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Perplejidades de una venezolana
COLUMN/COLUMNA

Perplejidades de una venezolana

Gisela Kozak

Venezuela es hoy una nación en franca ruina con microscópicas islas de prosperidad para quienes cuentan con dólares provenientes de negocios limpios, sucios o medio complicados. Tal vez la única manera de hablar hoy sobre Venezuela sea desde la personal perplejidad ante lo que queda del país que conocí y en el que viví hasta el 2017, año en que decidí emigrar.

La tiranía madurista pareciera indestructible pero luce desvencijada para ser la dueña del poder del Estado. En realidad, los revolucionarios parecen “okupas”, gente que invadió las instituciones del Estado y las empresas estatales, entre ellas Petróleos de Venezuela, la gallina de los huevos de oro, sin contar sino con su indigencia intelectual, técnica y política. No obstante, ahí están, sobreviviendo con menos petróleo del que se producía hace sesenta años y lavando dinero del narcotráfico. Las remesas que los migrantes envían, las inversiones en comercios de la descarada boliburguesía (que invierte los dólares que le robó a la nación) y de venezolanos honestos, crean una impresión de un muy tímido proceso de normalización.

¿Es tal? Un programa de estabilización económica no es un parche de tela en un pantalón roto. Un amigo oriundo de Maracaibo, capital del antes riquísimo Estado Zulia, comenta en redes sociales que en la entrada del puente Rafael Urdaneta, vía que une la costa oriental de lago de Maracaibo con la ciudad que le da su nombre, debería haber un cartel que dijera “El trabajo os hará libres”. La ironía del profesor marabino Valmore Muñoz Arteaga, autor del comentario, remite al campo de concentración de Auschwitz cuya puerta de entrada exhibía la frase, uno de los sarcasmos más crueles del que se tenga noticia. Una ciudad con temperaturas mayores a 30°C todo el año es víctima de cortes de luz constantes y, para irrisión de la antes potencia petrolera que era Venezuela, apenas cuenta con agua a pesar de que Maracaibo tiene un inmenso lago. La delincuencia hace de las suyas, hay graves problemas de abastecimiento de gasolina y el transporte público, de los peores del país a pesar de que Maracaibo es la segunda ciudad de Venezuela, simplemente no funciona. Eso sí, se puede conseguir una botella de güisqui de 25 años de añejamiento si se tienen los dólares para hacerlo. También en los campos de concentración hay privilegiados y sobrevivientes, qué duda cabe. Además, los “okupas” venezolanos tienen un ejemplo: los cubanos.

Pero toda esta desgracia la sabemos y ha sido noticia hasta la saciedad. Más bien Venezuela pasa de moda como toda novedad que se desgasta. Una última oleada de interés la despertó la reciente gira internacional de Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela. Se puso en evidencia que cuenta con el respaldo internacional de las democracias del mundo con una que otra excepción latinoamericana. Es decir, no solo se dispone del apoyo del muy cuestionado Donald Trump; no hay que subestimar que, con la importante excepción de Bernie Sanders, el Partido Demócrata apoya igualmente al liderazgo democrático venezolano. Pero de todos modos, Maduro y su camarilla continúan en el poder, lo cual demuestra que la comunidad internacional tiene límites muy precisos: China y Rusia. Qué le puede importar a la gente de a pie que Emmanuel Macron reciba a Guaidó: nada. Lo que representa Guidó es simplemente una esperanza, la última para quienes no han aceptado que la revolución ganó. Los “okupas” orquestaron en estos días una vulgar operación de amedrentamiento en la que tirotearon a Guaidó y su comitiva. Así les vale el apoyo internacional al joven líder.

Aunque milagrosamente mañana mismo cambie el gobierno, lo cual me encantaría, la revolución triunfó. Dejó al país en tal debacle que solo un Estado interventor, muy fuerte y protector de la población, puede hacerle frente. Hay una inmensa masa desvalida, de la cual una de cada tres personas requiere asistencia alimentaria directa porque está en riesgo nutricional. Los desafíos para la democracia son enormes en un contexto así y, como co-redactora del Plan País, líneas maestras de la reconstrucción de Venezuela, la verdad es que, con el perdón de mis paisanos, el espinazo roto de la nación requiere no solo de planes y financiamientos internacionales sino de un giro cultural de 180 grados que no veo posible sin un acuerdo nacional de fondo para llevarlo a cabo. Este acuerdo jamás será suscrito por el chavismo, esa fuerza de “okupas” que no se va a democratizar. Romper la dependencia del Estado en cuanto a trabajo, estudio y alimentación es un salto que requiere de un liderazgo con un genio y una amplitud de miras que no veo por ninguna parte. Sin duda, el chavismo, artífice de un Estado-engendro, se asegura su permanencia en el futuro. Tal vez cuando llegue el momento posrevolucionario yo sea la primera sorprendida; por ahora, veo mucha buena intención y muy buenas ideas, pero falta la chispa que prende la pradera.

Y en estas épocas esa chispa no viene tanto de los liderazgos políticos como de las instituciones fuertes y la inventiva de las bases de la sociedad en los terrenos sociales, culturales, tecnológicos y empresariales. Es decir, proviene de lo que Venezuela no posee por culpa de la Revolución bolivariana. La mediocridad política generalizada en el mundo, de la que destaca en mi opinión la increíble Ángela Merkel cuyo ciclo está finalizando, indica una falta de sintonía con la creatividad fabulosa de la cuarta revolución industrial. Por todas partes veo políticos que quieren resolver problemas de hoy con propuestas de hace medio siglo: Sanders y Trump son ejemplos de ello. Pero en el caso concreto de Venezuela se perdió todo límite y sindéresis en un mar de ignorancia provocado por la ausencia de instituciones, lo cual necesariamente se refleja en el liderazgo político venezolano. Es el país donde los cómicos son intelectuales y “escritores”; donde una abogada —Delcy Rodríguez, vicepresidenta del país— dirige el operativo nacional contra el coronavirus; donde se pretende que las autoridades de las universidades nacionales autónomas sean escogidas en igualdad de condiciones por obreros, empleados, profesores, estudiantes y egresados. Sí, el mismo país con una Asamblea Nacional que no puede legislar y ni siquiera sesionar en el Palacio Federal Legislativo; una Asamblea Nacional Constituyente que no redacta una Constitución; un Tribunal Supremo de Justicia dentro de la república y otro en el exilio.

Una demolición civilizatoria atroz: instituciones políticas, infraestructura, inmigración masiva, sistemas de educación y salud, empresas, petróleo.

Revertir tantos abusos, ignorancia y estupidez que se han naturalizado será tan difícil como convencer a tantos y tantos venezolanos de que estudiar, trabajar, pagar impuestos, emprender y tener conciencia de la ley tiene sentido. No hay que olvidar que también hay “okupas” en la oposición, ignorantes empoderados, gente capaz de presentar un plan nacional para rescatar a Venezuela y ponerse a llorar en público, esa odiosa cursilería estupefaciente que ha desplazado a la razón y al conocimiento.

Perplejidades, solo con eso cuento.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: March 10, 2020 at 9:51 pm

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