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“Mujeres enojadas, temporalmente empoderadas y muy, muy peligrosas”

“Mujeres enojadas, temporalmente empoderadas y muy, muy peligrosas”

Miguel Cane

Así fue como Caitlin Flanagan salió en defensa del actor Ansari Aziz en la revista The Atlantic, tomando su propia experiencia personal y denunciando a las mujeres jóvenes que han creado un frente de acusaciones de ser “mujeres enojadas, temporalmente empoderadas y muy, muy peligrosas, que han destrozado a un hombre que no lo merecía”, sólo porque éste fue torpe en su intento de seducción de una mujer que “no tuvo el valor de revelar su identidad.”

En redes, se han materializado algunas de las siguientes frases: “Loca”. “Puta”. “¿Qué esperaba al subir al departamento de un hombre que acababa de conocer?” “Había bebido”. “Pudo decir NO”. “Lo expuso sin necesidad”. “Esto daña severamente al movimiento #MeToo”.

Tal vez sea una estupidez de mi parte tomármelo personal. Después de todo, no soy una mujer. Pero si Caitlin Flanagan puede escribir una defensa, desde la perspectiva de su experiencia como una mujer que no ha sido violada, yo puedo escribir una crítica desde la perspectiva de alguien que sí fue objeto de abuso sexual. Sistemático. Impune.

En 1984, a los diez años de edad, fui forzado en un ciclo de abuso sexual repetido, sistematizado. Fui condicionado durante tres años, hasta entrar en la pubertad, para satisfacer todas las necesidades de un adulto que debía ser de toda mi confianza (casi siempre es así: rara vez se trata de un extraño, cuando se tiene esa edad), en más de 100 ocasiones. Se me adoctrinó para guardar silencio: si hablas, nadie te va a creer y nadie te va querer. Se trataba de un familiar cercano, alguien que ni mis padres hubieran previsto.

Cuando por fin hablé, encontré algo muy similar a lo que otras personas que han hablado sobre su abuso: incredulidad. Vergüenza. Descrédito. Lo sigo encontrando cada vez que hablo de ello. No importa que sólo hubiera tenido entre 10 y 13 años. Es más fácil culpar a la víctima. Si denuncia. Si no denuncia. No hay justicia.

No, no fui violado ni acosado por alguien famoso. Fui violado por un tipo mediocre. Cobarde. Que no sólo me hizo esto a mí, sino a muchos otros niños y niñas, incluyendo a sus propios hijos, que nunca han aceptado la realidad de lo vivido y prefieren vivir en negación.

Pero qué importa. No hay justicia, aunque se hable. Y no me considero víctima. Soy un sobreviviente. Como millones de otros sobrevivientes en el mundo. Sin que importen los géneros. Y que una mujer joven que se atreve a hablar sobre su experiencia con un ídolo bienamado por millones y se atreve a mostrarlo en un enfoque que lo deja como un hipócrita, sea señalada como una irresponsable y la culpable de perseguir — el elemento racial también emerge en el texto de Flanagan— es algo que no sorprende. Enfurece, pero no sorprende.

Las leyes para proteger niños (y adultos) de abuso sexual, son vagas. Terminan habitualmente en una guerra de insinuaciones, de dimes y diretes. De humillaciones para la persona que ha sido objeto del acoso y el abuso. Eso ocurre aquí, ocurre en los Estados Unidos. Y es peor en muchos otros países. “Se puede falsear información y se puede acabar con la carrera o la vida de alguien por mezquindad.”

El que sea una mujer quien escribe sobre otras, como “muy, muy peligrosas” me parece absurdo. Me parecería ridículo, si no me enojara tanto. No me importa la carrera de Ansari. No me interesa su programa y no perderé un minuto de sueño si es retirado de la plataforma que lo produce. Ni siquiera me importa su vida.

Lo que me importa, lo que me quita el sueño y lo que me enfurece, es la total ausencia de justicia para los que abrimos la boca, seamos del género que seamos (hombres o mujeres, cis o trans). Como ocurre con el caso Weinstein o el caso Spacey. Es un escándalo salaz y morboso, pero nadie va a la cárcel. Y aquella o aquél que expone su historia, es señalado como exhibicionista. Como falaz. Como alguien atroz que sólo busca el beneficio propio.

Yo tuve que guardar años de silencio. Mientras mi cuerpo era manipulado. Mientras obedecía, una y otra vez. Y al hablar, no hubo quién me creyera. Ni me quisiera. El abuso que vivimos no nos define. Pero nos deja una huella indeleble. No se supera. Está ahí, inamovible, como el monolito de Kubrick. Sin embargo, seguimos adelante. Yo le creo a “Grace”, del mismo modo en que le creo a Dylan Farrow. A Annabella Sciorra. A Mira Sorvino. A miles de personas que han pasado por lo mismo. Que han tenido a alguien en una posición de poder encima de uno.

Les creo. Y creo que no estamos rotos. Que no somos víctimas. Que somos sobrevivientes.

Y que no hay justicia.

Pero tampoco habrá de nuevo silencio. Y contaremos nuestras historias. Una y otra vez. No sólo para purgarnos de ellas. Las contaremos para que ayuden a otros.

No son sólo mujeres. Somos personas enojadas. Empoderadas. Y sí. Para aquellos que piensan que pueden hacer cosas así sólo porque se manifiestan en favor de la causa contra el abuso, o porque tienen una posición privilegiada gracias a su innegable talento, su simpatía o un hit show, somos muy, muy peligrosos.

Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: January 21, 2018 at 10:25 pm

There are 6 comments for this article
  1. Pierre at 5:13 pm

    También te creo, de la misma manera que creo a Grace.

    Donde discrepo contigo es poner en el mismo nivel un abuso sexual (y peor si es sobre un menor) a lo que hizo Ansari. De la misma manera, que no estoy de acuerdo en equipararlo a un Weinstein o un Spacey.
    Según mi opinión, es un patán, un pesado, no supo comportarse correctamente con Grace pero en el relato que hizo ella, no veo el acoso.
    Sé que me van a decir el consentimiento, que ella dio señas verbales y no verbales que NO, pero la misma manera que él hubiera debido entender que ella no estaba interesada en tener sexo con él, ella al ver que visiblement él solo quería tener sexo – le pide irse a su depa en chinga después del restaurante, en menos de 10mn están ambos desnudos practicando sexo oral – ella hubiera debido hacer lo que cualquier persona hombre o mujer en esta posición y sin coerción psicológica o física haría: irse. Y en este caso, no había coerción ni psicológica o de poder (sí es famoso, pero en ningún momento usó esta carta), y menos aún física por parte de este enano de 1,50m por 50kg.
    Si desde el primer momento ve que Ansari es un pinche conejo que solo quiere follar, y si ella no quiere esto, bye, agarra sus cosas y se va, no se queda desnuda en su depa, si después de decirle “chill” aún quedándose desnuda en el depa, ve que el cabrón sigue con su pito al aire intentando coger y que sigue sin querer, agarra sus cosas y se va. Pero si te quedas después de todo esto que señal mandas?

    Eso sí, si eres un caliente como este cabrón y que visiblemente te interesan la mujeres solo para coger, no te pongas un badge ME TOO, pinche hipócrita.
    Pero tampoco se vale lanzar este wey a la jauría y ponerlo en un mismo nivel que un Weinstein, un Spacey o un Louis CK.
    Ansari es un cochino caliente, un hipócrita, un patán, pero no considero que sea un acosador. De hecho hasta la fecha (más de 10 días después del articulo) no salió ningún otro testimonio de acoso por parte de Ansari.

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