Essay
Pekín – D. F.
COLUMN/COLUMNA

Pekín – D. F.

Francisco Hinojosa

Estuve en Beijing –antes llamado Pekín– y me pregunté qué me diría un amable beijinés –o pekinés– acerca de qué debo hacer para comprender su ciudad. Entre muchas otras cosas, le hubiera agradecido que me dijera que el ser peatón está en la última escala de los ciudadanos que quieren sobrevivir su día a día. Cruzar una calle, por no decir una avenida, requiere de mucha audacia, una buena coordinación y un poco de suerte. Autos, motocicletas, bicicletas, tricicletas y otras -etas van porque van y no les importa si los otros vienen porque vienen. Y lo dice un mexicano de a pie que anda toreando todos los días entre semáforos que solo invitan al conductor de una “unidad” a pasárselo por el arco de la impunidad. Las patrullas de tránsito suelen ser un ejemplo, antes que una amenaza. Si no es porque pueden ejercer su autoridad cuando les viene en gana, serían mejores hazmerreíres que los malos cómicos que salen en televisión.

¿Qué le diría un chilango a un pekinés si viniera a la ciudad de México? En primer lugar, y para seguir con el tema, que también hay que cuidarse de los automovilistas, aunque menos de los otros -istas, que si bien tampoco respetan el reglamento de tránsito, son muchos, muchísimos menos, incluidos los repartidores de pizzas. El peatón, para los conductores, es un ente atropellable. Los conductores, para los peatones, son asesinos en potencia: muchos de ellos creen que atropellar a alguien y dejarlo vivo es una amenaza a su economía: hay que rematarlos.

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Le diría que Pekín es Pekín y que el Defe es el Defe. Allá uno puede ir con tranquilidad por calles oscuras o barrios aparentemente peligrosos sin sentir la amenaza de que puede ser asaltado o cortado en cuadritos. En cambio, por acá sí hay que tener cuidado de no meter las narices en sitios donde no pueden entrar los fuereños, nacionales o extranjeros. Si lo ven perdido, tratarán de ayudarlo, aunque sea con señas. En la ciudad de México lo harán siempre y cuando usted pregunte. Aunque el chino y el mexicano son lenguas que no se parecen en nada, va a ser un poquito más fácil, solo un poquito, que alguien entienda inglés aquí que acullá.

Le diría al pekinés cómo comer un taco sin palillos –aunque los tacos de pato laqueado se envuelven de otra manera y también se comen con la mano– y que hacer ruido con la boca mientras se come no está bien visto. También que no tiene que apresurarse a comer antes de las tres de la tarde, so amenaza de que ya no le sirvan después de esa hora en un restaurante. En tierras chinas hay horarios que se cumplen y punto. A propósito de tomar nuestros sagrados alimentos, aquí sí habría otro problema: en Pekín un extranjero puede pedir de comer, casi en todas partes, guiado por las fotografías de los platillos que aparecen en las cartas. En México es muy poco común.

Habría que advertirle que haga sus necesidades antes de salir de su casa u hotel, ya que en las calles no abundan los baños públicos. En Beijing hay muchos, gratuitos, aunque sin ninguna privacidad y sin escusados o mingitorios: son hoyos. Los restaurantes no tiene obligación de ofrecerlos a sus clientes. O sea: en ambas ciudades es preferible salir a la calle una vez desechado lo desechable.

Si un beijinés quiere hacer una transacción en un banco en domingo, se encontrará que con que éste está cerrado, además de otro tipo de negocios: ferreterías, tiendas de pintura Comex, tintorerías, salones de belleza, etcétera. Se dirá a sí mismo: ¡qué huevones! Y no habrá manera de desmentirlo. ¡Bola de adictos al trabajo!, responderemos. Y tampoco nadie dirá que no.

El pekinés, antes de visitarnos, seguramente se enterará de cómo es nuestra ciudad y sabrá que, al igual que la suya, está muy contaminada. Sí y no. La contaminación en el Defe es un juego de niños comparada con la que envuelve en una nube gris a Beijing en ciertas épocas del año. Aún así vendrá preparado con un moderno cubrebocas para proteger sus pulmones. Gran sorpresa se llevará al ver que los chilangos caminan por las calles, manejan sus automóviles y corren en los parques así como así, sin nada que les impida respirar ese aire lleno de contaminantes. Los únicos embozados que encontrará son los autollamados anarquistas, que organizan sus desmanes en las manifestaciones: rompen vidrios, lanzan bombas molotov, hacen pintas y se enfrentan a la policía, pero eso sí: cuidan sus pulmones. El pekinés tendría que decirles que si hicieran lo mismo en su ciudad la ley se aplicaría, sin duda, con todo rigor.

HinojosaFrancisco Hinojosa es poeta, narrador y editor. Es autor y antologador de más de cincuenta libros y columnista en Literal. Su twitter es @panchohinojosah


Posted: October 18, 2015 at 8:31 pm

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