Fiction
Todo el mundo está buscando a alguien como tú

Todo el mundo está buscando a alguien como tú

Mira Jacob

Traducción: Adriana Vega Mackler

Original publicado en PEN, 7 de marzo, 2014.

Mathan no le había dicho a nadie que era el Ciervo de Oro. ¿A quién podría haberle dicho? ¿Los amigos de la universidad con los que se había mudado a Nueva York, esos que habían ascendido en la ciudad con pisada firme y con tanta destreza durante los últimos tres años que no habían hecho más que desaparecer en una dulce y altiva neblina por encima de su cabeza? (No.) ¿Marley, la pelirroja del apartamento de enfrente, cuya sonrisa débil y ojos de conejo le hacían latir el corazón fuertemente alrededor de su tórax como si estuviera buscando una salida? (Nunca.) ¿Su hermano? (¿Y darle una nueva razón para compararse y alardear sobre su reciente nombramiento en la universidad? Mierda, ¡no! Los seminarios de los lunes me han mantenido muy ocupado, a Sanjay le gustaba decir suspirando, como si una mujer dominadora de gran cerebro lo tuviera sometido y amarrado en el Upper West Side.)

No, el trabajo de Mathan debía mantenerse en secreto aunque, como le dijo Luanne la tarde en que lo contrató, lo hiciera de puta madre como por naturaleza. Mathan se sentaba en una silla de plástico duro en las oficinas centrales luego de las pruebas y hacía un esfuerzo por mantener su mirada en la de ella pero se le desviaba constantemente (un efecto colateral, pronto descubriría). Daba lo mismo si habían terminado el día, si habían apagado los sensores e inhabilitado los uHunts. Una vez que uno se había dejado perseguir por extraños en las calles de la ciudad, la mente quedaba en alto estado de alerta, no importaba cuántas veces se le había pedido que se calmara, maldita sea.

—Es un talento —había dicho Luanne ese día, el logo de Búsqueda en la Ciudad colgaba de su hombro como un pulpo eléctrico—. Simplemente desapareces. Los clientes te adorarán.

Tenía razón. Los clientes sí lo adoraron, especialmente si los eludía durante los cinco días, o mejor aún, si casi los dejaba atraparlo antes de escurrirse otra vez. No era muy intuitivo quizá pero, hete allí, la misma mierda que pasaba en la universidad, que pasaba en el trabajo: cuanto menos te tenían, más te adoraban. (Nadie lo había adorado mucho en la Universidad tampoco).

Luego, durante la ceremonia de cierre, los clientes que más se le habían acercado, que lo habían perdido de vista de alguna forma en la tintorería, que lo habían perseguido hasta dentro del vagón del metro para solamente ver su figura desapareciendo en la plataforma, eran los que lo retenían más tiempo, tenían una cara radiante, con rastros de cerveza. Mierda, decían con una sonrisa. ¿Cómo pudiste verme venir siquiera?

Mathan se encogía de hombros, simulando que había sido solamente una cuestión de suerte, pero la verdad era que siempre podía verlos venir. No importaba si aparecían paseando por su periferia o súbitamente por detrás. Él los sentía aproximarse como un viento cálido.

Casi te atrapo, decían, y él lo aceptaba porque los hacía sentir bien. Lo hacía sentir bien a él. Y esto es lo que hubiera sido realmente imposible explicar a nadie más, lo perfecto que se sentía en ese momento; cómo de repente todos los pasos que había dado adquirían sentido: todos los callejones en los que había corrido, todos los trabajos que no había logrado conseguir antes de encontrar este. El Ciervo de Oro. La ciudad se elevaba a su alrededor como cristal, un laberinto centelleante en el que, finalmente, él estaba en el centro, como esos hombres que salían de coches negros lujosos sin mirar atrás, confiados de que se encontrarían en un mundo de comodidades todos los días.

Cuando Marley le propone cenar juntos, casi no la oye.

—¿Qué? — le pregunta. Están de pie en el pasillo, entre sus apartamentos. Mathan está en su hora de descanso.

—Estaba camino a la cafetería que está aquí cerca por si quieres venir —dice ella sonrojándose—. No es gran problema si no puedes…

Gran, su pulso ruge. Gran, gran. Tendría que decirle que otro día. El fin de semana, quizá, cuando no hay caza. Pero ese momento se siente como un pájaro en una rama. Puede ser que nunca vuelva.

Caminan. Ella es más divertida de lo que había anticipado. No es sarcástica exactamente, pero es de palabras ásperas, llena de una honestidad que de alguna manera encanta y aniquila al mismo tiempo. Le cuenta que la pertenencia favorita de su madre era un encuadernador de cuero para cupones.

—¿Te tienes que ir? —pregunta.

—¿Irme?… no.

—No dejas de mirar tu reloj.

Su descanso terminó hace veinte minutos. Debería seguir. Él sabe que hay una puerta trasera al lado de la cocina, pero no quiere moverse para nada a menos que sea para tocarle el cabello. De repente, ve a un Cazador posado como un pájaro sobre el hombro de Marley. Un truco de la perspectiva. El hombre que se está acercando para atraparlo está en realidad del otro lado del cruce, esperando que cambie la luz del semáforo. Tiene la mano atascada en el bolsillo y su uHunt indudablemente está latiendo, indicándole que está cerca. Mathan se pone de pie y la cabeza del Cazador gira hacia él. Sus ojos se entrecruzan.

—Tengo que ir al baño —dice, y la sonrisa de Marley flaquea. Tiene el instinto fugaz de apretarle la mano en ese momento, o incluso de intentar darle alguna versión de la verdad, pero la luz del semáforo está cambiando.


Posted: October 31, 2014 at 6:36 pm

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