Reflection
Tecnología y ficción Vanguard

Tecnología y ficción Vanguard

Álvaro Bisama

¿Se pregunta la literatura latinoamericana por las relación entre ficción y tecnología?. A veces. A ratos. Casi siempre. Respecto a la respuesta: se me ocurren dos opciones y una pregunta más.

OPCIÓN 1. Edmundo Paz Soldán, boliviano y socio macondiano de Fuguet y autor de Sueños digitales, La materia del deseo y El delirio de Turing, trabaja literal, literaria y obsesivamente con la yuxtaposición entre tecnología y subdesarrollo. Paz Soldán escribe de nuestra cultura como una ciencia ficción casi cotidiana, con ecos de Pynchon, Stephenson y Dick mezclados con un tal Vargas Llosa. Novelista político, sus trabajos son una versión futurista de la novela del dictador —un tal Montenegro— ex jerarca de facto convertido en presidente democrático al que se le lava la imagen con photoshop o se le destruye con malabares de hacker. Ambientadas en Río Fugitivo, su Macondo personal, se trata de textos llenos de claves encriptadas, héroes adolescentes y un high tech —que en realidad es bien low— contrapuesto a la pobreza de un país que no puede ni con sí mismo.

OPCIÓN 2. El argentino Washington Cucurto y sus amigos de Eloísa Cartonera. La consigna: transformar al libro en un objeto tecnológico que delate su propia precariedad como artefacto cultural. Hechos con los materiales de la crisis, armados con fotocopias, cartón y témpera, los textos cartoneros ofrecen no sólo una salida inteligente a la crisis económica de un país sino también un ejercicio de vanguardia que fagocita, incluso, al mismo canon. No en vano se incluyen volúmenes de Aira, Haroldo de Campos, Lihn, Piglia en ese catálogo. Esas presencias ofrecen un modo, una salida, un sistema de lectura, una respuesta a un país arrasado y mejor aún, una biblioteca para él mismo.

La pregunta es, por cierto, chilena: al lado de los ejemplos citados anteriormente, ¿tenemos algo interesante qué decir? Puede ser. Puede que no. Por un lado, están los bloggers, escribiendo día a día sin pedirle permiso a nadie. Pero por otro, en el mainstream las soluciones no son demasiado creativas: a lo más algunos poetas jóvenes y avant garde editan libros sin registro, al que le agregan un cedé o le colocan una instalación al lado. O alguien en el lanzamiento, a lo mejor, se automutila más por aburrimiento que por convicción. Es un presente que luce pálido con respecto al pasado, con ese Lihn que terminó editando en pasquines que se autodestruían o un proyecto como Quimantú, delirante por donde se mire.

Así, uno lee a Paz Soldán y se da cuenta de que está haciendo una novela hiperrealista, necesaria, obligada. Uno lee a los cartoneros y los felicita mentalmente por lo impecable y simbólico de la idea. Mientras, acá a ratos se declama con música electrónica o algo así. Buena onda. Pero no es inevitable ponerse grave con el asunto. O sospechar.

“En la litografía se escondía virtualmente el periódico ilustrado y en la fotografía el cine sonoro”, rastreaba Walter Benjamin, en 1936, pensando en el exterminio que hacía el cine con el resto de las artes. La pregunta es extrapolable hasta nuestro presente literario. ¿En qué punto se interrogan nuestras avanzadas por aquel cruce entre industria y estética? Es imposible contestar con certeza. A lo mejor es sólo paranoia: la literatura chilena rebosa hace tiempo de una autocomplacencia que puede ser idiota o fatal. Por otro lado, tal vez ya lo hemos solucionado y debemos alegrarnos por nuestras vanguardias fl amantes y sin fi lo: el relato happy hour, la pub-fiction, la poesía karaoke.

Washington Cucurto. Álvaro Bisama (Chile, 1975). Es columnista de El Mercurio y Etiqueta negra de Santiago. Ha publicado los libros de crónica Zona cero y Postalesurbanas y las novelas Caja negra (Bruguera) y, recientemente, Música Marciana (Emecé).


Posted: April 17, 2012 at 9:05 pm

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