Essay
Lo testimonial

Lo testimonial

Francisco Hinojosa

Al principio me pareció caprichosa la reunión de lo testimonial con la literatura infantil y juvenil (LIJ). Al ser un género más ligado al periodismo, el testimonio nos remite a obras como A sangre fría, quizás la primera novela que parte de una investigación de campo o, más recientemente, a Voces de Chernóbil, de la premio Nobel Svetlana Alexievich. La primera está más cercana a la ficción y la segunda al reportaje, ambas con extraordinaria calidad literaria. Y sin duda también nos lleva a pensar en El diario de Ana Frank, libro en el que el testimonio está más al desnudo. Pero aquí hablamos de otra cosa. Para la LIJ, habría que tomar entonces lo testimonial como la base sobre la cual la ficción se nutre para poner en la mesa asuntos que corresponden a la realidad.

Hace tres décadas era difícil encontrar en Iberoamérica libros para niños que no tuvieran como tema castillos, princesas, hadas, duendes, brujas, animales y otros cuantos más. Los contenidos duros empezaron a aparecer poco a poco, en especial aquellos que lastiman particularmente a nuestros pueblos. El secuestro (Paso a paso, de Irene Vasco, Los mil años de Pepe Corcueña, de Toño Malpica, El rastro, de Antonio Ortuño), las migraciones y la discriminación (Ella trae la lluvia, de Martha Riva Palacio), la depresión (El año terrible, de Tamar Cohen), la anorexia (36 kilos, de Mónica Brozon), el divorcio, la muerte, la diversidad sexual (Para Nina, de Javier Malpica), las enfermedades terminales, el bullying (La excepción de la regla, de Vivian Mansour), la xenofobia, el racismo, todos temas que aborda hoy en día la LIJ.

Ya nada le es ajeno a un niño, y menos todavía a un joven. La realidad está en todas partes: en las noticias, en el internet, en las charlas de sobremesa, en la calle, en la escuela. Nadie es ajeno a la información, aunque ésta esté maquillada o truqueada. Hace unos años algunos escritores mexicanos recibimos una invitación por parte de una editorial estadounidense para escribir un cuento infantil cuya distribución se haría en la frontera de nuestros países. Además de señalar la extensión del texto y de fijar una cantidad como pago, imponía como restricción no tocar ninguno de los treinta y cuatro temas “que no se pueden usar para escribir”. Los primeros parecían tener cierta lógica (la guerra, la política controvertida, las drogas, el niño en situaciones difíciles, la muerte, el derramamiento de sangre), pero conforme la lista avanzaba se iba volviendo más inexplicable: el rock, las golosinas, el día de muertos, el baile, las películas, los dinosaurios, los seres del espacio, las arañas y las casas con alberca. De aplicar este mismo rasero a los cuentos clásicos, seguramente ninguno se quedaría a salvo de esta imposición que quiere proteger la imaginación de los niños sin tomar en cuenta que compartimos con ellos nuestro mundo, que es ancho y tan propio como ajeno. La literatura contemporánea tampoco se salvaría de ser echada a la hoguera que enciende esta censura: desde la obra completa de Roald Dahl –que deja muy mal parados a los adultos–, hasta la saga de Harry Potter –en cuyas páginas no se hace ninguna mención a asuntos religiosos. Entre los primeros temas prohibidos se encuentra también la xenofobia, que no debe ser tratada en un cuento para niños, aunque bien puede fomentarse desde las altas esferas del poder del país más poderoso del mundo. ¿Para qué hablarles de las luchas armadas anticipadamente a quienes quizás en unos años tengan que enrolarse en el ejército para combatir en guerras que no les corresponden? Al parecer, el mensaje es que hay que proteger a los niños, mientras sean niños, del daño que les vamos a hacer cuando crezcan. A esta misma convocatoria respondió Juan Villoro, otro de los autores invitados: “En su gabinete de Viena, rodeado de reliquias griegas y de estupendo humo de puro, el doctor Freud definió al niño como perverso polimorfo. En cambio, en los consultorios con paredes de plástico, donde se prohibe fumar y se teme al colesterol, los niños son vistos como criaturas a las que todo lo raro les perjudica”.

Los temas testimoniales en la LIJ son más susceptibles de ser enjuiciados y reprobados por su alto contenido de crudeza que aquellos relacionados con la fantasía. Suelen ser menos políticamente correctos. Hace años se difundió en la Unión Americana una imagen en la que aparecen dos niñas, una de ellas con un libro en la mano y la otra con un rifle AK-47, con una leyenda en la que se lee: “Una niña carga algo que ha sido prohibido en Estados Unidos para su protección. ¿Adivina cuál es?” Más abajo continúa: “Nos aseguramos que La Caperucita Roja se quede fuera de nuestras escuelas por la botella de vino que carga en su canasta. ¿Por qué entonces permitimos las armas de asalto?”

En los cuentos de hadas están presentes muchos de los grandes temas de la humanidad, como bien lo afirma Bruno Bettelheim: desde la seducción, la rivalidad fraterna, la orfandad y la pobreza, hasta la muerte, el abandono y la enfermedad. Aunque su tratamiento es más alegórico, el niño percibe e interioriza según su edad los alcances de cada una de esas historias. Detrás de los castillos, con sus reyes y princesas y sus paredes de oro, se dejan entrever la esclavitud, la miseria, la tiranía y la desigualdad. Son en apariencia historias sencillas que están cargadas, bajo el ojo psicoanalítico de Bettelheim, de elementos simbólicos que dan respuestas claras a los conflictos planteados.children1

Habría que decir también que los propios niños no solamente son personajes de papel que padecen situaciones “reales” (de la Caperucita a Pulgarcito y de la Niña de los Cerillos a Hansel y Gretel; o bien de Matilda a Harry Potter), sino que muchos son testigos cotidianos de carne y hueso de esas historias no escritas: han sido abusados y golpeados, los despojaron de sus derechos elementales, son invisibles ante la justicia. Aquí es donde la literatura infantil ligada a lo testimonial les puede dar voz y voto, donde puede desnudar las amenazas que reciben a diario: para el joven lector de estas historias algo cobra sentido. En Puerto libre, Ana Romero toca un tema que lastima mucho a nuestros pueblos: la migración, pero vista a través del daño que causa a quienes menos se toma en consideración al hablar del fenómeno: los hijos de los migrantes. Caso similar a lo tratado por Nuria Santiago en Olivia, el bosque y las estrellas e Irene Vasco en Mambrú perdió la guerra, breves novelas que abordan el impacto que las desapariciones forzadas tienen sobre los niños.

Y ya estando en estas, paso a dar un testimonio personal. Pocos años después de publicar mi cuento La peor señora del mundo, en 1992, fui invitado a Medellín, Colombia, a un evento llamado Juego Literario, que consiste en la lectura de libros de un autor, tanto en escuelas públicas como privadas, y un posterior encuentro con él. El Medellín de entonces estaba azotado por una violencia social y familiar que afortunadamente se ve hoy muy lejana. A lo largo de una semana, estuve en casi veinte lugares, entre bibliotecas, colegios y salas de lectura, con niños y jóvenes, muchos de ellos víctimas de esa violencia. La lectura del cuento, según me comentaron después los organizadores, provocó una catarsis: había una manera de combatir el mal que representaba esa malvada señora. Su rostro se convirtió en una piñata a la que se le podía golpear sin piedad. A propósito, una de las interpretaciones que se le dieron a este libro partió de un grupo de niños tzotziles que, bajo la dirección de Emilio Lome, lo montarían como obra de teatro. Antes de hacerlo decidieron reflexionar sobre el cuento. ¿Por qué señora y no señor? Porque está en femenino y representa la guerra. ¿Y la muralla? Se trata del cerco militar. ¿Y la paloma? Representa los acuerdos de paz, los acuerdos de San Andrés. ¿Y el viejo? Es el consejo de ancianos. Se le dio una interpretación zapatista a un cuento escrito antes del levantamiento zapatista. Al parecer, en el fondo, toda la literatura es testimonial.

Hinojosa2-150x150Francisco Hinojosa es poeta, narrador y editor. Es autor y antologador de más de cincuenta libros y columnista en Literal. Su twitter es @panchohinojosah

• Este texto fue leído en el Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil México 2016 en el panel dedicado a Lo testimonial en la LIJ, 15 de noviembre, Teatro Julio Castillo, Centro Cultual del Bosque, CDMX.


Posted: November 29, 2016 at 11:20 pm

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