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Perec, Cornell y Houellebecq:  EL FIN DEL ARTE, el principio de la literatura

Perec, Cornell y Houellebecq: EL FIN DEL ARTE, el principio de la literatura

María Paz Amaro

Las inquietudes de una pareja de jóvenes son retratadas por Georges Perec allende 1965 en Las cosas, libro que le valió el Premio Renaudot y, con él, un reconocimiento que signaría sus futuros proyectos. Demasiado joven, pienso yo: Perec tenía cuarenta y cuatro años cuando le fue diagnosticado el cáncer de pulmón que lo llevará a la muerte un año después. No conozco todavía las películas en las que participó como guionista y documentalista, sin embargo, su manera de describir los espacios tiene un cierto dejo de narrativa cinematográfica que se encuentra tanto en el libro ya mencionado como en el ejercicio An attempt at exhausting a place in Paris (del original Tentative d’épuisement d’un lieu parisien), escrito en 1974. Goerges Perec 2En él, Perec va enunciando uno a uno los objetos, individuos y escenas que contempla, y las impresiones que le causa el avistamiento de estos desde la ventana de un café frente a la Place Saint Sulpice. Las palomas que salpican las primeras páginas de la edición en inglés, a cargo de Wakefield Press, me llevan a una nueva reconexión que tiene que ver con los años en los que tanto Perec como Joseph Cornell ocuparon este mundo: el primero, en París; el segundo, en Nueva York. Junto a la cámara de Rudy Burckhardt, Cornell filmó The aviary en 1954. Lejos de las escenas de un parque neoyorkino casi habitado en su totalidad por estos pájaros, están todavía las marchas de los sesenta por la paz y la consecuente independencia de Argelia que Perec insinúa en Las cosas. Desconozco si Perec era un sujeto nostálgico. Me da la impresión de que Cornell sí al ver su serie de cajas en las que las aves juegan también un papel tan protagónico como en el cortometraje citado. Lo cierto es que ambos de seguro gustaban de rodearse de cosas bellas o, en su defecto, crearlas. Las primeras páginas de Las Cosas de Perec podrían equivaler a la descripción de uno de los microuniversos de Cornell encerrado entre cuatro tablas de madera. Texturas y consistencias de ricos materiales, colores y brillos dan lugar al registro de ciertas clases de tapices, maderas y piedras semipreciosas; terciopelo, cristal tallado, cojines y pequeños secreteres me remiten a las largas descripciones de los mandaderos de Las mil y una noches que llenaban sus espuertas de higos de Omán y sándalo rumbo a los palacios donde se encontraban encerradas jóvenes doncellas. Es, quizás, la designación de estos simples ítems, la categorización menor por la que comienza a enunciarse el arte desde tiempos remotos, de la que Walter Benjamin encuentra su aura presente incluso en la sombra proyectada en el cuerpo del ser amado. O bien, el arte traído a cuento por Perec en el relato de Jerôme y Sylvie, dos jóvenes que sueñan con tener el dinero suficiente para hacerse dueños de “las cosas”, pero estas cosas no son cualesquiera. Implican un modo de vida dictado por las nuevas formas de consumo que ya no nos parecen tan nuevas ahora pero, en la prosa de Perec, sorprende su contemporaneidad. Habría quizá que sustituir un par de marcas, iPhones por teléfonos antiguos, lo demás relatado por él entraría ahora en la nueva jerarquía de los objetos condecorados por la etiqueta vintage.Bird Box - Joseph Cornell

En un texto releído últimamente ya varias veces, Mauricio Marcín se refiere al arte. Marcín comienza por recordar que Oscar Wilde decía que el arte no imita a la vida: es la vida la que imita al arte. Párrafos después advierte que en una sociedad dividida por fronteras económicas, el arte tiende a reflejar la ideología de los que tienen dinero por medio de latas de sopa, retratos de JFK o de Nixon, Coca-Colas, dólares, Elvis y Marilyn: “El fetiche contemporáneo del bien de consumo representa el papel que antes tenían las estatuillas de las religiones primitivas, la pintura religiosa de las iglesias, el retrato del soberano en los castillos: allí se organiza el culto de los ídolos que nos gobiernan, se venera lo que nos hace la vida imposible, se agradece a los amos la mano de hierro con que nos conducen, confundidos en cuerpo y alma.” Las referencias al arte pueden ser disímiles y encontradas en virtud de lo que unos u otros opinen respecto a qué es el arte, en qué consiste su esencia, si todavía existe. Otro francés, Michel Houellebecq, ilustra en la obra que le valió el Premio Goncourt, el complejo entramado de la estructura artística contemporánea que, en palabras de un académico, refiere a lo mismo pero suena distinto. En las páginas de El mapa y el territorio encontramos citado incluso al hombre que nos rodea adonde quiera que vayamos (Todo México es territorio Telcel). El “…anciano de cara extenuada, ligeramente abotagado, con un bigotito gris y un traje negro mal cortado”, es nada más y nada menos que la evocación que Houllebecq hace para caracterizar a Carlos Slim Helú, quien asiste por menos de cinco minutos a la inauguración de la expo del artista que es personaje principal de la novela. Houellebecq lo describe como la tercera o cuarta fortuna mundial: “un auténtico coleccionista” que sabe reconocer al contemplar un cuadro desde dos ángulos distintos y que abandona la galería en una limusina Mercedes del mismo color que su traje. Los personajes de las novelas de Houellebecq suelen estar atrapados en una soledad sórdida. La corta relación de la pareja que aparece en Las partículas elementales, otra de sus novelas, me recuerda también el desgaste y la desesperanza que permean a Jerôme y a Sylvie. Nada los satisface, miran demasiado alto, ni siquiera la paz conseguida por Argelia  seguirá conmoviendo a estos últimos. Abandonan París para cambiar de rumbos y de obsesiones pero esas siguen siendo las mismas en Túnez, adonde huyen y de donde saldrán malogrados, dispuestos a renunciar a sus aspiraciones millonarias con tal de acceder al mundo pequeñoburgués que siempre les había pertenecido: el pago contante y sonante una vez al mes o una cada quincena con tal de vivir bien, comer bien, vestir bien a secas, sin mayores pretensiones y lejos de lo que L’Express recomienda.

Joseph Cornell

¿Dónde reside realmente el arte? ¿En las imágenes que Jerôme y Sylvie desean atesorar en el departamento de sus sueños –el San Jerónimo de Antonello da Messina, una prisión de Piranesi, un retrato de Ingres, un pequeño paisaje a pluma de Klee, una fotografía de Renan, el Melanchton de Cranach? ¿En la estrategia que, de manera prácticamente espontánea, se desprende de la intuición y sensibilidad de Jed Martin, el artista contemporáneo protagonista de la obra de Houellebecq que lo hace ganar miles de euros con cada cuadro que produce? ¿O bien, en los pájaros que Cornell contempla en un parque de Nueva York, esos que lo inspiran para después retirarse a su hogar y configurar, a su vez, la casa-habitación de los sueños de sus aves? Dicen que Cornell jamás viajó, tuvo contacto con pocos amigos, algunos de ellos artistas. Se enamoró perdidamente de mujeres anodinas: entre ellas, una mesera que después de robar sus cajas-poesía con ayuda de su amante, fue asesinada al interior de un descascarado hotel. El círculo a trazar para regresar al inicio, en este caso, no es perfecto. Sin embargo, hay a encontrar un común denominador entre lo aquí designado: el objeto del deseo, la perdición. Pero también, el amor y la vida en los ojos saltones de Perec o en esas palomas que Cornell solía contemplar desde una banca de un parque.

Joseph Cornell Box

IMG_4192María Paz Amaro (Santiago de Chile, 1971) madre, profesora, historiadora del arte y escritora (en orden indistinto). 


Posted: August 25, 2015 at 10:41 pm

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