Essay
Los que nadamos
COLUMN/COLUMNA

Los que nadamos

Socorro Venegas

En el verano del año pasado seguí en Twitter un ejercicio que disfruté muchísimo. En una jornada que duró tres días, la escritora Cristina Rivera Garza lanzó varios tuits con reflexiones diversas sobre la natación; los textos iban siempre acompañados de fotografías de ella misma desplazándose, estilo crol, en una alberca descubierta. Yo por mi parte salía de nadar en un deportivo (la alberca es techada), me sentaba en una banca a esperar que afuera dejara de llover, sacaba mi teléfono y leía cosas tan sugerentes como ésta: “Entre flotar y caer, nadar. Uno va a la alberca para estar solo”.

Leí y asentí. Escogí nadar precisamente a la hora de la comida porque la alberca está casi vacía. Prefiero nadar a comer, respondo cuando alguien se entera de lo que hago entre las 3 y las 5 de la tarde. Y porque es incomparable ese tiempo de soledad. No puedo decir que me de paz, eso casi nunca tengo, pero sí hay un centro al que solo llego nadando. Adquiero, como Kalimán, cierta serenidad y paciencia.

Los tuits de Cristina me desplazaron hacia otros nadadores, algunos trágicos:

La poeta mexicana Concha Urquiza murió ahogada tratando de cruzar el estuario de Punta Banda en Bahía de Todos los Santos, Baja California Norte, un 20 de junio de 1945. Tenía 35 años. Todos dicen que era una buena nadadora.

Recuerdo haber pensado que sería un interesante proyecto editorial publicar esos textos e ilustrarlos. La suerte es que hubo una editora, Abril Castillo, que no sólo lo pensó, sino reunió otras experiencias natatorias. El libro se llama Nada (Alacraña, 2019), y en la portadilla se añade al título lo siguiente: “30 textos sobre albercas, agua, mar y un dibujo que escolta a casa a un nadador”. Las ilustraciones de Joan X. Vázquez hacen pensar en los dibujos de niños, y sí, es muy interesante cómo muchos de los textos incluidos van a la infancia para recoger la primera experiencia de nado. Escribe Marina Azahua: “Conocí el terror la primera vez que me intentaron enseñar a nadar. Era una alberca enorme para mi pequeño cuerpo.”

Tal vez la referencia literaria más famosa acerca de la natación sea la del portentoso cuento de John Cheever. Ned Merril atraviesa albercas, es decir, atmósferas, eras geológicas, temperaturas, memorias. Más de un texto de los incluidos en este volumen se refiere a esta historia para señalar la soledad del nadador o el vacío de las albercas.

La memoria se asocia en forma natural al agua. Desde la que nos contenía en un útero, hasta aquella donde por primera vez supimos lo que era perder el piso o, como ha escrito Rivera Garza, donde hemos estado lo más cerca posible de saber qué es volar. 

Acerca de las propiedades mnemotécnicas del agua, como ya dije, la mayoría de los autores convocados a participar en esta antología decidieron escribir sobre la primera vez que entraron a una alberca o al mar. Abundan las historias de clases de natación o los padres acompañando, bien o mal, en el proceso de aprender a sobrevivir en “un estado de la materia que nos puede matar”, según escribe Idalia Sautto. Pero no todos van al fondo de esa experiencia y su significado presente. Abril Castillo, sí:

Mi relación con el nado renace con una herida que me hice por tonta. Por querer cargar más de lo que puedo. Por sabotear un ritual tan difícilmente establecido en los Viveros. No sé si podré hacer uno nuevo. Es más fácil renunciar a algo que empezar otra cosa de cero, aunque te lastime más.

También hay reflexiones que establecen paralelismos entre la escritura y la natación. Más interesantes resultan, creo, los resultados de las comparaciones entre lo que ocurre bajo y el agua y lo que acontece sobre tierra firme. La vida bajo el agua. La vida en la superficie.

Alaíde Ventura escribe: “Nadar es un verbo activo, por eso yo nunca he nadado en el mar. Ya dije que lo mío es flotar y dejarme llevar por la corriente, lo que no aclaré es que esa sentencia también describe otros ámbitos de mi vida”.

Otros autores escribiendo en distintos carriles para este libro son Luis Téllez-Tejeda, Aurelia Cortés Peyron, Emiliano Becerril, Isabel Zapata, Jazmina Barrera, José Luis Rico y Karen Villeda. Un libro de soñadores acuáticos que nos invita a buscarnos brazada a brazada. Acá nadie se ahoga.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León. Dirigió las colecciones para niños y jóvenes del Fondo de Cultura Económica. Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: May 12, 2019 at 9:39 pm

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