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La yihad individual

La yihad individual

Manuel Marlasca

“Si no podéis encontrar una bomba o una bala, destrozadles la cabeza con una piedra o asesinadlos con un cuchillo, atropelladlos con vuestro coche, tiradlos desde un lugar alto, estranguladlos o envenenadlos”. Estas palabras forman parte del llamamiento que Abu Mohamed Al Adnani, uno de los oficiosos portavoces del grupo terrorista Daseh, hizo en septiembre de 2014 animando a sus seguidores a asesinar occidentales –especialmente franceses y norteamericanos– en sus países. Este verano, Europa ha comprobado hasta qué punto los seguidores de Al Adnani han sido fieles a su llamamiento: Mohamed Lahoualej Bouhlel asesinó a 85 personas atropellándolas en Niza, Abdel-Malik Nabil Petitjean y Adel Kermiche degollaron a un sacerdote en una pequeña iglesia del norte de Francia y en Alemania hubo dos atentados más protagonizados por seguidores de Daesh –el ataque a hachazos en un tren y el intento de inmolarse en un concierto– que se saldaron con la muerte de sus autores y unos cuantos heridos.

Esta sucesión de ataques ha dejado a Europa conmocionada, en estado de shock, sin respuestas y, lo que es peor, ha conseguido uno de los fines que persigue cualquier modalidad de terrorismo: poner en peligro los cimientos de la convivencia y el respeto sobre los que se ha construido el Viejo Continente.

Europa conoce desde hace muchos años el terrorismo islamista o yihadista. Francia sufrió en los años 70 y 80 del siglo pasado los zarpazos de grupos integristas de origen palestino o argelino y, en la primera década del nuevo siglo, Al Qaeda asesinó a más de 250 personas en solo dos atentados: 11 de marzo de 2004 en Madrid y 7 de julio de 2005 en Londres. ¿Qué diferencia este terrorismo del que sufre ahora Europa? La diferencia principal no es que haya cambiado la franquicia número uno del terror –Daesh se ha impuesto a Al Qaeda–, sino que el sueño de un sirio llamado Mustafa Setmarian se ha hecho realidad.

Setmarian, que al llegar a la cúpula de Al Qaeda se convirtió en Abu Musab Al Suri, es el autor de un manual del yihadismo de 1600 páginas, La llamada a la resistencia islámica global.  En él se hace una convocatoria a matar infieles sin necesidad de viajar a zonas de conflicto –antes Afganistán, hoy Siria– y sin necesidad de estar integrado en una organización porque, como escribe Setmarian: “la organización debilita”. El asesino de Theo Van Gogh en Amsterdam, los del soldado británico Lee Rigby en Londres, Yashim Salhi –el hombre que decapitó a su jefe en Lyon–, Mohamed Merah –autor de siete crímenes en Tolouse–… Todos ellos siguieron los esquemas de la yihad individual, es decir, actuaron sin conexión con organización alguna. Los recientes atentados en Francia y Alemania han sido perpetrados por terroristas cuyo único vínculo con Daesh es, en el mejor de los casos, el juramento de fidelidad que hicieron a la organización días antes de sus acciones, o la reivindicación de la organización atribuyendo el ataque a uno de sus soldados.

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Los atentados de París –enero y noviembre de 2015– y Bruselas en 2016 fueron obra de lo que hasta ahora se consideraba el mayor peligro de Daesh, los retornados, es decir, terroristas que han logrado combatir en Siria e Irak, que reciben formación militar y, a su vuelta a sus países de origen, tienen la instrucción ideológica y terrorista suficiente como para perpetrar acciones como la de la sala parisina Bataclan. Los expertos en terrorismo venían advirtiendo en los últimos tiempos que los retornados –Francia sola cuenta con entre 1500 y 2000– no eran el único peligro. Que a ellos había que sumar a los frustrados, es decir, terroristas que intentan llegar a Siria y no lo consiguen –como uno de los autores del asesinato del sacerdote– y los auto radicalizados, como el camionero de Niza o los dos jóvenes terroristas muertos en Alemania, personas que se radicalizan en un tiempo récord gracias a internet y a la influencia de alguien con ascendente sobre ellos.

Daesh ha hecho realidad el sueño de Setmarian, la yihad individual, gracias a su gigantesca maquinaria de propaganda. Desde sus casas, millones de jóvenes pueden ver en internet, sin que nadie haya conseguido evitarlo hasta el momento, videos de las productoras del Califato que no son más que llamadas a unirse a sus filas o a atentar contra kafires (infieles) en los países en los que residan. La debilidad de Daesh en los territorios del califato ha hecho que los llamamientos como los de Al Adnani se repitan en los últimos tiempos: los mujahidines ya no son tan necesarios en Siria o Irak, ahora es mucho más efectivo golpear cuando puedan, donde puedan o como puedan. El terror se vuelve así impredecible, cualquier cosa es susceptible de convertirse en un arma letal –un camión, un cuchillo, un hacha– y, sobre todo, en Europa crece esa sensación tan inquietante de que el mal yihadista anida en nuestras sociedades.

¿Qué hacer ante esta realidad, ante esta yihad individual en la que no hay organizaciones en las que infiltrar agentes ni estructuras que debilitar? El trabajo de cooperación entre los servicios de inteligencia es fundamental para detectar viajes de frustrados o de retornados, comunicaciones entre radicales o encuentros que normalmente pueden preceder a un atentado; la unión de fuerzas frente a la ciberyihad; el cambio de actitud ante las monarquías del Golfo Pérsico, que siguen financiando las mezquitas y a los imanes más rigoristas del mundo… Todos estos asuntos deberían estar en las agendas de los gobiernos de Occidente.

Entre tanto, la sociedad civil sólo puede hacer lo posible para no caer en los enfrentamientos entre comunidades e intentar tender puentes hacia los millones de musulmanes que creen que su religión nada tiene que ver con el terrorismo. El golpe letal al yihadismo tiene que proceder de las propias comunidades musulmanas, que deben salir de su ensimismamiento mientras ven cómo miles de sus jóvenes nacidos en Francia, España o Alemania, eligen el terrorismo como forma de vida, ya sea viajando a Siria o atentando en los países que les dieron educación, hogar y, en algunos casos, refugio. La contranarrativa frente a Daesh debe salir de estas comunidades musulmanas, que hasta el momento han hecho poco más que lamentarse de la suerte de sus jóvenes y, con la complicidad de algunos grupos políticos, culpar del terrorismo a las democracias occidentales, las mismas que han cometido errores enormes –como la invasión de Irak–, pero que han dado a Europa y a los millones de emigrantes procedentes de países musulmanes, más de medio siglo de paz y prosperidad.

MarlascaManuel Marlasca es periodista y autor Una historia del 11-M que no va a gustar a nadie. Además es coautor de España Negra,  Mujeres letalesAsí son, así matan. Recibió el Premio al Mejor Blog sobre Temas Policiales y el Premio de la Policía a los Valores Humanos y de Periodismo. Su Twitter es @manumarlasca.

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Posted: August 1, 2016 at 10:43 pm

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