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La disciplina con sangre entra

La disciplina con sangre entra

Clara P. Klimovsky

…en boca cerrada no entran balas
se calla…

Elvira Hernández

¿Pero qué tienen en común esos acontecimientos? Me preguntó un amigo cuando le comenté que escribiría sobre la Noche de los bastones largos, la Noche de Tlatelolco, la Noche de los lápices, y el secuestro y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. ¿No será necesario, acaso, pensar en lo que va a suceder de ahora en adelante?, sugirió para que virara mi mirada y mi palabra hacia el resultado electoral de Brasil, cuyo desenlace conoceremos a fin de mes. Sin embargo, estoy convencida de que hay un hilo, en apariencia invisible, que hilvana estos acontecimientos sucedidos a lo largo de cincuenta años, en países tan distantes.

El 29 de julio de 1966, un mes después del golpe de estado que derrocó al Presidente Humberto Illia, cinco Facultades de la Universidad de Buenos Aires estaban ocupadas por estudiantes, docentes y egresados que se oponían a la decisión del gobierno militar de intervenir las universidades nacionales y así anular la autonomía y el cogobierno, reivindicaciones logradas a partir de la Reforma del 18 y usualmente prohibidas por gobiernos de distintos signos políticos. La noche del 29, efectivos de la Policía Federal ingresaron a las Facultades y las desalojaron a bastonazos; y a su paso destrozaron laboratorios y bibliotecas, además de detener a una cantidad aún desconocida de estudiantes. Esa noche fue el comienzo del fin de una época de esplendor de la Universidad de Buenos Aires y el inicio del éxodo y exilio de docentes e investigadores que, a su vez, acarrearía el paulatino vaciamiento de las universidades a causa de los masivos despidos.

Poco más de dos años después, en la tarde del 2 de octubre de 1968, unas bengalas rojas y verdes surcaron el cielo de la Plaza de las Tres Culturas, como señal para el inicio de la emboscada aún no del todo esclarecida. Cuán poco sabemos en este sur del Sur acerca de este acontecimiento, a pesar de todo lo que se ha escrito. Pero sí sabemos que, en el origen de ese desastre, hubo un movimiento estudiantil muy activo, una Universidad ocupada por el Ejército precisamente para “contener” a los estudiantes y evitar disturbios con la excusa del comienzo de las Olimpíadas. Esa tarde en la Plaza se dieron cita estudiantes, profesores, intelectuales, artistas y ciudadanos de a pie para reclamar mayor democracia. Sabemos cuál fue la respuesta.

La noche del 16 de septiembre de 1976, que hoy recordamos como la Noche de los lápices, diez estudiantes de diferentes escuelas secundarias fueron secuestrados en la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires. La policía provincial pretendía darles un escarmiento por promover “la subversión en las escuelas”, dado que todos participaban en la campaña por el boleto estudiantil incluso desde antes del comienzo de la dictadura. Tenían menos de dieciocho años. El expediente del caso los caratulaba como de un “grado de peligrosidad mínimo”. Aun así, sólo cuatro de ellos sobrevivieron, los otros fueron asesinados luego de sufrir torturas a manos de las fuerzas del orden.

Ayotzinapa, 26 de septiembre de 2014. Tres estudiantes muertos, varios heridos, 43 secuestrados y desaparecidos, todos alumnos de una de las poquísimas escuelas normalistas que permanecían abiertas. La repercusión internacional del hecho fue inevitable; pero no fue inevitable, sino todo lo contrario, el retaceo de información, las mentiras y la impunidad. En esos días, los estudiantes se preparaban para asistir al acto del aniversario de la Noche de Tlatelolco. 

¿Qué tienen en común estos acontecimientos? Estudiantes, maestros, profesores, universidades, escuelas, policías, ejército, secuestros, desaparecidos, asesinatos. Estas palabras que he repetido tantas veces, y no por descuido, hasta aquí, hilvanan estos sucesos porque forman campos de sentido que la realidad opone. La educación es uno, la represión el otro.

Crecí escuchando que el modo, aunque lento, de cambiar una sociedad es con educación. Esta frase se convirtió en una suerte de petición de principios para la vida, a pesar de que la historia nos ha mostrado que educar no es la garantía universal para lograr el Paraíso terrenal, ya que aún el pueblo más educado puede albergar y alimentar monstruos terribles, como lo hizo, por ejemplo, Alemania en el siglo XX. O más cerca aún, para retomar la propuesta de mi amigo, podríamos preguntarnos por qué después de que un gobierno aumentara el presupuesto de educación hasta llevarlo muy cerca de lo que la UNESCO ha marcado como imprescindible, en Argentina el pueblo eligió un presidente que la está desfinanciando aceleradamente para darle luz verde a la educación privada, paga y para pocos. O por qué, después de que otro gobierno garantizara un plato de comida a más de treinta millones de personas y también incrementara el presupuesto para educación, en Brasil, eligen al menos en primera vuelta, un candidato que ha expresado su desprecio por no pocos de sus propios votantes, al tiempo que propone la educación a distancia como el modelo a seguir puesto que no es necesario que los estudiantes “se reúnan en un aula para aprender”, con todo lo que esta declaración implica. Es hora de empezar a cuestionarnos con seriedad qué falló durante esos años.

Ni un mayor presupuesto para la educación, ni la educación misma, garantizan nada por sí mismos. Sin embargo, es evidente que moviliza, individual y colectivamente, cambia modos de pensar y de actuar, moviliza mentes y cuerpos. Educar, en una sociedad democrática, forma ciudadanía. Si no fuera así, no sería con tanta frecuencia el blanco de ataques feroces por parte de gobiernos que, precisamente, desprecian el ejercicio de la ciudadanía; y esos embates van, entonces, desde el desmantelamiento de instituciones por medio de recortes presupuestarios, al cierre directo; o el escarmiento de sus actores con expulsiones, exilios e incluso con la muerte.

Acabo de leer que hay 29 personas imputadas –28 estudiantes y un docente– por el delito de usurpación por la toma del Pabellón Argentina, sede del Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba, que se llevó a cabo desde finales de agosto a finales de septiembre. La toma tenía como objetivo reclamar, entre otras cuestiones, por la brutal reducción del presupuesto que ha anunciado el gobierno nacional para el año próximo, y que en rigor viene llevando adelante desde que asumió en diciembre de 2015. Aunque el juez a cargo de la causa hizo la inspección ocular el día en que los estudiantes levantaron la toma y junto con Gendarmería Nacional expresaron que las instalaciones estaban en perfecto estado, no había destrozos, y habían dejado el espacio en perfecto estado de limpieza, la fiscal encargada de la investigación quiere escarmentar a los desobedientes. Esta vez no hubo golpes, ni hubo sangre; aún no hay detenidos. Sí hubo un Decano que no tuvo reparos para declarar que debería pensarse seriamente en reglamentar sanciones para casos similares, y proceder a la expulsión directa de quienes participen de estos eventos sin tanto protocolo de investigación. Los jóvenes reformistas de 1918, en año del centenario de la Reforma, se revuelven en sus tumbas.

Las instituciones educativas son territorio fértil para las revueltas, porque su función es hacer pensar, cuestionar, interpelar a la sociedad, enseñar a cumplir con las obligaciones cívicas y a defender los derechos. Maestros, profesores, estudiantes han sido y, estoy convencida, deben ser gestores de transformaciones sociales, por eso molestan y preocupan tanto al poder, aunque este los desprecie. Hoy, en Argentina, no es necesario secuestrar y desaparecer estudiantes, las estrategias políticas son otras. Al menos, por ahora.

El hilván invisible que une los episodios de México y Argentina, y con toda seguridad otros del resto de Latinoamérica, es la necesidad que ciertos gobiernos tienen de disciplinar porque no toleran el disenso y la equidad social que solo la educación pública puede proporcionar. Pretenden hacerse obedecer servilmente a bastonazos, expulsiones, exilios, matanzas, y desapariciones, su objetivo es disciplinar. Y la disciplina con sangre entra.

 

Clara P. Klimovsky. Córdoba (Argentina) Licenciada en Letras Modernas, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba. Master of Arts, egresada de la University of Maryland, College Park, donde también cursó el doctorado, pero una de las crisis nacionales la disuadió de terminar la tesis y la llevó a trabajar en la administración universitaria, tarea en la que se especializó y de la que vive en la actualidad. Traductora amateur, realizó trabajos para The Nature Conservancy, y otras organizaciones conservacionistas, además de traducir y desarrollar material didáctico bilingüe para diversas editoriales de Estados Unidos, hasta que la crisis estadounidense la dejó sin ese trabajo. Escritora desordenada, tiene comenzados unos cuantos libros que no termina, aunque está trabajando, con ahínco, en un poemario breve que dará a conocer, tal vez, en el presente año. Voraz lectora. Twitter: @ClaraKlimovsky

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Posted: October 21, 2018 at 9:58 pm

There is 1 comment for this article
  1. Clara P. Klimovsky at 7:45 pm

    Desde ayer, en la ciudad de Córdoba -en la que vivo- 300 gendarmes, con sus uniformes y carros de asalto y jeeps verdes- andan por las calles. No han venido a combatir el delito ni a los narcos, como afirman. Ningún narco con 20 kilos de cocaína anda en transporte público, ningún asesino lleva el arma humeante en vez del documento de identidad en el bolsillos de su pantalón. Vinieron a meter miedo pidiendo documentos, que no es obligatorio portar, y a revolver bolsos de los más jóvenes -sospechosos por excelencia-. Y hay quienes, alegremente, afirman “quien nada debe, nada teme”. De allí al “algo habrán hecho” hay un paso muy corto. Hacer temer. Disciplinar. Al borde del abismo y por dar un paso adelante.

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