Essay
Me fui de Comala porque mi padre vivía en Houston

Me fui de Comala porque mi padre vivía en Houston

Carlos Monsiváis

El siguiente texto es fragmento de una conferencia dictada por Monsiváis en Rice University el 4 de abril del 2007. La visita fue organizada por los departamentos de lenguas de la Universidad de Rice y la Universidad de Houston, bajo la dirección de Maarten van Delden y Marc Zimmerman, respectivamente. Además de Literal, Latin American Voices, participaron en la organización el Consulado General de México en Houston y varios programas de la Universidad de Houston: CMAS, WCL y La Casa Publications.

Me fui de Comala porque me dijeron que era en Los Ángeles, Houston o Chicago, donde vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.

A pesar de las políticas racistas, los acosos, las amenazas y los asesinatos, la integración de América Latina con Estados Unidos tiene que ver estrictamente con un orden laboral y es este orden laboral el que está proporcionando los elementos de la legitimidad y de la legalidad de estos mexicanos en Estados Unidos.

Algo se conoce del sistema de viajes de los migrantes en estos años. Del rancho —que es el tedio o el miedo redimido por las sensaciones periódicas de importancia— a la ciudad donde el anonimato es sinónimo de la clandestinidad. De la ciudad pequeña a la obtención de miedos como pecados ignorados y libertades desconocidas. De la mirada fija en ensoñaciones a la rudeza de las oportunidades. Del goce del aprendizaje del inglés al recuerdo de los cielos azules y las regiones límpidas. De la familia tribal a la familia nuclear. De la numerosa descendencia a la descendencia que se ajusta al tamaño del departamento pequeño. De la intolerancia que aborrece lo distinto a la tolerancia que se inicia como resignación ante las conductas ajenas que no se pueden modificar. Del ágora creado en un patio de la vecindad al saludo apresurado de un condominio. De las veladas familiares al autismo televisivo donde la comunicación se da a través de las reacciones a aquello que se mira. De la protección violenta de la honra a la defensa a veces violenta del derecho al adulterio. Del aprecio idolátrico de lo moderno a la nostalgia por lo tradicional —siempre que se garantice que esa nostalgia es moderna—. De la imposibilidad de concebir las religiones no católicas a la conversión a una fe desconocida como otras de las migraciones posibles.

En la experiencia de los migrantes su matriz formativa es la novedad de las esperas. Ya son expertos en aguardar la lluvia en tiempo de sequía y en aguardar la sequía en tiempos lluviosos. Aguardar la solución de un trámite agrario o la llegada del candidato. La respuesta eternizada a las demandas judiciales. Ahora esperan en los autobuses que van a la frontera, esperan en la línea, esperan la obtención del trabajo, esperan el trabajo que sea, esperan el transporte y la vivienda y los documentos migratorios. Y mientras lo hacen diseñan mentalmente sus casas o departamentos definitivos.

Todo parece alternativamente accesible e inalcanzable. Todo se crea a la mano gracias a la voluntad del trabajo y la suspensión de la incredulidad. En México nada podría ser nuestro; aquí sí. No es siquiera indispensable que la realidad demuestre lo contrario porque la realidad es también un asunto de percepciones y para demasiados de estos migrantes, lo que pierden en México es la esperanza de que algo sea suyo. El indocumentado —el espalda mojada, como se dijo alguna vez; el ilegal, como se dice ahora— para señalar la distancia entre el trabajo extraordinariamente fatigoso y la negación de los derechos que ese trabajo debía garantizar, usa la táctica inesperada: venera las costumbres de las que se aparta para mejor sacudirse los hábitos que le dificulta su pertenencia al entorno hostil.

Esta podría ser la oración de inmigrante:

Te doy las gracias Virgencita de Guadalupe porque me permites ser el mismo de siempre aunque, eso sí (no sé si te has fijado, Santa Patrona) mucho más tolerante hacia lo que no entiendo ni comparto; capaz de serte fiel a ti que eres la nación, aunque ahora yo sea pentecostal, testigo de Jehová, bautista o mormón decidido a no cambiar aunque mi aspecto sea tan distinto y tan atento ahora a los blogs y al internet, en donde todavía no te apareces madrecita. De donde se desprenden las noticias que nunca pensé que me apasionarían, porque nunca pensé que me apasionara lo que no tiene nada que ver conmigo.

Te lo juro, Virgencita, soy el mismo de siempre aunque ya ni en el espejo me reconozco. El campesino de Sinaloa contempla durante horas los alambres que lo separan de la tierra prometida. Y la construcción de un muro que por lo pronto es el anuncio de un muro que sólo será posible si lo construyen, entre otros, el campesino de Sinaloa, que contempla la frontera que debe atravesar para construir el muro que le impedirá atravesarlo. Ahí, al alcance de su astucia están el trabajo, los dólares y la prosperidad hasta ahora tan inconcebible. Para el inmigrante la tradición es aquello que ha vivido y lo que viene es la tradición desconocida, aunque sea con las mismas personas y haga lo mismo de siempre. Porque no es lo mismo oír al padre de familia en el pueblo donde uno no tiene escapatoria a oírlo en el departamento en donde le puede decir que ya tiene que irse. Y las máquinas extraordinarias que ahorran tiempo, vidas enteras, eso le apasiona, ahorrarse una vida, no gastarla como las generaciones de sus ancestros que decidieron pasar en el trabajo el tiempo que podrían haber ahorrado si se hubieran puesto de acuerdo con la tecnología y esas máquinas que comunican a los usuarios con el futuro.

La señora burguesa camina por el mall de Tijuana y se regocija por haber escapado para siempre de los mercados aunque el mall tampoco la convence: si los precios están en pesos, algo está mal. Esos precios le tocaron a su mamá a ella ya no; todo lo encarga por teléfono y la semana que viene ya lo hará por Internet. Pedir las cosas por Internet es tener otras cosas, de eso está segura. Se acabaron las cacerías de vegetales y frutas y escobas y jabones y “aroma popular” que así le dice ella a la resistencia a los desodorantes. Adiós a los regateos y a los empujones. No nada más encuentros desagradables, el mall es otra cosa, es un invento de los gringos, no de los mexicanos que tenían un dios Chac Mool, eso es falso y por eso su atmósfera es gringa y los productos son gringos y si la clientela no es gringa, con lo cual el contexto ya no funciona, está a medio camino entre lo monolingüe y lo bilingüe. Y a medio camino entre lo monolingüe y lo bilingüe está su conciencia, su corazón, su pensamiento y su grado de escolaridad. El mall, virtud de la globalización, es una de las catedrales del nuevo siglo fronterizo.

El joven no está muy seguro de su manejo de la historia patria. Está seguro de lo sufi ciente, ni un dato más; uno no cruza las fronteras con una carga de datos inútiles. Para qué saber en qué año murió el cura Hidalgo, qué caso tiene enterarse del nombre del cura Matamoros y, viéndolo bien, quién era el cura Matamoros. El día que quiera enterarse, allí está el Internet. Y se acuerda entonces de los conocimientos que le transmitió la familia que eran de historia, pero de historia de la propia familia. Una historia restringida porque los bisabuelos nunca hablaron una sola palabra y de seguro que hubo un bisabuelo, no me puedo imaginar a una familia sin un bisabuelo. Aunque, pensándolo bien quizá no hubo un bisabuelo; ya una familia con abuelo es un lujo genealógico. Mientras se resignan, no es demasiado su conocimiento documental, aunque quién le quita su bagaje de bolero, sus canciones rancheras, onda grupera, y canciones del hit parade. Porque las canciones del hit parade no arraigan y en materia deportiva, su sabiduría es infi nita. Todas esas certidumbres y esos recuerdos ni modo de dejarlas en casa y si los lleva consigo es porque al atravesar la frontera sin las vivencias es como irse para siempre a quién sabe dónde. Las vivencias son su conciencia eterna. Uno tiene pasado si lo recuerda, si no, disponer del futuro es como cercenarse.

 

La frontera

Los adolescentes de los barrios pobres en la ciudad de México, en Guadalajara, en Monterrey, se la pasan soñando en irse a la frontera: Los Ángeles, Nueva York, Houston, Dallas; tal vez Canadá, Montreal, Toronto, Ottawa. Uno de ellos ha pensado en decir que es un perseguido porque le dijeron que con eso consigue su arraigo en Canadá. Pero la verdad no le quedan esos modales y no quiere seguir porque a lo mejor le gustan esas costumbres. Las oportunidades siempre están fuera, ni hablar. Y a ellos les entusiasma saberse a punto del viaje. Esa es una característica de lo que vive. Las oportunidades están fuera; dentro, quedan las resignaciones y las frustraciones que son un modo bastante alérgico de vivir las oportunidades. Pueden irse mañana o dentro de un mes. O en un año o nunca. Pero tratándose de preparativos sicológicos, todo lo que viven es frontera. Más allá de su vida cotidiana y de la existencia de sus padres, que nunca se cansan de tener lo mismo y por eso son sus padres, los antepasados y los ancestros directos, se distinguen porque siempre hacen lo mismo.

Empieza lo otro, lo desconocido, los adolescentes se aficionan a lo otro y le dedican tardes y noches enteras a contarlo. “¿Te das cuenta? En un día podemos estar en la frontera. Tantas ganas de irme que es como si nunca hubiera vivido aquí. ¿Te has fijado cómo lo que deseas se te acerca?”

Y un día, los únicos monolingües serán, si se dejan, los anglos. Son extraordinarias las contribuciones de la América Latina, de los mexicanos, de los dominicanos, colombianos, ecuatorianos, guatemaltecos, nicaragüenses, argentinos, hondureños y sigue la lista. Aunque no estoy seguro de que Ruanda pertenezca a América Latina… El desarrollo en América Latina ha renovado, paulatina o vertiginosamente —pero siempre de modo profundo— las costumbres de sus países. Entre las evocaciones de los que se quedan está la fantasía del haberse ido; están los migrantes que se quedaron, que es la especie más rara desde el punto de vista de la mentalidad pero no desde el punto de vista de la afi- ción. Han ampliado los límites de la tolerancia y sobre todo el derecho al uso de las libertades. En una historia próxima de México y de América Latina se tendrá que ver cómo la historia social de tolerancia y de búsqueda de la justicia social mucho depende de los migrantes. Han impulsado la familiaridad con la tecnología y con las costumbres diversas. Han trastocado en muy buena medida la apariencia de la gente en las regiones de donde provienen. Se pasa con celeridad del “cómo te atreves a ponerte eso, qué no te da vergüenza”, al “ahora que vuelvas me traes unas camisas y unos pantalones como los tuyos. ¡Ah! y no se te olviden unos lentes grandotes”. Han acercado el futuro inevitable por vía de los ejemplos en las familias. Las familias de los no migrantes han empezado a migrar en sus costumbres o han continuado migrando. Y esto es parte de la civilización, pero parte también y muy radical, del ejemplo de los migrantes. Siempre conviene destacar (y destacar aunque no convenga) las aportaciones económicas, las remesas. Esos 20 o 24 mil millones de dólares enviados a México cada año. Cantidad que suman los 16 mil millones registrados por el Banco de México y el cálculo de lo que se da en regalos y en efectivo.

La aportación vitaliza pueblos y ciudades pequeñas, fortalece en amplia medida a los países y a la economía de muchos presidentes municipales que se encargan de su aplicación. Consolidan la unión familiar y las redes amistosas y da idea de la migración como de la gran comunidad imaginada. “A mi háblame en cristiano y como ya estoy aprendiendo inglés, háblame en los dos idiomas”. A este proceso, durante una larga etapa, se respondió desde los prejuicios del tradicionalismo, la prevención moral y la imitación extra lógica —término que ya nadie usa pero que durante medio siglo no dejó de propinarse a la menor oportunidad.

Pero el prejuicio contra los migrantes o pochos (como se dijo hasta que alguien se preguntó de dónde venía esa palabra y, como en los numerosos simposios que se armaron nadie supo aclarar de dónde venía, se dejó de usar pocho, no fuera a ser que se tratara de una palabra subversiva); pero el prejuicio contra los migrantes, decía yo, se modifica en los países latinoamericanos conforme se aclara el anacronismo de las sociedades, la rural y la urbana. Todavía en la década de los años sesenta persiste muy sensible y audible el resentimiento enderezado hacia los que luego se contaminan del idioma y las costumbres de los gringos. Esa renuncia a lo nuestro que deja de entenderse si se toman en cuenta elementos como “ponerse al día, comodidad y sentirse a gusto”. En Ulises criollo José Vasconcelos habla del gusto que le dio darse un shower. Dice: bañarse de pie, cómodamente, no traiciona mi identidad… (No dice eso, pero supongo que lo dijo; además, no está aquí para contradecirlo). En Al fi lo del agua, en un momento extraordinario de una novela extraordinaria, Agustín Yáñez habla en contra de los norteños que llegan. Esta es una actitud situada en 1909, pero aún vigente 50 años más tarde. En la década de los sesenta se critica con regocijo a los fugitivos del control comunitario y familiar de sus vidas cuando la migración era sobretodo rural. Ahora está tan diver- sificada que ya en muchos casos no admite el uso de la idea del control comunitario.

“A mí háblame en cristiano”, la expresión tan socorrida en la primera mitad del siglo XX en México, desborda la burla social y religiosa enderezada contra aquellos que al volver al pueblo prodigan frases en inglés y ostentan las actitudes y el guardarropa que deforman nuestra identidad. Esto sin advertir que la identidad que no se transforma deja de ser identidad, y se vuelve, si se quiere, pieza del museo de la identidad. Un caso, en este sentido típico, es el de Tin Tan, a quien yo he llamado el primer mexicano del siglo XXI. Y lo he designado así porque es el primer mexicano que usa sin sentimiento de culpa, con naturalidad y por razones de comodidad lingüística, el spanglish que —se quiera o no— es una presencia inalterable, mucho más dentro de la burguesía de la ciudad de México, que si no habla en spanglish cree que es mexicana. Tin Tan lo hace de una manera extraordinaria y avisa de lo que ya es inevitable y lo que será inevitable en las siguientes décadas.

Pero la academia de la lengua que existía le prohíbe a Tin Tan que siga usando el spanglish y le quita la identidad del pachuco o la vestimenta de pachuco y sólo le dejan el uso del spanglish en sus presentaciones teatrales.

Y en esta línea, por el influjo de los ritos donde se fijan los recuerdos, antes de que los borre, los desvirtúe, los afirme, los recree o los haga válidos el sentimentalismo, las comunidades latinas o hispánicas quieren reconciliarse con lo más obstinado de sus recuerdos; esas génesis de las lealtades que además van cambiando. Los recuerdos de ahora no tienen que ver con los de hace 50 años. Hay siempre una carrera de relevos en donde cada generación le entrega sus recuerdos a la generación siguiente y ésta los olvida o los edita junto con los propios. Y así va la vida, porque nadie tiene tanta memoria. Y por eso suelen actuar las peregrinaciones más que vivir su devoción por las creencias. (Lo vi y no lo creía… En Jalisco querían hacer un concurso de peregrinaciones para ver cuál era la más piadosa. Tuvieron que convencerlos de que esto era una blasfemia).

Atardeceres aldeanos, música donde el romance o el espíritu de la fi esta hacen de un género de música popular un centro ceremonial. Eso me ha pasado en California yendo a los encuentros de onda grupera. Son centros ceremoniales. Los pueden presentar como quieran pero están viviendo una ceremonia en la que, en lugar de la danza del venado, bailan la redoba o lo que esté a su alcance. La idea del centro ceremonial se preserva aunque los ritmos y las actitudes coreográfi – cas sean muy distintas…

A tu tío, el que no ha querido salir del pueblo, si lo ves, no lo reconoces, está igualito. Debido a las migraciones, la provincia, término siempre peyorativo, se convierte en las “regiones” y el aislacionismo pierde su razón de ser. Lo que hay ahora es un aislacionismo dislocado que se ha ido arrinconando y una migración mental, cultural, física y social de primer orden. México se ha vuelto un país de migrantes aunque muchos no se muevan de su sitio, pero la idea de migración es la que campea y la que dirige, lo que en este momento es la vida nacional. “Si no migras te quedas solo”, esa pareciera ser la constante. A los incesantes cruces de frontera se les debe el amortiguamiento de numerosas explosiones rurales y en gran medida urbanas, también a las migraciones masivas. El que se queda y el que se va descubre en su doble tierra la prometida; aquella que se dejó y aquella que se alcanzará. Los millones de personas de la América Latina de fuera y la América Latina de dentro verifica la velocidad o la tardanza de sus transformaciones. Y esto se ha intensifi- cado con la globalización y se ha aclarado todavía más con la presencia creciente de Internet y la tecnología digital. Aquellos que no están al tanto, los que no usan Internet, se quedan en la tierra, estén en donde estén. El abismo digital es la prohibición de las migraciones. Sin jamás reconocerlo explícitamente, las sociedades de América Latina le adjudican a las migraciones una parte esencial de su adaptación a la modernidad forzada o voluntaria. Se acepte de modo crítico o se le resista con fanatismo, este juego con la modernidad marca dramática o trágicamente a las naciones. Migrar a otras costumbres y migrar a otros espacios es la forma de la tolerancia. Puede uno quedarse si quiere en su lugar de origen, pero no puede hacer de su lugar de origen el origen de su punto de vista. No puede trasformar la vida en un lugar en su esquema ideológico. Y esa des- territorialización ideológica, política, cultural y moral, está marcando lo que se está viviendo.


Posted: April 9, 2012 at 4:41 am

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