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Soy honesto, Juanga, con él y contigo

Soy honesto, Juanga, con él y contigo

Eduardo Cerdán

En general opinamos matizado: esto me gusta con reservas y aquello me interesa aunque me resultó un poco aburrido y esa mujer me atrae bastante pero no quiero volver a complicarme con casadas y el gobierno empezó tomando medidas muy correctas hasta que de pronto perdió el rumbo y qué buena sería esta novela si no estuviera escrita en jerigonzo formoseño: pienso pero.

Martín Caparrós, Comí

Un par de días debieron pasar para que los detractores de Juan Gabriel salieran de su guarida a aceptar que no les gusta. Pocos fueron los valientes que lo hicieron el domingo 28 de agosto, cuando se supo que El Divo de Juárez había muerto. Creo que, en la era mexicana de las redes sociales, es la primera vez que ocurre algo así con una producción cultural: aquí el raro, el atacado, es quien rechaza el trabajo de Juanga. Curioso caso el de nuestro país que, aunque pide a gritos democracia, demuestra una muy generalizada actitud de linchamiento y de intolerancia frente al que opina distinto. De veras agradezco a los dioses que me agrade lo que hacía Juan Gabriel; así no me siento yo un étranger en este inusitado luto nacional. Admito, sin embargo, que mucho me descentró la adulación a Juan Gabriel que en Twitter y Facebook, las redes sociales con las que estoy en contacto, demostraron varios mexicanos, incluso dentro del grupo de gente que se distingue por su actitud crítica hacia las obras de arte. «La verdad, en México estamos más cerca de la unanimidad en el gusto por Juan Gabriel que en el culto guadalupano, aunque se enojen los fundamentalistas y los homófobos», escribió en Facebook el narrador Alberto Chimal, uno de los primeros en comparar al de Parácuaro con la del Tepeyac. «Ay. No se pongan sesudos, por el amor de dios, por una vez. ¡Se murió Juanga!», publicó en el mismo medio la poeta y ensayista Malva Flores.

En lo que transcurría la última semana de agosto, aparecieron más tweets y facebook status llenos de sentimiento por la pérdida. Muchísimos, lo he dicho ya, me parecieron desmesurados. Por eso leí con morbo y expectación el artículo «No me gusta ‘Juanga’ (lo que le viene guango)» de Nicolás Alvarado en Milenio, pues esperaba encontrar una opinión que matizara el endiosamiento al autor de «Así fue». El texto iba bien hasta la terrible línea que le costó la dirección de TV UNAM a Alvarado: «Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es (…) clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas (…)». Todo mundo se enteró de esta cuasiblasfemia y el culpable fue muy atacado por discursos casi siempre falaces que arremetían contra su apariencia. Se habló largo y tendido sobre el hecho de que un funcionario público dijera algo así. Nicolás Alvarado, según ha declarado públicamente, decidió que lo más conveniente para dar rienda suelta a su pluma era renunciar a su puesto en TV UNAM. Entiendo perfectamente lo que hizo, pues por su artículo se convirtió en un sujeto impopular; si se hubiera quedado, esto —aunado a la controversia que suscitó su elección como director— habría hecho de su trabajo algo intolerable.

Debo decir que la propuesta de Nicolás Alvarado en televisión me parece muy estimable y él, se nota a todas luces, sabe mucho. Por eso lamento su renuncia y su innegable desliz: calificar a las lentejuelas de Juan Gabriel como jotas y nacas, no porque piense yo que un funcionario público, sólo por serlo, ha de cuidar lo que dice, sino porque estos adjetivos rezuman falta de rigor y de seriedad. Nicolás Alvarado, como persona dedicada al «trabajo intelectual» (así se autodenomina él), perdió toda fuerza en su supuesta «valoración crítica de una figura icónica» al emitir un juicio tan descuidado y frágil basado en «unas pocas de sus canciones».

¿Poco serio? Sí, pero no homófobo desde mi punto de vista. No sé si exista algún tipo de código entre los gays al usar jotas, pero he oído y leído a varios miembros de la comunidad LGBTI que emplean el calificativo. ¿Discriminatorio? A lo mejor por lo de nacas, término inasible e indudablemente peyorativo. Digo a lo mejor y no un rotundo porque el texto, como bien dijo la escritora Anamari Gomís, tiene una saludable dosis de autocrítica: Alvarado reconoce como carencia propia no poder apreciar esta región de la cultura popular mexicana, lo cual, dice, tiene su base en una estructura de pensamiento clasista sobre la cual teorizó Pierre Bourdieu en La distinción. «Y, finalmente, la frase que me hizo no renegar de mi postura pero sí comprender el origen de mi error —porque sé bien que me pierdo de algo: de eso que tan brillantemente definiera [José Luis Paredes] Pacho en sus mensajes—: “Cuando lo despojemos [a Juan Gabriel] de su aura Televisa y del clasismo podremos escucharlo.”», escribió Alvarado.

En el portal de Círculo de Poesía se publicó «Una respuesta a Nicolás Alvarado», en donde Yuri R. Vargas, amén de criticar a Alvarado, hace un análisis métrico de la canción «Amor eterno» de Juan Gabriel. «Juan Gabriel [escribió Vargas] (…) era compositor de canciones. Y un compositor de canciones logrado —como era él, sin duda— no disocia entre texto y música: ambas expresiones cabalgan a la par en los lomos de ese vínculo entrañable que es la línea melódica. Un compositor de canciones es, al mismo tiempo, poeta y músico, y por ello mismo se debe considerar a sus textos como poesía pura y dura». ¿No es esto paradójico? Si un compositor de canciones no disocia entre texto y música, ¿por qué habrían de considerarse sus textos aislados como poesía pura y dura? ¿Juan Gabriel fue un poeta? Que me perdonen los fans acérrimos, pero me cuesta muchísimo trabajo ubicar en el mismo campo semántico a Juan Gabriel y a —por ejemplo— Efraín Huerta. Es evidente que Juan Gabriel tenía un sentido natural del ritmo, parte de su talento musical, pero el poeta se hace de talento y de disciplina, lo cual va de la mano con la formación —que no escolarización—, y la poesía, la culta o la popular (donde conviven los romances, los sones y los corridos), es tanto forma —a veces muy bien lograda por Juanga, creo yo, mediante el camino de la intuición— como contenido. Ya lo dijo Pável Granados en su «Manual para escuchar a Juan Gabriel» publicado en Confabulario: «Una canción es una canción. Lo que quiere decir que para comprenderla no se debe descomponer en partes. Las letras por sí mismas, si intentaran caminar, se derrumbarían. Serían risibles poemas, salvo por los versos sueltos que no alcanzan a llenarla de vida como ocurre en un poema. Para que una letra conmueva, el interlocutor debe de saber la melodía. Sólo ella le da contundencia a un verso como: “Háblame de ti, cuéntame de tu vida”. De ahí que el análisis métrico deba de tener en cuenta que es sólo un apoyo, una manera poco convincente de encontrar las excelencias de una canción. Quizá haya un endecasílabo, pero por alguna razón casi ninguno de los grandes poetas ha logrado hacer una canción memorable».

Habiendo puesto sobre la mesa estos matices, que no deifican ni satanizan a nadie, puedo hablar en paz sobre el así llamado por Carlos Monsiváis «pluriclasista y multigeneracional» Juan Gabriel, clave para la educación sentimental de muchos de nosotros. Hemos de estar, al menos así me lo explico yo, bajo algún tipo de condicionamiento cultural. Juan Gabriel es el abuelo muerto, los viajes en carretera, el coming of age de quienes ahora son cuarentones y cincuentones, el soundtrack de varios momentos vitales. Triunfó siendo transgresor, histriónico, ridículo y gracioso, lo que no es poca cosa en nuestro país, que se distingue por ser machista y retrógrada y todo lo que ya conocemos. No sabía de su participación en la lucha de los homosexuales hasta que leí el texto de Miguel Cane «En tierra de machos, el joto es rey» (ahí está otra vez joto, ahora dicho por alguien abiertamente homosexual), publicado por Literal, Latin American Voices, en donde apunta que «no por el hecho de haber sido como era, y tal cual era, Juan Gabriel hizo algo —al menos activamente— en pro de los derechos homosexuales». Es cierto y no hay que reprochárselo, como señala Cane. Juan Gabriel no se pronunció gay ni heterosexual, simplemente porque no se le dio la gana (y está bien). Me da náuseas que haya colaborado con el priísmo, pero eso no tiene por qué importarme a la hora de escucharlo, como tampoco me importa, mientras leo los cuentos de Eraclio Zepeda, su condescendencia con Peña Nieto. Ni Juanga ni Laco eran mis cuates; eran un gran showman y un espléndido escritor, respectivamente. Con esto claro hay que recibir sus obras. Ahora: de que Juan Gabriel contribuyó a la cultura de lo gay en México no me cabe la menor duda. Que se atreviera a ajuararse de brillos en sus conciertos, a pintarse los ojos y a aparecer como aparecía ante el público tuvo que ser un gran paso. Debió sacudir en su momento a la sociedad mexicana: la misma que hoy lo extraña, la que terminó respetándolo y queriéndolo.

CerdanEduardo Cerdán (Xalapa, 1995), narrador y ensayista, es profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en varias antologías de cuento y en publicaciones periódicas como la Revista de la Universidad de México, La Jornada Semanal, Crítica, La Palabra y el Hombre y Cuadrivio, donde es titular de una columna sobre cuento mexicano contemporáneo. Su libro infantil Los días del extranjero está por publicarse en la Editora de Gobierno de Veracruz.

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Posted: September 6, 2016 at 9:26 pm

There are 2 comments for this article
  1. María de Los Ángeles López R. at 9:27 pm

    ¡Guau, muy bien por ti Eduardo Cerdán! Denotas conocimiento y sabiduría. Gracias.

    Juan Gabriel por el hecho de Ser merece respeto, por ser quien es, (ha trascendido y seguirá existiendo), merece respeto, reconocimiento, admiración y gratitud.
    Que descanse en paz.

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