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La violencia de género en los géneros literarios
COLUMN/COLUMNA

La violencia de género en los géneros literarios

Tanya Huntington

Se dice que la historia está escrita por los vencedores. En contraste, una de las funciones de ese género multiusos que llamamos Literatura, es la de plasmar la visión de los vencidos sobre la tela de la eternidad a través de las historias que cuenta.

Gracias a libros como los que se venden en la FIL Guadalajara y, como en una máquina del espacio y del tiempo, podemos volver a la época romana, donde nos topamos con el poeta Publio Ovidio Nasón, mejor conocido como Ovidio. Sus Metamorfosis son esencialmente un compendio de transformaciones, muchas de ellas de mujeres: Io, Calisto, Corónide, Eco, Proserpina, Thetis, y la lista sigue. Como personaje femenino de ese compendio, si corrías con suerte, el secuestro y la violación (anteriormente conocidos como rapto) te transformaban con el tiempo en una reina de Creta y, a la postre, en la madrina de un continente entero, como fue el caso de Europa. Si eras menos afortunada, te volvías un monstruo como Medusa, quien ejercía la escultura no con las manos, sino con la mirada.1 Lo máximo —reina— y lo mínimo —monstruo— a lo que podías aspirar, eran ambos extremos enmarcados por la violencia de género. Tampoco hay que olvidar, cuando hablamos de los laureles como el máximo premio de la creación poética, que son los dedos podados de Dafne los que nos coronan, hablando metafóricamente.

Detrás de cada una de estas mujeres mitológicas perseguidas hay violencia de género. Detrás de cada loca en el desván, cada Bertha Mason y cada Susana San Juan, hay violencia de género. Detrás de cada personaje que se suicida por despecho (Ofelia, Madame Bovary, Ana Karenina, la señorita Julia, etcétera) hay violencia de género. También lo hay detrás de cada Desdémona, cada Hester Prynne, cada Dama de las Camelias, cada Maga, cada Lolita, cada Sethe, cada Cesárea Tinajero, cada Urania Cabral, cada Vike, cada Bruja asesinada en La Matosa, etcétera. Hay violencia de género pisándole los talones a cada Sheherezade y anda al acecho de demasiadas de nuestras grandes autoras (Virginia Woolf, Sylvia Plath, Rosario Castellanos, Lucia Berlin y un largo etcétera).

Incluso las que desarrollamos un feminismo que quisiera borrar la etiqueta de “víctima” como sinónimo de “mujer”, no sabríamos dentro de esa fantasía utópica hacia dónde dirigir la mirada dentro del canon literario porque está sembrado de cadáveres de mujeres: los Júpiter siguen raptando, los Orlando siguen furiosos, los Otelo siguen apagando esa vela, los Rodion Raskolnikov siguen creyéndose “excepcionales”, los Humbert Humbert siguen dando clases, los Álex siguen practicando su ultraviolencia, los Patrick Bateman siguen prendiendo sus taladros en ese vasto espacio atemporal que es la literatura.

La literatura ha dejado testimonio de toda esta violencia que “no ves” según las miembros del colectivo La Tesis, a pesar de que se reproduce de manera viral en los medios del día a día. La memoria de las letras es tan larga como su aliento, y su aliento es tan largo como su inspiración –una fuerza capaz de vencer hasta a la muerte por causas no naturales, al feminicidio, porque no deja de meter aire al tema incómodo, injusto, horroroso que nos corresponde aquí en esta charla. A diferencia de una noticia que puede ocupar las primeras planas una semana y pasar al olvido la semana siguiente, la literatura nunca ha desviado la mirada de la violencia de género, y su registro permanente ha resultado ser la manera más eficaz de resistir la embestida del oleaje constante de un tiempo presente que desbanca a sí mismo.

No digo, nunca diría, que hay que dejar de leer una obra porque contiene descripciones gráficas de violencia de género. Esos pasajes son esenciales para asumir cabalmente la existencia de una herida que permanece abierta. De hecho, creo que si aplicáramos aquel criterio de censura al cien por ciento, solo nos quedaría el directorio telefónico para leer —o ni siquiera eso, debido a que también podemos considerar como un acto de violencia el hecho de que solo existen los apellidos heredados de los hombres, dado que los maternos se van purgando en cada paso generacional.

Lo que sí propongo es que desde la crítica –y las ferias literarias forman uno de los filtros de la crítica literaria, no nos engañemos– podemos ir ampliando nuestra perspectiva de género. Hace un año, los organizadores de la Feria Internacional del Libro en Oaxaca nos abrieron el espacio a un comité de seis mujeres para que organizáramos paneles alrededor de temas sugerentes, oportunos y literarios que partieran de diversas perspectivas de género. En cuestión de horas, Yásnaya Elena Aguilar, Jazmina Barrera, Verónica Gerber Bicecci, Yolanda Segura, Isabel Zapata y yo habíamos armado cincuenta y tres mesas —y solo paramos allí por falta de mayores recursos. En nuestra programación especial, había más de un noventa por ciento de mujeres participantes –sesenta y cinco por ciento en la feria entera– algo que vale la pena señalar, dado que todavía hay quienes se atreven a sugerir que no hay mujeres dignas o calificadas suficientes como para lograr una mayor paridad de género en estos eventos.

Las mujeres logramos entrar a las universidades a finales del siglo XIX aquí en México. El sufragio femenino lleva menos de un siglo. Y nuestra entrada al gremio literario es igual de reciente, salvo casos excepcionales como el de Sor Juana —quien, por cierto, fue silenciada por el hecho de ser mujer. En años recientes, hemos logrado cambios importantes al marco legal que nos han ayudado a debilitar el muro, antes infranqueable, de la patria potestad —una herencia romana menos afortunada que las Metamorfosis de Ovidio. Los tiempos en que vivimos son cruentos. Pero creo que estos avances son en parte consecuencia de la empatía que suscita la literatura y que conlleva a los cambios sociales, lo cual, en el futuro, nos llevará a poseer no solo derechos civiles a la par de los hombres, sino una identidad literaria menos marcada por la violencia de género.

NOTA

Aunque si queremos ver en ese trago amargo una copa media llena, Hélène Cixous se inspiró en la Medusa para escribir un brillante ensayo que alaba su risa.

 

• Esta ponencia fue leída en una mesa dedicada a la Violencia de Género organizada por el Centro Universitario de los Altos de la Universidad de Guadalajara, dentro del marco de la Feria Internacional del Libro.

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: December 8, 2019 at 11:23 pm

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