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Luto vene-xicano: dos cuarentenas
COLUMN/COLUMNA

Luto vene-xicano: dos cuarentenas

Gisela Kozak

No murió mi madre de coronavirus sino de los efectos de una de las aparatosas caídas que suelen causar el deceso de los casi nonagenarios, sobre todo si son amantes de las hamacas y chinchorros. Con su gran sentido del humor estoy segura de que mamá diría que Dios se la llevó del chinchorro al paraíso terrenal, pero los días anteriores a su deceso poco tienen que ver con el talento criollo para el regocijo pues atestiguan el eterno inconveniente que significa vivir en Venezuela. Solo mediante conocidos y contactos médicos se logró ingresarla en un hospital y hubo hasta que apelar directamente al presidente de una empresa de ambulancias para el traslado. Incluso, la rechazaron en una clínica por desinformación, torpeza y turbiedades burocráticas. Con una mezcla de ira y tristeza constaté, una vez más, el envilecimiento de la existencia en mi país, la impotencia apenas enfrentable con dólares y privilegios.

Solo una de mis hermanas en Caracas pudo estar con mamá durante el par de semanas transcurridas entre su caída y su deceso pues la revolución bolivariana ha aprovechado la pandemia para apretar un dispositivo de control poblacional digno de Corea del Norte y solo se podía circular por la ciudad con salvoconducto entre municipios o, como se dice en México, entre delegaciones. Hay una extendida escasez de gasolina, apenas funciona el transporte público y los “datos” ofrecidos por la tiranía madurista no son tales sino obvias manipulaciones ideológicas. En definitiva, en un país en el que la disponibilidad de agua potable es tan baja y la gente que mejor vive y cuenta con tanques de almacenamiento dispone de agua corriente una vez cada semana o cada quince días, semejante cuarentena posee un aire siniestramente bufo. Lavarse las manos cuesta trabajo, por decirlo del modo más sencillo.

El gobierno paralelo de Juan Guaidó, presidente interino y líder de la Asamblea Nacional, intenta advertir a la población sobre el COVID 19 y pone a disposición canales de información alternativos, pero la revolución es quien establece las reglas. En razón de la cuarentena, mi madre fue devuelta a su casa del hospital en que estaba, lo cual sin duda adelantó su fallecimiento pero también le evitó dolorosos procedimientos quirúrgicos que no le garantizaban calidad de vida. Enterarme de todos estos detalles vía WhatsApp o teléfono desde mi cuarentena mexicana aumentó vivamente la impotencia y, al mismo tiempo, me enfrentó a lo que ya sabía. Cuando se emigra de un país como Venezuela y se deja atrás a padres muy mayores, es imposible garantizar que se les acompañará en su deceso. La revolución se ha procurado un aislamiento vivamente buscado con fines de control; este es anterior por cierto a la última ola de sanciones por parte de países extranjeros en 2019, luego del reconocimiento de Juan Guaidó como mandatario interino de mi país por más de cincuenta democracias alrededor del mundo. Si agregamos a esta situación conocida la reciente cuarentena internacional, nos tropezamos con la medida cierta de nuestro poder como individuos cuando provenimos de un país como Cuba o Venezuela. Sentimos lo que padecen mis connacionales diariamente, el sentimiento de impotencia, el desaliento tremendo de pensar “no está en mis manos hacer nada más”.

Mientras hombres y mujeres de pensamiento proponen ideas para explicar el presente y plantearnos el futuro a partir de la pandemia, la realidad de la vida cotidiana impone rehuir la victimización y refugiarse en viejas virtudes como la templanza, la responsabilidad, el interés por los otros y el cuidado de cada quien. No se trata solamente de la comprensión de que el sacrificio del presente es un posible salvoconducto al futuro; se trata también de entender que en este momento aislarse en grupo –o, más difícil, a solas– no significa quebrar los lazos sino hacerlos más fuertes. Vivir dos cuarentenas –la venezolana desde el luto y la mexicana desde el estar aquí– me ha vinculado con amistades y familiares que nos sostenemos unos a otros en soluciones para la vida práctica pero también para la existencia psíquica. La muerte de mi madre me ha hecho reencontrarme con tantas viejas y nuevas amistades en la certeza de que hemos vivido un camino común de vida. A pesar de que no hubo rituales alrededor de su cremación en razón de la cuarentena en Venezuela, abrimos un grupo en WhatsApp para celebrar la tradición católica del novenario entre los deudos. Aparte de chistosísimas coplas del gran escritor Miguel Otero Silva, autor de las hilarantes y catoliquísimas Las celestiales, se recordaron los gustos y hechos de la difunta, apreciada por amistades y familiares en lugares tan distintos como Ciudad de México, Nueva York, Bogotá, París, Valencia (España), Caracas, Maracaibo, Hamburgo, Granada, Santiago de Chile. La diáspora recuerda junta e impone sus hitos así sea en el ciberespacio, lo cual procura sentido al confinamiento, a los pesares individuales y colectivos.

Ahora que lo pienso, quienes provenimos de Venezuela hemos vivido la experiencia de una indetenible cuarentena. Años persiguiendo productos, con temor a salir de nuestras casas, con toques de queda no declarados que dejaban las calles desiertas a las siete de la noche. Años en que toda gran salida en grupo (protesta) era combatida como fuente de peste por la tiranía roja de Nicolás Maduro. Años de penuria económica, de no saber –así se tuviera trabajo estable y con beneficios sociales, mi caso como profesora universitaria– de dónde sacar más dinero para sobrevivir. Años de miedo y empobrecimiento general. Cuando leo en publicaciones de distintas procedencias los temores expresados acerca de posibles vueltas autoritarias en los gobiernos del planeta a razón del coronavirus, pienso desde luego que tales vueltas dependen de las características e historia de cada Estado, pero cada vez me siento menos tentada a entender la historia como encarnación de lo inevitable. La revolución bolivariana no constituye un resultado previsible dada nuestra trayectoria sino la suma de todos los errores que se cometen cuando la ideología y el poder sin límites se ceban en una sociedad agotada, cuyo espinazo está partido. Por fortuna, todavía gobiernos como los de Alemania, Canadá, Escandinavia y Corea del Sur dan fe del vigor de la gobernanza y de la democracia; no obstante, todo bien puede perderse. Una democracia vigorosa y eficiente es un bien, así la malcriadez de la izquierda ciega y la ignorancia de la derecha sorda lo nieguen. Por ahora, esperemos que pase este periodo en el que ni siquiera podemos hacer rituales para despedirnos de nuestros muertos de cuerpo presente.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: April 20, 2020 at 8:57 pm

There are 3 comments for this article
  1. Manuel Maytin at 8:13 am

    Gisela un abrazo fraterno en esta hora de confinamiento, sin conocimiento del otro (tu). Artículo racional sin dejar de ser conmovedor. Bravo!!! Dentro de lo que quepa. Te reitero mi fraterno abrazo.

  2. J. Andrés at 1:05 pm

    Mis condilencias, compañera de labor. Y mi más sentido deseo de paz para su mami, que ya está descando. Gracias por compartir algo tan personal y, con esa fuerza, volverlo algo tan profundatemten crítico. Estas letras se agradecen de verdad porque, aun en la pesadumbre, no dejan de servir socialmente.

    Esperemos no perder la mediana comodidad que tenemos en México y oremos porque, superada una crisis, pueda también caer la otra que padecen nuestros hermanos en Venezuela.

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