Essay
Nos turistearon (crónica exdefeña)

Nos turistearon (crónica exdefeña)

Miriam Mabel Martínez

“Tú y yo somos hipsters”, afirmó mi amiga Annuska con una seguridad que me hizo recordar cuando tenía veinte años y actuaba como hipster sin saberlo. Moví la cabeza de derecha a izquierda sin dejar de tejer. Si tuviéramos un par de décadas menos quizá tendría razón. “Estamos un poco fuera de la edad”, respondí. “¡Qué no!”, subió la voz. Los chicos del otro lado de la barra con lentes de pasta y barba de G.I. Joe, no dejaban de vernos; sin duda les resultábamos un espectáculo: dos señoras casi en pijama, despeinadas, con bolsas de materiales reciclados, acompañadas de un perro con gazné y envueltas en sus tejidos no era una escena común. “Quizá lo fuimos”, para alguien que vivió la década de los noventa en Brooklyn, la meca del hipsterismo, mi respuesta resultaba inaudita. “Tengo que fumar”, me interrumpió. “Los hipsters no fuman, son orgánicos”, dije.

El problema es que nadie sabe qué te hace hipster. Aunque existe toda una industria de la que se burla Joe Mande en Look at this F*cking hipster (2009), un divertidísimo libro en el que el autor trata de explicar a su padre lo que aún hoy es inexplicable: ¿qué diablos es un hipster? Lo que sí aclara es la urgencia por hablar de la Rich White Trash. En la introducción subraya que un verdadero hipster no se hace, nace; y que jamás aceptará serlo aunque lo delate el uniforme (bigote o barba, lentes de pasta y camisetas con mensajes irónicos). ¿Seré hipster? Quizá, un modelo viejito que todavía se divierte buscando tesoros de 10 pesos en la ropa de segunda y no en las galas vintage para recaudar fondos, reinventando ropa y muebles más empático con la esencia punk que hipster y que tiene una obsesión por lentes chistosos desde los ocho años. Se podría decir que Annuska y yo cumplimos con algunos puntos, de hecho hasta hacemos acciones hipsters como tejer; pero de acuerdo con Mande, no importa el esfuerzo, nos falta lo principal: el dinero. El hipster del siglo XXI es de abolengo, “gente como uno”, no cualquiera… Y yo, pues soy el otro.

Humildemente traté de explicarle a mi amiga que lo que para ella significa ser hipster no corresponde a lo que se entiende en la pos-pos-posmodernidad, ya no se diga global, sino mexicana. El concepto hipster de los negros jazzistas de Nueva Orleans, decolorado después por Williams Burroughs se ha integrado al mercado como un producto glam más. La creatividad y las ganas de ser “original” es ya parte de un espectáculo y sobre todo un bien consumible. En todo caso, somos hipsters a la antigua, de esos que todavía mandan flores y buscan construirse una identidad, no comprarla. “Estás loca, si yo soy algo así como la hipster cero”, sentenció. Omití mi comentario sobre el ageism, como le llamó Madonna a la discriminación por la edad, para qué.

Cómo explicar(le/me) que hoy la palabra hipster se ha convertido en un calificativo que nadie entiende, pero que se oye “cool-elegante”, que sirve para describir una estética “gentilizada” de la fodonguez que hace que uno luzca desenfadado pero con decoro, sucio pero limpio, creativo pero fresa, bohemio pero sofisticado. Lo hipster es una muletilla para calificar cualquier producto efecto de la tan sobada Gentrification, casi tan eficaz como lo fueron las palabras “conceptual” y “minimal”. “No y no”. Ante su necedad opté por la encuesta. “¿Creen ustedes que nosotros somos hipsters?”, le pregunté a los chicos detrás de la barra, que desde sus veintipocos no dejaban de mirarnos. Forzaron la sonrisa. “Sin miedo, no pegamos”. Mi amiga me vio furiosa, por supuesto. La respuesta fue unánime: “No”. Mi amiga soltó el tejido, no podía creer que nuestra naturaleza despeinada y personalidad de pelo chino resultaran insuficientes.

condesa

“Todo es culpa de la ignorancia”, insistí. Nadie conoce el significado de la palabra hipster, ni quién la acuñó ni quiénes eran ni de qué se trata. Sobre todo a nadie le importa, porque es sólo un “algo” a consumir, una “aspiración social” y, sobre todo, un adjetivo calificativo: se dice que hay música hipster (¿cuál?), artistas hipsters (¿quiénes no?), barrios, zapatos, muebles, ciudades, restaurantes, comida… lo hipster es más una forma que un fondo, un significante sin significado. Carece de semántica.

Vivimos rodeados de estampas hipstéricas, que erróneamente constreñimos en las comunidades urbanas de las clases media alta y alta, cuando la verdadera vanguardia hipsteriana –en su sentido original– está en los zonas populares. Lo que hoy abarrota escaparates y domina el mainstream es simplemente uno de los daños colaterales del turismo cultural. Así como en los ochenta lo naco se hizo chido, en un acto de reinvidicación intelectual de las clases populares en las clases medias ilustradas. Hoy las clases pudientes con su Mastercard Platinum, y en una sola transacción, nos han turisteado a esos quienes en nuestro momento reconfiguramos la estética urbana en un acto creativo para transformar su influencia (véase balón de Gabriel Orozco –a pesar del autor–, el libro ABCDF, el filme Sólo con tu pareja o el guacarock…), en la expresión de una estética relacional a la mexicana, una consecuencia casi natural de una educación más activa y de las ganas de vivir una sociedad más democrática; pero no contamos con la astucia de las clases altas que para desaburrirse se fueron de “shopping” y, en efectivo (o a crédito), adquirieron una forma de vida “cool” que había sido construida como un sino natural durante más de 30 años por artistas, escritores, periodistas, músicos, estudiantes y etc. de presupuestos limitados en, por ejemplo, la Condesa, una de las colonias que después del terremoto de 1985 necesitaba no sólo reconstrucción, sino una segunda oportunidad. Así sin querer queriendo se gentrificó un barrio que hoy nos expulsa porque no nos alcanza. Entramos a boutiques para comprobar que esos looks que con creatividad y humor armamos como reflejo de una forma de vida, hoy son outfits de lujo y seriados, aquel nostálgico campo semántico de lo alternativo hoy es un mercado.

Le acomodo el gazné a mi perro y resumo mi sentir en dos palabras: “Nos turistearon”.

martinez-miriam-mabel-150x150Miriam Mabel Martínez. Narradora y coordinadora editorial de la revista Nat Geo Traveler. Es colaboradora de Literal.


Posted: April 12, 2016 at 10:25 pm

There is 1 comment for this article
  1. Luis Padilla at 2:10 pm

    Oportunidad que aprovecho el hombre de negocios para vender por medio del outfit a las personas la civilidad, por que principalmente es eso lo que buscan ser civiles con educacion, no moralm, educacion de cultura que hoy en dia brinda vestir de cierta manera y que el dinero compra en las galerias de los supuestos artistas. Turistearon a una generacion robandoles la esencia y pateandoles el trasero por no tener dinero, invitando al amigo del amigo a copiar como pueden comportarse en ciertas situaciones, todas las humanidades estan llenas de eso.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *