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Nuevas visitas a un mundo desaparecido
COLUMN/COLUMNA

Nuevas visitas a un mundo desaparecido

Adolfo Castañón

Alrededor de Visionario de la Nueva España, de Genaro Estrada

I. Las 39 “fantasías mexicanas” o visiones o sueños despiertos que el sinaloense Genaro Estrada publicó en 1921, cuando el autor tendría alrededor de 33 años y era presidente de México Venustiano Carranza, pueden inscribirse en el horizonte de ese redescubrimiento de México que, a partir de las obras de Luis González Obregón, Francisco Monterde, Julio Jiménez Rueda, Ermilo Abreu Gómez y Artemio de Valle Arizpe, se dio en México según apunta Díaz Arciniega… A estos nombres habría que añadir los de Manuel Toussaint, Enrique Fernández Ledesma, Mariano Silva y Aceves, Enrique Fernández Granados, Manuel Romero de Terreros, Alfonso Reyes y, antes, el del precursor de estas arqueologías literarias que fue Vicente Riva Palacio.

¿Por qué se dio este afán? El impulso hacia el rescate nació como una reacción de las letras y de las artes al proceso de destrucción y devastación del legado colonial y de la cultura religiosa que –sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX y, específicamente, de las Leyes de Reforma– se dio en México. Numerosas iglesias, monasterios, conventos, capillas y basílicas cayeron bajo la piqueta para abrir paso a las construcciones que la élite liberal quería alzar sobre las ruinas de estos asentimientos tradicionales. De la misma manera que los templos prehispánicos fueron destruidos para construir con sus canteras residuales las iglesias coloniales, de esa misma forma, siglos después, el movimiento modernizador buscó allanar espacios para sentar sus reales, mismos que, a su vez, serían abatidos por la especulación inmobiliaria de nuestros días. Ese ejercicio demoledor no sólo afectó a la ciudad y sus trazas, sino a la memoria escrita, pues muchas bibliotecas y archivos de los fondos eclesiásticos fueron también destruidos o dispersados. Esos arranques produjeron desde luego vacíos, intemperies que precisamente buscaron aliviar como si fuesen enfermeros de una guerra de la memoria estos autores que se dieron a la tarea de hacer aparecer ante los ojos de la memoria escrita —con desigual fortuna, pero unánime intención piadosa— el país que se había hecho polvo ante sus propios ojos.

II. ¿Qué son estas 39 “fantasías” —voz de connotaciones románticas—, qué significa esta colección de mosaicos, viñetas, estampas, ex-votos, escenas y camafeos del pasado virreinal mexicano, actualizados por la forma de su amable enunciación legendaria y fabulosa? Lo primero que hay que decir es que los textos están escritos de manera agradable y fluida, que su lectura es sabrosa y deliciosa como podría ser la degustación de una caja de frutas cristalizadas o uno de esos turrones dulces que saben despertar en el paladar un arcoíris de sabores, o bien deliciosos y suaves como una música de vihuela o salterio al oído. En la primera edición de hecho aparece en la portada del libro el dibujo de una pareja que se podría suponer que está bailando o tocando música, pues en las manos de uno de los personajes hay una vihuela… Cada uno de los textos bordados por esta tapicería textual está realizado con gracia y plástica capacidad de imantación, como si el autor —coleccionista avezado, anticuario cazador de objetos salvados del desván o del cuarto de escombros— estuviese transformando ante los ojos del lector su pasión de coleccionista en una nigromancia o arte de resurrecciones, fantasías en el sentido más intenso de la palabra.

III. Cada una de las miniaturas fraguadas aquí es algo más que una tarjeta postal de ese viaje o esos viajes hechos al engañoso pasado de México desde el cuarto del coleccionista que ha hecho de su habitación un museo. Engañoso, sí, porque no es pasado, al menos para quienes saben interrogarlo, como ese esférico Estrada que sabe descifrar en esas vetas pretéritas venas y vetas de la actualidad, y aun del presente porvenir. Visionario de la Nueva España no es un libro estático. Tiene la animación de una bitácora o de un libro de viajes al fondo de una sociedad colonial cuyo rumor y algarabía se deja sentir gracias a la familiaridad que el autor tiene con los personajes y protagonistas de una ciudad o país no del todo desaparecido, donde conviven aventureros, frailes, soldados, escribas, clérigos, doncellas, inquisidores.

IV. Visionario de la Nueva España se despliega como una rutilante tapicería de arenas movedizas donde el lector debe tener cuidado dónde va a poner el pie para no zozobrar en este conjunto de sondeos hechos al cuerpo social virreinal… El libro incluye un caudal de leyendas y cuentos donde los fantasmas vienen a las rodillas de los lectores a referir a su vez historias que los incluyen y astutamente incluyen o interpelan al lector.

V. La primera noticia de este libro la tuve la noche que entró a El Colegio Nacional Vicente Quirarte, en marzo de 2016. Me encontré con Alejandro Higashi y Víctor que me preguntaron qué opinaba yo de la posible publicación de Visionario de la Nueva España con el sello de la Academia Mexicana de la Lengua. Me vi forzado a disimular mi entusiasmo por prudencia y juicioso cálculo. Visionario de la Nueva España es y era para mí uno de los textos clásicos mexicanos y su publicación sería bienviviendo —pensé—. Lo fue y estamos aquí. Ahora puedo decir que, además de Visionario de la Nueva España, yo hubiese incluido la novela Pero Galín donde Estrada como que se desdobla y hace su autocrítica y algunas de las reseñas bibliográficas que hizo Estrada de los estudiosos norteamericanos de nuestro pasado colonial, además del dossier crítico que Víctor Díaz Arciniega —alma gemela de Estrada y en cierto modo descendiente intelectual del mismo— menciona y registra en el libro.

El cuerno de la abundancia fantástica que es este libro no habría podido llegar a las manos del lector sin el concurso de ese discreto y laborioso historiador de la cultura que es Víctor Díaz Arciniega, investigador, analista, comprometido con la historia nacional como muestran sus trabajos y ediciones de y sobre Mariano Azuela, Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal, Alejandro Gómez Arias, entre muchos otros personajes, o Historia de la casa, de la editorial llamada Fondo de Cultura Económica, entre otros muchos libros. Formó parte del equipo de ocho investigadores dirigidos por José Luis Martínez y Alicia Reyes encargados de la también edición crítica, anotada y comentada del Diario de Alfonso Reyes en 7 vols.

VI. Genaro García. Genaro Estrada. Víctor Díaz Arciniega. Guillermo Tovar de Teresa. Esa cadena de nombres me hace pensar en una genealogía intelectual y en algo más…

La teoría clínica, que es más que una teoría que sostienen los médicos y los psicólogos del “miembro fantasma”, puede ayudar a comprender mejor el sentido profundo de la historia de la cultura, qué es lo que está en juego en esta lectura o invitación a la re-lectura que este acto de presentación.

El “miembro fantasma” es aquella parte del cuerpo que amputada y que todavía, una vez que ya no está físicamente ahí, sigue enviando al cerebro sensaciones, señales de dolor o de placer. Las civilizaciones y las culturas responden también a esta pauta: sobre las ruinas de los templos mayores y menores, siguen palpitando los nervios de las sociedades que los levantaron en forma de fiestas, usos, calendarios, costumbres, danzas, cantos. Energías que irradian todavía las pirámides arrasadas sobre las ruinas de las iglesias, los conventos, los palacios, las basílicas, los hospicios y hospitales, los colegios y monasterios. Planean como irradiaciones leales y pegadizas las memorias y fantasías de aquellos habitantes desaparecidos pero que sobreviven en la sociedad de castas que los sucede y disimula.

VII. Visionario de la Nueva España, de Genaro Estrada, ha de leerse como un síntoma transparente de esas experiencias colectivas del “miembro fantasma” que es el pasado colonial mexicano, amputado y derruido por el proyecto mercantil y político de la tradición liberal mexicana al que seguirán los proyectos ultraliberales y neoliberales de la globalización y urbanización de fines del siglo XX y del XXI.

Visionario de la Nueva España, álbum poético y arqueológico, tiene un sutil filo político y civil, como muestra el hecho de que sepa hacer bajar de los altares y de los pedestales a las figuras que recrea, como por ejemplo en la estampa “El recuerdo”, dedicada a Bernal Díaz del Castillo, y a hacer ver al lector lo que podía rodear al viejo soldado compañero de Hernán Cortés —según Carlos Fuentes, el autor de la novela moderna— dictando una página de su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. El acierto crítico, filológico y estilístico de Estrada estriba en hacer ver que el libro no fue escrito sino dictado desde las alturas de la memoria. Al resolver así la narración brinda al lector la posibilidad de compartir el aliento mismo de Bernal Díaz del Castillo. Esto no lo ha pasado por alto Víctor Díaz Arciniega.

El recuerdo
Bernal Díaz del Castillo, viejo, pobre y macilento, se refugia aquella tarde en un rincón de la mísera estancia que brindole el destino en la ciudad de Santiago de Guatemala.

Cae la tarde y ni un leve rumor llega a la calleja en donde habitan las pobres gentes que ahora arreglan el lecho destartalado y las viejas que rezan el rosario cotidiano.

—¿Has tomado ya tu tisana, Bernal? —murmuró una voz cansada de mujer—. Mañana reanudarás tu trabajo.

—¡Mañana! (Y una tos dura y persistente interrumpe la frase) ¡Hoy mismo, hoy mismo oiréis algo de lo mejor que sacaré en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España!, y os juro que no conciliaría el sueño si llegara a olvidar esto que ahora se representa a mi memoria, con la misma realidad que cuando nuestro esforzado capitán se entraba por aquellas tierras de maravilla… Escribid esto que voy a dictaros —agregó con visible satisfacción y alzando un poco la voz decrépita—… escribid:

Luego otro día, de mañana, partimos de Ixtapalapa, muy acompañados de aquellos grandes caciques que atrás he dicho. Íbamos por nuestra calzada adelante, la cual es ancha de ocho pasos y va tan derecha a la Ciudad de México, que me parece que no se torcía poco ni mucho; e pues que es bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes, que no cabían, unos que entraban en México y otros que salían, y los que nos venían a ver, que no nos podíamos rodear de tantos como vinieron, porque estaban llenas las torres e cués, y en las canoas y de todas partes de la laguna, y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros, y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades y en la laguna otras muchas, e veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran Ciudad de México…

Aquí hizo una pausa. Embutido en un sillón de cuero, con las manos cruzadas bajo la barba, Bernal Díaz del Castillo tenía los ojos enrojecidos, recordaba claramente, como si hojease en aquel momento un libro de estampas, todos los episodios de la Conquista, y volvía a ver a sus compañeros de armas que le sonreían desde la gloria y contemplaba el brillante desfile de las huestes bravías del pávido emperador Moctezuma.

Y mientras que aquella tarde desvanecía sus luces en el muro de enfrente, que el musgo hacía más desolado, Bernal Díaz del Castillo sentía que un guantelete de hierro apretaba su corazón, como una esponja sangrienta.

VIII. Cuando se dice que México es un país plural, suele pensarse en esta frase en un sentido horizontal. Se imagina la pluralidad de culturas que lo habita en este momento, en un sentido sincrónico. No se piensa en un sentido diacrónico o vertical, es decir, en la pluralidad de culturas que lo han habitado en el pasado y que han afincado sus solares a lo largo del tiempo y que de hecho conviven sordamente en sus adentros. Una pluralidad interrumpida, intermitente, una cadena de países que se sobreponen unos a otros y que han sido levantados y destruidos y vueltos a levantar en el mismo sitio, en sus mismos territorios. El pasado prehispánico, el pretérito conquistador, colonial y virreinal, el anteayer del México independiente, el ayer del México que se desdibuja en el mercantilismo contemporáneo. Las partes de esa pluralidad intermitente, interrumpida, cohabitan y conviven espontáneamente, se yuxtaponen y nunca concluidas y cerradas del todo. Siguen punzando en el cuerpo social, en una intrahistoria donde Cortés está conquistando eternamente Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521. A Moctezuma se le ponen en un brasero los pies eternamente, en la estatua del Caballito de Carlos IV sigue alzándose en la Plaza, Bernal sigue dictando su historia.

Esa porosidad ayuda a entender la intensidad con que se vive la historia mexicana… Un ejemplo de esa porosidad y plasticidad es este libro, este Visionario de la Nueva España, publicado en México en 1921, cuando el autor, nacido en 1887, tenía 34 años y acababa de ser “nombrado jefe de la Comisión Comercial —según informa Víctor Díaz— encargada de instalar y organizar en Italia la representación de México en la Feria de Milán. “Estrada, quien había entrado a trabajar en la Secretaria de Industria y Comercio y Trabajo, había quedado ‘al frente de la secretaria con la comisión de hacer su entrega a las nuevas autoridades’”. Le había tocado vivir los años revueltos y turbulentos de la Revolución Mexicana —ese plazo de casi diez años en que el país tuvo que ensimismarse y abrir los ojos hacia sus adentros—, tuvo la fortuna de formarse con su maestro y tocayo Genaro García, tío, por cierto, de Jaime García Terrés, bajo cuya sombra se formaría el bibliófilo y bibliógrafo autor de preciosas bibliografías que son como el marco, la maría luisa que encuadra su Visionario de la Nueva España.

A Genaro Estrada le tocó vivir y sufrir aquella “cruzada” contra la Colonia en la cual la demolición sistemática de edificaciones, con énfasis en las conventuales, la sustitución de retablos y ornamentos en la Iglesias y la consolidación de una boba “leyenda negra” animada por un jacobinismo militante como dice Víctor —y, añadiría yo: estúpido y suicida.

IX. Visionario de la Nueva España cosecha los escombros que Estrada recogió de las demoliciones y lavó y limpió con una aguda conciencia de que en cada gesto que salvaba estaba salvando parte de una sociedad. Visionario de la Nueva España: vasta y bien dibujada maqueta de miniaturas, recreadas con piadoso sentido por el historiador, poeta, bibliófilo y diplomático que presentía que no estaba solo. Sus ejercicios forman parte de un paisaje literario y cultural, iluminado por la idea de salvar a México —el México colonial, de sí mismo—. Sus páginas se estremecen con estas emociones que iluminan el trabajo del coleccionista dueño de una visión didáctica y casi se diría política, acaso profética.

X. Encontré al Visionario de la Nueva España en su edición de 1921 un domingo a principios de 1970, en un puesto de libros usados en el mercado de la Lagunilla. Mi padre me había hablado del libro pero había perdido su ejemplar. Mi compra fue un rescate. En una de las esquinas de aquel mercado había un personaje difícil de no ver o de olvidar, el legendario “Chacharitas”, un vendedor de objetos antiguos y usados ataviado con sombrero de mosquetero, chaleco de terciopelo rojo, camisa doble, mascadas y una cuantiosa quincallería que llevaba colgando, con anillos y pulseras que le ceñían los dedos y las muñecas, parecía un corsario o bucanero que llamaba la atención con sus alharacas y pregones, pautados por la voz en cuello “Chacharitas”. Vendía objetos antiguos, más falsos que verdaderos, en ese mercado al aire libre, la Lagunilla, que es, quizá, el más antiguo de México, pues ahí estuvo asentado el antiguo mercado de Tlatelolco, de los tiempos aztecas. La Lagunilla es el Rastro de México y fantaseo con la idea de la lectura que hubiese hecho Ramón Gómez de la Serna de este libro alucinado y romántico… Mi padre me dijo que me fijara en ese personaje y lo recordara al leer las páginas del libro de Genaro Estrada. Tenía razón. Y no podía haber un lugar más apropiado para comprar aquel libro que todavía atesoro y en cuya portada se dibujan dos figuras que podría decirse que bailan una zarabanda. Visionario de la Nueva España es una caja de música donde resuenan las notas de aquellos tres siglos mercuriales en los cuales, entre la conquista y la independencia, se forjaron las rejas de esa jaula de la melancolía que es, según Roger Bartra, la identidad nacional. No es Visionario de la Nueva España un libro de historia sino de vida inmarcesible…

XI. Visionario de la Nueva España despliega en su almendra poética un diaporama conciso de la historia de esa Edad Media que es para los mexicanos la época del virreinato: los gestos y las pasiones amorosas corren paralelos a los ademanes civiles y políticos que augurarían la Independencia. Pasan ante nuestra vista soldados, sastres, barberos, eruditos, plazas, conventos, calles, fiestas, escenas de la vida cotidiana captadas en gestos mínimos, ademanes, sonidos, músicas, muecas en que se cifra no la historia de una ciudad sino de un país que desapareció para quedar soterrado como un espejo entre las cenizas. La edición preparada por Díaz Arciniega no deja nada que desear. De todos modos el lector devoto de ese gran amigo de Alfonso Reyes que fue Genaro Estrada y que resulta como una especie de tío-abuelo literario, tiene el impulso de buscar en la obra misma de Estrada, por ejemplo en sus notas de bibliografía, noticias para adornar y ahondar la anotación que hace Víctor Díaz de este texto que es a la novela histórica caudalosa lo que la cuentística de Julio Torri y Juan José Arreola es a la narrativa mexicana.

Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Alfonso Reyes 2018. Twitter:@avecesprosa

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*Estas palabras fueron leídas en la Feria del Libro del IPN el día 5 de septiembre de 2018 en la presentación del libro Visionario de la Nueva España, de Genaro Estrada, publicado con el sello de la Academia Mexicana de la Lengua, en su colección Lengua y Memoria en 2018. La edición y el estudio estuvieron a cargo de Víctor Díaz Arciniega.


Posted: December 10, 2018 at 11:28 pm

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