Art
La izquierda cubana y el debate racial

La izquierda cubana y el debate racial

Armando Chaguaceda

En el actual escenario de reformas en Cuba –que combina cierta liberalización económica con la persistencia del autoritarismo político– es posible identificar diversas posturas adscritas a referentes de izquierda, que amplían las pretensiones monopolizadoras del discurso oficial.  Y cada una de ella posee sus propias miradas sobre temas tales como la justicia social, la democracia política y el modelo de desarrollo. También –y este es el tema que nos ocupa en este texto– difieren sobre una problemática de creciente presencia y debate dentro de la sociedad cubana: la racial.

Existe una izquierda orgánica,  definible a partir de su adscripción a ciertos valores e ideas originarios que –tanto sus propios integrantes cómo otros miembros de la sociedad– se identifican con la Revolución. Sus exponentes, desarrollan su reflexión y debate dentro de los marcos del régimen político –sus instituciones, agendas y lineamientos ideológicos– en relativa sintonía con las posturas establecidas por los máximos dirigentes del Estado. Consideran al modelo reformable, lo que exponen en publicaciones, foros y textos de corte académico (revistas, congresos) como opináticos (blogs).2 Y su accionar ha tributado, conflictiva y simultáneamente, tanto a las políticas oficiales de administración del debate y fragmentación de la esfera pública, como a la necesaria introducción de temáticas relevantes –desigualdad, sexismo, racismo– y el mantenimiento de cierto espacio de reflexión, más o menos tolerado y sofisticado, incluso dentro de coyunturas de inmovilismo o conservadurismo político y teórico como la de la llamada “Batalla de Ideas” (2000–2006).

Esta postura orgánica es congruente con el patrón de política cultural construido a partir de los años 90 por Abel Prieto, el cual sirvió para reformular la hegemonía estatal –sustituyendo el discurso marxista por un nacionalismo de supuesta raigambre martiana– mediante un arsenal de prácticas de cooptación y censura selectivas. Política cultural que hoy se encuentra superada por los hechos y por la propia riqueza y amplitud de perspectivas del debate en torno a temáticas de la historia, cultura y política nacionales, dentro y fuera de la Isla.

La segunda postura, que defino como alternativa, rebasa en sus posturas de debate e incidencia públicos los ejes y límites fijados por el discurso revolucionario; aventurándose hacia una crítica estructural del modelo de socialismo de Estado. Sus foros, publicaciones e intervenciones son más abiertos que los orgánicos aunque aún persisten, en su seno, problemas en el diálogo –por razones ideológicas o personales– tanto con aquellos intelectuales cercanos a la línea oficialista como con los del segmento abiertamente opositor. Esta tendencia3 posee una diversidad temática apreciable y tiene la potencialidad de operar  en el tendido de puentes entre intelectuales y públicos diversos y, en general, en proyectarse hacia aquella ciudadanía que rechaza ubicarse en contaminadas coordenadas políticas. Su desarrollo corresponde con la expansión de la diversidad social, con la reacción a los mecanismos de la política cultural vigente –crecientemente incapaz de integrar, de forma atrayente y sin sacrificio de autonomía, a voces jóvenes y críticas de izquierda– y se nutre de la emergencia de sociabilidades autónomas.

Por último la postura opositora plantea una ruptura con el régimen político vigente, aunque apela para ello a mecanismos legales y/o no violentos. Sus espacios y publicaciones son acotados de forma permanente por la represión y la fragmentación oficiales de la esfera pública, que hace a otros colegas –de las izquierdas orgánica y, en menor medida, alternativa– evitar coincidir con los opositores en foros o proyectos. Con diverso grado de sostenibilidad material, a través de sus planteos se percibe una mayor superación de la tradición de no reconocimiento hacia las otras posturas, aun cuando subsistan recelos provenientes de la misma situación de acoso sufrida y de discrepancias con las ideas de sus contrapartes orgánicos y alternativos. Y en su seno se desarrollan hoy importantes esfuerzos por trascender la noción minimalista de democracia, de corte liberal, que abrazan sectores mayoritarios de la oposición, incluyendo en la agenda problemáticas sociales –raciales, sindicales, femeninas– y el explicito rechazo a la injerencia de estados extranjeros, en particular el embargo/bloqueo de EEUU.4

Las especificidades y diferencias entre los diversos planteos programáticos y de agenda de estas izquierdas son visibles cuando se contrastan, por ejemplo, sus posturas frente a la temática racial; un problema relevante e irresuelto de la sociedad cubana que cobra creciente visibilidad tanto en discursos emergentes como oficiales. Según la Comisión Aponte de la Unión Nacional de Escritores y Artistas –integrada por varios intelectuales orgánicos–, la problemática racial encuentra en “la Revolución”, con su “obra de justicia social” e “igualdad de oportunidades para todos los cubanos” el marco práctico e ideológico para resolver “la herencia de la desigualdad económica, del posicionamiento social y de subvaloración cultural“ que “no ha podido ser eliminada en el tiempo extremadamente corto del poder revolucionario”. Reconociendo que “No basta con leyes de beneficio popular” sino también “de transformar estructuras sociales y desarraigar prejuicios enquistados”,  la Comisión define, sin embargo, una línea defensiva y divisoria respecto a “algunos cubanos que buscan en el rejuego político la supuesta solución a este delicado tema”, llamando a que los problemas del país sean “solucionados por los propios cubanos.  Por último identifica un conjunto de acciones en curso, siempre dentro de las instituciones oficiales y el amparo de la consigna “Con la Revolución todo, sin la Revolución nada“ que ha definido la política cultural del Estado cubano desde 1961.5

Por su parte, los activistas alternativos de la Cofradía de la Negritud sostienen una visión diferente ya que, si bien dirigen sus recomendaciones a las instancias oficiales (Parlamento, sistema educacional, organizaciones de masas, entre otras) no sustentan su discurso en una invocación reiterada a “la Revolución y sus conquistas”, sino que demandan el “derecho a la existencia legal de organizaciones sociales y comunitarias que se propongan contribuir a los esfuerzos de la nación dirigidos a eliminar el racismo, la discriminación y la desigualdad raciales”. Asimismo hacen hincapié en los factores estructurales (pobreza, marginación, desigualdad) que reproducen la situación desfavorecida de negros y mestizos, a la que vez que visibilizan las acciones y discursos que en los medios masivos, la policía y diversos entes del Estado y la sociedad tributan al mantenimiento de esa situación. Para finalmente exigir el establecimiento “como objetivo social prioritario de las políticas del país la promoción del principio de igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos y ciudadanas de manera real y efectiva.”6

En cuanto a la perspectiva opositora, las propuestas del Comité Ciudadanos por la Integración enmarca la lucha por la igualdad y contra la discriminación racial dentro de una agenda de promoción del diálogo, la convivencia y el pluralismo como procesos y entornos de desenvolvimiento de la nación cubana, con el concurso de cubanos residentes en la isla como en sus comunidades diaspóricas y en articulacion con otras luchas y actores antirracistas trasnacionales. Para cumplir esos objetivos –y su punto de llegada cifrado en la noción de posracialidad– el Comité impulsa acciones y proyectos cívicos, sociales, intelectuales, académicos o culturales para atender los derechos y necesidades de las minorías o grupos étnicos, de forma que tribute a instalar la igualdad y el respeto como fundamento de las relaciones sociales e interétnicas.7

En Cuba, el desarrollo de las reformas en curso está ampliando la brecha entre los individuos y grupos favorecidos por estas y aquellos convertidos –de la mano del mercado que no les acoge y del Estado que aún administra y limita sus derechos– en perdedores del cambio: trabajadores urbanos y rurales, familias huérfanas de remesa, mujeres, negros y mestizos, ancianos, habitantes del interior del país. Tal situación obliga a redefinir y revalorizar temas como el de la discriminación racial. La agenda de cualquier izquierda relevante en la Cuba futura deberá acoger estas voces y demandas excluidas.


Posted: August 25, 2014 at 9:40 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *