Fiction
La Aventura de Antonioni.

La Aventura de Antonioni.

Mario Bellatin

¿Le gusta el vacío dejado por Bellatin? No deje que la sociedad lo corrompa.

Siento el deseo de informar que no es la primera vez que estoy en el fin del mundo. No me refiero al sentido simbólico de encontrarme en una situación límite -“esto es el fin del mundo” se suele oír exclamando a ciertas personas frente a una catástrofe- sino que busco expresarme en sentido literal. Quiero decir que no es mi primer intento de llegar a Ushuaia, que como se sabe es el último poblado si uno se dirige al sur.

Vine por primera vez hace cerca de quince  años acompañado por Edgardo Cozarinsky, quien me invitó a emprender una aventura semejante atenazado por el remordimiento que le causaba no haber cumplido con la promesa que le hizo, antes de que muriese, a una escritora de la fue secretario particular.

Todo comenzó para mí el día del estreno de Squash -obra creada y dirigida por Edgardo Cozarinsky-. Luego de la función, donde un practicante de squash en la vida real realiza -durante cerca de dos horas- un recuento de su existencia tanto de jugador como sus incursiones en el teatro, me acerqué donde el propio Edgardo Cozarinsky -a quien sólo conocía por referencia- para preguntarle sobre la clase de espectáculo que nos acababa de ofrecer. Me explicó entonces que estaba cansado ya de la ficción tal como se le suele entender. Que durante buena parte de su vida había escrito distintos libros y dirigido algunas películas basado en ese principio,  y que sentía ahora que un recurso semejante era poco lo que podía expresar en tiempos como los actuales. Con una amabilidad peculiar -tenía la idea de que se trataba de alguien distante- me explicó que el verdadero teatro se encuentra en lo cotidiano, en la vida de todos los días, y que las personas debemos aprender a mirar la realidad de otra manera para apreciarla en su verdadera dimensión. Puso como ejemplo el intercambio de palabras  que sosteníamos en ese momento. Lo único que haría falta para que fuera teatro la acción de haberme acercado a su persona para preguntarle qué tipo de teatro era el que acababa de ofrecernos, hubiera sido la presencia de un público que lo apreciara como tal. Que sólo necesitaríamos en ese instante de alguien que lo verificara. Es decir, que tuviéramos un testigo presente que diera cuenta, desde su perspectiva, que nuestra conversación era una manera de representar la realidad y no la realidad misma. Desde hacía algún tiempo había acometido experiencias semejantes, incluso colocándose él mismo como personaje. Una de las temporadas más exitosas de este tipo de puesta en escena se había titulado precisamente “Cozarinsky y su médico”, cuyas funciones habían conllevado un éxito de público rotundo. En aquella obra, tal como el título lo señala, aparecían en escena tanto Edgardo Cozarinsky como su médico. A lo largo de la puesta en escena se iban contando ciertas verdades. Ambos, Cozarinsky y su médico, eran aficionados al cine, y la obra comenzaba mientras ellos miraban la película “Un verano con Mónica” de Ingmar Bergman, e iban recordando el impacto que causó en el público durante su estreno por la potente carga sexual de muchas de sus escenas. Algo insólito para ese tiempo, oía el público que conversaban Edgardo Cozarinsky y su médico. En cada una de las funciones que ofrecieron fueron cambiando las películas que iban comentando. Antonioni, Visconti, obras de la Nouvelle Vague. El sentido de estas funciones era que, por una extraña razón, tanto Edgardo Cozarinsky como su médico se atrevían a expresar delante del público asuntos y verdades que nunca habían tenido la valentía de decirse en privado. En una de las funciones de este tipo de teatro, me dijo Edgardo Cozarinsky en cierto momento que dejó de hablarme para tomar una copa del vino que estaban sirviendo un grupo de meseros, se confesaron mutuamente asuntos que les sorprendió pensara uno del otro. Ciertas veces esto generaba en los protagonistas sentimientos de enojo, ira, lástima y repudio. Pero Edgardo Cozarinsky me confesó que la situación más crítica que enfrentaron tanto Edgardo Cozarinsky como su médico fue el día que ambos decidieron comenzar la función discutiendo sobre la película “La Aventura” de Michelangelo Antonioni. Como muchos deben saber, la trama de la película transcurre durante un paseo en yate que realiza un grupo de burgueses italianos con destino a una isla desierta situada relativamente cerca de la costa. Los tripulantes bajan del yate para recorrer la isla, y uno de los personajes desaparece: la famosa Anna. Esto ocurre poco antes de la primera mitad del film y luego de esa desaparición toda la cinta se centra en la búsqueda infructuosa del personaje. La acción se enfoca en la pesquisa, y el diálogo se reduce a la repetición incesante del nombre de Anna. bellatin1

– Anna.

– Anna

Comienza a oírse en una diversa variedad de tonos.

Pocos días antes de esa función, que como se sabe tuvo como eje de discusión la película de Micheangelo Antonioni, Edgardo Cozarinsky había comenzado a sentir algunas molestias con respecto a su salud. Un dolor intenso lo atenazaba especialmente durante las noches. Como era de esperar lo había consultado con su médico -el mismo que aparecía en escena- quien le prescribió una serie de exámenes clínicos a los cuales Edgardo Cozarinsky se sometió con celeridad. Fue precisamente mientras contemplaban la búsqueda de Anna cuando el médico se atrevió a darle -frente al público presente- a Edgardo Cozarinsky el resultado de los exámenes por los que había pasado.

– Anna…

– Anna..

Continuaba oyéndose salir la voz del pequeño aparato en donde habían instalado el DVD con la película.

En un instante de silencio -parece que los personajes acababan de encontrar una cueva en el centro mismo de la isla, suceso que los dejó mudos de manera momentánea- el médico le dijo en forma directa y contundente a Edgardo Cozarinsky.

– Me llegaron los resultados. Sufres un càncer avanzado.

Las palabras fueron dichas así, de manera rotunda. Antes de expresarlas el médico había volteado ligeramente el cuerpo hacia el público como para que se creara la sensación de que no era sólo a Edgardo Cozarinsky a quien se le daba la noticia sino a la comunidad entera.

Mientras tanto, la película seguía su rumbo.

– Anna…

– Anna…

Se repetía el nombre sin cesar.

Edgardo Cozarinsky me dijo, allí de pie con la copa de vino en la mano, que dejaron de comentar de manera tajante la película que estaban viendo. Antes de que esto sucediera le contaba al médico que algunos años antes, recién llegado a vivir a Europa, había pedido a unos amigos italianos que lo llevaran a conocer esa isla. Cuando apareció la cueva en la pantalla, Edgardo Cozarinsky  le estaba informando al médico que en la vida real no ofrecía el aspecto que mostraba en la cinta. Parece que Michelangelo Antonioni había tratado de crear un efecto de misterio, pues la cueva no era para nada amenazante, fue lo último que opinó Edgardo Cozarinsky antes de enterarse del dictamen que el médico le soltó a bocajarro.

El público enmudeció, me siguió contando Edgardo Cozarinsky sin tomar todavía ni un trago de su copa de vino. El murmullo constante que había acompañado la obra desde su origen cesó de pronto. Edgardo Cozarinsky también, como sabemos, enmudeció.

Luego de cerca de un minuto el médico continuó hablando.

– Te tienes que someter a un tratamiento que no garantiza que te vayas necesariamente a recuperar, pues el mal se haya hasta cierto punto extendido.

Edgardo Cozarinsky siguió callado. El público en un estado de expectación total.

Eso es de lo que se trata el verdadero teatro, me dijo Edgardo Cozarinsky cuando ya por fin tomó un sorbo del vino que le habían servido. Saludó a un par de conocidos y de pronto los presentes comenzaron a aplaudir al jugador de squash y actor ocasional, que en ese instante apareció en el salón después de haberse dado una ducha en los camerinos.

Luego de unos diez minutos, Edgardo Cozarinsky se me acercó de nuevo. Parece ser que entre todos los reunidos yo era el único que ignoraba la clase de teatro que en esa época Edgardo Cozarinsky llevaba a la práctica. Quizá por eso su interés por contarme de manera detallada en qué consistía. Me dijo que una vez que oyó las palabras de su médico de cabecera se puso de pie y se dirigió al público.  Me volvió a expresar que aquello era el verdadero teatro, porque en ese entonces el público ignoraba si lo que estaba sucediendo en escena era real o no. Sólo Edgardo Cozarinsky y su médico eran los únicos que sabían en esa sala que en ese instante se estaba dando un diagnóstico real de un cáncer un tanto complicado.

La duda del público fue subsanada por el mismo Edgardo Cozarinsky cuando le informó a la gente reunida que lo más preocupante de la situación que acababa de plantear el médico era el efecto que aquella noticia podía producir sí llegaba a oídos de su madre, una anciana de 98 años de edad que en ese momento dormía en su habitación de un departamento del barrio de Palermo.

– Por favor, imploró al público, les pido discreción ante esta noticia y solicito que cuiden ustedes que mi madre no se vaya a enterar del estado de salud de su único hijo.

Mientras tanto, la película La Aventura de Michelangelo Antonioni continuaba siendo proyectada

Los personajes ya habían abandonado la cueva y ahora volvían a llamar a la desaparecida con insistencia.

-Anna….

– Anna…

Una vez que oyeron las palabras de Edgardo Cozarinsky -a partir de las cuales muchos supieron que la verdad estaba fluyendo, por decirlo de cierta manera, en tiempo real- volvió el murmullo del público. El suspenso motivado por el silencio casi absoluto fue cesando y la sala recobró la atmósfera necesaria para que se estableciera el choque imprescindible entre la verdad  y lo verosímil, elementos fundamentales para que, según Edgardo Cozarinsky, exista eso que se conoce como teatro.

Luego de aquel suceso la obra “Cozarinsky y su Médico” continuó hasta que la película finalizó. Edgardo Cozarinsky me dijo que en ese momento dudó sí repetir o no la advertencia con relación a la madre, pero pensó que una reiteración de esa naturaleza podía romper el estado de tirantez escénica que se había logrado en esa función.

La tirantez escénica, era lo que creía como lo único capaz de transformar en ficcionales aspectos de la vida cotidiana. Tiempo después supe que aquella manera de haberse enterado de su enfermedad había sido  sumamente beneficiosa para que Edgardo Cozarinsky encontrase la forma adecuada de sobrellevar su mal. Cuando lo conocí en aquella función de Squash no hubiera podido imaginar que se trataba de una persona enferma. Había pasado ya por la serie de tratamientos prescritos, y había logrado de alguna manera recuperarse. Me contó que tuvo que soportar momentos sumamente dolorosos que llevó también a la escena, con el título de “Cozarinsky y su Enfermedad”. Recurrió a tratarse al interior del país para que su madre no sospechase de que algo extraño estaba ocurriendo. Según me cuentan, el público obedeció de manera puntual con su pedido de no desperdigar la noticia con el fin de que la madre se mantuviera en la ignorancia.

Pero el mal no se había curado. Permanecía en una suerte de estado gel, que en cualquier momento podía desatarse y llevarse a Edgardo Cozarinsky de este mundo en cuestión de semanas.

Edgardo Cozarinsky lo sabía bien. Incluso me lo dijo el día en que nos conocimos. Con la copa de vino en la mano afirmó que nadie pensaría que estaba vivo no tanto de milagro, lo sostuvo, sino con una vida que podía considerar más bien como prestada.

Mientras lo escuchaba, yo comencé a pensar en muchas de las ideas que en ese tiempo buscaba darles una forma determinada -un libro, una película, una acción plástica- para entenderlas mejor. De alguna manera estaba indagando con el fin de establecer las relaciones que pueden existir entre el arte, la enfermedad, la mutilación, las prótesis ortopédicas.

Lo que me acababa de relatar Edgardo Cozarinsky tocaba algunos de esos puntos. Fue muy curioso que precisamente en esa época yo estuviera tratando de investigar el trabajo de dos creadores que tocaban esos temas : Rudolf Steiner y Joseph Beuys.


Posted: March 9, 2014 at 2:25 am

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