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Parásito, de Bong Joon-ho

Parásito, de Bong Joon-ho

Naief Yehya

La cinta Shoplifters (Un asunto de familia), de Hirokazu Kore-eda, obtuvo la Palma de oro de 2018. Esta obra describe la conformación de una unidad familiar sin lazos sanguíneos, por parte de extraños,  para sobrevivir en una de las ciudades más caras del mundo, donde la red de seguridad social se evapora y trabajar uno o dos turnos en empleos mal pagados no es suficiente para mantener un hogar. Este año la ganadora de la Palma de oro es la sudcoreana Parásito, de Bong Joon-ho, donde los miembros de una familia pretenden no serlo para conseguir empleo doméstico en una casa. Ambos filmes premiados en Cannes en años consecutivos tratan acerca de estrategias ingeniosas y desesperadas de supervivencia en el neoliberalismo tardío. Por si hicieran falta más pruebas de que en la Zeitgeist hay una inminencia de que el orden imperante se ha tornado demasiado tóxico e insostenible, el cine comienza a dar claros mensajes de que la depravación del sistema capitalista dominante se cae a pedazos (ejemplos recientes son Sorry to Bother You, Boots Riley, Sorry We Missed You, de Ken Loach y The Joker, de Todd Phillips). Las manifestaciones populares en las calles de Chile, Líbano, Haití, Ecuador y Hong Kong son los reflejos más evidentes de que el desencanto y el hastío planetario se han vuelto insoportables. El concepto de lucha de clases que los políticos centristas y los medios corporativos intentaron suprimir y tirar al basurero de la historia, está de vuelta con rabia. Los desposeídos de la tierra, incluso en Estados Unidos, están abriendo nuevamente los ojos a la brutal deshumanización de que son objeto, sin embargo la estructura económica y política se ha endurecido de tal forma que no parece haber manera de implementar reformas o revertir los efectos más graves del capitalismo salvaje y desaforado que se encuentra en transición hacia un capitalismo de vigilancia aún más opresivo. El trabajo duro y el sacrificio del proletariado no ofrecen movilidad social ni redención alguna y la solidaridad de clase es tan preciosa como escasa.

[Siguen spoilers, avance bajo su propia responsabilidad]

Después de su apreciable eco fábula, Okja, Bong Joon-ho está de regreso para contar la historia de la familia Kim, que vive al borde de la miseria en un sótano (un semi sótano, según ellos) de un barrio miserable. Su único ingreso viene de doblar cajas de pizza. La suerte de la familia cambia cuando Ki-woo (Choi Woo-shik) se reencuentra con un compañero de escuela que lo recomienda para un empleo como tutor de Da-hye (Jung Ziso), la hija de la adinerada familia Park. Ki-woo no pudo ingresar a la universidad por sus penurias económicas, sin embargo es inteligente y capaz de dar clase particulares. Junto con esa recomendación le regala una piedra paisaje decorativa que le asegura le traerá suerte. Poco después él logra que contraten a su hermana Ki-jung (Park So-dam) como terapista artística para el hijo menor de la familia, Da-son (Jung Hyen-jun). Ambos interpretan sus roles de experimentados tutores para niños ricos con enorme destreza y una vez que se han ganado el respeto de los Park provocan pequeños escándalos y consiguen que el chofer y la ama de llaves sean despedidos para ser reemplazados por sus padres: Ki-taek (Song Kang-ho) y Chung-sook (Jang Hye-jin), respectivamente, ocultando siempre toda relación entre ellos. Así los Park se vuelven involuntarios huéspedes de una familia parasitaria en el seno de su fabulosa mansión. Y la casa merece una mención especial ya que se trata de una obra de arte inexistente, creada por un ficticio arquitecto famoso, llamado Naamgoong, que es el escenario donde tienen lugar las escenas más importantes y sirve para reflejar las aspiraciones de los Park, así como un universo de desigualdad. La casa, decorada con elegancia y austeridad con cemento pulido, madera y vidrio impone un contraste fulminante con la oscura realidad del departamento sobre saturado de los Kim, quienes dependen del wifi del vecino para comunicarse y de los pesticidas de la calle para exterminar a sus plagas. Mientras la casa de los Park está en un barrio elegante en una colina, el departamento de la familia Kim se encuentra prácticamente bajo tierra y por tanto es susceptible a las inundaciones y al caos de la vida callejera, en una metáfora evidente de la relación entre los de arriba y los de abajo.

En sus filmes anteriores, especialmente The Host (2006) y Snowpiercer (2013), Bong ya había utilizado el horror y la ciencia ficción, para explorar la lucha de clases y la tensión que sostiene a un sistema injusto. Aquí opta por una comedia negra que hace un guiño a Buñuel, por su sátira cruel, toques sórdidos y deslices absurdos. En vez de mostrar la amargura y furia de los marginales los convierte en hábiles manipuladores que logran invertir, aunque sea por un tiempo, el orden social al invadir el espacio doméstico de la burguesía, falsificando diplomas (gracias a la habilidad de Ki-jung con Photoshop), identidades e ingeniado estrategias para seducir e impresionar a sus crédulos patrones. Como si se tratara de una infección, el desafío al poder económico viene desde las propias entrañas del sistema.

Sin embargo, nada en el cine de Bong es simple por lo que las complicaciones se dan una vez que los parásitos han tomado al huésped y descubren que en el seno de la casa de los Park ya hay otros parásitos. De esta manera los recién llegados deben confrontar una estructura alternativa de explotación y de esa manera se da un discurso sociopolítico mucho más inquietante y menos maniqueo. La anterior ama de llaves, Moon-gwang (Lee Jeong-eun), había mantenido a su marido Geun-se (Park Myeong-hoon) viviendo escondido en el sótano-bunker (puesto ahí en caso de ataques de Corea de Norte o de la llegada de cobradores) de la casa de los Park y regresa a negociar una nueva situación. Los trabajadores se ven entonces enfrentados para poder conservar su condición de servidumbre. Y de esa manera Bong da un salto del humor sutil al físico y de ahí a la catástrofe. Geun-se desesperado, busca vengarse, golpea y deja conmocionado a Ki-woo (con la misma piedra paisaje que le dio su amigo), asesina a su hermana y al tratar de atacar a la familia Park, que celebra un cumpleaños en el jardín, él es asesinado a su vez. Sin embargo, cuando el padre, Park Dong-ik (Lee Sun-kyun) en medio del drama es incapaz de ocultar la repugnancia que le produce el “olor a pobre” de Geun, Ki-taek lo mata y huye a esconderse. Curiosamente el único que se había dado cuenta de que algo andaba mal con la servidumbre es el pequeño Da-son, quien quizá no tenía talento artístico, como imaginaba su madre, pero tenía buen olfato y sabía que sus empleados domésticos olían todos sospechosamente igual. El “olor a pobre” es el estigma y detonador que destruye la ilusión de los Kim, es la frontera infranqueable entre las clases sociales. Los ricos no aparecen como villanos, de hecho son “buena gente”, o bien son “amables porque son ricos”. Simplemente han asimilado el privilegio de manera casi orgánica, por tanto aún el pequeño Da-son puede identificar olores de quienes no son como ellos, porque según el patriarca Park: “La gente que viaja en metro tiene un olor particular… como a trapos hervidos”. Lo que realmente es cuestionado son conceptos abstractos como dignidad humana, respeto, moral y culpa. Por un lado los Kim y todos en su condición deben aprender a hablar con los códigos que sus patrones quieren escuchar, deben ignorar sus escrúpulos y valerse de cualquier cosa para ascender, incluso seduciendo a la joven Da-hye. Sin embargo, la revelación de los olores precipita la ruptura con la ilusión, junto con la inundación con aguas negras del barrio de los Kim, donde Ki-taek entiende que “el mejor plan es no tener ningún plan”.

Después de la tragedia Ki-woo, como el Guasón, es incapaz de controlar la risa cuando la policía lo interroga, por la lesión cerebral o porque es la única forma que tiene para desapegarse de la realidad. Eventualmente regresa a su destartalado semi sótano con su madre y sueña con ganar mucho dinero para comprar la casa de los Park, en la que ya vive otra familia, porque descubre que su padre está escondido en el sótano que antes ocupaba Geun-se. Ki-taek se ha vuelto prisionero de la ilusión de lujo que perseguía y se comunica con el exterior, de la misma manera que el anterior ocupante del bunker, mediante un foco y clave morse, la cual pueden entender tanto su hijo como el hijo de los Park.

Los Kim, como probablemente lo hicieron sus padres y abuelos, han pasado su vida  sorteando humillaciones, desprecio y puertas cerradas, eso no los hace peligrosos vengadores de clase si no tan sólo sobrevivientes que entienden que uno de los principales placeres de la alta burguesía consiste en entregarse a la inutilidad, a rechazar las labores cotidianas (lavar, limpiar, cocinar, cuidar a los hijos y conducir) y a volverse dependientes de quienes necesitan el dinero y están dispuestos a suprimir su personalidad por él. Sin embargo, Ki-taek llega al punto de ruptura en el que decide hacerse justicia por su propia mano. Si bien Bong no idealiza las virtudes purificadoras de la pobreza y es despiadado al mostrar las debilidades de los Kim, es claro que los verdaderos parásitos son los Park, con su egoísmo, frivolidad y vida de comodidades. Roma de Alfonso Cuarón volvió a revivir el debate de las relaciones entre empleados domésticos y sus patrones. Aquí tenemos una poderosa reflexión de cómo estos vínculos están contaminados desde el origen, por tanto es inevitable la confrontación. No hay justicia social y no hay venganza de clase que quede impune. Lo que se sostiene es un sistema en ruinas del cual no parece haber escape.

 

naief-yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya

 

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Posted: November 11, 2019 at 11:03 pm

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