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LOS PULGARES INÚTILES
COLUMN/COLUMNA

LOS PULGARES INÚTILES

Ana García Bergua

Hace ya algunos años vi en algún lugar a una mujer que le enseñaba a otra cómo escribir en una pequeña Blackberry, esos teléfonos celulares que poseían muchísimas teclas diminutas y, creo, ya no existen. Aquella mujer explicaba cómo escribir con los pulgares a gran velocidad, concentrándose en el aparato mínimo, y debo confesar que no encontré manera de tomar aquello en serio. Simplemente me pareció una vulgaridad, una aberración poco estética, casi triste, después de la hermosa danza de los dedos mecanógrafos, que siempre aspiraron a asemejarse a los pianistas. Pensé –he ahí mi gran ingenuidad— que aquella  escritura de pulgares era algo así como una manera torpe y expedita de resolver lo que no se podía realizar de manera elegante con los índices y los medios, elevando el aparato ante los ojos y picando aquí y allá con la displicencia de quien oprime el botón del elevador, pensando antes de elegir. Es decir, pensé que había una opción y así viví.

Incluso llegué a tener alguna vez una de esas ya minicomputadoras, en la que escribía esforzadamente con los dedos que consideraba apropiados para ello, y en una ocasión incluso mi hermana menor apreció más una larga explicación que le escribí en el correo porque  al calce una leyenda aclaraba que había sido enviada “desde mi Blackberry”, según decía, poniendo palabras en mi boca o más bien en mi pantalla. Ha de haberse preguntado cómo no me quedé ciega después de tal hazaña y yo también. No sólo ciega, sino con artrosis en los dedos. Aún así, me sentía segura. Las teclitas gordezuelas de la Blackberry eran ridículas pero reales, o por lo menos recordaban a mis dedos el gusto de oprimir las de la vieja máquina de escribir o la computadora. Y aunque tardaba un poco, lo lograba. No oprimía gato por liebre, la tecla de la a por tecla de la s, bedp por beso, hila por hola.

Después todos los teléfonos se aplanaron. Si acaso los dedos sienten algo, es quizá una pequeña vibración en el cristal, un extraño paréntesis en las yemas de los dedos que no puedo describir de manera apropiada, como si el tacto se hundiera un poco en un aire más denso. Y desde entonces tardo muchísimo tiempo en escribir cualquier cosa, los dedos pisan las letras que no son como si jugaran al Twister y mando mensajes aclarando lo que quise decir en el mensaje anterior, los cuales a su vez me veo en la necesidad de corregir. Ni con sangre entra la letra así. Sé que hay memes que se burlan de la gente como yo, de las madres que enviamos palabras incomprensibles a hijos que dominan el difícil arte de los pulgares y se mueren de la risa mientras sostienen diez conversaciones simultáneas a velocidades supersónicas. En los grupos de Whatsapp, en los que todo el mundo opina e interviene,  uno queda siempre a la zaga. Cuando logro teclear un comentario, dejó de ser pertinente o simpático hace mucho y además hay que reenviar varios más corrigiendo las palabras mal escritas.

Guardo el método de mecanografía que usaba mi madre. Se llama  Método racional de mecanografía y lo firmaba Rupert P. Sorelle para la Gregg Publishing Company en 1925. En él se aclara que es un método superior, “por el hecho de que ha sido el método usado por casi todos los campeones y vencedores en los concursos internacionales de mecanografía”. “El estudiante empieza a escribir con los dedos índices, los cuales puede usar con facilidad y destreza, y, por medio de una serie de ejercicios bien coordinados, procede gradualmente hasta el uso de los dedos meñiques, que por lo general son torpes y difíciles de adiestrar.” Entre grabados de máquinas Remington, Underwood y Royal, así como textos a teclear como jur fru jur fru jur fru, encontré a los pulgares: “El dedo pulgar de la mano derecha se debe utilizar para golpear la barra de espacios”. Un papel tan modesto, como el de quien toca el triángulo en la orquesta, aunque indispensable, eso sí. Busqué entonces si existía un método para escribir con los pulgares con facilidad y destreza que diría Rupert P. Sorelle y me encontré con que el teclado cambió para escribir con ellos:  “El equipo de Antti Oulasvirta, del Instituto Max Planck para la Informática, y Per Ola Kristensson, de la Universidad de St. Andrews en Escocia, con la colaboración del Montana Tech (dependiente de la Universidad de Montana) en Estados Unidos, ha creado una nueva distribución de teclado, llamada KALQ, que permite escribir más rápidamente con los pulgares en dispositivos de pantalla táctil…” . Así que nada, a ponerse a practicar: jur fru jur fru jur fru.

Siento como si la evolución me hubiera dejado atrás en el camino triunfal del pulgar oponible, ese que distingue a los primates del resto de los mamíferos y que ha permitido al sapiens fabricar cositas finísimas, empezando por los celulares. ¿Estarán dotados nuestros biznietos de pulgares enormes o más largos, de una sensibilidad exquisita? ¿Se tatuarán los pulgares como rasgo de distinción? ¿Serán los pulgares largos y ágiles un rasgo de inteligencia o sexualidad desbordada? La tradicional tosquedad del pulgar solo, apto, en un pasado que ya  nadie recuerda, para perdonar la vida o condenar a muerte a un desgraciado nubio, egipcio o galo en los torneos romanos, para saludarse se manera juvenil o pedir aventón en una época dorada anterior a los secuestros, ha pasado al olvido para brillar en el espejo de los iphones.  Pulgarcito se transformará en un gigante. Atrás nos quedaremos los de pulgares toscos, un poco inútiles ante los retos de la realidad. Confieso que últimamente, cada vez que me pinto las uñas me invade cierta sensación de fracaso.

 

*Fotografía de David Martyn Hunt

Ana García Bergua  Es escritora y ha sido  galardonada  con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos.

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Posted: June 26, 2018 at 10:05 pm

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