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Toda cultura es ficción

Toda cultura es ficción

Efraín Villanueva

Las abejas y las hormigas se comunican para señalar la ubicación de una fuente de comida. Un mono verde advierte a su grupo que un león está cerca y, con variaciones menores en su llamado, también puede alertarlos cuando la amenaza no es un león sino un águila. Como estos animales, los Homo Sapiens también podemos hablar sobre el mundo que nos rodea, pero tenemos la habilidad única (hasta donde sabemos) de crear y transmitir ideas sobre entidades y eventos que no existen. Esta destreza y los diversos patrones de comportamiento resultantes de ella es lo que llamamos “cultura”.

Así lo propone el historiador israelí Yuval Noah Harari en su libro De animales a dioses: Breve historia de la humanidad. Desde hace 2 millones de años hasta hace 10.000, el planeta estuvo habitado, en algún momento y al mismo tiempo, por varias especies de humanos (Homo neanderthalensis y Homo erectus entre ellas). La investigación de Noah Harari inicia hace 70.000 años, cuando una de estas especies, a la que le dimos el nombre de Homo Sapiens, “empezó a formar estructuras aún más elaboradas” que la llevaron de manipular el fuego a dividir el átomo, de vivir en cuevas a crear colectividades atiborradas de personas capaces de interactuar las unas con las otras.

Ficciones

Volvamos a las abejas y a las hormigas. Estas pueden trabajar en grandes grupos, pero siguiendo instrucciones y formas fijas. Los monos colaboran entre ellos de maneras más flexibles, pero sólo al interior de sus propias manadas (en infrecuentes ocasiones sus grupos alcanzan a tener más de cien miembros). Los Homo Sapiens, en cambio, construimos ciudades de millones de habitantes en las que vivimos y colaboramos en relativa armonía. La razón de esta notable diferencia entre otros animales y nosotros es nuestra capacidad de crear y contar historias.

Los sistemas políticos, económicos, sociales y culturales en los que vivimos están basados en ficciones que inventamos y, posteriormente, asumimos como reales. El ejemplo más obvio, por su antigüedad y por hacer parte de la mayoría de las comunidades humanas del planeta, es la religión: la creencia de que existe un ser superior (e intangible a los sentidos biológicos humanos) que todo lo gobierna. Pero no es el único caso. Creamos un sistema económico llamado capitalismo: a un cierto número de billetes de X denominación de la moneda Y son intercambiables por el producto Z. Quienes vivimos bajo sistemas democráticos estamos de acuerdo en una serie de artículos que definen los derechos de todos los ciudadanos por igual. Pero como lo expresa Noah Harari: “ninguna de estas cosas existe afuera de las historias que la gente inventa y les cuenta a los otros. No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, no hay derechos humanos, no hay leyes ni tampoco justicia por fuera de la imaginación común de los seres humanos”. Lo hemos inventado todo para, de esta forma, regirnos por ciertas normas que nos permitan vivir y colaborar con otros.

Contradicciones de una cultura en movimiento

Estas ficciones o constructos sociales o realidades imaginadas incluyen nuestros valores culturales. Una ficción se asienta cuando un grupo considerable de personas creen y viven bajo ella y perdura al ser inculcada en las nuevas generaciones. Es por eso por lo que “pensamos de cierta forma, nos comportamos de acuerdo con ciertos estándares, deseamos cierto tipo de cosas y obedecemos determinadas reglas”. Defendemos, protegemos, respetamos y nos sentimos orgullosos de las celebraciones, los símbolos, la manera de hablar, la forma de actuar, el arte en todas sus facetas, los credos, el modelo económico o político, las costumbres sociales y demás factores que conforman nuestros sistemas de creencias porque fuimos criados bajo sus valores y normas.

Pero la cultura está en constante cambio, sea por factores ambientales o por influencias de culturas vecinas. Si el futuro cercano está marcado por las consecuencias del cambio climático, las costumbres de regiones frías podrían terminar equiparadas a las maneras sociales más abiertas de las zonas cálidas actuales, por ejemplo. Tradiciones centenarias a lo largo del mundo reciben influencia, año tras año, de culturas foráneas. El cambio es inevitable, como lo afirma Noah Harari: “una vez las culturas aparecieron, nunca dejaron de cambiar y desarrollarse […] incluso una cultura completamente aislada que exista en un ambiente ecológicamente estable no puede evitar cambiar”.

La cultura se modifica porque ningún sistema de creencias es perfecto y a medida que se encuentran huecos en el andamio que lo sostiene, es necesario reajustarlo. Imaginemos que asistimos a un partido de la selección de fútbol de nuestro país. Los asistentes de diversas ciudades vitorearán una única bandera incluso si, por fuera del estadio, hablan con orgullo de los rasgos culturales de sus ciudades de origen y cómo estos los hacen únicos aun viviendo bajo un territorio al que todos llaman país. Esta contradicción podría ser saldada argumentando que, después de todo, la diversidad cultural es uno de los pilares de este país —una afirmación que no deja de ser el resultado de la creación de una nueva ficción para reconciliar una contradicción en el sistema.

En otros casos, las contradicciones son vistas con recelo e incluso con algo de temor. El novelista y ensayista Salman Rushdie lo expresó antes en su novela Luka and the Fire of Life: “el hombre es un animal que cuenta historias. Y en estas historias están su identidad, su significado y su alma”. Una tradición afectada por influencia factores externos (un carnaval que acoge ritmos modernos, por ejemplo) es señal para muchos de degradación o pérdida completa de una tradición que (siguiendo la visión de Rushdie) simboliza la identidad cultural de quienes la practican. “Si la música del carnaval cambia, si ya no es la misma de otras épocas, el carnaval ya no será el mismo carnaval y dejará de representar lo que somos”, dirían algunos. La contradicción en este caso está en que, por un lado, existe el deseo de aferrarse a las costumbres. Por el otro, la lógica irrefutable de que si el carnaval (o cualquier otro símbolo de representación cultural) simboliza la identidad de una ciudad, entonces sufrirá cambios a medida que sus habitantes también lo hagan.

La autenticidad cultural ha muerto

La salsa de tomate como parte de la pasta italiana, las papas en la cocina polaca e irlandesa, los asados argentinos y los ají picantes en los platos indios son algunos de los ejemplos propuestos por Noah Harari para demostrar la globalización cultural. El tomate y el ají no son nativos de Italia ni de India, sino de México, las papas sólo llegaron a Polonia e Irlanda hace unos 400 años y “el único filete que se podía conseguir en Argentina en 1492 era de llama”. Sin embargo, consideramos estos ingredientes como parte de la cultura culinaria de estos países. Gracias a intercambios interculturales, las cocinas de estos (y probablemente la de casi todos los países) han sufrido modificaciones. Puede que estos ingredientes y platos sean parte de su cultura culinaria en la actualidad, pero durante mucho tiempo no lo fueron.

Todo aquello que llamamos tradición auténtica no es más que un constructo social. A estas alturas de la historia del Homo Sapiens “si por ‘auténtico’ hablamos de algo desarrollado de forma independiente y que consiste en tradiciones locales ancestrales, libre de influencias externas, entonces no quedan culturas auténticas sobre la faz de la tierra. A través de los siglos, todas las culturas han cambiado casi hasta ser irreconocibles por un alud de influencias globales”, sentencia Noah Harari.

 

 

Efraín Villanueva Escritor colombiano radicado en Alemania. Es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa y tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá. Sus trabajos han aparecido, en español y en inglés en publicaciones como Granta en español,Revista ArcadiaEl HeraldoVice Colombia, Literal MagazineRoads and KingdomsLittle Village Magazine, entre otros. Su Twitter es @Efra_Villanueva

 

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Posted: February 13, 2019 at 11:10 pm

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