Fiction
Silencios

Silencios

Jorge Iglesias

Sin que lo notáramos se abrieron paso entre nosotros y fueron expandiéndose hasta que quedamos envueltos en una niebla espesa de color negro. Y pensar que teníamos tanto que decirnos, Samantha y yo. Daba gusto, decían los demás, no sólo vernos sino también escucharnos juntos, hablar con nosotros dos durante los eventos sociales, cómo nos complementábamos, qué pareja más comunicativa, divinos los dos. Creo que nunca vamos a quedarnos sin palabras, me dijo durante nuestra primera cita, tan sonriente y radiante sentada ante el tiramisú que compartíamos, luego de haber tocado temas tan variados como la reencarnación, el impresionismo, la leche condensada, la nouvelle vague y las novelas de Jane Austen. Siempre precavido —algunos dirán escéptico, otros supersticioso— me limité a sonreír, pero los días, las semanas, los meses siguientes parecieron sugerir que ella tenía razón, que en la pared que íbamos construyendo ladrillo a ladrillo, palabra a palabra, el silencio no podría encontrar la más mínima rendija por la que colarse. Recuerdo vívidamente las circunstancias en que apareció el primero: estábamos sentados en el parque, abrazados, disfrutando, luego de dar de comer a los patos, de una brisa fresca que nos revolvía el pelo. Me entretenía mirando el chorro de la fuente cuando una sensación extraña se apoderó de mí, algo así como una inquietud insistente, pero ¿qué era lo que me afligía? Miré a mi alrededor y todo estaba en orden, el origen del malestar no era externo, tal vez olvidaba algo, un compromiso, un quehacer… Entonces dirigí la mirada hacia mi derecha y me encontré con la misma preocupación que me inquietaba dibujada en la cara de Samantha, que mostraba una expresión que nunca antes le había visto. Lo comprendí: habían pasado varios minutos desde la última palabra que habíamos pronunciado, y esa última palabra había sido de ella. Aquél no había sido tampoco uno de esos silencios compartidos, uno de esos momentos tan bienvenidos en los que no son necesarias las palabras porque la comunicación ocurre a otro nivel, por otros canales. No. Se había producido un pequeño vacío entre los dos, indudablemente. Samantha sacudió la cabeza apenas, sonrió y enseguida hizo un comentario sobre los patos. Eran bichos simpáticos, dije, sí, fascinantes. Y así fue que, de manera tácita, ambos decidimos ignorar esa primera aparición del que se convertiría en un invitado cada vez más frecuente. No volverá a ocurrir, parecíamos decirnos, cada uno para sí. El momento me había resultado tan incómodo que desde entonces procuré sacar temas de conversación —algo que nunca antes habíamos necesitado hacer, ya que nuestras charlas surgían de la más pura espontaneidad— y con el tiempo, a medida que los silencios empezaron a aparecer con mayor frecuencia, llegué a crear una lista de tópicos posibles, anotando las fechas en que habíamos tocado cada uno, para ir variando. El vacío del parque se repitió bajo circunstancias diferentes: durante las comidas, en el sofá después de haber visto una película, hasta en la cama después de la intimidad. Paréntesis llenos de nada que abarcaban cada vez más, que carcomían mayores y mayores cantidades de nuestro tiempo. Nos quedábamos sin palabras, nuestra pared se agrietaba, pero nuestro acuerdo seguía en pie y ni siquiera para romper los silencios mencionábamos al mismo silencio. Cuando Samantha tuvo que viajar a Chile por una cuestión de negocios, en secreto celebré lo que consideré una oportunidad de reiniciar el intercambio que había sido en un principio la envidia de las demás parejas. Nunca habíamos estado separados por más de dos días desde que habíamos empezado a salir; el viaje duraría una semana entera. Cómo sufriríamos, la separación nos volvería locos, pero al regreso de ella tendríamos tanto de que hablar… En cuanto llegue te llamo para pasarte el número de la habitación, dijo Samantha antes de despedirse de mí en el aeropuerto. Le comenté entonces que en mi opinión lo mejor sería que no hablásemos por teléfono, que por favor no lo tomara a mal, pero el teléfono era algo tan impersonal, artificial, que a veces hasta parecía aumentar las distancias en vez de acortarlas. Samantha me miró extrañada y supe que había cometido un error, especialmente cuando consideraba que la noche anterior no habíamos pronunciado una palabra durante la cena, que en un momento hasta me había parecido ver un par de lágrimas asomarse a los párpados de ella, que a raíz de esas mismas posibles lágrimas yo no había intentado acercarme al lado de la cama que ella ocupaba, que vaya uno a saber por qué razón ella tampoco se había acercado a mí, y ahora que lo pensaba, la noche anterior a ésa ¿no había sido exactamente igual? ¿Y la de dos y tres y cuatro días antes? Entiendo, dijo Samantha, estoy de acuerdo, mostrándome la misma expresión de aquella tarde en el parque, que ahora se había convertido en algo cotidiano. Pasó la semana del viaje, durante la cual el silencio de la casa fue el mismo que nos envolvía cuando estábamos juntos. Fui a buscarla al aeropuerto. Nos saludamos con un abrazo tímido (¿cómo se abrazaba una pareja que había estado separada por una semana?) sin decir una palabra. Esperaba que ella me inundara con un torrente de información, que me contara cómo era Chile, qué había hecho, cuánto me había extrañado, pero caminábamos hacia el coche y nada, ni el más leve sonido. Recién cuando faltaban unos quince minutos para llegar a la casa le dije, ¿Y? ¿No me vas a contar cómo estuvo el viaje? Samantha se llevó las manos a la cara. Su respiración se aceleró hasta tal punto que empezó a jadear. Cuando le agarré las manos para calmarla vi una cara desfigurada por el llanto, ojos increíblemente abiertos miraban hacia delante, mejillas cubiertas por lágrimas gruesas. Empezó a gritar, a dar alaridos como de desesperación, y yo sabía que estaba empleando todas sus fuerzas, que quería hacer estallar todo el silencio que llevaba tanto tiempo ahogándonos, pero yo no escuchaba nada, aunque deseaba que su clamor me rompiera los tímpanos, nada de nada, ni siquiera —noté al final— mi propia voz, rogándole a Samantha que se tranquilizara.


Posted: November 5, 2014 at 5:11 pm

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