Flashback
Temascal New Age El regreso del Guerrero Rojo

Temascal New Age El regreso del Guerrero Rojo

Andrés Jorge

Sacbé es un subdesarrollo urbano naturista en las afueras de Playa del Carmen. Estuve allí con unos amigos dos semanas de vacaciones en el último verano y no dudaría en afirmar que es un destino muy agradable si uno se lo toma como es: bosque, cenotes, algunas construcciones originales y unos vecinos bastante pirados. Pero también puede llegar a ser una lata si uno es un descreído y los vecinos bastante pirados empiezan a hacer su propaganda y su proselitismo sobre el plato fuerte de la casa: ese panteísmo ritualista new age all inclusive ecofriendly con un toque maya antiguo de copal con temascal que se practica en la Riviera Maya.

Y no es, me dijo mi vecino más cercano, ni una religión ni una filosofía, sino un estilo de vida. Me lo crucé en el camino el mismísimo primer día de vacaciones y tuve que escucharle su historia de cómo había llegado a erigirse en un Guerrero Rojo, que nada tiene que ver con los Khmer Rojo, ni con el Ejército Rojo, ni con la Caperucita Roja, sino con una incultura muy anterior en la que el Gran Chamán, figura destacadísima entonces, predecía, decía y bendecía, en palabras que nadie entendía (ni él, como veremos) la vida presente y futura de su comunidad. Me explicó que el mundo ha perdido contacto con la madre naturaleza, con la Pacha Mama, y por eso hace falta como nunca retomar esa guía espiritual, para él era una misión inaplazable.

Un primer recorrido por Sacbé me bastó para entender que la avanzada de su ejército ocupaba ya el territorio. Su presencia era discernible en un templo de sanación, tres recintos de yoga, cinco retiros espirituales menores, seis masajes orientales, dos spa en cenote (uno con opción de playa), dos centros holísticos y anuncios chamánicos clavados en troncos que rezaban: “Cuida la naturalesa, llevate tu bazura” (sic).

En todos esos lugares, gente muy espiritual venida de todas partes del mundo en defensa del mundo maya, se ofrecieron en más o menos los mismos términos que el Gran Chamán, para sacarme los malos espíritus. Y como no había forma de escaparse y te acosaban por todos lados, y mis amigos estaban ya inspirados, al tercer día accedí. Pero sólo al temascal, advertí, nada más. Fue un sí para que te calles, pero que tuvo un resultado totalmente contrario al esperado.

Parte de su rol comunitario ahora, como oficiante oficial de Gran Chamán, era conducir el espíritu del visitante de vuelta a aquellos tiempos inmemoriales ricos en espiritualidad a través de un ritual maya completo. El viaje incluía temascal y peyote, o uno de ambos, a precios razonables de acuerdo al combo que compraras.

El mío llega hasta el temascal, puntualicé, y no te garantizo que no me salga en cualquier momento. No podía prometerle que me iba a integrar a su clan, su horda, o su manada, que uno no sabe hasta dónde lo pueden llevar esos viajes. Nada de peyote, añadí, que para mí no hay nada más embriagante que estar sobrio en un lugar como éste, rodeado de gente como ustedes, concluí, pero no me entendió.

Para quienes no conocen el producto, un temascal es una suerte de sauna prehispánica. Si te gustan los baños de vapor, en lo oscurito además, y andas con una pareja a quien quieras impresionar (y después tirártela) y no tienes dinero como para pagarte una habitación en el Mandarin Oriental que queda al frente y ofrece todos los servicios comme il faut, pues te podría servir. Pero si como yo, no soportas las saunas y los baños de vapor, y no andas buscando aparearte, no te lo aconsejo. Y si has leído lo suficiente, menos; digan lo que digan, las muchas lecturas minan tu capacidad de asombro, y de lidiar con fantoches y marrullerías.

Era un ritual nocturno y habían encendido una gran fogata en un claro abierto entre los árboles. Junto a éste había una covachita en forma de iglú pero en llamas, el temascal propiamente, donde nos íbamos a cocer al vapor. Después de unos rezos apartado en una esquina, el chamán, con gesto beatífico y voz melosa, ya casi en trance, comenzó a explicarnos en qué consistía aquel ritual de purificación.

Después nos entregó tamborcillos, claves y panderetas para seguirle el ritmo y nos explicó que debíamos tocar el instrumento un par de veces en cada pausa suya y nos colocó alrededor del fuego, según él cada uno en un punto cardinal, aunque éramos seis.

Parece que una de las pruebas que debe pasar el chamán que aspira a convertirse en Guerrero Rojo es aprenderse los nombres de todos los dioses de todas las mitologías, religiones, cosmogonías y panteones de todas las épocas y civilizaciones. Pero después de aquel primer despliegue de chamánica verborrea, cuando le entregamos los tarecos de hacer ruido, fue cuando en verdad dio inicio esta obra cumbre de la fantochería al vapor.

Mientras danzábamos y hacíamos coro a su plegaria alrededor del fuego, todos los leños de la hoguera se habían quemado dejando al descubierto las abuelitas. Era cómo el gran guerrero Rojo definía a una pila de pedruscos al rojo vivo como magma volcánico que habían estado ahí desde hacía un buen par de horas incendiándose. Abuelitas.

Entramos en el cuchitril con toda parsimonia y nos sentamos en círculo contra la pared y detrás de nosotros entraron una a una las abuelitas y se ubicaron en el centro. Todo ese tiempo el chamán siguió con su plegaria, que sólo interrumpía para darle una muy calurosa bienvenida a cada piedra ardiente que su ayudante empujaba desde fuera con una pala y luego él hasta el centro con un palo.

En un momento todos nos sumamos a la letanía con una inspirado cántico que decía algo así como: Madrecita Santa, devuélveme a mi hogar… en el temascal, en el temascal, en el temascal, purifícame, etc… La verdad es que no recuerdo muy bien cómo iba el ritornello cantábile de aquel mantra delirante, pero la melodía era pop a nivel de la Isla Bonita de Madonna.

El calor se fue haciendo insoportable, pero no tanto como la verborrea desatada del chamán. Y sobre todo porque, como ya dije, yo entendía todo lo que aquél decía aunque no tuviera ningún sentido. Y no podía dejar de preguntarme quién había armado aquellas parrafadas de sintaxis bíblica y disparates incoherentes del Chilam Balam y mantras y oraciones y Gaya y Odin y Zeus, e Isis y Osiris y Changó y Yemayá y Gautama Buda y Rapunzel y la Bruja y la madre que los parió, o sea, la Pacha Mama.

Demasiado largo el asunto, larguísimo, aburrido, pesado y caluroso. Yo sabía donde me había metido y una vez que lo constaté decidí salirme. En el tal ritual uno va dejando puertas atrás, creo que son seis. Yo no había pasado del vestíbulo y ya quería irme, y lo anuncié alzando mi voz por encima de la del chamán. Lo que sucedió fue que de pronto dejó de bajar santos del cielo y, sin cambiar el tono, encaminó sin más su plegaria a convencerme de que no debía salir de allí. Igual con muchas palabras e indirectas sobre el valor sagrado del ritual para la purificación de mi alma, pero su mensaje era bastante simple: aguanta calor como un macho que de eso se trata.

Por la segunda puerta o ventana que se abrió, me salí. Y no, no se trataba del calor, sino del chamán mismo y su absurda cantaleta, la absoluta ridiculez de todo aquello. Me fui a mi cabaña directo. Saqué una Heineken de la hielera, y una Bohemia, y me las tomé de un tirón, y luego me apertreché de dos más, y así, armado hasta los dientes y ya más fresco, regresé al altar de los sacrificios y esperé afuera, escuchando la dulce noche poblada de grillos y observando los rescoldos moribundos junto a la capilla ardiente de las abuelitas. Ahora escuchaba la letanía del Guerrero de fondo. Tenía que pagarle sus trescientos pesos y después me iría. Pero él estaba frustrado con mi salida y me lo hizo saber en cuanto pudo. Para un Guerrero Rojo, la pérdida de uno sólo de sus iniciados es una derrota.

Así que, terminado el ritual se vio obligado a preguntarme, con cierta inocencia, no puedo llamarlo de otra manera: ¿Cómo te sentiste? o ¿Por qué te saliste? Debió saberlo y no preguntarme, pero lo hizo. Así que yo le contesté: Es como Cuba en el periodo especial: los apagones, un calor de mil demonios y un desquiciado machacándote el cerebro con el mismo discurso todo el tiempo. Y no intentes irte porque eres un cobarde. O un descreído. O las dos cosas. Y la verdad (esto no lo dije) es que hay que ser mononeuronal para creerse lo de tu ritual maya.

Y como los demás iban a seguir el viaje por los caminos del peyote y yo no habría de interrumpirlos ya no dije más. Y como él, Guerrero Rojo, tenía otros clientes que atender y, además, su prédica es de paz y armonía, no se ofendió, ni siquiera cuando le pregunté, ya a modo de despedida, si él sabía quiénes eran todos aquellos personajes de su oración. Por el contrario, en ese instante pareció desconectarse de mí, me miró desde su altura mística y me dijo con voz suave y bien modulada: No hay que saber nada, hermano, lo importante es sentir, sólo sentir las buenas vibras.


Posted: April 23, 2012 at 6:07 pm

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