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Money Talks…
COLUMN/COLUMNA

Money Talks…

Rose Mary Salum

Después de cada tiroteo masivo que sucede en los Estados Unidos, uno confirma que se ha contagiado del miedo colectivo cuando se buscan estrategias de salida en los lugares públicos; cuando un hijo te dice que va a un concierto y sabes que existe una posibilidad real de no volverlo a ver; cuando la imaginación te lleva por los pasillos del supermercado y te ve echando el cuerpo sobre la persona amada para protegerlo de los balazos (aunque suene inútil porque sabes que el balazo que proviene de las armas de asalto te atraviesa a ti, a la persona que proteges y al pavimento sobre el que te encuentras); cuando un fin de semana,  en  la sala de cine, uno se asegura de localizar la palabra EXIT después de comprobar que las butacas no significarán protección alguna; cuando esa locura se convierte en rabia y posteas tu desacuerdo solo para recibir la ofensa de cientos de personas: cuando hablas a tu senador exigiendo más reglamentación para la venta de armas y nada se mueve porque se han tomado su receso; cuando todos entramos en un juego de oraciones y culpas pero todo permanece inmóvil; cuando constatas que este país es manejado por la industria armamentista y eso es todo lo que importa; cuando confirmas que no se ha avanzado en el tema de su regulación  sino que se ha retrocedido; cuando has perdido toda esperanza y decides callar porque todo intento se antoja inútil.

A riesgo de sonar pesimista, el par de tiroteos del pasado fin de semana en El Paso, TX y en Dayton, OH no será la gota que derrame un cambio y mueva la balanza a favor de  regulaciones más estrictas para la venta de armas. A pesar de que los datos duros dicen que muere un promedio de 100 personas a diario víctimas de este tipo de violencia, que el 58% de la población han sufrido pérdidas y traumas, que las armas representan la segunda causa de la muerte entre niños y adolescentes, que las probabilidades de que una mujer fallezca por una bala son más altas que en cualquier país industrializado, que existen 400 millones de armas circulando en el país, las cosas siguen exactamente igual. No obstante que la población ha expresado la necesidad de regular la venta de armamento a civiles, nuestros gobernantes evaden el tema. Y cuando construyen edificios de palabras para defenderse de la apabullante realidad, prefieren ir en contra de lo que el sentido común dicta no sin una dosis importante de cinismo. Cuando a diario se recuece la misma retórica, uno entiende que algo está muy podrido en las élites del poder.

Nunca creí que este país estuviera libre de corrupción. Mucho menos llegué a pensar que las cosas cambiarían para bien en cuestión de meses.  La gravedad del problema, sin embargo,  quedó en evidencia cuando sucedió la masacre de la escuela primaria Sandy Hook. Ese acto deleznable marcó un antes y un después entre la conciencia de los ciudadanos. Fue una especie de despertar a un mundo que volvía a quedar en manos de la NRA (National Rifle Association) y los intereses monetarios de algunos grupos en el poder. En ese momento las actividades diarias que cuidadosamente resguardan la vida de los niños me pareció casi absurda:  ¿para qué tanto alarde si como sociedad no podemos protegerlos de que caigan muertos debajo de sus pupitres desmembrados o mutilados por las balas de guerra que atravesaron sin razón sus cuerpecitos?

Uno tiende a pensar que hasta en la locura y la criminalidad existe un grado de decencia. No sé por qué concebimos esa forma de ver las cosas si en realidad es un pensamiento absurdo dadas las circunstancias. Quizá sea la necesidad de recrearse un mundo habitable a través de la ilusión y el optimismo, un comportamiento que aliena pero hace llevadera la vida. 

NYC – March For Our Lives. Student led rally for gun control in the US. New York City. | wasikphoto.com

Desde hace veinte años que me mudé a este país, no dejan de sorprenderme las justificaciones que se dan a favor de la portación de toda clase de pistolas, rifles y metralletas. Las razones son tan variadas como absurdas: “todos tenemos derecho a defendernos”, “para detener a un malandro con pistola hace falta otra persona con pistola”, “este no es un problema de armas sino de salud pública” y así ad nauseam . La cuestión es que las estadísticas muestran otra realidad. Las masacres ocurren por el fácil acceso que la población tiene a las armas. Y eso ha provocado la muerte de cientos de miles de personas y un estado de terror interno que no se ha atendido de forma apropiada. Si el exceso de armas proporcionara seguridad, Estados Unidos sería el país más seguro del mundo. Si fuera verdad que las personas armadas pudieran detener a los criminales que portan metralletas, las masacres no existirían. Y si el problema fuera la salud pública,  habría que clausurar de forma permanente el acceso a ellas.   

La situación es grave, complicada y requiere medidas conjuntas que, de ser impuestas, salvarían miles de personas de una muerte absurda. Las soluciones basadas en estadísticas y datos duros las entiende cualquiera con sentido común. La cuestión es que la verdad y el sentido común importa cada vez menos en este país. Como dijo Naief Yehya, uno de nuestros columnistas en Literal, Estados Unidos es el ejemplo perfecto donde se pueden ver las consecuencias catastróficas de lo que es un país con un ilimitado acceso a las armas y un limitado acceso a la salud. 

La monumental industria armamentista que contribuye con más de 10 mil millones de dólares a la economía norteamericana, no piensa ceder a las súplicas de los ciudadanos y mucho menos hacer uso del sentido común. Money talks reza el dicho y habrá que asegurarse de que la maquinaria siga su camino a pesar del dolor. Al menos eso parecen decir los defensores de la NRA y sus compinches con tal de poder salvaguardar el negocio.

Por favor, no nos hagamos tontos y dejemos de ofender la inteligencia de la gente.  Me parecería más sensato tener un diálogo honesto y que se dijera que debemos salvaguardar los número negros de la industria armamentista antes de aceptar que la constitución nos protege  y autoriza a portar un arma de guerra semiautomática capaz de matar decenas de personas por minuto. Solo hasta ese momento dejaríamos de comportarnos como una sociedad en perenne estado de pubertad.

 

Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de El agua que mece el silencio (Vaso Roto, 2015) y Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing, 2013) y Entre los espacios (Tierra Firme, 2003) entre otros títulos. Su Twitter @rosemarysalum

 

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Posted: August 7, 2019 at 9:15 pm

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