las convenciones del género, el autor coloca al lector y a la realidad frente a frente, sin intermediarios”, argumenta un fragmento del acta del premio Alfaguara 2018. La primera parte de la frase denota una gran ingenuidad, ya que la no ficción, como muestro al inicio de esta reseña, es un ejercicio de hace varias décadas. Pretender que se ha roto un modelo que fue transgredido a finales de los años sesenta es más una herramienta publicitaria que una razón para valorar el libro. Por otro lado, la realidad sin intermediarios, aludida en la segunda parte de la frase, es útil para reflexionar sobre el papel de Volpi en su libro. ¿La literatura debe prescindir de la mirada ambigua del arte? ¿La no ficción del nuevo siglo se limitará a encontrar un tema y, libre de cualquier problematización, de cualquier voluntad de estilo, entregarlo a la industria editorial para que le ponga la etiqueta de novela? En el tiempo de las verdades construidas, del discurso por encima de los hechos, Una novela criminal se amolda a la perfección.

Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc

 

Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc

 

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Posted: August 1, 2018 at 10:12 pm

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