Essay
El texto en la materia, en los minerales
COLUMN/COLUMNA

El texto en la materia, en los minerales

Lolita Bosch

Vivo en la casa vacía donde casi se estampan todos los pájaros
pero no escucho como chocan.
Revientan. Chillan.
Mi estado es mineral. Anterior a la carne.
La ausencia absoluta de mares, de óxido,
jabalíes, raíles, risas, rizomas.
Cuerpo roto. Costa. Silencio, nocturno, oscuro.
Corderos descuartizados, grietas. Cebras.
Tiempo sin zapatos, libro, pizarra, repollo,
casa vacía donde los pájaros se estampan.
Hoyos. Futuros. Vidrio en un lago
este embudo de hierro, dos puntos:

Reconozco muchos textos posibles escondidos tras los minerales. No es fácil verlos. Pero respiran. Tienen una presencia absolutamente física que siempre trato de aprender a interpretar. Están en el tacto. En un modo de respirar pesado y compacto, de submarino. Son las huellas oxidadas, apenas perceptibles, encima de una luna que alguien ha delineado. Los textos posibles son luces deslizantes que nos observan de reojo, aunque no sabría decir si esperan.

Sea como sea, yo los busco así:

Un texto posible, la burbuja cerrada con un cordel de Albert Camus, es un espacio exacto, es siempre alguna piedra. Un mineral. Una forma estrambótica del hierro. Algún trozo de cerámica agrietado. Una manera única de hacer decantar al agua. Una forma que no existe en las paredes pero vemos, una música que no acompasan los despertadores antiguos pero escuchamos. Aristóteles hablaba de la posibilidad de la materia. Yo no. Yo nunca he creído que los textos que aún no están construidos estén en algún sitio esperándonos y que tengamos que salir a cazarlos con una especie de cazamariposas imaginado para trasladarlos. No creo que los tengamos que anudar para encontrarlos. No están hechos. Y si probáramos atraparlos, se fundirían. Quedarían reducidos a la nada. Entenderíamos, finalmente, que la literatura no es imaginación, no es romanticismo, no es magia, no es naturaleza. Es absoluta y estrictamente manipulación. Y la flecha que lanza no es divina y no consigue que ninguna cosa se entienda de manera exacta.

Nos confunde, eso sí.

Porque tiene un orden que le corresponde y que podríamos percibir sólo pensando en otra cosa que nos haga pensar en la perfección (aunque la perfección sea tan ilusoria como el tiempo, como el espacio, aunque la perfección no esté tampoco en el lenguaje). Porque la naturaleza, decía Oscar Wilde y siempre lo decía bien, imita al arte.

No al revés.

Y en efecto, somos capaces de reconocer el orden en muchas construcciones que nunca nos parecen terminadas ni suficientes, sino movimientos constantes (que es de lo que hablamos cuando usamos la palabra eterno): la cadena alimentaria, el sistema solar, la relación entre seres vivos en las profundidades de un océano, el esfuerzo brutal de supervivencia que tiene que necesita hacer un renacuajo en un charco para sobrevivir.

Son infinitas.

Una lista de cosas que se crean en orden y nunca se acaban.

Y hay quienes ven en este orden la mano de Dios. Oscar Wilde no, y yo tampoco. Sino que creo que en el orden que encontramos en todas partes es donde radica nuestra instintiva necesidad de entender. Y que este orden sólo es una extraordinaria capacidad de leer. De convertir el mundo en un recorrido que somos capaces de inventar, casi de imponer, como el único camino posible para adentrarnos en él. Y que cuando nos adentramos, si es que finalmente lo conseguimos, muestra más, mucho más de lo que somos, de lo que hemos dicho, de lo que permanece escrito.

Una extraña sensación de tiempo que encontramos en las piedras, los minerales, en una forma única de decantar el agua, una forma estrambótica del hierro, un despertador antiguo que marca un ritmo que no existe. Esto, buscamos. No para trasladar, sino para construirlo. Para ver qué proceso ha conseguido que, como el lenguaje cuando logra que el tiempo avance lentamente, estemos perfectamente preparados para encontrar un sentido. Una intención. Una voz única que podría parecernos perfecta.

No lo es.

Es la voz literaria que nos sostiene.

Lolita Bosch de negroLolita Bosch nació en Barcelona en 1970, pero vivió mucho tiempo en Albons (Baix Empordà). También ha vivido en Estados Unidos, India y, durante diez años, en la Ciudad de México. Ha publicado, entre otras novelas, Tres historias europeasLa persona que fuimosLa familia de mi padre o Esto que ves es un rostro, así como su antología personal de literatura mexicana Hecho en México y el ensayo narrativo Ahora, escribo. Su Twitter: @LolitaBosch


Posted: November 24, 2015 at 5:00 pm

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