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Sueños de exterminio

Sueños de exterminio

Javier Guerrero

(Sobre Los perros de Lorea Canales)

El film El ángel exterminador de Luis Buñuel narra la historia de un grupo de personas que, luego de cenar en una lujosa casa, no pueden abandonarla: algo inexplicable les impide cruzar la puerta de salida. En sus memorias Mi último suspiro, Buñuel lamenta haber rodado el film en México. El cineasta confiesa que se imaginaba la historia más bien en París o en Londres, con actores europeos y cierto lujo en el vestuario y los accesorios. Buñuel expresa no haberse sentido complacido con el rodaje y, más bien, confirma haber padecido cierta pobreza en el decorado, en especial en todos aquellos objetos necesarios para dar cuenta de una clase alta pujante. Por ejemplo, el cineasta español se queja de la mediocre calidad de las servilletas mexicanas. Buñuel afirma no haber podido mostrar más que una y, añade, ésta pertenecía a la maquilladora.

En Los perros, a la escritora mexicana Lorea Canales no parecen haberle faltado objetos suntuosos. El exceso, la exuberancia, el lujo desmedido, por el contrario, le dan cuerpo a un grupo de personajes que pulula en el México contemporáneo. La novela da cuenta de un México violento, frívolo, degradado: el México del desmadre. Sin embargo, Los perros funciona precisamente como textualidad anclada en la fantasía. A pocas páginas de su inicio, la narración revela que desde niño a Miguel, uno de sus personajes principales, lo acompaña una fantasía macabra. Constantemente sueña con una erupción colosal del Popocatépetl, la cual arrasa por completo con todo el valle de México. En el sueño Miguel ve por televisión cómo, desde San Diego, sus familiares siguen en vivo el acontecimiento que dejará un espacio nebuloso e impenetrable. No obstante, cuando el peligro cesa, de acuerdo con el sueño, su familia vuelve a trazar una ciudad perfecta, erigiéndose como pionera del México del siglo XXI. La novela afirma: “Así barrían por una vez el lastre de problemas que acarreaban desde épocas prehispánicas. Gracias a ellos, México resurgía como la mejor ciudad del continente”. Este sueño macabro, a mi modo de ver, funciona como fantasía neocolonial, como sueño de exterminio que domina y fundamenta las operaciones que críticamente lleva a cabo la novela de Lorea Canales.

Con Los perros, la escritora mexicana pone en escena el sueño de Miguel. Pero a falta de lava que arrase con la ciudad y sus habitantes, el volcán expulsa bolsas Gucci, sandalias Kinder, Cartier Santos de acero, Audis, IPads, tarjetas de crédito, botellas de Chivas, gisados de cordero, bolsas de coca, cajitas de porcelana china, Tafiles, sushi, relojes Vacheron Constantin, batidoras Kitchen Aid, Stairmasters, smartphones, pero también legiones de nanas, guardaespaldas, jardineros, choferes, sirvientas uniformadas. El volcán descubre a personajes que sueñan, a su vez, con cuerpos perfectos y ciudades impecables, que ansían vivir en paraísos asépticos, que añoran historias de plasmas y gadgets, archipiélagos globales, pasarelas cosmopolitas. Hombres y mujeres que repudian la televisión mexicana y sus telenovelas, aunque sus vidas estén atravesadas por lógicas similares. En este sentido, Lorea Canales pone el dedo en la llaga, hasta incluso bordear la caricatura, con el fin de explorar, o más bien, hacer explotar, el centro más trágico de México. La novela toca el origen del sisma contemporáneo.

Los perros narra la historia de dos hermanos. Uno, goethiano, capaz de venderle el alma al diablo; el otro, un profesor aficionado al yoga, que en la cárcel se comporta como boyscout, que parece encarnar al personaje de Alexandre Dumas, que aboga por la justicia pero paga por las comodidades más insospechadas del recinto carcelario, donde además juega a vivir un episodio erótico estilo Midnight Express. En cierta medida, la novela parece continuar la historia con la que finaliza el film mexicano Amores perros. En la película de Alejandro González Iñárritu, un hombre que parece incapaz de matar una mosca, manda a asesinar a su hermano, quien también es su socio. En realidad, se trata de su medio hermano y, para matarlo, contrata a El Chivo, un guerrillero convertido en sicario, quien decide dejar que los hermanos llevan a cabo el trabajo sucio. Los amordaza, ata y, entre ellos, coloca un revolver. Caín y Abel enfrentados. 

En Los perros, Miguel, el hombre que sueña con los volcanes, queda retratado desde el comienzo de la novela. Afirma: “La mujer es como la escopeta. Hay que tenerla cargada y en la esquina”. Esto lo dice porque Magali, su esposa, está embarazada. Jorge, el otro hermano, opera con mayor complejidad. Si se quiere, sueña más. Y en estos sueños, la novela descubre el gran h

ueco que define al segundo de los hermanos. En la cárcel, Jorge se despierta sudando. Sueña que estaba en un boliche pero en lugar de pelotas, salían cabezas de la banda eléctrica. “Los jugadores las agarraban de la cabellera, y las deslizaban con el parqué donde deslizaban hasta derribar los bolos”. La novela discurre sobre este sueño. Por supuesto, un sueño que se ancla en los cuerpos descabezados que han inundado a México a partir de la Guerra contra el Narcotráfico. Lorea Canales explora la violencia. Al colocar este sueño más allá de lo pensable y entrar en la cabeza de uno de sus personajes, en sus fantasías histórico-literarias, entiende que estos descabezados se ubican en un más allá de los límites de lo pensable. A propósito de esto, la mexicana Rossana Reguillo considera que al exhibirlos cada uno de estos cadáveres representa el triunfo de las políticas del miedo en la producción del cuerpo contemporáneo, debido a que ellos parecen obturar la politicidad necesaria para enfrentar la degradación acelerada de los derechos humanos: “al encarnar situaciones límites, su visibilidad en el espacio público amplía los rangos de la ‘anomalía’ monstruosa, episódica, anónima, inerte, y disminuye el espacio de la diferencia y del derecho” (Reguilo). La novela Los perros parece entender esto.

En el sueño –porque, insisto, más que una pesadilla, se trata de un sueño– los descabezados son reconocibles, históricamente prestigiosos, patricios, y en cierto sentido, se feminizan y vuelven glamorosos. Son Benita Von Falkenhayn y Renata Von Natzer, Ana Bolena, Mary Queen of Scott, Katherine Howard. Todas famosas decapitadas. Lo mismo sucede con el sueño de los colgados: Alexander McQueen en el armario, Sarah Kane y las obras de teatro que no pudo escribir. La novela “corrige” a los decapitados y colgados, los oculta si se quiere en cuerpos nobles y hace con ellos una orgía, volviéndolos a todos mercancía, cuerpos sexys capaces de excitar, o lo que Paul B. Preciado entiende como fuerza orgásmica. Podría decirse, y nunca mejor dicho en este contexto, que la novela nombra la soga en la casa del ahorcado. Y en este sentido, los sueños de estos personajes desconocen la zona de incertidumbre en la que el miedo instaura su dominio. Una vez más, de acuerdo con Reguillo, si coincidimos con los filósofos del miedo, “es posible afirmar que el triunfo de las políticas del miedo, propias del neoliberalismo, opera como espacio de la imaginación desatada: todos podemos ser… terroristas, víctimas u operadores del narco, cuerpos-coartada, cuerpos-desechables, cuerpos-incómodos y… ciudadanos sospechosos, especialmente frente a uno mismo, es decir, la política del miedo triunfa ahí donde logra producir desidentificación, mecanismos a través de los cuáles los cuerpos tratan de borrar las marcas de sus peligrosas- pertenencias”. Así parecen operar estos sueños de exterminio.

Exterminar: acabar del todo con algo. Desolar, devastar por fuerza de las armas. Echar fuera de los términos, desterrar. La novela de Lorea Canales analiza estas operaciones, se incrusta en las tecnologías del miedo, da cuerpo a personajes que viven en pieles artificiales: la piel blanca de las sandalias Kinder, la piel roja del joyero, la piel del asiento de la SUB. La novela usurpa las fantasías que “corrigen” la ciudad, los cuerpos, su lugar de pertenencia.

En cierto sentido, Los perros se aproxima a algunos gestos de la película de Carlos Reygadas Post Tenebras Lux y una vez más hago alusión a un film. Juan, un hombre de clase alta, se muda con su familia al campo mexicano. Adicto al cybersexo, capaz de apalear a una perra sin compasión, poco parece durar la fantasía de convivencia con el campo y sus trabajadores. Desde incluso la primera escena, un sueño en el que una niña camina entre perros de presa y perras recién paridas en un anochecer de tormenta, ya se asoma el quiebre. Una pesadilla en la que el Otro asecha, hecho perro, hecho perra. Genera miedo. Y este miedo, como en la novela de Canales, abre desviaciones ornamentales y sueños que ocultan la vulnerabilidad de algunos cuerpos con sofisticadas orgías en salas europeas, secretas y cifradas.

Asimismo, Los perros, por supuesto, bordea la narconovela. Y en este aspecto descubre una operación fundamental donde lo naco, esa palabra peyorativa mexicana que denota ciertas prácticas de las clases populares como despreciables, se vuelve narco. La R reviste de lujo, corrige un Estado Naco y lo vuelve Narco. No obstante, la novela funciona de manera opuesta a lo que Jorge Volpi señaló en un polémico artículo publicado en The Nation, en el que encuentra a la narconovela como una nueva manera de exotizar a Latinoamérica asegurando que ha desplazado al mismo realismo mágico como género inequívoco de la región: “During the last ten years, narconovelas have flooded the bookstores, sparking interest among Mexican readers and foreign critics in a new strain of Latin American exoticism and displacing magic realism as the region’s characteristic genre. In these books, Mexico is portrayed as a violent, uncontrollable and fantastic world in contrast to the West, which consumes drugs without suffering or being scarred by the violence of the trade”.

Los perros no solo contradice este postulado sino también cierta tendencia de estas novelas, señalada una vez más por Volpi, de ficcionar un México violento, opuesto a la monolítica seguridad de otros territorios como Estados Unidos. La novela de Canales deja claro que la narcoviolencia mexicana es necesaria para sostener el estado de bienestar del primer mundo y de allí la hiperpresencia de San Diego en la ficción. En este sentido, Los perros explora otras maneras de violencia que operan en estos otros territorios, poniendo énfasis en la extrema porosidad de la frontera.

Finalmente, en la segunda novela de la escritora de Apenas Marta, los perros importan poco, no conmueven, fallan incluso en convertirse en metáfora, alegoría y hasta en título. Ya casi todos podemos ser perros de pieles escamadas y la novela lo sabe. En este aspecto –y concluyo con una última referencia cinematográfica–, la novela dialoga con La mujer sin cabeza de la argentina Lucrecia Martel. ¿Atropelló a un niño pobre o a un perro? La segunda novela de Canales se interesa muy poco por el fallo de la ley, con premeditación nos fuerza a transitar líneas peligrosas, a sumergirnos en los circuitos cerrados de sus personajes, a sentirnos extáticos ante erotismo de Magali, indiferentes frente al arrollamiento de un jardinero en la vía pública o incluso fascinados de jugar boliche con las cabezas de los decapitados. Mientras tanto, los perros desaparecen.

Obras citadas

Buñuel, Luis. El ángel exterminador. Producciones Gustavo Alatriste, 1962.

______. Mi último suspiro. Barcelona: Debolsillo, 2012.

Canales, Lorea. Apenas Marta. Barcelona: Plaza Janés, 2012.

______. Los perros. México: Plaza Janés, 2013.

González Iñárritu, Alejandro. Dir. Amores perros. Altavista Films-Zeta Film, 2000.

Martel, Lucrecia. Dir. La mujer sin cabeza. Aquafilms-El Deseo, 2008.

Parker, Alan. Dir. Midnight Express. Columbia Pictures, 1978.

Reguillo, Rossana. “Condensaciones y desplazamientos: Las políticas del miedo en los cuerpos contemporaneous.” Body Matters/Corpografías. E-Misférica 4.2. November 2007. Web. <http://hemisphericinstitute.org/journal/4.2/esp/es42_pg_reguillo.html>

Reygadas, Carlos. Dir. Post Tenebras Lux. No Dream Cinema-Mantarraya Producciones, 2013.

Volpi, Jorge. “Dispatches from the Front: On Narconovelas”. Trans. Alfred Mac Adam. The Nation, July 31, 2013. Web. <https://www.thenation.com/article/dispatches-front-narconovelas/>

Javier Guerrero es profesor asistente de estudios latinoamericanos de la Universidad de Princeton.  Autor del libro Tecnologías del cuerpo. Exhibicionismo y visualidad en América Latina (Iberoamericana Vervuert, 2014). Editor de la antología Relatos enfermos (Literal Publishing-Conaculta, 2015), coeditor de Excesos del cuerpo: relatos de contagio y enfermedad en América Latina (Eterna Cadencia, 2009, 2012), A máquina Pinochet e outros ensaios (e-galáxia, 2017) y de los dossiers Cuerpos enfermos/ Contagios culturales (Estudios, 2011) Vulgaridad Capital. Políticas de lo vulgar y desafíos del ‘buen gusto’ en América Latina (Taller de Letras, 2015), Correspondencias del malestar (Iberoamericana, 2017) y Pieles sintéticas. Nuevos materialismos y regímenes de la vida (Cuadernos de Literatura, 2018), entre otros. También ha publicado los libros Mauricio Walerstein (FCN, 2002) y la novela Balnearios de Etiopía (Eterna Cadencia, 2010). En el período 2000-2004, se desempeñó como presidente de la Cinemateca Nacional de Venezuela.

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Posted: July 2, 2017 at 9:39 pm

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