Flashback
Lesbianas visibles e invencibles
COLUMN/COLUMNA

Lesbianas visibles e invencibles

Gisela Kozak

Hace diez años, un veinticinco de junio de 2009, un grupo de mujeres de diversas edades, profesiones, oficios, intereses y posturas políticas, se reunieron en la desaparecida librería caraqueña LIBERARTE, en el Centro Comercial Los Chaguaramos. El motivo de la reunión: conversar sobre un tema de interés personal para las asistentes como era el de ser lesbianas en Venezuela. Aquella sesión inaugural nocturna contó con las usuales palabras de apertura; las revolucionarias escogieron a una colega de la Universidad Central de Venezuela (UCV) –heterosexual por cierto– para que hablara de la alianza hetero-lesbo-feminista, tal como la planteó la poeta feminista Adrienne Rich. Se puso entonces sobre la mesa la relación capitalismo, opresión sexual y de género, que no comparto en los términos en que se formuló esa noche, pero este detalle no fue clave. Gabrielle Gueron –colega docente y politóloga de la UCV– y yo insistimos en el trabajo conjunto para fines comunes dejando a un lado las divergencias políticas. Hasta hice algún chiste sobre una antigua relación amorosa con una de las revolucionarias.

Preferimos no acentuar las divergencias ni hacer énfasis en que, en 2009, a diez años del inicio de la revolución bolivariana, las lesbianas no habíamos logrado ninguna reivindicación ni habíamos roto el celofán de la invisibilidad. La revolución ha estado demasiado imbricada con el militarismo, el régimen cubano y las iglesias evangélicas para permitir semejante cosa.

De aquella noche recuerdo la alegría, ciertas intervenciones y el que hubiese incluso muy jóvenes estudiantes de la UCV, como la ahora historiadora emigrada Alejandra Martínez, que se convertiría en una amistad fraterna y con quien he practicado la mejor manera de liberar a una candidata a discípula del peso de la veteranía de sus maestras: la conversación libre entre interlocutores que no temen corregirse. No es fácil ser historiadora y liberal en un continente donde las humanidades y ciencias sociales están dominadas por una izquierda que puede ser plural como no serlo, pero ella sigue su camino. Esa noche estaba también una chica de quien pensé que podía convertirse en joven lideresa del movimiento por nuestras reivindicaciones, pero una muy conservadora y religiosa familia ganó la partida; espero, porque ser lesbiana no es un acto de fe, que tenga una vida acorde con sus talentos e índole, de las que se podía esperar mucho.

El principio de las tertulias lésbicas fue político, en el sentido de decretarse como punto de partida de una posible acción pública, pero creo –que me corrija mi amiga y colega, la politóloga Gabrielle Gueron (quien siempre me corrige)–, que la idea era sobre todo visibilizar nuestra existencia, oculta detrás del hombre gay y la trans femenina. Recuerdo una foto estupenda de esa época de una alumna mía de Letras-UCV cuyo nombre se me escapa lamentablemente. El objeto de la foto era una pancarta de las chavistas, roja con letras blancas, que decía “Lesbianas visibles somos invencibles”; la verdad me gustó mucho. De todas maneras, me cuesta explicarme que aquel espíritu exuberante y libre se plegara a una maquinaria autoritaria como la revolución, pero esto es otro tema.

El hecho es que nos habíamos encontrado allí, en aquella hermosa librería orientada a libros feministas y con cafetería incluida, cuya dueña, la inolvidable psicóloga y librera Carolina Villegas, había cedido con gusto el espacio a una actividad si se quiere inédita en el país. Las reuniones, una vez al mes, dejaron de contar rápidamente con las revolucionarias. Para ellas, Gabrielle Gueron y yo éramos “lesbianas de derecha” al no simpatizar con el chavismo. Comenté en un encuentro académico donde se habló de las “lesbianas de derecha” si tal cosa se refería a las habilidades con las manos o a otras cosas, lo cual me ganó –entre otras muchas ironías que solía soltar– la inquina de las rojas, la cual merezco. La actitud más adecuada es la de Gabrielle Gueron, experta reconocida en negociación (excepto en lo que a regañarme se refiere), que se queda callada cuando hay que hacerlo. Lamentablemente, al personalizar el asunto, se pierde el objetivo y se daña la estrategia. En todo caso, las tertulias continuaron con temas tan diversos como la acción política, el feminismo, la sexualidad, la literatura, el cine, la música, la violencia entre las parejas, la maternidad, el matrimonio igualitario, la discriminación laboral, el rechazo familiar, por mencionar algunos de los asuntos debatidos.

La variedad de las mujeres que asistían es un recuerdo que atesoro especialmente, pues unas cuantas de ellas se convertirían en mis amigas y una de ellas en mi esposa, una vez que emigramos de Venezuela y pudimos casarnos en México en 2017. Por las tertulias lésbicas pasaron desde una agente de policía de los empobrecidos Valles del Tuy, cercanos a Caracas, que temía por su trabajo y porque le quitasen los hijos, hasta una boxeadora que tenía que lidiar con las exigencias políticas de las instituciones deportivas revolucionarias y con el rechazo familiar. También tocó escuchar historias de violencia doméstica que nos impactaron y entristecieron. Participábamos las universitarias con conciencia política respecto a nuestra orientación sexual y también quienes iban a buscar amigas y, sí, novias. Hubo algunas con buena posición, pero la mayoría vivía al día en la cada vez más insoportable situación venezolana. Pasaron escritoras y directoras de cine, filósofas, abogadas, ingenieras, médicas, sociólogas, científicas, estudiantes, psicólogas, docentes, amas de casa, oficinistas, obreras, miembros de la economía informal e intérpretes musicales. Del mundo intelectual y literario venezolano solo estuve yo, la curadora LG y alguna más que, estoy segura, pediría expresamente no ser mencionada en este contexto. Algunas vivían en lindas urbanizaciones en sus respectivos apartamentos, e incluso casas; otras en barrios (conjuntos de viviendas predominantemente de autoconstrucción) o en edificios en las zonas populares y de clase media empobrecida de la ciudad, en una habitación alquilada, con los parientes, solas o en pareja. Los colores de piel y la calidad de la ropa eran tan variables como las conductas y visiones respecto a lo que significaba el activismo político, la belleza física o las cualidades deseables en una pareja. Cómo olvidar a mi amiga, la ingeniera y motociclista Y.P., cuando llevó a una amiga con una malla que imitaba la piel de un tigre, que contrastaba con la elegante discreción de quien en aquella época no sabía que iba a ser mi esposa. Pocas aspiraban a casarse con una mujer y tener descendencia, a diferencia de féminas de otros países y continentes, probablemente por la falta de reconocimiento jurídico, la situación económica cada vez peor y la discriminación; otras sí queríamos hacerlo.

Había gente que ya conocía, como las amigas de la ONG Reflejos de Venezuela, Elena Arnaiz y Ana Margarita Roja, la entonces estudiante de Trabajo Social Karla Carrillo, la psicóloga Ybis Infante, la divertidísima Glenda L.F., Mariant.L., las alumnas mías y las revolucionarias. No era el caso de la querida amiga Luzarelys Gómez ni el de la poeta Y.C. Igualmente, la brillante abogada M.C.R (con un humor memorable), la ingeniera L.C. (con presencia de arcángel), la productora y escritora Karlina Fernández y la contadora y corredora C.H. se acercaron a motu proprio y se integraron a las tertulias y a la amistad. Por la arcangélica L.C. conocí a mi esposa, Lynette Gómez, y a la médica G.U. Esta en 2011 daría una memorable charla sobre las medidas a tomar durante intercambios sexuales fortuitos; no es fácil olvidar que, a falta de condón femenino, el fino plástico para envolver alimentos puede hacer las veces de protector en las lides del sexo oral. Yo me escandalicé –más por burla que por otra cosa– ante tanta ciencia separada de la afectividad, pero en definitiva cada quien tiene sus búsquedas y gustos. Tampoco olvido la charla sobre feminismo de la psicóloga social Ingrid Gómez en el marco del desaparecido restaurante La Guayaba o aquella reunión en el Bar LGBT Telo´s, en Sabana Grande, a la que asistió nada menos que una ex-monja y en la que se celebró a todo dar mi cumpleaños. La socialización post tertulias era clave y en mi propia vida veo esa época como un punto de inflexión.

Si mal no recuerdo, el fin de las tertulias lésbicas fue en el 2011 o 12. Gabrielle y yo pensamos que era mejor trasladar la organización, por demás muy simple, a otras mujeres. De nuevo se intentó el maridaje entre diferentes posturas políticas, esta vez con chicas jóvenes, algunas de las cuales nos acusaban de “burguesas” por organizar las tertulias en LIBERARTE. Se hicieron algunas en lugares más afines para las revolucionarias, pero con el tiempo fueron languideciendo hasta desaparecer.

La librería LIBERARTE cerró hace años; fue sustituida por uno de esos “centros educativos” nómadas y sin control que, según me han dicho, ha sido sustituido a su vez por tiendas de bisutería femenina. No deja de ser una ironía que una librería de inclinación feminista, situada en el mismo conjunto residencial y comercial que los postgrados de Ciencias Sociales y Humanidades y el Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela, cierre y deje lugar a un negocio de bisutería para damas en un tiempo de absoluta ruina. El Centro Comercial Los Chaguaramos cayó en una decadencia que representa la destrucción venezolana académica, técnica, cultural y política. Lo que ha sobrevivido a todos estos años de devastación es un centro evangélico pentecostal que celebraba sus ruidosas ceremonias a veces a la misma hora que las tertulias lésbicas.

Con todo, la amistad permanece y aunque estamos regadas por medio planeta, las otrora contertulias mantenemos un grupo de Whatsapp bastante activo llamado ASOPARCHA POR EL MUNDO. Parcha en Venezuela significa también gay o lesbiana aunque en rigor es la denominación de una fruta, la ácida y estupenda parchita, que en inglés es llamada la fruta de la pasión, “passion fruit”, y en portugués, maracuyá.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: July 9, 2019 at 9:51 pm

There is 1 comment for this article
  1. Karla Carrillo at 2:45 pm

    Buen escrito para conmemorar una iniciativa y espacio tan rico como fue Tertulias Lésbicas en Caracas. Gracias por la mencion. Entiendo que es tú crónica, tú punto de vista y tus recuerdos. Yo no lo recuerdo del todo así, sobretodo la primera tertulia. Sin embargo, gracias por haber hecho de esa experiencia este artículo.

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