Flashback
Regresando a casa

Regresando a casa

Efraín Villanueva

Zelda Fitzgerald, la musa de F. Scott Fitzgerald, su talentoso esposo. Zelda, la de exigencias glamorosas. Zelda, entorpeciendo la creatividad de Scott con sus ataques lunáticos. Zelda, un planeta menor girando alrededor del gran escritor. Durante décadas, así se le recordó. Pero en 1970, Nancy Milford dejó ver aristas de Zelda desconocidas o incomprendidas hasta entonces. Zelda arrastrada, por la fama de su esposo, a una vida de excesos y autodestrucción. Zelda dispuesta a sacrificarse para apoyar la carrera de Scott. Zelda, una vida como accesorio que la condujo a profundas crisis depresivas.

Desde entonces, a Zelda se le ha reivindicado una y otra vez, especialmente por sus talentos artísticos nunca desarrollados por completo. George Jean Nathan, editor de Smart Set, le propuso publicar apartes de su diario. Pero Scott se negó porque los había usado antes como fuente para sus historias: “Zelda aparentemente no ofreció resistencia y sus diarios continuaron siendo propiedad literaria de Scott, no de ella”, asegura Milford. Su vida juntos era material para ambos y esto causó otros conflictos.

Las historias cortas de Zelda, por las que recibía entre $500 y $800 dólares, eran publicadas bajo el nombre de ella y el de su esposo. A Millionaire’s Girl fue publicada por el Saturday Evening Post bajo el nombre de Scott, aunque este no había tenido injerencia en su escritura. Pero era difícil rechazar la propuesta: 4.100 dólares si se omitía el nombre de Zelda.

En 1932, Zelda estuvo recluida en una casa de reposo por seis semanas, tiempo suficiente para escribir su única novela: Save Me the Waltz, una obra autobiográfica. Scott entró en cólera aduciendo que capítulos enteros utilizaban la misma trama de la novela en la que él venía trabajando (de forma intermitente debido a los problemas mentales de Zelda) durante cuatro años. Aunque no hay copias del primer manuscrito, hay indicios que apuntan a que la novela publicada recibió modificaciones de parte de Scott. Las críticas mixtas que recibió el libro desalentaron a Zelda a escribir una segunda novela.

Aunque su escritura, y en menor medida su pasión por el ballet, son los talentos artísticos más reconocidos de Zelda, hay uno que ha vivido bajo la sombra: la pintura. Para Zelda, se trataba de un salvavidas que la mantenía a flote en sus peores momentos, un túnel para escapar del rincón que era su vida, de descubrir y desarrollar su propia identidad.

Las primeras crisis
En mayo de 1924, los Fitzgerald huyeron de las penurias económicas, de Nueva York a Francia, con 7.000 dólares y alentados por una tasa de cambio favorable. Allí conocieron a un grupo de aviadores con quienes compartían en las noches. Edouard Jozan, uno de ellos, empezó a frecuentar la villa Fitzgerald para nadar con Zelda. En Save Me the Waltz, Zelda lo describe con una “cabeza como el oro de una moneda de Navidad… grandes manos de bronce… hombros convexos delgados, pero fuertes”. Scott, acostumbrado a que los hombres se enamoraran de Zelda, no pensó que algo más que una amistad pudiera surgir entre ellos.

Sin embargo, amigos atestiguaron no entender cómo Scott no se percataba de lo que estaba ocurriendo. La primera crisis llegó en julio, Zelda confesó estar enamorada de Jozan y pidió el divorcio. Scott entró en cólera, Jozan no volvió a visitar la villa y no se volvió a hablar del tema. Años después, Jozan afirmó que el romance entre él y Zelda sólo ocurrió en la imaginación de ella.

La segunda crisis llegaría en septiembre. Zelda intentó suicidarse con una sobredosis de pastillas para dormir. Scott se negaba a examinar a profundidad la infelicidad de su esposa, su soledad, su dependencia hacia él. En su diario continuaba escribiendo con optimismo sobre su vida conyugal y frente a los amigos nada parecía andar mal en el matrimonio Fitzgerald. Scott, mientras tanto, lograría terminar a tiempo El gran Gatsby –fue Zelda quien eligió el título.

Escape a través de la pintura
A principios de 1925, de paseo por Italia, Zelda decidió empezar a pintar con más constancia. Una actividad que haría parte de su vida durante los años venideros. En algún momento, incluso, consideró dedicarse exclusivamente a la pintura, pero tenía problemas de visión y se negaba a utilizar anteojos.

Sus primeros trabajos eran sencillas decoraciones para su hogar, recreando en lámparas o en divisores de cuarto el juego de criquet de la reina de Alicia en el país de las maravillas o la inacabable fiesta de té del Sombrerero loco. O recuerdos de Central Park, de Times Square o de la Place De Le Opera. O bosquejos caricaturescos de la familia. Años antes, Zelda ayudó a su esposo dibujando retratos de Gatsby para que Scott pudiera visualizar la imagen de su elusivo personaje.

En casas ajenas
Su matrimonio se tornó en una competencia. Scott, aunque sostenía que la amaba, demostraba cada vez menos paciencia por los estados de cambios de Zelda. Ella, arrastrada por su complejo de inferioridad (especialmente hacia su esposo, como se le diagnosticaría más tarde), se hundía en su propio mundo. Durante años, entró y salió de casas de reposo, donde continuaba pintando; a uno de sus doctores le aseguró que pintar era la única forma de comunicarse con alguien. En casa, se encerraba a pintar sin compartir tiempo con Scott. Sin embargo, Zelda consideraba su arte como de segunda clase. El novelista Malcolm Cowley aseguró que sus pinturas eran “mejor de lo que esperaba; tienen frescura, imaginación, ritmo y un vigor grotesco, pero fallan, como su escritura, por la falta de proporción y maestría manual”.

Zelda presentó una exposición de trece pinturas en una galería de Nueva York. El folleto promocional rezaba, en francés: “a veces la locura es sabiduría”. Gerald Murphy, amigo de los Fitzgerald, compró por 200 dólares la obra “Chinese Theater” a la que calificó como una distorsión visual. “Esos horribles y monstruosos hombres, de pieles rojas con piernas inflamadas y torcidas. Eran obscenos, no en un sentido sexual… y todos los que los miraban reconocían la cualidad de una vida humana repelente; eran figuras sacadas de una pesadilla, monstruosas y mórbidas”. Cuando Zelda se enteró de esta compra, pensó en pintar una nueva pintura para los Murphy porque la de los acróbatas es “singularmente inapropiada para ellos”. Casi todas las pinturas fueron compradas por conocidos de la familia.

El The New York Post aseguró que la exhibición aturdió a sus editores. The New Yorker declaró que las “pinturas de la casi mítica Zelda Fitzgerald tienen remanentes emocionales de la era del Jazz”. La revista Time afirmó que se trataba del “trabajo de una brillante introvertida, vívidamente pintadas, intensamente rítmicas […] Habiendo salido del sanatorio hace una semana, a pesar de las protestas de los doctores, Zelda Fitzgerald tenía la esperanza de que sus pinturas gratificarían su gran ambición: de ganarse la vida por sí sola”.

Zelda también escribía sobre las ideas que se le ocurrían para pintar, equiparando colores con cualidades emocionales. La aspiración podía ser, por ejemplo, una orquídea pálida. O diseñaba y pintaba coreografías de ballet. Algunas de las anotaciones de su diario revelan su estado mental: “mis lirios murieron. Ahora sólo puedo dibujar, quizá, la memoria del blanco atractivo de la que fue su belleza.”

Regresando a casa
Desde 1936 hasta 1940, Zelda se recluyó voluntariamente en el Hospital Highland, en Carolina del Norte. A finales de 1940, Scott murió y ella regresó a casa de sus padres en Montgomery, Alabama, con la salvedad de que podría caer en tendencias suicidas con facilidad debido a la precariedad de su condición mental.

Allí, sus pinturas serían exhibidas en el Museo de Bellas Artes del Club de Mujeres de la ciudad. Sobre su catálogo diría que su intención es “pintar los principios básicos y fundamentales para que todos puedan entenderlos y experimentarlo –pinto un paso de ballet para que todos sepan lo que es un paso de ballet”. Volvería a Highland en tres ocasiones más. La última fue en noviembre de 1947. En marzo de 1948, mientras estaba en su cuarto, un incendio consumió el edificio y nueve pacientes murieron. Zelda fue una de ellas. En las paredes del patio trasero de la casa de sus padres quedarían murales que pintó evocando escenas de su vida con Scott.

* Con información de Zelda: A Biography, Nancy Milford, Harper Collins (2013).

Efraín Villanueva Escritor colombiano radicado en Alemania. Es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa y tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá. Sus trabajos han aparecido, en español y en inglés en publicaciones como Granta en español,Revista ArcadiaEl HeraldoVice Colombia, Literal MagazineRoads and KingdomsLittle Village Magazine, entre otros. Su Twitter es @Efra_Villanueva

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Posted: November 29, 2018 at 1:18 am

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